La gran responsabilidad de aquellos que son perdonados
En Mateo 18, Jesús les dijo una parábola para enseñar a sus discípulos a qué se parece el reino de los cielos. Tal como con muchas de sus parábolas, cada cosa en la narración relaciona a Cristo con su iglesia.
Jesús empieza por describir a un rey quien llama a sus sirvientes a cuenta. Las escrituras dicen, “Cuando él (el rey) había venido para hacer las cuentas, uno fue traído hasta él, el cual le debía a él diez mil talentos” (Mateo 18:24). He aquí un siervo estaba sumido en deudas. Él debía al rey el equivalente a cientos de millones de dólares, una cantidad que él nunca podría volver a pagar.
Jesús no nos dice cómo este hombre cayó en tal increíble deuda. Algunas versiones de la parábola dicen que el hombre fue un esclavo, y que su deuda fue un préstamo impago. Sin embargo, todo lo que sabemos a partir del evangelio de Mateo es que él tenía acceso a grandes recursos, y él malgastó estos.
Déjenme señalar dos cosas importantes con relación a esta parábola. Primero, los siervos en la parábola representan a los creyentes, aquellos que trabajan en el reino de Dios. Así que el siervo endeudado aquí no era ningún extraño en las labores del rey. Segundo, nosotros nos enteramos luego (en Mateo 25) que el propósito de Dios al dar talentos a su pueblo es el traer frutos delante de él. Todos aquellos quienes reciben talentos del Padre se les ha ordenado que lo inviertan. Dios no sólo reparte talentos indiscriminadamente. Él espera cosechar frutos de las inversiones que él vertió dentro de su pueblo.
Evidentemente, el rey en Mateo 18 estaba tratando con siervos quienes habían estado expuestos por cometer crímenes. Y el siervo en gran deuda fue uno de los primeros ofensores en ser traído ante él. Este siervo fue probablemente un hombre muy talentoso, con muchas expectativas acerca de él. (De otro modo, él no habría tenido acceso a todo aquello que había despilfarrado). Todavía cuando él fue llamado a rendir cuentas, “Él no tenía (nada) para pagar” (Mateo 18:25). De modo que el rey emitió este juicio: “Su Señor ordenó a él ser vendido, y a su esposa, y a sus hijos, y a todo aquello que él tenía, y la cuenta estaría cancelada” (Mateo 18:25).
Este hombre no tenía nada de valor para intercambiar por su deuda delictiva. Él no tenía dinero, ni bienes, nada de mérito que ofrecer. Por lo tanto, ¿qué hizo él? “Aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo, Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (Mateo 18:26).
Es importante conocer el significado de “suplicaba” aquí. El término en griego significa “agacharse o encogerse; besar como un perro que lame la mano de su amo.” Este hombre no estaba sobre sus rodillas arrepentido. Él estaba agachándose, tratando de halagar a su amo. Él no estaba pidiendo al rey su perdón, sino su paciencia. Él buscaba otra oportunidad, suplicando, “Dame algo más de tiempo. Yo puedo componer mi pecado, y satisfacer todas tus demandas.”
La verdad era, que este siervo posiblemente no podría pagar por su delito. Él nunca podría amasar todo lo que fuera necesario para rembolsar los fondos que él había usado indebidamente y dilapidado. Comparo su actitud a la de un cristiano quien es sorprendido en adulterio. Cuando su pecado es expuesto, su primera reacción es una tristeza de perro, aduladora. Él llora, “OH, Dios, no dejes que pierda mi matrimonio, mi familia. No tomes mi carrera. No dejes que yo termine en bancarrota. Sé paciente conmigo. Yo sólo necesito otra oportunidad.” Entonces él ruega a su esposa, “Por favor, dame una oportunidad más”. Pero en realidad, este hombre nunca puede disimular aquello que él hizo. Es simplemente imposible.
Jesús continúa la parábola: “El Señor de aquel siervo fue movido a misericordia, le soltó, y le perdonó la deuda” (Mateo 18:27). ¿Por qué habría el rey de ser movido a misericordia hacia este hombre adulador? El siervo no estaba arrepentido. De hecho, él no tenía ningún concepto de la pecaminosidad excesiva de su delito. Nosotros encontramos esto luego en la parábola, cuando su corazón es revelado por ser duro y sin compasión.
