Estos Hombres Han Estado Con Jesús
En Hechos 3, poco después de la resurrección, encontramos a Pedro y a Juan yendo al templo para adorar. Justo fuera de la puerta del templo sentaban a un mendigo que estaba lisiado de nacimiento. Este hombre nunca había dado un paso en su vida. Tenía que ser cargado a la puerta diariamente para hacer su vida de mendigo.
Cuando el mendigo vio a Pedro y a Juan acercándose, les pidió limosnas. Pedro le contestó, "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy.” (Hechos 3:6). Pedro oró entonces por el mendigo, diciendo, "En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda." Instantáneamente, el hombre fue sanado. ¡En completa alegría, comenzó a correr a través del templo, saltando para arriba y para abajo, gritando, "Jesús me sanó!"
Todos en el templo se maravillaron al verlo. Reconocieron al hombre como el lisiado que había estado pidiendo en la puerta durante años. Cuando Pedro y Juan vieron la muchedumbre reunida, comenzaron a predicar a Cristo. Hablaron audazmente, instando, "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (3:19). Miles fueron salvos: “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (4:4).
Entonces, mientras Pedro y Juan estaban predicando, los gobernantes de la sinagoga “vinieron sobre ellos, resentidos” (4:1-2). Estos pastores descarriados estaban enojados porque Dios había realizado un milagro a través de los discípulos de Jesús. Y respondieron echando a Pedro y a Juan en la cárcel. Al día siguiente, pusieron a los dos discípulos a prueba para ser juzgados. Y todas las autoridades religiosas de Jerusalén estaban presentes: “Anás el sumo sacerdote, y Caifás, y Juan, y Alejandro, y muchos que eran parientes del sumo sacerdote, se reunieron” (4:6). Estos altos y poderosos hombres le preguntaron a los discípulos, "¿Por qué poder, o por qué nombre, han hecho esto?" (4:7).
¡Qué pregunta más ridícula! Estos hombres sabían exactamente cuál nombre estaba siendo predicado. Habían visto a un hombre lisiado que corriendo, gritaba que Jesús lo había sanado. Habían visto a 5,000 personas confesando sus pecados y clamando el nombre de Cristo para que les limpiara. Hasta habían visto a algunos de sus propios sacerdotes convertidos, confesando que habían ayudado a crucificar al Hijo de Dios. Estos gobernantes tenían que saber que había poder en el nombre de Jesús. Pero ellos se cegaron intencionalmente a esto.
De repente, Pedro fue animado por el Espíritu Santo. Respondió a los gobernantes, "Su nombre es Jesús Cristo de Nazaret, el hombre que ustedes crucificaron hace pocas semanas. Dios lo levantó de la muerte. Y ahora él es el poder que sanó a este hombre. Nadie puede salvarse por cualquier otro nombre. Ustedes se perderán si no claman al nombre de Cristo” (vea 4:9-12).
Los gobernantes de la sinagoga se sentaron aturdidos. La Escritura dice, “Ellos maravillados [admirados de ellos]; reconocían que habían estado con Jesús” (4:13). La frase “reconocían” viene de una raíz que significa “conocido por alguna marca distinguida.” Un poder había tomado a Pedro y a Juan. Y los distinguió de todos los demás que habían hecho acto de presencia en esa corte. Este poder era tan obvio y claro a todos, que los gobernantes no “podían decir nada contra él” (4:14)
¿Cuál era esta marca que distinguió a Pedro y a Juan? Era la presencia de Jesús. Ellos tenían la misma semejanza y Espíritu de Cristo. Aquellos gobernantes de la sinagoga se dieron cuenta que, “Crucificamos a Jesús. Sin embargo, él está hablando hoy - obrando milagros, predicando arrepentimiento, moviéndose en las personas - a través de estos dos hombres iletrados.”
