La fe sin intimidad no es fe

David Wilkerson

Siempre quedo pensativo por la pregunta que Jesús hace en Lucas 18:8: “…No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” ¿A que se refería el Señor con esto? Mientras observo la iglesia de Jesucristo hoy en día, pienso que ninguna otra generación ha estado tan centrada en la fe como la nuestra.

Todos el mundo parece estar hablando de la fe. Abundan los sermones sobre el tema. Clases y conferencias toman lugar por todo el país acerca de la fe. Libros sobre el tema llenan los libreros de las librerías cristianas. Multitudes de cristianos a tropel asisten reuniones para ser levantados y entusiasmados por un mensaje acerca de la fe.

En la actualidad, existen predicadores de fe, maestros de fe, movimientos de fe, hasta iglesias de fe. Claramente, si existe un tipo de especialización de temas tomando lugar hoy en la iglesia, es sobre el asunto de la fe.

No obstante, tristemente, lo que la mayoría de las personas consideran como fe en la actualidad no es fe en absoluto. En efecto, Dios rechazara mucho de lo que es llamado y practicado como fe. Simplemente no lo aceptara. ¿Por que? Es una fe corrompida.

En la actualidad, muchos predicadores totalmente humanizan el tópico de la fe. Ellos describen la fe como si tan solo existiera para ganancia personal o para llenar necesidades propias. He escuchado a algunos pastores decir, “La fe no es acerca de pedirle a Dios lo que necesitas. Es acerca de pedirle lo que sueñas. Si lo puedes soñar, lo puedes tener.”

La fe que estos hombres predican esta atado a la tierra, arraigado en este mundo, materialista. Anima a los creyentes a orar, “Señor, bendíceme, prospérame, dame.” No consideran las necesidades de un mundo perdido. No puedo enfatizarlo lo suficiente: esta clase de fe no es la que Dios esta deseando de nosotros. No puedo ser acerca de ganancia sin santidad.

Existe una doctrina de fe particularmente peligrosa que esta siendo defendida hoy en día. Esta afirma que los creyentes más santos son aquellos que han “trabajado su fe” para obtener una vida cómoda para sí mismos. Según esta doctrina, las personas que debemos emular son aquellas que conducen los autos más grandes y caros, y son dueños de las casas más grandes y lujosas.

Esto es una herejía absoluta. Si fuera así, entonces los creyentes más santos fueran aquellos que estafan a los demás en sus finanzas. Significaría que nuestra concentración diaria seria buscar cada oportunidad para ganancia propia. Eso simplemente no es el evangelio de Jesucristo.

“…No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lucas 18:8).

Sin embargo, mi enfoque en este mensaje no es acerca de predicadores de prosperidad ni doctrinas de ganancia personal. Es acerca de aquellos que verdaderamente aman a Jesús, y quieren vivir por fe en una forma que le agrada a él. Mi mensaje a tales creyentes es este: toda fe verdadera nace de intimidad con Cristo. En efecto, si tu fe no sale de esa intimidad, no es fe a su vista.

Mientras leemos Hebreos 11, encontramos un denominador común en las vidas de las personas mencionadas. Cada uno tenía una característica particular que denota la clase de fe que Dios ama. ¿Cuál era este elemento? Su fe nació de una intimidad profunda con el Señor.

El hecho es, que es imposible tener una fe que agrada a Dios sin compartir intimidad con él. ¿Que quiero decir con intimidad? Estoy hablando de una cercanía al Señor que sale de añorarlo. Esta clase de intimidad es un vínculo personal, una comunión. Viene cuando deseamos al Señor más que cualquier otra cosa en esta vida.

Miremos tan solo cuatro ejemplos de siervos llenos de fe que caminaron cerca de Dios, como fueron mencionados en Hebreos 11:

1. Nuestro primer ejemplo es Abel. Las Escrituras declaran, “Por la fe Abel ofreció a Dios un mejor sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó el testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y por la fe, estando muerto, todavía habla.” (Hebreos 11:4).