Este hombre era un actor, sin ninguna intención de cambiar. Y seguramente el rey discernió aquello. Después de todo, el rey aquí representa al mismo Cristo. Él tenía que saber que el siervo estaba tratando de jugar con sus sentimientos para provocar su compasión. Todavía, a pesar de esto, el rey fue movido a misericordia por él. ¿Por qué? Esto no fue a causa de las lágrimas del hipócrita. Y esto no fue porque el siervo rogó por un poco más de paciencia y un poco más de tiempo. No, el rey fue movido por los atroces pecados que plagaban el corazón y la mente de este hombre.
Vean ustedes, solo un engaño terrible podría ocasionar que este siervo creyera que él podría realmente pagar la deuda a su amo. Su actitud solo reflejaba cuán insignificante él pensó que era su pecado. Para él, esto fue solo una pequeña equivocación que necesitaba tiempo para ser reparada. Él estaba convencido que si trabajaba bastante duro, él podría usar su habilidad para balancear los libros. Pero el rey percibía esto de otra manera. Ninguna cantidad de méritos ó voluntad propia podría quitar la inmensa deuda en que este hombre había incurrido.
¿Está usted captando el mensaje? Según Jesús, nosotros no estamos verdaderamente arrepentidos hasta que no reconozcamos que es imposible para nosotros reparar nuestros propios pecados. Nosotros nunca podremos devolver el pago a Dios por nuestras transgresiones, ya sea a través de nuestras oraciones, consagración o buenas intenciones. El Nuevo Testamento aclara esto. En el Antiguo Testamento, el adulterio fue declarado un pecado para ser castigado severamente. Jesús tomó el pecado de adulterio mucho más seriamente aún. Él dijo que si una persona mira a alguien lujuriosamente, él ya ha cometido adulterio. En síntesis, bajo el Nuevo Testamento, la demanda de Dios por santidad vino a ser mucho más grande.
Ahora, el rey en la parábola de Jesús sabía cuán aplastante eran las consecuencias del pecado de su siervo. Y él podía ver que si él exponía a este hombre a todas aquellas consecuencias, el siervo estaría perdido para siempre. Después de todo el siervo estaba ya enceguecido por lo terrible de su pecado. Y si él no le hubiera perdonado, él se tornaría aún más duro. Él caería en una espiral sin esperanza, empezando a ser endurecido de por vida. De modo que el rey decidió perdonarle. Él ordenó que el hombre sea liberado y limpio, liberándole a él de toda deuda.
Déjenme decirles una palabra breve aquí sobre el arrepentimiento. Este concepto es a veces definido como un “darse la vuelta.” Esto habla de un cambio súbito en la dirección opuesta, un giro de 180 grados a partir de un camino previo. También, arrepentimiento quiere decir que va acompañado de una angustia santa.
Esta enfermedad aflige a millones de creyentes. Cada vez que tales cristianos caen en pecado, ellos piensan, “Yo puedo hacer cosas correctas con el Señor. Yo le persuadiré a él con lágrimas sinceras, oraciones profundamente sinceras, más lectura de la Biblia. Estoy decidido a compensarle a él.” Pero aquello es imposible. Esta clase de pensamiento lo lleva a un lugar: pérdida total de la esperanza. Tales personas están luchando incesantemente y siempre están cayendo. Y ellos terminan conformándose con una paz falsa. Ellos persiguen una santidad falsa fabricadas por ellos mismos, convenciéndose a sí mismos de una mentira.
He aquí por qué Jesús nos dio esta parábola. Él está dándonos el ejemplo de un siervo de confianza, talentoso, quién es repentinamente descubierto como el cabecilla de todos los deudores. He aquí alguien quien no es merecedor, lleno de motivos errados, indigno de la compasión de todos. Pese a que su amo le perdonó a él gratuitamente – como Jesús lo hizo por ti y por mí.
Dime, ¿qué te ha salvado a ti? ¿Fueron tus lágrimas y tus plegarias profundamente sinceras? ¿Tu profundo dolor por haber angustiado a Dios? ¿Tu decisión sincera de volverte de tu pecado? No, no fue ninguna de estas cosas. Fue solamente la gracia que te salvó a ti. Y como el siervo en la parábola, tú no merecías esto. De hecho, tú continúas sin merecerlo, no importa cuán santo sea tu caminar.
