Fe Sobre Milagros
Llega un momento en que ciertas situaciones de la vida están más allá de la esperanza humana. No hay ningún abogado, ningún médico, ningún medicamento o cualquier otra cosa que pueda ayudar. La situación se ha vuelto imposible. Requiere un milagro o de lo contrario acabará en una devastación.
En tales momentos, la única esperanza que queda es que alguien llegue a Jesús. Esa persona tiene que asumir la responsabilidad de apoderarse de Jesús; y tiene que determinar: “No me iré hasta oír del Señor. Él tiene que decirme: Está hecho. Ahora sigue tu camino”.
En el Evangelio de Juan, vemos a una familia así en crisis: “Había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo” (Juan 4:46). Esta era una familia distinguida, pero un espíritu de muerte se cernía sobre el hogar mientras los padres cuidaban a su hijo moribundo. Alguien de esa familia atribulada sabía quién era Jesús y había oído hablar de su poder milagroso. Llegó la noticia a la casa de que Cristo estaba en Caná, a unos cuarenta kilómetros de distancia. Desesperado, el padre determinó llegar hasta el Señor. La Escritura nos dice: “Cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él” (Juan 4:47).
La Biblia dice que “le rogó [a Jesús] que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir” (4:47). ¡Qué maravillosa imagen de intercesión! Este hombre dejó todo a un lado para buscar al Señor para que le diera una palabra.
Cristo le respondió: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” (Juan 4:48). ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Le estaba diciendo al noble que una liberación milagrosa no era su necesidad más urgente. En cambio, el problema número uno era la fe del hombre.
Cristo deseaba más para este hombre y su familia. Él quería que creyeran que él era Dios hecho carne. Así que le dijo al noble, en esencia: “¿Crees que es a Dios a quien suplicas por esta necesidad? ¿Crees que soy el Cristo, el salvador del mundo?“ El noble respondió: “Señor, desciende antes que mi hijo muera” (Juan 4:49). En ese punto, Jesús debió haber visto fe en este hombre. Fue como si Jesús dijera: “Él cree que yo soy Dios encarnado”, porque a continuación leemos: “Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive” (Juan 4:50).