Segundo, Abel tuvo que construir un altar al Señor, en el lugar donde hacia sus sacrificios. Y el no ofrecía tan solo corderos sin mancha para el sacrificio, sino que también la grosura de esos corderos. Las Escrituras nos dicen, “También Abel, por su parte, trajo de los primogénitos de sus ovejas y de la grosura de los mismos.” (Gen. 4:4).

¿Que significa la grosura aquí? Le libro de Levítico dice lo siguiente de la grosura, “Es una comida, una ofrenda presentada por fuego de aroma grato. Toda la grasa pertenece al Señor.” (Lev. 3:16). En resumen, la grosura en comida para Dios.

Veras, la grosura era la parte del sacrificio que hacia ascender un aroma dulce. Esta parte del animal se encendía rápidamente y era consumido, trayendo un aroma dulce. El Señor dijo acerca de la grosura, “Éste será un estatuto perpetuo para los descendientes de ustedes, dondequiera que habiten: No se comerán la grasa ni la sangre.” (3:17). La grosura es del Señor.

“Es una comida, una ofrenda presentada por fuego de aroma grato. Toda la grasa pertenece al Señor.” (Levítico 3:16).

Aquí la grosura es como un tipo de oración o comunión que es aceptable a Dios. Representa nuestro ministerio al Señor en la habitación secreta de oración. Y el Señor mismo dice que tal adoración íntima sube a él como un aroma de dulce sabor.

La primera cita acerca de este tipo de adoración en la Biblia es por Abel. Abel permitió que el sacrificio y la grosura fueran consumidos en el altar del Señor. Eso significa que él esperó en la presencia de Dios hasta que su sacrificio subió al cielo.

Por esta razón Abel aparece en la lista de la sala de la fe en Hebreos 11. Él es el tipo de siervo que estaba en comunión con el Señor, ofreciéndole a él lo mejor que tenia. Como Hebreos declara, el ejemplo de Abel vive hoy como testimonio de una fe viviente y verdadera: “…estando muerto, todavía habla.” (Hebreos 11:4).

¿Cómo obtuvo Abel tal fe? Piensa en las asombrosas conversaciones que este joven escucho entre sus padres, Adán y Eva. La pareja obviamente hablaba de sus primeros días en el jardín con el Señor. Sin duda, ellos mencionaron sus tiempos de comunión maravillosa con Dios, caminando y hablando con él durante el atardecer.

Imagínate lo que pasaría por la mente de Abel mientras él escuchaba estas historias. Probablemente, pensó, “Que maravilloso debió ser. Mi padre y mi madre tuvieron una relación viva con el Creador mismo.”

Mientras Abel consideraba esto, quizás tomo una decisión en su corazón: determino que no viviría de la historia de sus padres. No se podía conformar con una mera tradición pasada a él. Él necesitaba tener su propio toque de Dios.

Podría ser que Abel se dijo a sí mismo: “No quiero escuchar mas acerca de experiencias pasadas con el Señor. Quiero conocerlo ahora por mí mismo, hoy. Quiero una relación con él, tener compañerismo y comunión con él.”

Esta es la misma clase de “grosura” que debemos ofrecerle a Dios hoy. Como Abel, debemos darle lo mejor de nuestro tiempo, en nuestra habitación secreta de oración. Y debemos pasar suficiente tiempo allí, en su presencia, permitiéndole que consuma nuestras ofrendas de adoración y compañerismo íntimo.

Ahora, compara la ofrenda de Abel con la de su hermano, Caín. Caín le llevó fruta al Señor, una ofrenda que no requería un altar. No hubo grosura, ni aceite, nada para ser consumido. Como resultado, no hubo aroma dulce que subiera al cielo.

