La Gloria de Dios En Cada Uno de Nosotros
La palabra “gloria” se puede usar de varias maneras. Por ejemplo, hablamos de la gloria que desciende a una iglesia; el peso del Espíritu en medio de nosotros, como una nube espesa. Es profunda y magnífica. Además, un día, todos iremos a la gloria: el cielo. ¡Aleluya! ¡Y tienes esa gloria dentro de ti! Incluso mientras estabas siendo formado en el vientre de tu madre, la gloria de Dios fue soplada en tu ser.
José era un hombre que reconocía la gloria de Dios en él. Le dijo a sus hermanos: “Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto, y todo lo que habéis visto” (Génesis 45:13). La prominencia de José por sí sola no le trajo gloria; él reconocía que estaba cumpliendo el propósito de Dios. Él vivía una vida de integridad y fidelidad a medida que Dios lo elevaba al poder.
Cuando era adolescente, José soñó que sus hermanos iban a inclinarse un día ante él. Esto parecía muy poco probable cuando, por celos, lo arrojaron sin piedad a un pozo y lo dejaron para que muera. Fue rescatado, pero se convirtió en esclavo antes de ser promovido a un puesto de liderazgo dentro de la casa donde servía. Sin embargo, fue despojado de su posición y encarcelado durante una temporada antes de que Faraón lo promoviera finalmente al segundo en mando (ver Génesis 41:42-44).
Cuando Moisés bendijo a los hijos de Israel antes de su muerte, dijo de José: “Bendita de Jehová sea tu tierra… y la gracia… venga sobre la cabeza de José, y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos” (Deuteronomio 33:13, 16). Esta bendición no fue sólo una oración de Moisés; era el corazón de Dios.
Del mismo modo, tú tienes la gloria de Dios residiendo en ti. “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7). ¡Qué maravilloso es saber que no tienes que esperar hasta llegar al cielo para experimentar la gloria de Dios!