He aquí una definición simple de verdadero arrepentimiento. El significado dice así, “Yo debo apartarme, de una vez por todas, de cada pensamiento que crea que yo pudiera pagarle al Señor. Yo jamás podré ganarme su gracia por mi propio esfuerzo. Por lo tanto, ningún esfuerzo o trabajo bueno de mi parte pueden saldar mi pecado. Yo simplemente tengo que aceptar su gracia. Este es el único camino a la salvación y a la libertad.
¿Pasó por alto el rey el pecado de su siervo? ¿Miró de reojo a su deuda y simplemente la dispensó? No, de ninguna manera. El hecho es, que perdonándole a él, el rey colocaba sobre este hombre una pesada responsabilidad. Y aquella responsabilidad fue mucho más grande que la responsabilidad de su deuda. Sin duda alguna, este siervo debía ahora a su amo más que nunca. ¿Cómo? Él era responsable de perdonar y amar a otros, justamente como el rey había hecho por él.
Qué increíble responsabilidad es ésta. Y esta no puede estar separada de las otras enseñanzas del reino de Cristo. Después de todo, Jesús dijo, “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Su punto es claro: “Si tú no perdonas a otros, yo no podré perdonarte a ti.” Esta palabra no es opcional, es un mandato. Jesús está diciéndonos, en esencia, “Yo fui paciente contigo. Yo me ocupé de ti con amor y gracia. Y te perdoné a ti solo por mi bondad y gracia solamente. Del mismo modo, tú tienes que ser amoroso y misericordioso hacia tus hermanos y hermanas. Tú estás para perdonarles a ellos gratuitamente, tal como yo te perdoné a ti. Tu estás puesto para ir dentro de su casa, su iglesia, su trabajo, en las calles, y mostrar a cada cual la gracia y amor que yo te he mostrado a ti.
Pablo se refiere al mandamiento de Jesús, diciendo “De la manera en que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). Él entonces expone sobre cómo nosotros debemos perseguir la obediencia a este mandato: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre de paciencia, soportándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro… Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3: 12-14).
¿Qué significa ser paciente? La palabra griega significa “soportar, tolerar.” Esto sugiere aguantar cosas que no nos gustan. Nosotros estamos siendo enseñados a tolerar las fallas de otros, a pasar por alto las formas que no entendemos.
Pero, ¿cómo respondió el siervo perdonado a la gracia y perdón de su amo? La primera cosa que él hizo fue atacar a su consiervo quién le debía a él dinero. Él se puso sobre el hombre, lo tomó por el cuello y demandó ser pagado en el instante. Increíblemente, la cantidad era una pequeñez, menos que tres días de salario. Todavía el siervo amenazó a su deudor, gritándole, “¡Lo quiero ahora!” El hombre no tenía nada, por lo que él cayó postrado, suplicando le tuviera paciencia. Pero el siervo respondió, “Tu tiempo se ha acabado.”
Yo les digo, este es uno de los pecados más abominables en toda la Biblia. Primero, este es perpetrado por un siervo de Dios. Dígame, ¿qué clase de persona actuaría tan vergonzosamente? ¿Qué clase de corazón podría ser tan desagradecido, tan carente de una fracción de gracia igual a la que a él mismo le había sido mostrada?
Estamos dando un vistazo a la oscuridad que todo el tiempo hubo en el corazón del siervo. En Romanos 2, Pablo describe esta oscuridad: “Por lo cual eres inexcusable, OH hombre, quien quiera que seas tú que juzgas, pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tu que juzgas haces lo mismo… ¿Y piensas esto, OH hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparas del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2: 1, 3-4).
¿Qué quiere decir Pablo cuando él dice que esta persona desprecia las riquezas de la bondad de Cristo? La palabra para “despreciado” aquí significa, “El no pensaría que esto sea posible.” En otras palabras, este creyente dijo, “Tal gracia y misericordia no es posible. Yo no puedo creer esto.” Esto nunca penetró en su teología. Así que, en lugar de aceptarlo, puso su mente en contra de ello.