En otras palabras, no hubo intimidad, ningún intercambio personal entre Caín y el Señor. Ves, Caín llevó un sacrificio que no requería que el se quedara en la presencia de Dios, buscando su compañerismo. Por esta razón las escrituras dicen que la ofrenda de Abel fue, “más excelente” que la de Caín.

Ahora bien, no se equivoque: Dios honró el sacrificio que Caín le llevo. Pero el Señor mira el corazón, y él sabia que Caín no añoraba estar en su presencia. Eso estaba claro por el sacrificio que Caín escogió para ofrecerle.

En mi opinión, Caín representa a muchos cristianos en la actualidad. Tales creyentes van a la iglesia cada semana, adorando a Dios y pidiéndole que les bendiga y prospere. Pero ellos no tienen deseos por intimidad con el Señor. Ellos quieren que su Padre celestial les conteste sus oraciones, pero no desean una relación con él. Ellos no buscan su rostro, ansían su cercanía, ni añoran su comunión. Como Caín, ellos simplemente no tienen deseos de quedarse en su presencia.

Por contraste, el siervo intimo y fiel busca el toque de Dios en su vida. Como Abel, no se conformara con menos. Este siervo se dice a sí mismo, “He determinado darle al Señor todo el tiempo que él requiera de mí en compañerismo. Ansió escuchar su voz suave y queda hablándome. Así que me voy a quedar en su presencia hasta que él me diga que esta satisfecho.”

2. Enoc también disfruto de un compañerismo cercano con el Señor. En efecto, su comunión con Dios fue tan intima, que el Señor le trasladó a la gloria con el mucho antes que su vida hubiera terminado en la tierra. “Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios.” (Hebreos 11:5).

¿Por que el Señor escogió trasladar a Enoc? Las palabras de apertura de este verso nos dicen claramente porque: fue a causa de su fe. Además, la frase de cierre nos dice que la fe de Enoc agradó a Dios. La palabra raíz griega para agradar aquí significa plenamente unidos, completamente de agradable, en unidad total. En resumen, Enoc tuvo la comunión más cercana posible con el Señor que cualquier ser humano pudo disfrutar. Y este compañerismo íntimo era agradable a Dios.

La Biblia nos dice que Enoc comenzó a caminar con el Señor después que engendro a su hijo, Matusalén. Enoc tenía sesenta y cinco años en ese tiempo. El entonces pasó los próximos 300 anos compartiendo con Dios íntimamente. Hebreos aclara que Enoc estaba tan en contacto con el Padre, tan cerca de él durante horas de comunión, que Dios decidió llevarlo a casa con él. El Señor le dijo a Enoc, en esencia, “No puedo mas contigo en la carne. Para aumentar mi intimidad contigo, tengo que traerte a mi lado.” Así que Dios se lo llevo volando a la gloria.

Según las Escrituras, fue la intimidad de Enoc que tanto agrado a Dios. A nuestro conocimiento, este hombre nunca obró un milagro, nunca desarrollo una teología profunda, y nunca hizo grandes obras dignas de ser mencionadas en las Escrituras. En su lugar, leemos esta simple descripción de la vida de este fiel hombre: “Enoc caminó con Dios.”

Enoc tuvo comunión intima con el Padre. Y su vida es aun otro testimonio de lo que significa caminar verdaderamente en fe.

3. Nuestro próximo ejemplo de un caminar de fe cercano con Dios es Noé. Hebreos nos dice, “Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe.” (Hebreos 11:7).

Mientras leemos la historia de este hombre en Génesis, descubrimos que “Más Noé halló gracia ante los ojos del Señor.” (Gen. 6:8). El próximo verso nos dice como él encontró gracia: “…Noé andaba con Dios” (6:9). Claramente, Noe conocía la voz de Dios. Cada vez que el Señor le hablaba, él obedecía. Una y otra vez leemos, “Entonces Dios dijo a Noé…” y “…Noé hizo conforme a todo lo que el Señor le había mandado.” (Ver 6:13, 22; 7:1, 5; 8:15, 18).

