La ayuda que siempre esta presente en tiempo de necesidad

David Wilkerson

Considera una de las promesas más poderosas de la Palabra de Dios:

“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.

“Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella, no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz y se derritió la tierra. ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!….que hace cesar las guerras.” (Salmo 46:1-7, 9).

Qué maravillosa palabra. He leído este pasaje una y otra vez, docenas de veces y todavía me siento admirado por él. La Palabra de Dios aquí es tan poderosa para nosotros, tan inalterable, él nos dice: “Nunca mas necesitas temer. No importa si el mundo entero está en tumulto o alboroto. La tierra puede temblar, los océanos pueden embraverse, y las montañas pueden desmoronarse en el mar. Las cosas pueden estar en completo caos, una conmoción total a tu alrededor.

“Pero a causa de mi Palabra, tendrás paz como un río. Mientras todas las naciones bramen, poderosas corrientes de gozo se derramarán sobre mi pueblo. Llenara sus corazones de alegría y regocijo.”

Ahora mismo, el mundo entero está viviendo un tiempo de angustia y temor. Las naciones están temblando a causa del terrorismo, sabiendo que no hay ninguna región inmune a un ataque. Se acumulan los problemas y sufrimientos personales. No obstante, en medio de todo esto, el Salmo 46 resuena para todo el pueblo de Dios alrededor del mundo: “Yo estoy en medio tuyo. Yo estoy, contigo, a través de todo esto. Mi pueblo no será destruido ni movido. Yo seré una ayuda siempre presente para mi iglesia.”

¿Puedes entender lo que el Señor nos está diciendo en este Salmo? Nuestro Dios está disponible para nosotros en cualquier tiempo, día o noche. Está, continuamente, a nuestra mano derecha, dispuesto a hablarnos y guiarnos. Y él ha hecho esto posible dándonos su Espíritu Santo para que habite en nosotros. La Biblia nos dice que Cristo mismo está en nosotros y que nosotros estamos en él.

Sin embargo, dudo que cualquier cristiano comprenda totalmente esta verdad. Si somos honestos, admitiremos que nuestro concepto de la presencia viviente de Dios, es inadecuado. Muchos de nosotros nos imaginamos al Espíritu Santo como morando en alguna capillita que él ha construido en nuestro corazón. Entonces, cuando lo necesitamos, corremos a esa capilla y golpeamos la puerta hasta que el conteste.

Este concepto no es en nada bíblico. Creo que el Señor desea ampliar esto para nosotros, por medio de este Salmo. Él sabe que todos enfrentamos profundas necesidades y problemas. Todos nos encontramos con torbellinos, tentaciones, tiempos de confusión que hacen que nuestras almas tiemblen. Su mensaje para nosotros en este Salmo, es para tales tiempos. ¿Cuál es el mensaje? Simplemente esto: Si nos rendimos al temor--si nos deprimimos y nos llenamos de desesperación--estamos viviendo absolutamente contrarios a su verdadera presencia en nuestras vidas.

Pedro escribe: “por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina.” (2 Pedro 1:4). La paz sobrenatural es una parte de la naturaleza divina de Dios. Y de todas sus preciosas promesas, el Salmo 46 es una palabra que necesitamos para obtener su paz como un río. Permíteme compartir lo que he aprendido sobre esta materia.

Pablo afirma: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.” (Romanos 7:21). “…porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12).

Hay un muy real enemigo de nuestras almas. Y este enemigo está trabajando contra nosotros, día y noche. Pablo quiere asegurarse que comprendemos esto. Si no es así--si ignoramos de cuál es nuestra batalla y con quién estamos peleando—entonces con seguridad seremos derrotados.

Desde los Evangelios hasta las Epístolas y hasta el Apocalipsis, todo el Nuevo Testamento nos advierte que no ignoremos los artimañas de Satanás. Esto no significa que debemos temer o que magnifiquemos el poder del diablo. Pero, Satanás todavía es el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2). Y el gobierna un imperio perverso de poderes demoníacos. Estos principados cumplen su constante orden de acosar continuamente al pueblo de Dios.

