A Jesús Nada lo Toma por Sorpresa
“Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron… Y fue lanzado fuera el gran dragon… fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apocalipsis 12:7-9).
Estamos en una guerra entre dos poderes eternos: los principados y potestades de Satanás, y el único Hijo de Dios, Jesús. Esta guerra comenzó hace eones en el cielo con el arcángel Miguel y un ejército de ángeles que luchaban contra Lucifer y los ángeles rebeldes que se habían alineado con él.
Satanás perdió la batalla y fue arrojado a la tierra con los otros ángeles insubordinados (que constituían un tercio de todos los ángeles del cielo) y comenzó a librar una guerra contra el pueblo de Dios. Él nombró a personas poseídas por demonios para que fueran profetas, maestros, incluso gobernantes de naciones, y los envió a difundir su impío “evangelio”. Pero el diablo tenía un problema. Él no podía ganar conversos a través de sus enseñanzas ni persuadir a nadie de su evangelio porque éste no producía vida ni proporcionaba paz, gozo o poder sobre la esclavitud del pecado. Entonces tuvo que recurrir a la guerra.
La guerra que Satanás libra, siempre ha sido en contra del pueblo de Dios, aquellos que creen y predican a Jesucristo como Señor. Pero nuestro Señor nunca es tomado por sorpresa. Él conoce el final desde el principio y sabía que el diluvio de Satanás contra la iglesia tenía que ser frustrado antes de que los consumiera.
El Señor proclama: “Nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación… Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies” (Malaquías 4:2-3). Cuando el infierno pareciera haber ganado, el cielo clamará: “La ayuda está en camino. ¡No temas! Las puertas del infierno no prevalecerán contra el pueblo de Dios”.
¡Qué día será cuando los hombres malvados se den cuenta de que el mismo nombre que intentaron borrar por completo ahora se presenta ante ellos como su Juez! ¡La divinidad de nuestro Señor será innegable y toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor!
Jesús les preguntó a los doce discípulos: “¿Quién decís que soy?” y Pedro respondió: “Tú eres el Cristo” (Marcos 8:29). Que nuestra respuesta sea la misma que la de Pedro, y que esa sea nuestra confesión ante el mundo entero, ahora y para siempre. ¡Jesús ha ganado la guerra!