Trata de imaginarte el tiempo que Noé habrá pasado a solas con Dios. Después de todo, él tenía que recibir instrucciones detalladas del Señor acerca de cómo construir el arca. Sin embargo, la intimidad de Noé con Dios fue mas allá de la dirección que recibió. Las Escrituras dicen que el Señor compartió su corazón con Noé, mostrándole la maldad en los corazones humanos. Y él le reveló sus planes a Noé para el futuro de la humanidad.

4. Abrahán también compartió un compañerismo íntimo con el Señor. Considera la forma en que Dios mismo describió su relación con este hombre: “…Abrahán, mi amigo” (Is. 41:8). De igual manera, el Nuevo Testamento nos dice, “Creyó Abraham a Dios…” “…y fue llamado amigo de Dios.” (Stgo. 2:23).

Que increíble elogio, ser llamado el amigo de Dios. Muchos cristianos han cantado el himno muy conocido, “Que amigo tengo en Jesús.” Estos pasajes bíblicos hacen llegar esa verdad con poder. Tener al Creador del universo llamar a un hombre su amigo parece algo que va mas allá de la comprensión humana. Sin embargo, esto sucedió con Abrahán. Es una señal de la gran intimidad de este hombre con Dios.

La palabra hebrea que Isaías usa para amigo aquí significa afecto y cercanía. Y en griego, las palabras de Santiago para amigo significan un asociado querido y cercano. Ambas insinúan una intimidad profunda y compartida.

Mientras más cerca estamos de Cristo, más grande nuestro deseo de vivir totalmente en su presencia. Además, comenzamos a ver más claramente que Jesús es nuestro único y verdadero fundamento.

La Biblia nos dice que Abrahán, “porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.” (Hebreos 11:10). Para Abrahán, nada en esta vida era permanente. Las Escrituras dicen que el mundo era “un lugar extraño” para él. No era un lugar donde echar raíces.

Sin embargo, Abrahán no era un místico. El no era un ascético con aires de santidad y vivía en una neblina espiritual. Este hombre vivió una vida sencilla, profundamente involucrado en los asuntos del mundo. Después de todo, él era dueño de miles de cabezas de ganado. Y él tenía suficientes sirvientes como para formar una pequeña milicia. Abrahán tuvo que ser un hombre muy ocupado, dirigiendo a sus sirvientes y comprando y vendiendo ganado, ovejas y chivos.

Todavía, de alguna manera, a pesar de sus muchos asuntos de negocios y responsabilidades, Abrahán encontró tiempo para tener intimidad con el Señor. Y porque él caminaba bien cerca con Dios, estaba cada vez más insatisfecho con este mundo. Abrahán era rico, prospero, con suficientes cosas buenas para mantenerlo ocupado. Sin embargo, nada en esta vida podía distraerlo de anhelar por la ciudad celestial que estaba adelante. Cada día, él anhelaba más y más estar cerca de ese mejor lugar.

La ciudad celestial por la cual Abrahán sentía anhelo no era un lugar literal. Más bien, era estar en casa con el Padre. Veras, la palabra hebrea para esta frase, “ciudad celestial” es Pater. Sale de la palabra raíz que significa Padre. Así que la ciudad celestial que Abrahán buscaba era, literalmente, un lugar con el Padre.

¿Que significa esto para nosotros hoy en día? Significa que movernos hacia esa ciudad celestial no es tan solo acerca de lograr el cielo alguno día en el futuro. Es acerca de anhelar experimentar diariamente la presencia del Padre ahora mismo.

El libro de Hebreos nos dice que los cuatro hombres que mencione – Abel, Enoc, Noé y Abrahán – murieron en fe (ver Hebreos 11). Cada hombre estaba separado del espíritu del tiempo en que vivían. Y cada uno estaba buscando una ciudad diferente. El mundo simplemente no era su hogar.