En esa misma hora, Pedro y Juan estaban cumpliendo el mandato de Jesús de testificar de él “comenzando en Jerusalén.” Veras, ellos estaban testificando a través de la presencia de Cristo en sus vidas. De igual manera, creo que éste será el testimonio poderoso de Dios en estos últimos días. No será a través de la predicación solamente. Vendrá también a través de hombres y mujeres que “han estado con Jesús": encerrándose con él, pasando tiempo en su presencia, buscándole con todo su corazón y alma. El Espíritu Santo distinguirá a tales siervos con su poder. Y el mundo dirá de ellos, “Esa persona ha estado con Cristo.”
Aquí están cuatro marcas distintivas de aquellos que han estado con Jesús:
Aquellos que pasan tiempo con Jesús no se pueden saciar de él. Sus corazones continuamente suplican por conocer mejor al Maestro, estar más cerca de él, crecer en el conocimiento de sus caminos.
Pablo declara, “Porque a cada uno de nosotros es dada la gracia según la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7). “Dios ha repartido a cada hombre la medida de fe” (Romanos 12:3). ¿Cuál es esa “medida” de la que Pablo habla? Significa una cantidad limitada. En otras palabras, todos hemos recibido cierta cantidad del conocimiento salvador de Cristo.
Para algunos creyentes, esta medida inicial es todo lo que ellos desean. Desean sólo lo suficiente de Jesús para escapar del juicio, sentirse perdonados, guardar una buena reputación, soportar una hora de iglesia cada domingo. Tales personas están en el “modo de mantenimiento.” Y le dan a Jesús sólo los requisitos básicos: la asistencia a la iglesia, una oración diaria entre dientes, y quizás una mirada rápida a la Escritura. Para abreviar, estos cristianos evitan estar demasiado cerca de Jesús. Saben que si leen mucho de su Palabra o pasan tiempo orando, el Espíritu Santo hará demandas en sus vidas. Y una cosa que ellos no quieren cambiar es su estilo de vida. En sus mentes, conocer a Jesús pone todo lo que valoran en riesgo.
Todavía Pablo deseó lo siguiente para cada creyente: “Y él dio algunos, apóstoles… profetas… evangelistas… pastores y maestros; para el perfeccionamiento de los santos… hasta que todos lleguemos… al conocimiento del Hijo de Dios, hasta un hombre perfecto, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo: para que no seamos de aquí en adelante más niños, llevados de aquí para allá, con cada viento de doctrina, por la destreza de hombres… que engañan; sino hablando la verdad en amor, podamos crecer en él en todas las cosas, en quien es la cabeza, Cristo” (Efesios 4:11-15)
No todo cristiano aspira a este tipo de madurez. Muchos creyentes prefieren un evangelio que sólo habla de gracia, amor y perdón. Claro, que éstas son maravillosas verdades bíblicas. Pero según Pablo, estas consisten en leche básica, y no en carne que una vida madura necesita. ¿Cómo puede crecer a la estatura de Cristo, si se niega a oír un evangelio que le provoca buscar al Señor y caminar en su santidad?
Hebreos nos dice, “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. (Hebreos 5:12-14)
El escritor está diciendo, “Ustedes se han sentado bajo buena enseñanza y predicación durante bastante tiempo. Por ahora, ustedes mismos deben ser maestros. Aún, después de todos estos años, están en el mismo lugar como en el día en que fueron salvos. No conocen nada de la carne de la Palabra de Dios. Todavía son inmaduros, no totalmente crecidos en la justicia.”
Tristemente, por esto muchos cristianos caen en cada novedad espiritual que llega. Ellos son fácilmente desviados, yendo detrás de tonterías. Pero un creyente maduro no es fácilmente movido de su lugar de oración. Él sabe que allí es dónde está el verdadero avivamiento. Y su discernimiento siempre está creciendo, porque pasa tiempo de calidad con Jesús.
Muchos lectores de nuestra lista de correos han expresado frustración de sus iglesias sin vida o de los sermones muertos de sus pastores. Escriben, ‘No podemos encontrar compañerismo que tenga fuego. Tenemos hambre, pero no estamos creciendo.” Algunas personas terminan sus cartas con una nota de queja. Aún otros continúan diciendo que simplemente han decidido pasar más tiempo con Jesús, en oración y con su Palabra. Sus cartas son fácilmente distinguidas de otras. El Espíritu de Cristo emana de cada línea.