¿Por qué el siervo desagradecido no podría aceptar la gracia del rey? He aquí una razón: él no tomó seriamente la enormidad de su pecado. Él estaba bastante decidido, auto-convencido que él podía cubrir su deuda. Pese a ello, el rey ya le había dicho a él, “Tú estás libre. Ya no hay más culpa, no más reclamos sobre ti, ni pruebas o trabajos requeridos. Todo lo que tú necesitas hacer ahora es mirar a la misericordia y paciencia que yo he mostrado para ti.”
Trágicamente, una persona quien no acepta el amor no es capaz de amar a nadie más. En lugar de ello, él viene a ser juzgador de otros. Eso es lo que le había ocurrido a este siervo. Él perdió el completo significado de la misericordia del rey hacia él. Vean ustedes, la paciencia y el perdón inmerecido de Dios significan una sola cosa: llevarnos al arrepentimiento. Pablo declara, “La benignidad de Dios te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4). Pablo sabía esto de primera mano, habiendo afirmado ser el primero de todos los pecadores.
Esta claro a partir de la parábola que esta es la razón por la que el amo perdonó a su siervo. Él buscaba que su hombre de confianza se volviera de los afanes de su carne para descansar en la increíble bondad del rey. Tal descanso le liberaría a él para amar y perdonar a otros en devolución del favor recibido. Pero en lugar de arrepentimiento, el siervo salió de allí dudando de la bondad de su amo. El no dejaría de pensar que el rey podría cambiar de idea. Por lo que, él determinó tener un plan de contingencia. Y, despreciando la gracia del rey, él trató a los otros con juicio.
¿Pueden ustedes imaginar la mente torturada de tal persona? Este hombre dejó un lugar sagrado de perdón, donde él experimentó la bondad y la gracia de su amo. Pero en lugar de regocijarse, él despreció el significado de tal libertad absoluta. Yo les digo que cualquier creyente que crea que la misericordia de Dios es imposible se abre a sí mismo a cada mentira de Satanás. Su alma no descansa. Su mente está en una confusión extrema. Y él está continuamente temeroso de ser juzgado.
Me maravillo: ¿Cuántos cristianos hoy viven esta existencia torturada? ¿Es esa la razón por las que existen muchas disputas, tantas divisiones en el cuerpo de Cristo? ¿Es esto el por qué hay muchos ministros que están peleados entre ellos, el por qué muchas denominaciones rehúsan a tener comunión el uno con el otro?
El espíritu de juicio dentro de la iglesia es muchísimo peor que cualquier juicio emitido en el mundo. Y este confronta lo que Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Yo les pregunto, ¿puede el mundo reconocer al pueblo de Dios por este estándar? ¿Podrán los incrédulos decir, “Aquellas personas verdaderamente son discípulos? Yo nunca los vi peleando. ¿Ellos realmente se aman los unos a los otros?”
Yo he estado absolutamente sorprendido por las profundas divisiones de las cuales he sido testigo en la iglesia. Yo vi esto de primera mano en las conferencias de pastores en el extranjero. Cuando yo llegué varios ministros prominentes me advirtieron, “No coopere con el Reverendo tal y cual. Él está en un culto raro y todas esas clases de tonterías carismáticas. Usted no debería darle a él ninguna prominencia en la reunión.” Hasta los compañeros Pentecostales de aquel hombre me dijeron que lo evitara.
Pero cuando encontré a aquél pastor y comencé a conocerle, yo vi a Cristo en él. En un momento dado, alguien me susurró, “Este hombre es uno de los más grandes hombres de oración de nuestra nación. Él pasa dos días completos cada semana solamente orando.” En efecto, yo encontré que el pastor era amable, gentil y amoroso – los mismos frutos que Jesús dijo que debemos tener.
Cuando yo hablé, invité al ministro a la plataforma conmigo, juntamente con los otros. Esto ofendió a muchos, y después varios pastores se burlaron de mí. Todo lo que yo pude pensar fue, “Estos hombres conocen lo que significa ser perdonados una gran deuda. Sin embargo, de todas las personas, estos líderes de la iglesia de Dios se niegan a tolerar a un compañero pastor que ellos ni siquiera conocen.
