Intimidad con Dios

De su presencia vienen las obras de Jesús

En el pasado, el nombre de Vince Lombardi era muy familiar para cada habitante de Estados Unidos. Él era un icono cultural en los años 60 por su éxito en la NFL como entrenador de fútbol. Pero su enfoque del entrenamiento se aplicó a muchos aspectos de la vida, y la gente reparó en ello. Incluso las madres que estaban en casa sabían de los dichos de Lombardi porque sus hijos de primaria lo citaban con tanta frecuencia como los líderes de negocios renombrados a nivel mundial.

La primera vez que Lombardi obtuvo un trabajo de entrenador, sus jugadores del equipo “Los empacadores de Green Bay” fueron un equipo muy habilidoso. Ellos sabían cómo identificar un bombardeo aéreo o qué esperar de un defensa 4-3. Cuando Lombardi entró por primera vez a la sala de juntas llevando en la mano un balón de futbol, ellos pensaban: qué sabiduría especial les iría a dar a ellos. ¿Él se centraría en ofensiva o defensiva? ¿Podría traer una estrategia completamente diferente a los esquema?

“Caballeros,” dijo Lombardi, simplemente tomando el balón, “Esto es un balón de fútbol”. Sonaba tan gracioso. Pero lo que Lombardi estaba diciendo era, “Nosotros comenzaremos con lo básico. Porque todos nosotros necesitamos saber por qué estamos aquí.”

Cada cristiano que este leyendo esto debe preguntarse así mismo: “¿Se yo por qué estoy aquí?” Es una pregunta crucial para cualquier seguidor de Jesús. Todos nosotros debemos de preguntarnos eso con frecuencia. Como un líder en el ministerio, a veces me pregunto en lo personal y a mis colaboradores: “¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuál es nuestro propósito?”

Una respuesta corta, superficial, es que dirigimos un ministerio a nivel global para construir el cuerpo de Cristo, alcanzar a los perdidos, y ministrar con amor al necesitado. Hacer esto significa que necesitamos saber cómo hacerlo – como hacer planes, estrategias y establecer sistemas. Y lo hacemos. Pero la respuesta real a mi pregunta – “¿Por qué estamos aquí?” – es la misma para un discípulo joven en Cristo y un líder experimentado en el ministerio. La respuesta es: “Nosotros estamos aquí para ministrar a Cristo.”

He visto un patrón terrible en la iglesia en las décadas pasadas. Comenzó con el movimiento de igle-crecimiento, un fenómeno que dio origen a la idea que algunas estrategias corporativas pueden hacer avanzar el reino de Dios. Si a la gente de esos movimientos respondieran “La pregunta Lombardi” acerca del propósito de estar aquí, ellos podrían admitir, “Estamos aquí para ser grandes, para expandirnos, para atraer a más.”

Si tú ves ese como tu propósito en el reino de Dios, estás perdido. No me mal entiendas. El crecimiento de la iglesia o alcanzar a los perdidos no es algo malo. Y sería un error decir que el igle-crecimiento sea todo malo. Pero este movimiento re-enfocó la visión de la iglesia en una manera trágica. Nos desvió de nuestra fuente de vida, Jesús, y nos dirigió hacia nuestros propios propósitos y panes.

Déjame repetir mi respuesta a la pregunta de Lombardi, que se aplica a todos los creyentes, la iglesia y a quienes queremos alcanzar. Estamos aquí para ministrar a Cristo. Y no podemos ministrar a nuestro Salvador y Señor a menos que comencemos estando en su presencia.

Ningún cristiano jamás será mal dirigido, mal guiado o desviado si él o ella comienzan en la presencia de Cristo y nunca lo abandonan.

Ningún personaje Bíblico necesitó un plan estratégico más que el Rey David. El enfrentó enemigos armados que hacían necesario pensar rápido en situaciones de vida o muerte. También él tuvo que regir a un reino dividido entre Israel y Judá. Así que, ¿cómo fue que David logró sus propósitos de traer gloria a Dios y terminar siendo el rey más famoso de Israel?

No fue por un pensamiento estratégico. David se movía en victoria porque en cada situación su corazón estaba ministrando al Señor. La Biblia hace esto muy claro en sus acciones y toda su adoración que escribió en los Salmos. Ministrar al Señor siempre fue prioridad para David, y así él perseveró en la obra que Dios poso delante de él.

Samuel fue conocido como un gran profeta de Israel – pero no por sus relaciones estratégicas con los reyes y los líderes de aquél tiempo. La escritura deja muy claro que Samuel tuvo un corazón que ministraba al Señor desde su temprana edad. Aun cuando era niño, Samuel continuamente estaba en el templo buscando la presencia de Dios – esa relación, más que cualquier otra cosa, le dio a Samuel su gran influencia con gente desde la más sencilla hasta los más altos oficiales de aquella tierra.

David y Samuel nos muestran que para hacer la obra de Dios, debemos estar en su presencia. Y esta misma verdad, está vigente hoy en día para todo creyente: Seguir al Señor significa enfocarte en Cristo, que tu centro de vida sea Cristo, y tu fuerza venga de Cristo. La Biblia llama a Cristo el Alfa y la Omega—el principio y el fin de todas las cosas – y eso se aplica a nuestras vidas. Él debe de ser todo para nosotros.

Se dice que no hay divisiones en la labor del reino de Dios. Todos somos llamados al ministerio, sin importar qué trabajo tengamos o que vocación tengamos. He conocido a muchas personas de bajos recursos, a indigentes en todo el mundo y algunos son poderosos evangelistas para el Señor. Todos tienen una cosa en común con el renombrado predicador Billy Graham: Cuando tú los conoces, sabes bien que ellos han pasado tiempo en la presencia de Dios. Eso es lo que hace la gran diferencia, sin importar la situación que esté pasando en nuestras vidas.