Usted probablemente conoce a tales siervos. Siempre están ávidos de compartir alguna nueva verdad que han aprendido en su tiempo con el Señor. Después de todo, lo que llena su corazón no puede evitar salir de sus vidas. En contraste, escuche la charla de otros cristianos. Está centrada en los deportes, las películas, la televisión, el Internet, las modas, los peinados. Usted puede notar lo que consume la mayoría de su tiempo y energía. Están marcados por sus aficiones.
Mas aquellos que están encerrados con Jesús se están preparando para los días por venir. Ya están recibiendo el consuelo de Cristo, en lo profundo de sus almas. Y aunque el mundo entero está en pánico, estos creyentes permanecen en paz.
Mientras más alguien está con Jesús, esa persona llega a ser más como Cristo, en pureza, santidad y amor. A su vez, su caminar en pureza produce en él una gran intrepidez por Dios. La Escritura dice, “El malo huye sin que nadie le persiga: pero el justo es intrépido como un león” (Proverbios 28:1). La palabra para intrépido en este verso significa confiado, seguro. Ése fue el tipo de intrepidez que los gobernantes de la sinagoga vieron en Pedro y Juan.
La Biblia no entra en muchos detalles sobre esta escena. Pero les aseguro, que los líderes religiosos orquestaron para que fuese toda una ceremonia pomposa. Primeramente, los dignatarios solemnemente tomaron sus asientos aterciopelados. Entonces, siguieron los parientes del sumo sacerdote. Finalmente, en un momento de callada anticipación, los sumos sacerdotes vestidos con sus tolas entraron con paso arrogante. Todos se inclinaron cuando los sacerdotes pasaron, mientras caminaban por el pasillo erguidos hacia el asiento del juicio.
Todo esto tenía como finalidad intimidar a Pedro y a Juan. Era como si los gobernantes estuvieran diciendo, “Echen una mirada, pescadores. Consideren el poder y la autoridad que están enfrentando. Deberían hablar suavemente a estos líderes. Ellos son hombres considerados altamente importantes.”
Pero los discípulos no fueron intimidados en absoluto. Ellos habían estado demasiado tiempo con Jesús. Me imagino a Pedro pensando, "Adelante, vamos a comenzar esta reunión. Sólo denme el púlpito y suéltenme. Tengo una Palabra de Dios para esta reunión. Gracias, Jesús, por permitirme predicar tu nombre a éstos aborrecedores de Cristo.”
De repente, el empleado de la corte gritó a los discípulos, “Levántense y enfrenten al juez.” Pedro y Juan buscaron y vieron al sumo sacerdote que los miraba fijamente en silencio glacial. Entonces el sacerdote entonó en voz muy solemne, “¿Por qué poder, y en cuál nombre, han hecho esto?” Él estaba diciendo, en otras palabras, "Nosotros somos la ley por aquí. Y no les dimos autoridad para hacer estas cosas. Así que, ¿por cuál autoridad actuaron ustedes?”
El siguiente versículo comienza, “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo…” (Hechos 4:8). Esto me dice que Pedro no iba a dar ninguna conferencia. Y no iba a ser una callado o reservado. Pedro era un hombre poseído por Jesús, rebozando del Espíritu Santo. Recuerde, los dos discípulos habían venido recientemente del Aposento Alto. Hablando de haber “estado con Jesús”: Pedro y Juan habían confraternizado con el Cristo resucitado. Y ahora Pedro estaba poseído por el Espíritu del mismo Señor resucitado. Aquellos gobernantes de la sinagoga estaban a punto de experimentar el fuego del cielo.