Es extremadamente peligroso estar ciegos a las artimañas de Satanás. Simplemente tenemos que aceptar que nuestra batalla presente no es humana. No importa la lucha que enfrentemos, o contra cual pecado asediante luchemos. Tenemos que darnos cuenta, esto no es meramente acerca de una imperfección en nuestro carácter. No es algún mal hábito que debemos esforzarnos en nuestra carne por sacarlo. Nuestro conflicto no es nada menos que una batalla sobrenatural que se esta desplegando en regiones celestes espirituales.

Es por eso que Pedro insiste: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.” (1 Pedro 5:8-9). Pedro experimento esto de primera mano. Jesús le había advertido: “Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Cristo sabía que el demonio quería a este apóstol. Y Jesús le dio una amplia advertencia a Pedro de lo que le iba a venir.

Si esto te describe, Satanás y sus potestades vendrán detrás de ti con acusaciones, impedimentos, mentiras que desbordarán tus pensamientos. Serás tentado, perseguido, interrumpido en tus oraciones. Debes saber, que todo esto es una conspiración de maldad, lanzado directamente contra tu fe.

Hace años, invité a un piadoso profeta del Señor, para que hablara en una de nuestras reuniones. Siempre había admirado tremendamente a este hombre. Él era una de las personas más humildes que he conocido, un simple carpintero que raramente predicaba. Empero, cuando predicaba, el Espíritu de Dios caía tan poderosamente que la gente era conmovida tan profundamente como yo nunca he experimentado.

Eso es exactamente lo que estaba sucediendo la noche que él habló en mi servicio. Entonces de repente, en medio de su mensaje, paró. Bajó el púlpito y me llamó a un lado. Con una voz calmada, pero, temblando, me susurró: “David, necesito que ores por mí. Por favor, pon tus manos sobre mí ahora mismo. Pensamientos demoníacos me están asaltando. No he experimentado esto en años. Están desbordando en mi mente y no puedo sacudirlos.”

Mi primer pensamiento fue, ‘quizás me equivoque con este hombre.’ Pero, de hecho, lo opuesto fue verdad. Aquí había un siervo consagrado para Jesús como pocos lo eran. Y Satanás venia contra él en el momento menos esperado: cuando estaba en medio de una poderosa obra espiritual.

Este humilde hombre rogó, “David, tu me conoces. Tú sabes que estos no son mis pensamientos. Tenemos que tomar autoridad sobre ellos o yo no puedo seguir.” Oramos y pronto el asalto terminó. Mientras el servicio siguió, yo pude considerar cuan siempre presente están los ataques del enemigo contra el pueblo de Dios.

Pablo comprendió que se trataba esto. Cada día de su vida, Satanás molestaba a este devoto apóstol con ataques atormentadores del infierno mismo. Tenemos un informe de estos asaltos en el libro de Los Hechos y en las propias epístolas de Pablo. Lo vemos abofeteado en cada vuelta, en el cuerpo, en la mente y en el espíritu, hasta llegar al punto de la muerte física. En un punto, Pablo declara claramente, “Satanás nos estorbó” (1 Tes. 2:18). Sin embargo, a pesar de todo, Pablo dice, que Dios le abasteció con una gracia más que suficiente.

Satanás no se molestara en atormentar a sus propios hijos. Eso es porque él no tiene controversia con ellos. Jesús dice de esta clase de gente: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan 8:44). No, las armas del diablo son apuntadas contra unos pocos selectos. Él esta detrás de aquellos que han dispuesto sus corazones para buscar a Cristo. Estos santos tienen un amor apasionado por Jesús, y se han encerrado en la cámara secreta de la oración para buscarle. Han determinado caminar en el Espíritu y obedecer su Palabra.

Si tú eres uno de tales creyentes, hay una cosa que debes saber: Nunca estarás libre de los asaltos del enemigo. Satanás tiene algo en la mente y esto es socavar tu fe. Él quiere que dudes de la fidelidad de Dios. De esta manera, te bombardea con problemas y pruebas hasta que finalmente llegues a pensar: “¿Cómo puede el Señor estar conmigo en medio de todo esto?”