Sin embargo, esto no significaba que ellos estaban esperando hasta llegar al cielo para disfrutar de cercanía con el Padre. Al contrario, como peregrinos pasando por esta vida, ellos continuamente buscaban la presencia de Dios. Nada en este mundo podía detenerlos de seguir adelante, buscando un caminar más profundo y cercano con el Padre.

Por sus fieles ejemplos, estos hombres estaban diciendo, “Estoy buscando un lugar mas cercano a mi Padre. Y ese lugar esta más allá de lo que este mundo tiene que ofrecer. Aprecio los muchos dones santos que Dios me ha dado en mi amada familia y piadosas amistades. Nada en este mundo puede reemplazar el amor que tengo por ellos. Pero yo se que existe un amor mas grande para ser experimentado con el Padre.”

Hebreos 11 habla de muchos otros quienes su caminar de fe agrado al Señor. Por fe, estos siervos obraron grandes milagros e hicieron muchas cosas asombrosas. Y mientras examinamos sus vidas, vemos que ellos también compartieron un denominador común: ellos abandonaron este mundo y sus placeres para caminar más cerca con Dios.

¿Puedes hacer esta misma declaración? ¿Tu corazón anhela un caminar más cercano con el Señor? ¿Existe una creciente insatisfacción en ti con las cosas de este mundo? O, ¿esta tu corazón atado a las cosas temporales?

Marcos 4 relata una historia con Jesús y sus discípulos en un barco, sacudidos por una tormenta en el mar. Al entrar en la escena, Cristo ha calmado las olas con una sola orden. Ahora el se vuelve a sus discípulos y les pregunta, “¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos 4:40).

Quizás pienses que esto suena severo. Era humano tener temor en una tormenta como esa. Pero Jesús no los reprendía por esa razón. Mas bien, el les estaba diciendo, “Después de todo este tiempo conmigo, aun no saben quien soy. ¿Cómo es posible que caminen conmigo por tanto tiempo, y que no me conozcan íntimamente?”

En realidad, los discípulos estaban pasmados por el extraordinario milagro que Jesús acababa de hacer. Las Escrituras dicen, “Ellos estaban espantados y se decían unos a otros: --¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (4:41).

¿Puedes imaginártelo? Los mismos discípulos de Jesús no le conocían. Él había llamado personalmente a cada uno de estos hombres para que le siguiera. Y ellos habían ministrado a su lado, a multitudes de gentes. Ellos habían hecho milagros de sanidad, y habían alimentado una concentración grande de gente hambrienta. Pero aun eran extraños acerca de quien realmente era su Maestro.

Trágicamente, lo mismo es cierto hoy. Multitudes de cristianos han viajado en el barco con Jesús, han ministrado a su lado, y han alcanzado multitudes en su nombre. Pero realmente no conocen a su Maestro. No han pasado un tiempo de intimidad con él. Nunca se han sentado calladamente en su presencia, abriendo su corazón a él, esperando y escuchando para comprender lo que él quiere decirles.

Vemos otra escena acerca de la fe de los discípulos en Lucas 17. Los discípulos fueron a Jesús, pidiendo, “¡Auméntanos la fe!” (Lucas 17:5).

Muchos cristianos hacen la misma pregunta en la actualidad: “¿Cómo puedo aumentar mi fe?” Pero no buscan al Señor por sí mismos por su respuesta. Al contrario, se apresuran a seminarios que afirman enseñarles a creyentes como aumentar su fe. O, compran un montón de libros que ofrecen diez pasos rápidos para aumentar la fe. O, viajan cientos de millas para escuchar conferencias acerca de la fe por evangelistas y maestros prominentes.

Te puedo decir sin lugar a dudas, que nunca aumentaras tu fe en estas formas. Si quieres que tu fe aumente, tienes que hacer lo mismo que Jesús le dijo a sus discípulos en este pasaje. ¿Cómo contestó él a su pedido por fe? “…vístete adecuadamente, y sírveme hasta que haya comido y bebido;…” (17:8).