En otra conferencia, yo fui testigo de la cooperación gozosa de varias denominaciones. Allí había un maravilloso sentido de unidad entre Bautistas, Pentecostales, Luteranos y Episcopales. Cada noche, un líder de una denominación diferente dirigía la reunión. Una noche, un obispo Pentecostal abrió la reunión. Él fue seguido por un grupo Pentecostal de adoración. Los jóvenes adoradores estaban llenos de gozo, palmeando con sus manos mientras dirigían la adoración jubilosa. Yo fui informado posteriormente que algunos de ellos habían sido liberados de la adicción a las drogas y estaban agradecidos sólo por estar allí presentes.
Pero cuando mire obispo, su rostro se fue enrojeciendo. Él estaba frunciendo el ceño, empezando a encolerizarse. Me di cuenta entonces que su denominación no creía en una adoración bulliciosa. Y yo me había unido a ellos en libertad. Después de la reunión, el obispo se acercó a mí a grandes pasos y declaró, “Aquello fue deshonroso, totalmente de la carne. ¿Cómo pudo usted permitir que esto siguiera? Me voy de esta conferencia, y me llevo a mis 200 pastores conmigo.”
Yo me quedé boquiabierto, sin poder hablar. Yo había pasado semanas sobre mis rodillas en oración, preparándome para estas reuniones. Sin embargo, me preguntaba qué cosa yo había hecho mal. La verdad es, que yo estaba siendo estrangulado por el enojo de este hombre. Esto fue como una escena en la parábola: él me agarró por el cuello y estaba haciendo su demanda enojado. Afortunadamente, el obispo tuvo un cambio en el corazón y no se fue de la conferencia. Pero, ¿qué tomaría posesión de un ministro de Dios para que se negara a tolerar a un consiervo de Cristo? Aquí no hubo ni paciencia, ni misericordia, ni amor por otros de la misma fe preciosa.
Por años, un obispo de cierta denominación me había invitado a su país para sostener reuniones. Él suplicaba, “Esta nación necesita oír lo que Dios le ha hablado a usted.” Finalmente, el Señor me permitió ir, pero solamente con la condición de que todas las denominaciones fueran permitidas a tomar parte en las reuniones. Cuando el obispo oyó esto, rehusó a participar. Y les prohibió a todos sus ministros asistir. ¿Por qué? Ellos se habían separado de otras denominaciones por años. Un asociado de este obispo me llamó para destruirme, diciendo, “Qué vergüenza. ¿Cómo podría un hombre de Dios cooperar con tales personas?”
Exactamente, ¿quiénes eran las personas de las que hablaba? Cuando lo descubrí, era un obispo Luterano quien estaba lleno de Jesús… un grupo de humildes obispos Pentecostales… y un obispo Bautista quien había sido encarcelado bajo el Comunismo, donde él había leído una versión copiada a mano de mi libro, La Cruz y el puñal. Todos estos líderes estaban ansiosos de adorar a Cristo juntos, como uno en Cristo. ¿Pueden imaginarse a otro líder cristiano rehusándose a tener compañerismo con tal grupo?
¿Qué estaba detrás de tal juicio contencioso? ¿Por qué los siervos de Dios, quienes han sido perdonados tanto personalmente, maltraten a sus hermanos y rehúsen tener comunión con ellos? Todo esto puede remontarse hacia el pecado más doloroso posible: Desprecio a la misericordia de Dios.
Yo llegué a esta conclusión solamente después de haber examinado mi propio corazón por la respuesta. Yo recordé mis propias luchas para aceptar la gracia y misericordia de Dios hacia mí. Por años, yo había vivido y predicado bajo una esclavitud legalista. Yo traté con todas mis fuerzas de cumplir con los estándares que pensé llevaban a la santidad. Pero estas eran mayormente solo una lista de “haz esto” y “no hagas lo otro.”
Lo cierto es que, yo estaba más cómodo en el Monte Sinaí, en la compañía de estruendosos profetas, que cuando yo estaba en la cruz, donde mi necesidad estaba al desnudo. Yo predicaba paz, pero nunca la experimenté completamente. ¿Por qué? Yo estaba inseguro del amor del Señor y su paciencia por mis fallas. Yo me vi tan débil y tan malvado que yo era indigno del amor de Dios. En síntesis, yo magnifiqué mis pecados por encima de su gracia.
Y porque yo no sentí el amor de Dios por mí, juzgué a los demás. Yo vi a otros en la misma forma en que me percibí a mí mismo: como negociadores. Esto afectó mi predicación. Yo gritaba contra la maldad en otros mientras la sentía levantarse en mi propio corazón. Como el siervo ingrato, no había creído en la bondad de Dios hacia mí. Y porque yo no me apropiaba de su amor y tolerancia por mí, yo no la tuve para otros.
