La Esperanza No Es un Sentimiento
Oímos mucho sobre la esperanza, de políticos, de libros, de multimedia. Pero lo que se ofrece en cada uno de estos mensajes no parece durar. Es posible que nos entusiasmemos y animemos por lo que escuchamos en tales mensajes; de hecho, podemos vernos renovados y esperanzados por un tiempo. Pero lo que se ofrece no es una esperanza fija y experimentada y pronto se desvanece.
El mundo entero anhela una esperanza firme. La esperanza no es un sentimiento. ¿Cuántas veces te ha fallado tu expectativa de algo bueno? ¿Cuántas veces ha sido aplastada tu esperanza humana? El clamor interno de multitudes en todo el mundo en este momento es: “Alguien, en algún lugar, por favor, deme algo de esperanza, algo que dure”.
Muchos libros maravillosos han sido escritos por personas que mantuvieron la esperanza a través de sus terribles tragedias y dificultades. Sus testimonios nos animan, dando un gran impulso a nuestra fe. Pero, nuevamente, nuestra esperanza se desvanece cada vez que surge una prueba severa en nuestras propias vidas. Los sufrimientos que soportamos destruyen cualquier esperanza firme que creíamos tener.
Pablo escribió a la iglesia en Tesalónica: “No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13). El libro de Hebreos nos dice que tenemos una “esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo” (Hebreos 6:18-19). En resumen, el camino hacia la esperanza comienza con estar completamente seguros de que estamos bien con Dios. Estamos hablando de la seguridad de que tenemos paz con Dios: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
De la misma manera, Pablo ora: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). Según Pablo, cuando se trata del tema de la esperanza, la obra del Espíritu Santo debe estar involucrada.
En un famoso y antiguo himno de la iglesia, Edward Mote escribió: “Mi esperanza se basa en nada menos que la sangre y la justicia de Jesús”. De hecho, esto es paz: creer en la promesa de Dios de que por la fe en la sangre derramada de Cristo, él me considera justo. Y su justicia no me es conferida por ningún bien que yo haya hecho, todo es por fe.