Fe para lo sobrenatural

Un llamado a creer en la luz sobrenatural de Cristo
David Wilkerson

El Evangelio de Juan nos dice, “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio par que diese testimonio de la Luz,…No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venia a este mundo.” (Juan 1:6-9).

Jesús es la luz descrita aquí. Nos dicen que Cristo es la luz del mundo, “…a fin que todos creyesen por él.” (1:7). Pero, después leemos, “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (1:5, 11).

La incredulidad siempre ha entristecido el corazón de Jesús. Cuando nuestro Señor vino al mundo en la carne, el trajo una luz increíble al mundo. Y el propósito de esa luz era abrir los ojos de los hombres. Pero, a pesar de la asombrosa muestra de luz de Jesús, las Escrituras declaran increíbles ejemplos de incredulidad en el mismo rostro de tal luz.

Juan 12 contiene uno de tales ejemplos. Jesús estaba en Betania cenando en el hogar de Lázaro, Marta y Maria. Ya Cristo había hecho el milagro de levantar a Lázaro de los muertos. Y ahora la gente tenía curiosidad por ver a Jesús. En ese tiempo, el gentío pasaba por el pueblo camino a la fiesta de Pascuas en Jerusalén. Ellos querían un vistazo del hombre llamado Mesías, y el hombre que había resucitado a Lázaro.

En el mismo capitulo, encontramos a esta misma gente agitando ramas de palmeras y cantando hosannas a Jesús mientras entraba a Jerusalén sobre un asno. Ellos estaban viendo el cumplimiento de la profecía que habían escuchado por toda su vida: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de jubilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” (Zacarías 9:9).

Finalmente, en el mismo capitulo, nos dicen de una gran voz que trono del cielo, mientras el Padre glorificaba su nombre. Jesús se volvió a la asombrada multitud y dijo, “No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.” (Juan 12:30).

Quizás ningún otro capitulo en la Biblia contiene tanta prueba de la deidad de Jesús como vemos aquí en Juan 12. Vemos a un hombre que fue levantado de los muertos por mandato de Jesús. Vemos el cumplimiento visual de una profecía conocida por siglos por cada israelita. Y escuchamos una voz literal hablando del cielo.

Cada una de estas cosas sucedió ante una enorme multitud de personas religiosas. Dios le había dado a esta gente su ley, su pacto y sus promesas. Pero, aun después de ser testigos de estas maravillas, la gente tuvo la audacia de cuestionar a Jesús. “Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tu que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado?” (12:34). Ellos estaban diciendo, “Tu dices que vas a ser crucificado. Pero nosotros sabemos que el verdadero Mesías vivirá para siempre.”

Luego la gente hizo una pregunta que absolutamente dejo a Jesús atónito: “¿Quién es este Hijo del Hombre?” (12:34). Cristo habría quedado incrédulo ante la ceguera del pueblo. De hecho, el ni siquiera trato de contestar su pregunta. En vez de eso, el les advirtió, “…andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas…Entre tanto que tenéis luz, creed en la luz…” (12:35-36).

Tenemos que considerar la seriedad de la declaración de Jesús aquí. Él le había revelado a este pueblo su brazo fuerte. Él había hecho milagros ante ellos. Él les había dado el “buen reporte” profetizado por atalayas desde Zacarías hasta Isaías. Pero aun así ellos no creían en él.

La luz había alumbrado en su oscuridad. Pero sus mentes oscurecidas no la comprendieron. (Ver 1:12). La palabra griega para comprender significa “agarrar, echar mano, poseer la verdad que produce vida y poder.” A esta gente se le había dado una verdad transformadora. Pero ellos no la agarraron o echaron mano de ella. Ellos no comprendieron la verdad de Cristo, porque ellos no buscaron poseerla.

“Estas cosas hablo Jesús, y se fue y se oculto de ellos.” (12:36). En este solo verso, encontramos la actitud de Dios hacia la incredulidad. Ciertamente, de cubierta a cubierta en la Biblia, Dios nunca se compadece o tiene pena de la incredulidad. Y lo mismo es cierto en esta escena. Jesús simplemente se alejo del gentío incrédulo. Como resultado, esa gente saldría de Jerusalén en tinieblas, porque ellos no caminaron en la luz que le fue dada. No había mas esperanza de luz para ellos por su incredulidad.

“…andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas…” (Juan 12:35). Las tinieblas aquí significa “ceguera espiritual, confusión, perdida de claridad, oscuridad.” Día a día, una nube de incertidumbre se posaba sobre esta gente. La confusión influenciaría todos los asuntos de su vida.

