Gloriándote en la Obra de Dios en Tu Vida
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3:1). En este momento están ocurriendo cosas que nunca podríamos haber imaginado. Jesús predijo que los hombres se convertirían en amadores de sí mismos, amadores del dinero, aborrecedores, soberbios y arrogantes. Hoy, si alguien tiene el descaro de mencionar el pecado, se le llama intolerante y se convierte en un paria. A medida que la palabra de Dios es puesta en el margen de la cultura, el pecado prevalece cada vez más.
Como cuerpo de Cristo, no nos atrevemos a estar dormidos frente a estas cosas. El Antiguo Testamento habla de los hijos de Isacar, que eran “entendidos en los tiempos” y tenìan la habilidad para tratar con el mundo (ver 1 Crónicas 12:32). ¿Se puede decir lo mismo del cuerpo de Cristo hoy?
Si discernimos los tiempos, sabemos que este no es un momento para medias tintas. La única forma de “tratar con el mundo” es no dejar que la iglesia siga como de costumbre. Jesús dijo acerca de ciertos espíritus demoníacos: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:21). En estos tiempos, nuestras oraciones tienen que ser fervientes, porque sin un cambio espiritual, las cosas se ven demasiado sombrías.
En medio de la oscuridad, Jesús nos llama a ser luz. Y este es nuestro mensaje para este momento: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Dios ha hecho obras asombrosas en la vida de su pueblo y cada uno de nosotros está llamado a proclamar su gloria a través de un testimonio que puede llamarse digno de gloriarse, digno de ser alabado y exaltado.
¿Cómo se ve un testimonio digno de gloriarse? Pablo dice: “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor” (2 Corintios 10:17). Para poder gloriarnos como lo describe Pablo, debemos tener una jactancia digna de la gloria de Dios. Por ejemplo, Esteban era un diácono que distribuía comida a las viudas, un buen testimonio en sí mismo. Pero su testimonio digno de gloriarse llegó cuando predicó a una multitud incrédula y los provocó tanto que lo apedrearon, convirtiéndolo en el primer mártir de la iglesia.
Nuestro testimonio digno de gloriarnos vendrá sólo del poder de Dios, no de nuestra propia fuerza, celo o esfuerzo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9, NVI).