ESCUCHANDO A DIOS
No somos nuestros, ¡sino Suyos! Eso comenzó cuando nos convertimos en una nueva creación en Cristo y dejamos de vivir para nosotros mismos. Nuestro testimonio vino a ser: “Estaba perdido, pero fui hallado. Someto mi vida a Él, continuamente”.
En Juan 7, leemos que Jesús no salió de Galilea porque los judíos procuraban matarle. Sin embargo, la fiesta judía de Los Tabernáculos se acercaba y Sus hermanos querían que Él fuera con ellos a Judea para que Él pueda ser reconocido y darse a conocer al mundo. Jesús les respondió: “Vayan ustedes. Yo no iré a este festival, porque Mi tiempo aún no ha llegado” (versículo 8).
Pero algo curioso ocurrió en esta escena de la vida de Jesús. El versículo siguiente inmediato dice: “Pero después que sus hermanos habían subido, entonces Él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino como en secreto” (7:10). ¿Por qué Jesús dijo que Él no iba a ir, y luego decidió ir? Obviamente, Él oyó del Padre. Un minuto les dice a Sus hermanos, “No es mi tiempo” y luego, en cuestión de un día, una hora o quizás un instante, El Padre Le dijo: “Este es el tiempo correcto, la temporada señalada, el escenario perfecto. ¡Vé!”.
Frecuentemente, yo quiero tomar mis propias decisiones en la vida, en lugar de someterme a los caminos de Dios. Somos llamados a ser dependientes de Él, a buscar Su dirección, a esperar Su guía para las decisiones de mayor peso en nuestras vidas. Pero hacer esto, nos puede hacer sentir que nuestras vidas están estancadas. Algunas veces, durante todos estos años, le he dicho a mi esposa: “A veces, me gustaría no tener que consultar esto con Dios”. De hecho, hasta he envidiado a aquellos que cambian de trabajo cuando quieren, o a los que se mudan cuando quieren vivir en otro lugar.
No creo ser el único que tiene estos pensamientos. Escuchar a Dios y someter nuestras vidas a Su voluntad y dirección es un sacrificio, pero los beneficios son incontables. Tener nuestro corazón alineado con el corazón de Dios, nos da poder para todo.