Mientras Pedro habló, yo no me lo imagino parado en un lugar, hablando en tono bajo. Más bien, lo veo paseándose por la sala del tribunal, apuntando y clamando, “Ustedes los ancianos de Israel preguntan, '¿Por cuál autoridad fue este hombre sanado?' Permítanme decirle.” Según Hechos 4, el sermón de Pedro sólo tiene cuatro versículos. Pero yo creo que eso es simplemente un resumen de lo que el apóstol predicó. Imagino a Pedro diciendo, “Escuchen, todos ustedes. Fue en el nombre de Jesús Cristo que este milagro fue realizado. Tuvo lugar exclusivamente a través de su autoridad. Ustedes lo recuerdan, porque ustedes lo crucificaron. Pero Dios lo levantó de los muertos. Él está vivo. Y todo lo que ustedes vieron hoy fue realizado por su poder.”
Ya hemos leído que “el justo está seguro y confiado como un león” (vea Proverbios 28:1). En primer lugar, los siervos de Dios están seguros en su identidad en Cristo. Y segundo, ellos permanecen confiados en la justicia de Jesús. Por consiguiente, ellos no tienen nada que esconder. Pueden estar de pie ante cualquiera con una conciencia limpia.
Pedro tenía este tipo de convicción cuando predicó. Su objetivo no era juzgar o empequeñecer a esos líderes religiosos. Él sólo quería que ellos vieran su pecado y se arrepintieran. Por eso él hizo un llamado al altar, diciendo, “No hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en quién podemos ser salvos” (Hechos 4:12).
Pablo escribe igualmente, declarando primero, “tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios.” (1 Tes. 2:2) Después, unos versículos más adelante, el apóstol hace claro, “Fuimos mansos entre ustedes, como una nodriza cuida sus niños” (2:7).
Aquellos que pasan tiempo en la presencia de Jesús llegan a ser confiados. Por eso no tienen miedo de hablar la verdad. Aún así, no tienen que dar su mensaje en una voz imperiosa. En cada circunstancia, predican el evangelio en amor y misericordia.
En los próximos días, va a ser importante tener esta intrépida convicción. Ya, los vientos de exactitud política han hecho una ofensa del nombre de Jesús para muchos. Pronto, muchos creyentes van a enfrentar persecución, y el desprevenido se doblará bajo la presión. Terminarán acobardándose ante los que odian a Cristo.
Durante mi reciente viaje de predicación en Europa Oriental, un amigo pastor polaco me dijo acerca de una posición que él tuvo que tomar durante los años comunistas. Él trabajó en una fábrica, y su capataz le dijo que los jefes del Partido venían para una reunión importante. El Partido estaría recibiendo a algunos dignatarios extranjeros, y necesitaban que el pastor interpretara.
Mi amigo estuvo de acuerdo, con una condición: “Soy cristiano. Sirvo a Jesús. Así que no beberé.” Él sabía que el vodka fluía en esas reuniones, y le pedirían que compartiera. Pero el capataz estuvo de acuerdo que él no tendría que beber nada.
Al día siguiente, tan pronto comenzó la reunión, el vodka pasaba alrededor. El jefe comunista tomó algo, y también el capataz. Pero cuando la botella llegó al pastor, él la rechazó. Todos miraron alarmados. Le instaron a beber con ellos. El jefe del Partido miró al capataz, como quien dice, "¿Por qué no está bebiendo? ¿Piensa que es mejor que nosotros?” El capataz miró al pastor con furia. Pero aun así el ministro decía que no.
Mi amigo estaba listo para ser encarcelado en el acto. Él podría haber sido perseguido, torturado, separado de sus seres queridos por años. En su mente, no hubo pregunta, sino obedecer. Él no tenía miedo en absoluto. ¿Por qué? Él había estado encerrado con Jesús. Ésa es la única manera que alguien en esas circunstancias podría poseer tal fuerza.
Al siguiente día, su capataz le llamó. “Usted es un hombre afortunado,” dijo. “El jefe del Partido me llamó después de la reunión. Dijo que si alguna vez necesita a alguien en quien pueda confiar para una misión especial, él lo quiere a usted.”
Esos líderes se maravillaron de la confianza y seguridad del pastor. Sabían que no tenía miedo de nada, incluyendo la muerte. Aún el pagano reconoce que tal intrepidez sólo viene de estar con Jesús.