Con el tiempo, los envolvería totalmente. Su fin seria un corazón de oscuridad.

Realmente, admito que personalmente he sido inundado con la luz de Jesús. En mis cincuenta años de ministerio, he sido testigo del poder del Señor para levantar a los espiritualmente muertos. He visto a muchos Lazaros salir de sus tumbas de drogadicción y alcoholismo. Mi libro La Cruz y el Puñal solo se trataba del poder milagroso de Dios. Tengo una vida de ver a muertos ambulantes vivificados a través de su poder de resurrección.

He visto muchos otros rayos de luz de los nombres de vida de Dios, a las promesas del Nuevo Pacto, al cumplimiento de profecías. En cierto sentido, he sido testigo de todo lo que Juan 12 describe y también mucho más. Ciertamente, Dios ha revelado a su pueblo hoy lo que los ojos de aquellos judíos no vieron. Nosotros no solo conocemos de las Escrituras sino por experiencia que Dios ha preparado grandes cosas para aquellos que le aman. Nos fue dado el Nuevo Testamento para instruirnos en esto. Y nos fue dado el Espíritu Santo para enseñarnos. De la misma manera, nosotros tenemos “mejores promesas,” para que podamos tomar parte de su naturaleza divina.

También hemos recibido maestros, pastores, evangelistas y profetas ungidos que inundan nuestros corazones y mentes con esa luz. Nos sumergen en la verdad, nos llenan de gloriosas promesas y nos recuerdan la fidelidad de Dios para libertarnos una y otra vez. Te pregunto, con todas estas bendiciones maravillosas, ¿Cómo es posible que haya nubes de oscuridad sobre nosotros?

Usualmente, cuando pensamos en oscuridad espiritual, pensamos en ateos. O, pensamos en pecadores hastiados y saciados caminando a tientas en tristeza y vacío. Es cierto, el pecado es “la tierra de tinieblas.” Y el diablo es el príncipe de esas tinieblas. El apóstol Pablo habla de “las obras infructuosas de las tinieblas.”

Pero esa no es la clase de tinieblas que Jesús describe aquí en Juan 12. No, estas tinieblas son una nube de confusión, un espíritu de ceguera, indecisión, un abatimiento de espíritu y mente—y viene sobre los creyentes. Nota que Jesús no dirige esta advertencia a la gente incrédula ni a apostatas. El lo dice directamente a los hermanos santos. El esta hablando de un estado de oscuridad que viene sobre cristianos quienes se niegan a mezclar la Palabra que escuchan con fe. Ellos descuidan agarrar, abrazar y caminar en la luz que les fue dada. Y un día, despiertan y se dan cuenta, “Ya Dios no me habla.”

Me pregunto cuantos cristianos que están leyendo este mensaje ahora mismo están en una nube de confusión. ¿Esto te describe? Quizás tus oraciones no son contestadas. Estas deprimido constantemente. Enfrentas cosas en tu vida que no puedes explicar. Estas desilusionado con tus circunstancias y con la gente. Y continuamente dudas de ti mismo, eres plagado con interrogantes y constantemente examinas tu corazón para ver donde fallaste. Sientes melancolía, desesperación, indecisión y puedes sacudirlo.

Puede que seas un creyente maduro. Por años te has sentado bajo una predicación del evangelio puro. Pero ahora dudas de ti mismo y te sientes inadecuado. No sientes el gozo del Señor como una vez lo sentiste. Así que ahora te preguntas si el Señor tiene una controversia contigo.

Esta es la oscuridad que Jesús advierte que vendrá sobre nosotros, si no aprovechamos y caminamos en la luz que hemos recibido. Déjame preguntarte: ¿Confías en sus promesas? ¿Abarcas su preciosa Palabra? ¿Vas a la ofensiva contra Satanás con la Palabra que escuchaste predicar? O, ¿ignoras las fidelidades pasadas del Señor hacia ti? ¿No confías que el esta contigo y en control de todo lo que tiene que ver con tu vida? Si es así, entonces has dado la entrada a las tinieblas.

Jesús describe a la persona que vive en tinieblas, diciendo, “…porque el que anda en tinieblas, no sabe a donde va.” (Juan 12:35). En otras palabras: “Tal persona ha perdido su camino. Sus pasos están confundidos, esta indeciso, el camina ciego.”