Es fácil hasta para el más dedicado cristiano desviarse de su propósito de ministrar a Jesús.

A muchos ministerios hoy en día les resulta más cómodo implementar planes que permanecer en la presencia de Jesús. La nueva “normalidad” para los líderes de la iglesia es ser unos estrategas más que ministros. Pienso también que algunos pastores temen estar en la intimidad con Dios. Después de todo, es mucho más fácil hacer una estrategia en nuestras fuerzas que mantener a Cristo como el centro, consultándolo a él para todo.

Para ser claros, cuando hablo de permanecer en la presencia de Dios o tomar dirección de él, no estoy hablando de algo místico o de una experiencia sobrenatural. Muchos de nosotros tenemos una idea errónea del significado de “estar en la presencia de Dios.” Tendemos a pensar que es un sentimiento o una emoción o un momento sobrenatural. Todas estas cosas pudieran acompañar la presencia de Dios, pero no la definen. La presencia de Dios es simplemente su ser, su compañía. No necesitamos ninguna experiencia de su presencia sobrenatural para que sea una realidad en nuestras vidas.

Con el Espíritu Santo viviendo en nosotros, tenemos la certeza de la presencia de Dios en nosotros – y esto es algo increíble, como Pablo decía: “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27, RV1960).

En los tiempos del antiguo testamento, el Señor hizo notoria su presencia desgarrando los cielos o manifestándose él mismo a través de una columna de fuego o una nube. Cuando Jesús vino, cambió la manera de experimentar la presencia de Dios. A través de Cristo, nosotros actualmente tenemos la oportunidad de ver la presencia de Dios. La vida de Cristo revela exactamente como es Dios en verdad – como está absolutamente lleno de amor, gracia, misericordia, poder, verdad y justicia. El hijo de Dios vino a la tierra como una representación exacta de la naturaleza de nuestro Padre Celestial.

Y es aun más increíble que compartamos esa naturaleza divina, a través del Espíritu Santo quien vive en nosotros. Una transformación toma lugar cuando nosotros aceptamos a Cristo: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2°Pedro 1:3-4, RV1960, mi énfasis).

Así que, ¿significa esto que tenemos la naturaleza de Dios en nosotros? Significa que no debemos de intentar ser santos; somos santos, por la virtud de su presencia en nosotros. No tenemos que intentar ser aceptados; somos hechos aceptos por medio de él. No tenemos que intentar ser buenos, ya somos buenos por su divina naturaleza, la cual reside en nosotros a través de su Espíritu Santo.

Alguna vez has pensado, ¿cómo sería vivir cada día totalmente sin vergüenza? ¿Ser completamente sin culpa, sin miedo a ninguna acusación? ¿Qué efecto tendría esta libertad en tu vida? Te puedo decir: Tendrías una vida sin miedo. Vivirías sin ataduras. Podrías hacer cualquier cosa que el Señor te dirija, sin obstáculos ni condenación.

Amigo, ésta es exactamente la vida que Jesús te ha traído. Aunque probablemente no haya llegado aún ahí, ¿o si? La mayoría de nosotros no hemos llegado – pero tenemos el potencial. Es por eso que Pablo nos exhorta con su propio ejemplo: “prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios” (Filipenses 3.14 – 15 RV1960).

Aunque podemos ser libres de condenación, nunca podremos tener total libertad de nuestras batallas mentales.

Así como Pablo nos señala, esto es solo la naturaleza del mundo espiritual en el que nos movemos: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celeste” (Efesios 6:12).

Cuando nos sumergimos en la palabra de Dios, sus promesas van tomando en nuestras mentes más fuerza que ningún otro mensaje que el enemigo nos envíe. La autoridad de su Palabra rompe las cadenas del miedo, duda e incredulidad que nos estorban. “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo” (1°Corintios 2:16).

Aquí encontramos otro aspecto de la presencia de Dios en nosotros: tenemos la mente de Cristo. No importa qué luchas mentales estés enfrentando, nuestra posición siempre es de victoria, porque nosotros vivimos y nos movemos en la presencia de Dios. Incluso en nuestros peores días estamos unidos a él, cimentados y firmes en paz por la vida y mente de Cristo en nosotros. Romper cadenas es solo el principio del trabajo de Jesús en nosotros. Entre más tiempo pasemos con él, más nos prepara para hacer su obra. “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1°Juan 3:8 RV1960).

Para hacer las obras que Cristo hizo, tenemos que vivir la vida de Cristo. Esto pudiera sonar como una herejía para ti. Pero como Juan nos instruye: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1°Juan 2:6). Si no llevamos la presencia de Cristo en nuestro diario vivir, simplemente no tenemos el derecho de hacer sus obras. ¿Por qué? Porque esas obras nacen en su presencia. Jesús dice aun de sí mismo, “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19).

Tener intimidad con él es el inicio de nuestro empoderamiento para realizar sus obras en la tierra. Nosotros simplemente no podemos avanzar en sus obras sin él. Los insto: Reúnanse con su Salvador en oración. Recuerden sus maravillosas promesas a través de su palabra. Él es fiel para guiarte, por medio de la presencia de su Espíritu que habita en ti. Haz de éste el primer paso para hacer las obras de Cristo: conocerlo íntimamente. Esta es la obra con que puedes comenzar hoy mismo. ¡Amen!