EXPULSANDO LA INCREDULIDAD
Estamos viviendo en tiempos de la revelación más grande del evangelio en la historia. Hay más predicadores, más libros, más saturación de los medios de comunicación del evangelio que en cualquier otro momento de la historia. Sin embargo, nunca ha habido más angustia, aflicción y confusión entre el pueblo de Dios. Los pastores de hoy diseñan sus sermones tan sólo para tomar a la gente y ayudarles a lidiar con la desesperación. Predican sobre el amor y la paciencia de Dios, y nos recuerdan que él entiende nuestros momentos de desaliento. Nos dicen: “No te rindas. Ten ánimo. Hasta Jesús se sintió abandonado por su Padre”.
No hay nada de malo en esto. Sin embargo, sigue habiendo una sola razón por la que vemos tan poca victoria y liberación: es la incredulidad. El hecho es que Dios ha hablado con claridad en estos últimos días: “Ya te he dado la Palabra. Está consumado, así que ahora, párate firme en ella.
Hay quienes dicen que estamos experimentando una hambruna de la Palabra de Dios hoy, pero la verdad es que estamos experimentando una hambruna de oír la Palabra de Dios y obedecerla. ¿Por qué? Porque la fe nunca llega a nosotros a través de la lógica o la razón. Pablo declara claramente: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). La única manera de que la verdadera fe se levante en el corazón de cualquier creyente es oyendo, es decir, creyendo, confiando y actuando en, la Palabra de Dios.
¿Estás desanimado? El Señor dice: “Te doy mi Palabra”.
- “Por esto orará a ti todo santo … me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmos 32:6-8).
- “El ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia” (Salmos 33:18).
- “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” (Salmos 34:6).
En sólo tres salmos se nos da suficiente de la Palabra de Dios para expulsar toda incredulidad. Te exhorto ahora: óyela, confía en ella, obedécela. Y, finalmente, descansa en ella.