El profeta Isaías describe a tales personas. Los israelitas habían magnificado la ley de Dios y la hicieron honorable. Pero ellos no se apropiaron de lo que sabían de ella. Dios dijo de ellos:

“Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla. Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga: Restituid. ¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Quién atenderá y escuchara respecto al porvenir? (Isaías 42:18-23).

¿Quién entrego esta gente a tal tiniebla? Isaías nos dice en el próximo versículo: “… ¿no fue Jehová contra quien pecamos?” (42:24b) ¿Qué pecado cometieron esta gente, para que fuesen entregados a tal tiniebla? Fue su incredulidad, claro y sencillo. Isaías dice que ellos no caminaron en la luz de la palabra que escucharon. “No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. Por tanto, derramo sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso.” (42:24-25).

Yo se como es entrar en tal nube de tinieblas. Las cosas se ponen confusas. No puedes escuchar una palabra clara de Dios. Tu quieres respuestas rápidas, clamando a Dios, “Oh, Señor, no estoy viéndote ni oyéndote como antes.” Terminas pidiéndole que sea más compasivo, que tenga piedad por tu condición.

Pero lo cierto es, que el Señor no tiene piedad hacia una incredulidad rotunda. El se entristece por ella. El espera que caminemos en la luz que hemos recibido. Debemos confiar en su Palabra y echar mano de sus promesas. Solo al regresar a nuestro conocimiento de su Palabra, y la convicción del Espíritu Santo, podremos salir de las tinieblas.

¿Conoces a cristianos que siempre se quejan de cuan estúpidos o inadecuados se sienten? Se menosprecian constantemente. Se comparan con aquellos que admiran, pensando, “No soy nada como el. No hay esperanza para mi.”

Puede que recuerdes la historia en el Antiguo Testamento de los espías israelitas enviados a revisar la Tierra Prometida. Ellos regresaron diciendo, “Si, es una tierra que fluye leche y miel. Pero también esta llena de gigantes y ciudades fortificadas. No podemos salir contra esta gente. Comparados con ellos, somos como langostas” (ver Números 13).

Ahora, estos hombres no acusaron a Dios. Ellos nunca dijeron, “Dios no puede. El no es lo suficiente fuerte.” Ellos no se atrevieron a pronunciar tal incredulidad. En vez de eso, ellos se fijaron en si mismos, diciendo, “Nosotros no podemos. Somos como pequeños insectos ante nuestros enemigos.”

Pero esto no es humildad. Ni tampoco es un hablar inocente ni inofensivo. Más bien, es una afrenta a Aquel quien es la luz del mundo. Esta luz nos manda a creer, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Ves, cuando te quejas de tus inhabilidades y debilidades, no estas menospreciándote a ti mismo. Estas menospreciando a tu Señor. ¿Cómo? Te estas negando a creer o caminar en su Palabra. Eso es pecar contra la luz; y trae tinieblas.

Los espías israelitas estaban tan enfocados en sus inhabilidades que estaban listos para darse por vencidos. Ellos hasta hablaron de regresar a Egipto. ¿Cuál fue la respuesta de Dios a sus temores e incredulidad? “Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuando me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuando no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” (Números 14:11). Dios los acuso de un pecado: incredulidad.

Hoy, el Señor hace la misma pregunta a su pueblo que le hizo a Israel: ¿Cuándo vas a creer lo que te prometí? Yo te dije que mi fortaleza vendrá a ti en tus tiempos de debilidad. No debes confiar en la fortaleza de tu carne. Yo te dije que usaría a lo débil, lo pobre; lo despreciado de este mundo para confundir a los sabios. Yo soy Jehová, fortaleza eterna. Y yo te haré fuerte a través de mi poder, por mi Espíritu. Así que, ¿Cuándo actuaras en esto? ¿Cuándo confiaras en lo que te digo?”

Nosotros pensamos que cuando fallamos en confiar en Dios en nuestras situaciones diarias, solo nos hacemos daño a nosotros mismos. Pensamos que simplemente estamos perdiendo sus bendiciones. Pero esa no es toda la historia. Primeramente, herimos y airamos a nuestro bendito Señor. Y el nos advierte, “Si no confías en mi, vas a desarrollar un corazón endurecido.”

Leemos en Hebreos: “No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron y vieron mis obras cuarenta anos. A causa de lo cual me disguste contra esa generación, Y dije, siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto jure en mi ira: no entraran en mi reposo. (Hebreos 3:8-11).