Hoy muchos siervos de Cristo de mucho tiempo, están empezado a dudar del Señor en medio de sus pruebas. Simplemente no entienden lo que están pasando. He hablado con varios pastores quienes han pasado días de ayuno y oración solo para salir dudando de la existencia de Dios. Estos santos no se dan cuenta que están bajo ataque espiritual.

No te equivoques: los ataques del enemigo son particularmente fieros en estos últimos días. En mi opinión, nuestra generación necesita la dirección de Dios más que ninguna otra. Sin embargo, Satanás quiere convencernos que cuando más desesperadamente necesitamos de Jesús, nuestro Señor nos abandonará.

Esta clase de ataques simplemente no va a parar hasta que Cristo regrese. Por supuesto, experimentaremos tiempos de gracia debido a la misericordia del Señor. Pero, la realidad es, que estamos en una batalla constante. Y debemos reconocerla como tal.

La frase “siempre presente” significa “siempre aquí, siempre disponible con acceso ilimitado.” En cortas palabras, la presencia constante del Señor está siempre en nosotros. Y si el esta siempre presente en nosotros, entonces él desea una conversación continua con nosotros. Él quiere que hablemos con él sin importar donde estemos: en el trabajo, con la familia, con los amigos, aún con los no creyentes.

Me niego a aceptar la mentira que Satanás ha lanzado sobre mucho del pueblo de Dios: que el Señor ha dejado de hablar a su pueblo. El enemigo quiere que pensemos que Dios ha permitido que Satanás aumente en poder e influencia, pero que el no ha equipado a su propio pueblo con mayor autoridad. ¡No, nunca! La Escritura dice: “cuando el enemigo venga como un río desbordado, el Espíritu del Señor levantará bandera contra él.” (Isaías 59:19). No importa lo que el enemigo traiga en contra de nosotros. El poder de Dios en su pueblo siempre será mayor que los asaltos de Satanás.

Este versículo de Isaías se refiere actualmente a la porta estandarte, quien siempre iba adelante del ejército de Israel. El Señor siempre guió a su pueblo en la batalla detrás de su poderoso estandarte. De la misma manera hoy, Dios tiene un poderoso ejército de huestes celestiales quienes cabalgan bajo su bandera, listos para ejecutar sus planes de batalla a nuestro favor.

Puedes preguntar, “Entonces, ¿cómo trae Dios su ayuda en nuestros problemas?” Su ayuda viene en el don del Espíritu Santo quien mora en nosotros y hace la voluntad del Padre en nuestras vidas. Pablo nos dice una y otra vez, que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Somos el lugar en la tierra donde el Señor habita.

Por supuesto, a menudo repetimos esta verdad en nuestras adoraciones y testimonios. Sin embargo, muchos de nosotros, aun no lo tomamos con seriedad. Simplemente no comprendemos el poder que reside en esta verdad. Si en realidad lo entendiéramos y confiamos en ella, nunca mas estaríamos temerosos o consternados.

Yo, ciertamente, no me echado mano de esta lección por completo. Aun después de todos mis años como ministro, todavía estoy tentado a pensar que debo lograr alguna emoción para oír a Dios. No, el Señor está diciendo: “No tienes que pasar horas esperando por mí. Yo habito en ti. Estoy presente para ti, noche y día.”

Escucha el testimonio de David: “Bendeciré al Señor que me aconseja; Aun en las noches me enseña mi conciencia. Al Señor he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra no seré conmovido.” (Salmo 16:7-8). David está declarando: “Dios está siempre presente delante de mí. He determinado tenerlo presente en mis pensamientos. Fielmente él me guía día y noche. Nunca tengo que estar confundido.”

Oigo a algunos cristianos decir: “El Señor nunca me habla. Nunca he oído su voz.” Yo cuestiono esto. ¿Cómo podemos declarar que el Espíritu de Dios vive y obra en nosotros, pero él no nos habla? Si decimos que vivimos y caminamos en el Espíritu—si el siempre está presente en nuestro corazón, siempre a nuestra mano derecha, listo para dirigir nuestras vidas--entonces él quiere conversar con nosotros. Él desea tener un diálogo, escucharnos y también hablar a nuestras vidas.