Mientras Pedro y Juan estaban de pies, esperando que el juicio fuera pronunciado, el hombre sanado estaba de pies junto a ellos. Allí, en carne y sangre, estaba la prueba viviente de que Pedro y Juan habían estado con Jesús. Ahora, mientras los gobernantes de la sinagoga miraban, “al hombre que fue sanado en pie con ellos, no podrían decir nada en contra” (Hechos 4:14). Los gobernantes se agruparon, susurrando, “¿Qué podemos hacer? Es claro a todos en Jerusalén que ellos han realizado un verdadero milagro. Y no podemos negarlo” (vea 4:16). Así que dejaron ir a los discípulos.
¿Qué hicieron Pedro y Juan cuándo fueron liberados? “Fueron a su propia compañía, e informaron a todos lo que los principales sacerdotes y ancianos les habían dicho” (4:23). Los santos en Jerusalén se regocijaron con los dos discípulos. Entonces oraron: “Señor, mira sus tretas: y concede a tus siervos que con toda intrepidez puedan hablar tu palabra, extendiendo tu mano para sanar; y que señales y maravillas puedan ser hechas por el nombre de tu Santo Hijo Jesús” (4:29-30).
Estaban orando, en esencia, “Dios, gracias por la intrepidez que has dado a nuestros hermanos. Pero sabemos que éste es sólo el comienzo. Por favor, danos toda la intrepidez para hablar con santa convicción. Y provee la evidencia visible que tú estás con nosotros.”
Sin duda alguna, Pedro y Juan habían visto la mirada de resignación en la cara del sumo sacerdote cuando comprendió que ellos habían estado con Jesús. Pedro debe haber guiñado el ojo a Juan y dicho, “Si sólo supieran. Sólo recuerdan que estábamos con Jesús hace unas semanas. No comprenden que hemos estado desde entonces con el Maestro resucitado. Hace poco estábamos con él, en el aposento alto. Entonces esta mañana también estábamos con él, mientras orábamos en nuestra celda. Y en cuanto salgamos de aquí, vamos a ir a encontrarle de nuevo, con los hermanos.”
Esto es lo que sucede con los hombres y mujeres que se pasan tiempo con Jesús. Cuando salen de su tiempo con Cristo, él está con ellos dondequiera que van.
Cuando llega una crisis, no tienes tiempo para prepararte a ti mismo en oración y fe. Pero aquellos que han estado con Jesús siempre están listos.
Una pareja escribió recientemente a nuestro ministerio en un espíritu que revelaba que habían estado con Jesús. Su carta describió una tragedia inconcebible. Su hija de 24 años había salido con una amiga cuando un loco secuestró a las jóvenes. Él las llevó a un lugar aislado dónde dejó ir a la amiga de la hija. Entonces asesinó a la hija de una forma espantosa.
Cuando la policía describió lo que pasó, la pareja estaba en estado de conmoción. Sus amigos y vecinos preguntaban, “¿Cómo puede cualquier padre sobrevivir este tipo de tragedia? ¿Cómo pueden vivir con el grotesco pensamiento de lo que le pasó a su hija?” Sin embargo, dentro de una hora, el Espíritu Santo había venido a la afligida pareja, trayendo consuelo sobrenatural. Claro, en los días dolorosos que siguieron, esos padres afligidos continuaban preguntándole a Dios por qué. Pera aún así, todo ese tiempo, experimentaron el descanso y la paz divina.
Todos los que conocían a estos padres estaban sorprendidos por su calma. Mas aun, esa pareja se había preparado para su momento de crisis. Ellos supieron todo el tiempo, que Dios nunca permitiría que algo les pasara a ellos sin un propósito subyacente. Y cuando las terribles noticias llegaron, ellos no se hicieron pedazos.
De hecho, estos padres y sus hijos sobrevivientes pronto empezaron a orar por el asesino. Las personas en su pueblo no podrían aceptarlo. Ellos clamaban por sangre. Pero la piadosa pareja habló y enseñó la habilidad de Dios de proporcionar la fortaleza, sin importar lo que pudieran enfrentar. Los habitantes del pueblo reconocieron su fortaleza como viniendo sólo de Jesús. Pronto estaban diciendo de la pareja, “Ellos son un milagro. Es verdadera gente de Jesús.”