¿Qué razón es dada por la cual el pueblo de Dios no pudo entrar en su reposo? ¿Fue por adulterio, codicia, o borrachera? No, fue solamente a causa de incredulidad. Aquí estaba una nación expuesta a cuarenta años de milagros, maravillas sobrenaturales que Dios obro a su favor. Ningún otro pueblo en la tierra fue tan amado, tan tiernamente cuidado. Ellos recibieron revelación tras revelación de la bondad y severidad del Señor. Ellos escucharon una palabra fresca predicada regularmente de Moisés, su profeta líder.

Pero ellos nunca mezclaron esa palabra con fe; por lo tanto, escucharla no les fue de provecho. En medio de todas esas bendiciones, no confiaron que Dios seria fiel. Y al pasar el tiempo, entro la incredulidad. Desde ese momento en adelante, la oscuridad cubrió su peregrinaje en el desierto.

Amado, la incredulidad es la raíz detrás de toda dureza de corazón. Hebreos pregunta, “¿Y con quienes estuvo el disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?” (Hebreos 3:17). La palabra griega para ‘disgustado’ aquí significa indignación, atrocidad, ira. Simplemente, la incredulidad de la gente encendió la ira de Dios contra ellos. Además, los endureció en un espiral continuo de incredulidad: “Mirad, hermanos que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo, antes exhortaos unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.” (3:12-13).

La incredulidad es la madre de todos los pecados. Fue el primer pecado cometido en el Jardín del Edén. Y está a la raíz de toda amargura, rebeldía y frialdad. Por eso Hebreos 3 esta dirigido a creyentes (“Mirad, hermanos”). El escritor concluye con estas escalofriantes palabras: ¿Y a quienes juro que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad. (3:18-19).

Dios le dijo a Israel, “Ustedes no me creyeron cuando les dije que no tenían nada que temer, que yo pelearía por ustedes. Olvidaste completamente que yo te crié como una criatura y cuide de ti. Nunca confiaste en mi, aunque yo salí ante ti, te di una nube para refugiarte del sol ardiente, te di fuego de noche para alumbrar tu camino y darte consuelo en la noche negra. En vez de eso, diste voz a tus dudas, me difamaste, y me hiciste ver como mentiroso” (ver Deuteronomio 1:27-35). Juan repite esta ultima frase en el Nuevo Testamento, diciendo, “…el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso…” (1 Juan 5:10).

El Señor dice a su pueblo, “Te escuche cuando hablabas. Has estado diciendo cuan inadecuado eres, cuan abandonado te sientes, cuan insignificante es tu vida. Te digo, esto me hace enfadar. De hecho, me enfada tanto que no permitiré que sigas adelante y entres en mi reposo. Estoy a punto de entregarte a una vida de deambular desértico.”

Puedes ser salvo, lleno del Espíritu, y caminar santamente ante Dios, pero aun ser culpable de incredulidad. Puedes pensar, “Yo no tengo incredulidad.” Pero, ¿te molestas cuando las cosas van mal? ¿Temes fallarle a Dios? ¿Estas inquieto, temeroso del futuro?”

El creyente que tiene fe incondicional en la promesa de Dios disfruta de absoluto reposo. ¿Qué caracteriza este reposo? Una confianza plena y absoluta en la Palabra de Dios, y una dependencia total en su fidelidad a esa Palabra. Ciertamente, el reposo es la evidencia de fe.

Puedes pensar: ¿Cómo el corazón de un creyente se endurece en incredulidad? Vemos una ilustración alarmante en Marcos 6. Los discípulos estaban en un bote camino a Betsaida, navegando en la oscuridad. De repente, aparece Jesús, caminando sobre las aguas. Los doce pensaron que era un fantasma y temblaron de miedo. Pero Cristo les aseguro, “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Marcos 6:50). Entonces el entro al bote, y ceso el viento.

El próximo versículo dice todo acerca de los corazones de los discípulos en ese momento: “…y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aun no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.” (6:51-52). (El significado griego de endurecido aquí indica “como piedra, ceguera, incredulidad terca.”) Nos recuerdan que estos acababan de experimentar un increíble milagro. Ellos habían visto a Jesús alimentando a cinco mil personas con solo 5 panes y dos peces (con doce canastas de sobras recogidas después). Y el uso a los doce para hacerlo. Cuando Marcos nos dice que los discípulos “no consideraron” este milagro, el quiere decir, “Ellos no podían entenderlo.”

