La Gloria de Cristo en Nosotros
“Él [Moisés] entonces dijo: Te ruego que me muestres tu Gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti… y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:18-19, 22-23).
El Espíritu Santo tomó a Moisés, un siervo de Dios que se entregó por completo a su voluntad; y lo llevó a la cima de una montaña para hablar con él cara a cara. Cuando Moisés descendió de la montaña para dirigirse a los hijos de Israel, su rostro reflejaba tanto la gloria del Señor que brillaba. “Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él” (Éxodo 34:30). Pablo lo describe de esta manera: “Los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro” (2 Corintios 3:7).
La gloria en el rostro de Moisés se desvaneció después de un tiempo porque él era sólo un tipo de la gloria espiritual que vendría. Y lo que le sucedió a Moisés no debe compararse con lo que el Espíritu Santo quiere hacer hoy. “Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece” (2 Corintios 3:9-11). En otras palabras, si la gloria que se desvaneció en el rostro de Moisés tenía un poder tan convincente, ¿cuánto más será la gloria actual de Cristo en sus siervos un testimonio, por el Espíritu, para traer convicción?
Hay una gloria en este momento, que nunca se desvanecerá, disponible para los siervos de Cristo, así que levanta la cabeza hacia él y recibe la presencia del Señor, que permanece.