Yo vi un ejemplo visible de tal fortaleza en Moscú, cuando hablé a 1,200 pastores. Estos ministros habían venido de toda Rusia, tan lejos como Siberia. Mientras hablaba, el Espíritu Santo me guió a preguntarles si alguno estaba considerando dejar el ministerio. Cientos corrieron en tropel hacia adelante, cada uno buscando oración. Pensé, “Señor, no esperaba esto. ¿Qué quieres que haga con todos estos pastores?”
El Espíritu Santo me recordó los meses que había pasado en oración por estos ministros. También me recordó del amor que Dios había puesto en mi corazón por ellos. De hecho, me había dirigido a orar que cada pastor que viniera a la conferencia saldría sanado y animado. Ahora comprendía que Dios estaba respondiendo esa oración, en una forma que nunca había imaginado. Yo había estado con Jesús todos esos meses anteriores, y ahora él estaba a mi lado aquí. El Espíritu me susurró, “Ora por ellos en el nombre de Jesús. Yo los restauraré.”
Mientras oraba, un santo quebranto cayó sobre esos hombres. Pronto hubo un tierno llanto y alabanza jubilosa. Fui testigo de milagros visibles de sanidad y renovación entre esos pastores. Recientemente, nuestro contacto ruso nos escribió de la duración de la obra del Espíritu desde ese día: “Estamos oyendo testimonios de todas partes. Esos pastores han regresado a sus congregaciones diciendo, 'He venido a casa para exaltar a Jesús.”
Durante una reunión en Rusia, hablé con un pastor que había estado encarcelado por dieciocho años. La cara de este hombre visiblemente brillaba con Cristo. Hoy, él es supervisor de 1,200 iglesias en Rusia. Sin embargo, soporto increíbles penalidades mientras estaba en prisión. “Jesús era real para mí,” él testificaba, “más real de lo que yo he conocido alguna vez en mi vida.”
Por causa de su carácter semejante al de Cristo, el ministro era respetado por todos en la prisión, incluyendo a los presos endurecidos y los guardias rencorosos. Entonces un día, el Espíritu Santo le susurró al pastor, “Vas a ser liberado de aquí en tres días.” Y él le dijo al ministro que testificara sobre esto.
El pastor inmediatamente envió palabra a su esposa y a la congregación acerca de la revelación del Espíritu Santo. Entonces comenzó a decirle a sus compañeros de prisión lo que Dios le había dicho. Ellos se rieron de él desdeñando, mientras decían, “Nadie ha sido liberado alguna vez de este lugar.” Los guardias también se burlaron de él, mofándose, “Morirás aquí, predicador.”
Cuando llegó el tercer día, y el cielo de la tarde oscurecía, un guardia miró al pastor y movió su cabeza. “Que Dios tienes,” y sonrió con desprecio.
Entonces, algo después de las 11 p.m., el altavoz sonó. Una voz llamó el nombre del pastor. “Venga a la oficina inmediatamente,” anunció. "Usted ha sido liberado."
Todos los prisioneros y guardias estaban aturdidos. Mientras el pastor caminaba, le decía a cada uno adiós y les deseó bien. Finalmente, cuando él pasó la puerta de la prisión, vio a su esposa que le esperaba con flores. Mientras el pastor la abrazaba, se volvió para mirar la prisión dónde había pasado dieciocho años. Sus compañeros prisioneros estaban de pie en las ventanas. Y estaban gritando a todo pulmón, ¡Hay un Dios! ¡Hay un Dios! ¡Hay un Dios!”
Dios les había dado evidencia visible. Y pasó a través de ese pastor piadoso que había estado con Jesús cada día de su sentencia de dieciocho años.
¿Qué mayor evidencia de Dios podría haber, que una vida sencilla transformada por el poder sobrenatural de Cristo? Que se pueda decir de ti, “Ese hombre, esa mujer, han estado con Jesús.” Y que nadie pueda negarlo.