¿Seria porque no tuvieron un servicio para reflexionar sobre el milagro que habían visto? ¿Por qué no tenemos un recuento de los discípulos cayendo ante su maestro y adorándolo como Dios? ¿Por qué no hay maravilla, ni temblor, ni temor santo? Evidentemente, ellos simplemente se fueron de la escena, entraron al barco y comenzaron a remar. Entonces, después que fueron testigos de tan increíble milagro, ellos se asombraron que el viento fue calmado por mandato de Jesús.

Les digo, el endurecimiento llega cuando sacamos el “sobre” de lo sobrenatural. Estos hombres no tuvieron la fe para creer lo que acabaron de ver que Jesús hizo. Dentro de veinticuatro horas, ellos descartaron su alimentación milagrosa como un evento natural. Ellos aun tenían dudas del poder sobrenatural de Cristo.

En Marcos 8, una vez mas, Jesús alimento a un gentío – este enumeraba cuatro mil personas – con solo siete panes y unos cuantos peces. Nuevamente, los discípulos recogieron varias canastas de sobras (ver Marcos 8:5-8). Sin embargo, Cristo discernió que los discípulos aun no aceptaban su poder de obrar milagros. Así que el les pregunto: “¿Aun tenéis endurecido vuestro corazón?” (8:17).

Yo creo que había otro asunto al corazón de la incredulidad de los discípulos. Esto es, que estos hombres simplemente no creían que Dios mismo quisiera pasar tal tiempo con ellos. Además, el los estaba usando para mostrar su poder divino.

Me imagino a los discípulos después de esta segunda alimentación, enmudecidos. Ellos quizás pensaron: “Esto no puede estar sucediendo. Si Jesús realmente es Dios, ¿Por qué nos escogería a nosotros para compartir en tan increíble poder? ¿Por qué come y duerme con nosotros? Nosotros somos solo pescadores, sin educación, sin habilidades. ¿Por qué camino sobre las aguas para entrar a nuestro pequeño barco, en vez de revelarle este milagro a un grupo mas digno?”

Quizás tu pensaste lo mismo en algún momento, acerca de ti mismo: “Existen billones de personas en la tierra. ¿Por qué Dios me hablo a mí? ¿Por que me escogió a mi?” Te diré por que: fue un milagro absoluto. Tu conversión fue totalmente sobrenatural. No fue solo uno de aquellos eventos naturales sin explicación que a veces toman lugar. No, no hubo nada natural en esto.

¿Por qué? Porque no hay nada natural acerca de esta vida cristiana. Es toda sobrenatural. Es una vida que depende en milagros desde el principio (incluyendo tu conversión). Y simplemente no puede ser vivida sin fe en lo sobrenatural.

Píenselo: los ángeles que acampan alrededor tuyo son seres sobrenaturales. El poder que te mantiene en Cristo es totalmente sobrenatural. El mundo vive en tinieblas, pero tú tienes luz. ¿Por qué? Es porque tú vives en un reino sobrenatural. No es nada natural que tu cuerpo sea templo del Espíritu Santo. Nada es natural acerca de ser la habitación del Dios sobrenatural del universo.

Sin embargo, a menudo aquí es donde ocurre el endurecimiento. La gente comienza a atribuir las obras sobrenaturales de Dios en sus vidas a lo natural. ¡No, nunca! Es peligroso olvidar sus milagros. Es atemorizante mirar atrás a las maravillas divinas y decir, “Solo sucedió.” Cada vez que sacas lo sobre de lo sobrenatural, tu corazón se endurece un poco más.

Querido santo, simplemente tienes que aceptar esto por fe: el mismo Dios sobrenatural que alimento a multitudes de miles con solo unos cuantos panes obrara sobrenaturalmente en tu crisis también. Su poder de obrar milagros te libertara de toda atadura. Te dará poder para caminar en libertad. Y el usara tu debilidad—ciertamente, tu estado mas bajo—para mostrarle al mundo sus milagros de poder para guardar.

De allí viene nuestra creencia. Los tiempos difíciles están garantizados para todos los que siguen a Jesús. Pero cuando llegan esos tiempos—cuando somos asediados por tentación o desesperación; y necesitamos un milagro—debemos decir con confianza, “Hazlo otra vez, Señor. Tú has obrado milagros en mi vida antes. Tú has librado a tus siervos en forma sobrenatural a través de la historia. Hazlo otra vez, y glorifícate. Que tu fuerza se perfeccione en mi debilidad.”