Fronteras de Prejuicio
“Clemente y misericordioso es Jehová, lento para la ira, y grande en misericordia. Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmos 145:8-9).
Si te preguntan si eres una persona misericordiosa, probablemente responderías: “Yo creo que soy misericordioso. En mi mayor esfuerzo, simpatizo con los que sufren. Intento ayudar a los demás y cuando la gente me lastima, los perdono y no les guardo rencor”.
Todos los verdaderos cristianos tienen una buena dosis de misericordia por los perdidos y los heridos, ciertamente, y eso es algo por lo que estar agradecido. Pero la triste verdad es que hay prejuicios en nuestros corazones que corren como ríos profundos y, a lo largo de los años, han abierto fronteras a los prejuicios.
Por lo que dicen las Escrituras, sabemos que nuestro Salvador nunca rechazaría el clamor desesperado de una prostituta, un homosexual, un drogadicto o un alcohólico que ha tocado fondo. Las misericordias de Cristo son ilimitadas: no tienen fin. Por lo tanto, como su iglesia, el cuerpo representativo de Cristo en la tierra, no podemos desechar a nadie que clame por misericordia y liberación.
Por todo el mundo, el pueblo de Dios está experimentando sufrimiento, aflicciones y torturas más que nunca en su vida. Y hay un propósito divino y eterno en la intensidad de estas batallas espirituales y físicas que ahora se soportan en el verdadero cuerpo de Cristo. “Sus misericordias sobre todas sus obras”.
Jesús nunca estableció ejércitos vengativos y llenos de odio; él no usó armas carnales. En cambio, derribó fortalezas con su poderosa bondad. Nuestro Señor tiene un solo plan de batalla: amor tierno y misericordioso. De hecho, el amor es el motor de todas sus obras en la tierra. Él es la expresión plena del amor de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
Cuanto más oscuros se vuelven los días, más necesitará el mundo consuelo, esperanza y amor. La gente tendrá que ver que otros han estado en la batalla de sus vidas y fueron ayudados. Necesitamos poder decir: “He probado que el Cristo al que sirvo es misericordioso y bondadoso. Me ha amado a través de todo; y su amor y misericordia también pueden ser tuyos”.
No importa cuán desesperadas parezcan las cosas, él tiene una tierna misericordia por ti, para ayudarte a superarlo.