Jesús estaba diciendo, en esencia, “Ponte tu vestidura de paciencia. Entonces ven a mi mesa y come conmigo. Quiero que me alimentes allí. Tú felizmente trabajas para mí todo el día. Ahora quiero que tengas comunión conmigo. Siéntate conmigo, abre tu corazón, y aprende de mí. Hay tantas cosas que deseo hablar a tu vida.”

No te conformes con más explicaciones teológicas de la fe. No busques más pasos para obtenerla. Vete a solas con Jesús, y permite que el comparte su corazón contigo. La fe verdadera nace en la habitación secreta de oración intima. Así que, ve a Jesús y aprende de él. Sí pasas tiempo de calidad en su presencia, seguro que la fe vendrá. Él hará nacer la fe en tu alma como nunca la conociste. Créemelo, cuando escuches su voz queda, la fe explotara dentro de ti.

Ese lugar, esa ciudad, esta en Cristo por fe. El descanso que nuestros padres anhelaban se encuentra en él. Hoy hemos recibido la promesa que ellos tan solo podía ver y abrazar de lejos por fe.

Jesús dijo, “Vuestro padre Abrahán se regocijó esperando ver mi día; y lo vio y se alegró.” (Juan 8:56). Abrahán vio el día cuando Cristo vendría a la tierra y construiría el cimiento que él imaginó. Y el patriarca se regocijo al saber que un pueblo bendecido viviría en ese día. Él sabía que ellos disfrutarían acceso ininterrumpido a una conversación celestial y comunión con Dios.

Hoy, sin embargo, muchos cristianos están perdiendo esta promesa por completo. En su lugar, viven en un tumulto innecesario. Se apresuran de aquí para allá, tratando de trabajar una fe que “de resultados.” Están constantemente atrapados en un correr de actividades, haciendo cosas para Dios que al final son simplemente gravosas o cargas. Ellos nunca están en descanso pleno en Cristo. ¿Por qué? Ellos simplemente no se encierran con el Señor, para pasar un tiempo callado a solas con él.

Si estas enamorados de alguien, queremos estar en la presencia de esa persona. Ambos quieren compartir de sí mismos con el otro, abriendo sus corazones y siendo íntimos. Lo mismo es cierto de nuestra relación con Jesús. Si le amamos, debemos estar pensando constantemente, “Quiero estar contigo mi Señor. Quiero disfrutar su presencia. Así que me voy a acercar a él, y voy a esperar en su presencia hasta que sepa que él esta satisfecho. Me quedare hasta que le escuche decir, “Vete ahora, y regocíjate en mi amor.”

En días recientes, he escuchado la voz queda y quieta del Señor susurrarme algo después de mis tiempos de oración con él. Él dice, “David, por favor no te vayas todavía. Quédate conmigo. Son tan pocos los que tienen comunión conmigo, tan pocos los que me aman, tan pocos los que se quedan a escuchar mi corazón. Y yo tengo tanto que compartir.” Es casi un clamor, una suplica que escucho en su voz.

Entonces el Señor me dice, “Déjame mostrarte donde encuentro tu fe, David. Es cuando vienes a mí. Es tu esperar por mí, ministrarme, hasta que escuchas y conoces mi corazón.”

“Tu fe esta en tu deseo creciente de venir a mi presencia. Es en tu expectativa a nuestro próximo tiempo junto. Es en ese sentido que has desarrollado, que estar a solas conmigo es el gozo de tu vida.”

“Ya no es pesado para ti acercarte a mí, ya no es una labor difícil. Ahora ansias ese tiempo todo el día. Tu sabes que cuando tus labores han terminado, vas a venir a mi, para alimentarme y tener comunión conmigo.”

Esto es fe verdadera.