JESÚS ES EL SEÑOR DE TODO
Cuando Pablo compareció en la corte oyó cargos absurdos en su contra: “Este hombre es un fanático político. Es un alborotador que agita a la población judía en todo el mundo. Y es un cabecilla de la secta de los nazarenos e incita grandes multitudes contra Roma. ¡Es culpable de sedición!”
Todo esto fue una trampa de sus oponentes, pero Pablo vio una trampa aún mayor: El mismo Satanás estaba tratando de sacarlo de su mensaje central en Jesús.
Como orador experto, Pablo, fácilmente podría haber enfrentado a sus oponentes. Pero se negó a enredarse en su lucha política. Él hizo esa elección por el bien del evangelio que predicaba.
Eventualmente, Pablo fue llevado ante el rey Agripa para defenderse. Pero en la corte real, Pablo eligió predicar a Cristo. A su propio riesgo, le contó osadamente a Agripa, su historia dramática: “¡Rey, oí la voz del Señor! Él me hizo caer de mi caballo y me dijo Su nombre. Él dijo que Él era Jesús” (ver Hechos 26:13-14).
El rey se emocionó con el mensaje de Pablo. Se negó a emitir un juicio sobre el apóstol, en lugar de ello, decretó que sea enviado a Roma para presentarse en la corte de César. Durante la noche anterior al traslado de Pablo, el Señor se puso a su lado y le dijo: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11).
Ese era todo el aliento que Pablo necesitaba. Cuando estuvo delante del máximo dirigente político de la época, Pablo mantuvo su mensaje: “¡Jesús es el señor de todo!”
Así es como nos convertimos en un testimonio de esperanza en un mundo que no tiene esperanza alguna. Cuando alguien nos pregunta, podemos responder con confianza y fe: “Jesús es mi esperanza y paz. No necesito este mundo, sólo lo necesito a Él”.