Algunos creyentes temen escuchar las “voces interiores.” Piensan que terminarán siendo engañados por su carne, o peor, por el enemigo. Lo hicieron antes y terminaron en un desastre. Estoy de acuerdo que esta es una preocupación válida para cada siervo de Jesús. Después de todo, el diablo le habló a Cristo mismo. Y él les habla, incluso, a los más santos del pueblo de Dios.

Pero, muy a menudo, esta clase de precaución se convierte en un temor paralizante. Y este temor impide que muchos cristianos se lancen en fe, confiando en el Espíritu de Dios para que fielmente guíe sus pasos. Lo cierto es que, aquellos que pasan tiempo en la presencia de Dios, aprenden a distinguir su voz de tantas otras. Jesús dijo de sí mismo: “…las ovejas le siguen, (al pastor) porque conocen su voz….Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen.” (Juan 10:4,27).

Aquí está nuestro resguardo, Jesús, el Buen Pastor, nunca permitirá que Satanás engañe a ningún santo que confía plenamente en su presencia constante. Él promete hablar claramente a todos aquellos que se comunican diariamente con él. Por contraste, si no damos un paso en fe--si nos negamos a confiar en la guianza del Señor—con seguridad caeremos en decepción. ¿Por qué? Si no confiamos que su Espíritu nos habla, la única voz en la que confiaremos será la de nuestra carne.

Cada vez que el Espíritu Santo habló, aquellos que escucharon, supieron inequívocamente que era su voz. Y el Espíritu habló con instrucciones claras, precisas y detalladas.

Considere la instrucciones del Espíritu al gentil Cornelio: “Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro. Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas” (Hechos 10:5-6). ¡Y hablar de instrucciones detalladas!

Mientras tanto, Dios le dio similares instrucciones detalladas a Pedro, diciéndole que hombres de Cornelio estaban en el camino: “…le dijo el Espíritu: He aquí tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende, y no dudes ir con ellos, porque yo los he enviado.” (Hechos 10:19-20

El Espíritu obró de la misma manera también en la vida de Pablo. En Hechos 9, cuando todavía se llamaba Saulo, estuvo ciego por tres días en Damasco. Dios instruyó a un hombre llamado Ananías para que fuera donde Pablo y orará por él. Estas fueron sus instrucciones detalladas: “Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.” (Hechos 9:11-12).

Encontramos al Espíritu Santo dando aún más específicas instrucciones en el Hechos 27. Pablo estaba en una nave que, por varios días, había sido sacudida fuertemente por una tormenta. Precisamente cuando los marineros estaban vencidos, Pablo fue movido a animarlos con este detallado mensaje:

“Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.”(Hechos 27:22-24). Ciertamente, todo sucedió como Pablo dijo.

Dime, ¿dónde dice la Escritura que el Espíritu Santo dejó de dar instrucciones detalladas al pueblo de Dios? ¿Cuándo dejó el Espíritu de estar presente en nuestras vidas? ¿Cuándo se retiró su presencia de nuestra mano derecha? Si el demonio habla a sus propios hijos ¿porqué el Señor menospreciaría a su propio pueblo?

Pero, debemos comprender: el tipo de caminar sensible que nos permite oír la voz de Dios no viene de la noche a la mañana. El Espíritu tiene que enseñarnos a buscarle en nuestra vida diaria. Sólo entonces podrá dirigir nuestros pasos. El Salmista habla de este proceso de aprendizaje: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger.” (Salmo 25:12).

Si reconocemos a Dios en todos nuestros caminos, él será fiel en hablarnos. Su Palabra promete: “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.” (Proverbios 3:6). A través de mis más de cincuenta años de ministerio, he citado este versículo frecuentemente. Sin embargo, algunas veces no lo mezclo con fe.

