HAMBRE DE DIOS

David Wilkerson

Cuando el avivamiento irrumpió en Jerusalén, un ángel le habló al apóstol Felipe, indicándole que fuera al desierto de Gaza, donde encontraría a un diplomático etíope sobre un carro. Felipe encontró al hombre que leía en voz alta el libro de Isaías, así que le preguntó al oficial: “¿Entiendes lo que lees?” (Hechos 8:30).

Aparentemente el diplomático estaba estancado en un pasaje que lo desconcertaba: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:9-11).

Trata de imaginar la emoción del etíope mientras leía estas cosas maravillosas. Evidentemente, estaba hambriento de Dios, o no habría estado leyendo las Escrituras. Y ahora la profecía de Isaías revelaba la venida de un rey eterno. Con cada revelación, el diplomático debe haber pensado: “¿Quién es este maravilloso hombre?”

Primero, “Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.” (Hechos 8:35). Felipe explicó al diplomático: “El hombre del que estás leyendo ya vino. Su nombre es Jesús de Nazaret, y Él es el Mesías.”

Luego, Felipe le explicó Isaías 53:11: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.” Felipe le dijo al diplomático, en esencia; “El padecimiento de Cristo fue la Crucifixión. Es allí donde fue cortado y sepultado. Pero el Padre le levantó de la muerte, y ahora está vivo en gloria. Todo el que confiese Su nombre y crea en Él vendrá a ser Su hijo. De hecho, la descendencia de Cristo vive en todas las naciones. Así es como Su vida se prolonga, por medio del Espíritu Santo en Sus hijos. Y ahora tu puedes ser Su hijo también”.

Que increíble noticia escucharon los oídos del etíope. No me asombra que él haya estado ansioso por saltar de su carro y ser bautizado. “Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.” (Hechos 8:37-38).