LA BÚSQUEDA DE UN PADRE AMOROSO
Después de que Adán y Eva comieron el fruto prohibido en el Huerto del Edén, se escondieron de Dios cuando lo oyeron caminar en el huerto, al aire del día (ver Génesis 3:8). Y después de que David pecó con la esposa de uno de sus guerreros principales y luego arregló que mataran al hombre en la batalla para poder casarse con la misma mujer, vemos a David retraerse en sí mismo. Él se negó a ir a la batalla y en lugar de ello, se escondió en el palacio. Él había perdido por completo su pelea y tenía miedo de enfrentar a Dios con un pecado no confesado.
David nunca pensó que se había salido con la suya respecto a su pecado; por el contrario, él era un hombre muy preocupado, lleno de culpa, que escribió por la angustia de su corazón: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51:11-12).
En el caso de Adán y Eva, y también de David, las abundantes bendiciones de Dios habían sido evidentes, sin embargo, el pecado entró. Por la culpa, se escondieron de Dios, pero su Padre amoroso los buscó por su gran amor y los trajo de vuelta a la comunión con él.
Del mismo modo, si estás huyendo de Dios debido a un pecado no confesado, él ve tu agonía y se aflige por ello. Él no se complace en verte adolorido y él dará el primer paso para reconciliarte con su corazón. Él puede enviar a alguien para reprenderte y desafiarte, como envió al profeta Natán al rey David (ver 2 Samuel 12:1-15), o puede usar otros medios. Pero su amor por ti no le permitirá quedarse sentado y dejarte ir.
¡La misericordia de Dios está completamente más allá de mí! Pero cuando estás quebrantado delante de él, aunque puedan haber consecuencias dolorosas por tu pecado, su gracia te permite salir de las sombras y renovar tu comunión con él.