Muchas veces el Señor me ha hablado, diciendo: “Has esto David… No hagas eso….” En pocas ocasiones, he acallado su voz en mi mente y he hecho mi propia voluntad. En cada ocasión, Dios permitió que cayera en una confusión costosa. Él dice: Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy el Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir. ¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar.” (Isaías 48:17-18).

Mi amante Padre sigue librándome de mis fracasos. Y todavía estoy aprendiendo. Quiero que su paz sobrenatural fluya como un río en mi alma.

Israel nunca aprendió a confiar en la siempre presente ayuda de Dios. El Señor les guió a través del desierto con una columna de nube de día y un pilar de fuego en la noche. Estas obras sobrenaturales eran recuerdos visibles al pueblo de Dios de su presencia constante entre ellos. Él estuvo a su diestra cada hora del día. Y él los dirigió como un pastor benévolo y cuidadoso. Cuando ellos le obedecieron, estuvieron seguros y en paz, sin importar los obstáculos que tuvieran que enfrentar.

Sin embargo, a pesar de la guianza amorosa de Dios: “… no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación. Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos. Por tanto, consumió sus días en vanidad, Y sus años en tribulación.” (Salmo 78:22-23, 33). ¿Puedes ver lo que el Salmista dice aquí? Él esta conectando la nube y fuego sobrenaturales en la salvación de Dios. Confiando en esas señales, literalmente, podrían haber salvado las vidas de los israelitas. Pero, debido a que no confiaron en la obra de Dios a su favor, terminaron perdidos, vagando en confusión por el resto de sus días.

Ahora, quiero volver donde empezamos, con el Salmo 46. Creo que este salmo es un cuadro de la “tierra prometida” del Nuevo Testamento. Verdaderamente, el Salmo 46 representa el reposo divino aludido en Hebreos: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9). El Salmo 46 describe este reposo al pueblo de Dios. Habla de su fuerza siempre presente, su ayuda en tiempo de problemas, su paz en medio del caos. La presencia de Dios está con nosotros todo tiempo y su ayuda siempre llega a tiempo.

Ahora, quiero volver donde empezamos, con el Salmo 46. Creo que este salmo es un cuadro de la “tierra prometida” del Nuevo Testamento. Verdaderamente, el Salmo 46 representa el reposo divino aludido en Hebreos: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9). El Salmo 46 describe este reposo al pueblo de Dios. Habla de su fuerza siempre presente, su ayuda en tiempo de problemas, su paz en medio del caos. La presencia de Dios está con nosotros todo tiempo y su ayuda siempre llega a tiempo.

¿Cómo reacciona él a nuestra incredulidad? Él dijo de las murmuraciones de Israel: “Por eso me disgusté contra aquella generación y dije: ‘Siempre andan vagando en su corazón y no han conocido mis caminos.’… ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.” (Hebreos 3:10, 17-19).

También se nos advierte: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.” (Hebreos 4:1, 11).

Hoy, escucho al Señor preguntándole a su iglesia: ¿Crees que todavía hablo a mi pueblo? ¿Crees que deseo darte mi ayuda y guianza? ¿Crees, realmente, que deseo hablarte diariamente, en cada hora, momento tras momento?” Nuestra respuesta tiene que ser como la de David. Este piadoso hombre sacudió al mismo infierno cuando hizo esta declaración sobre el Señor: “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:9).

Aquí esta el pacto de Dios prometido para cada generación que cree a su Palabra y que él quiere decirnos a nosotros: “El plan de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones.” (Salmo 33:11). ¡El Creador del universo anhela compartir sus pensamientos con nosotros!

La Escritura remarca esto claramente: Nuestro Dios habló a su pueblo en el pasado, está hablando a su pueblo ahora, y continuará hablándonos hasta el fin del tiempo. Más sobre este punto: Dios desea hablarte a ti sobre tu problema hoy. Él puede hacerlo a través de su Palabra, por medio de amigos piadosos, o a través de la voz quieta y apacible del Espíritu, susurrándote, “este es el camino, camina en él.”

Pero, no importa los medios que él use, reconocerás su voz. Las ovejas conocen la voz de su Pastor. Y él es fiel para “guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra” (Salmo 97:10).