Finalmente, la interrogante real empezó a aclararse para mí. Ya no era, “¿Por qué tantos cristianos son duros y rencorosos?” Ahora yo preguntaba, “¿Cómo puedo yo cumplir los mandamientos de Cristo de amar a otros como el me amó a mí, cuando yo no estoy convencido que él me ama a mí?”
Recuerdo al obispo que estaba enfurecido por la adoración bulliciosa. Yo creo que aquel hombre actuó en temor. Él vio la unción de Dios en aquellos cantantes, y él oyó mi sermón, el cuál él sabía que venía desde el trono de Dios – y esto amenazaba sus tradiciones. Él estaba apegado a la doctrina más que al amor de Cristo. Y aquella doctrina se transformó en una pared que lo distanció a él de sus hermanos y hermanas en Cristo.
Pablo reprende, “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).
Nosotros debemos tomar en serio esta palabra de la parábola de Cristo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné… ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (Mateo 18:32-33).
Nadie ha sido perdonado de más pecados que yo. Yo soy uno de aquellos que ha sido limpiado de “los pecados sobre mi cabeza,” iniquidades de la carne y espíritu demasiado numerosos para contarlos. Yo he desobedecido la palabra de Dios, he limitado su obra en mi vida, he sido impaciente hacia la gente, he juzgado a otros en tanto que la culpabilidad permanecía sobre mí. Y el Señor me ha perdonado de todo esto.
La pregunta para mí ahora –de hecho, para cada cristiano- es esta: “¿Soy tolerante con mis hermanos? ¿Soporto sus diferencias?” Si me niego a amarlos y a perdonarlos, como yo he sido perdonado, Jesús me llamará “siervo malvado.”
No mal entienda: esto no significa que nosotros permitamos compromisos. Pablo predicó la gracia valientemente, pero él instruyó a Timoteo, “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2). Nosotros tenemos que ser guardianes valientes de la doctrina pura.
Pero nosotros no estamos para usar la doctrina para construir paredes entre nosotros. Aquel fue el pecado de los Fariseos. La ley les decía a ellos, “Guarden el sábado santo.” Pero el mandamiento en sí mismo no era suficiente para su carne. Ellos añadieron sus salvaguardas, múltiples reglas y regulaciones que permitían el mínimo movimiento físico posible durante el sábado. La ley también decía, “No tomarás el nombre de Dios en vano.” Pero los Fariseos construyeron más paredes aún, diciendo, “Nosotros jamás mencionaremos el nombre de Dios. Entonces no podremos tomarlo en vano.” En algunas sectas Judías, esta pared continúa con fuerza hoy. Pero es una pared hecha por el hombre, y no por Dios. Por lo tanto, esto es esclavitud.
Hoy, el Señor nos dice, “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Pero los hombres han tomado este mandamiento y lo han usado para construir paredes. Ellos han transmitido códigos de vestir, códigos que restringen la conducta y actividades, estándares imposibles que ellos nunca pueden reunir. Estas paredes han construido una fortaleza invisible, y solamente aquellos dentro de ella son considerados santos. Todos aquellos que están fuera de las paredes son condenados y evitados.
Yo les digo, esta es una maldad de la peor clase. La parábola de Jesús hace que esto quede claro. Tales personas están agarrando a otros por el cuello y demandándoles, “A mi manera, o no hay otra manera en absoluto.” Pero ningunos de los mandamientos del Señor fueron para ser convertidos en paredes de distanciamiento.
¿Cuál fue la respuesta del rey a la ingratitud de su siervo en la parábola de Jesús? La escritura dice, “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pague todo lo que debía” (Mateo 18:34). En griego, esto se traduce, “llevándolo hasta el fondo para ser atormentado.” Yo no puedo dejar de pensar que Jesús está hablando aquí del infierno.
Por lo tanto, ¿qué nos dice esta parábola a nosotros? ¿Cómo resume Cristo su mensaje a sus discípulos, sus compañeros más cercanos? “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” (Mateo 18:35).
Mientras leo esta parábola, tiemblo. Esto me hace caer sobre mi rostro y pedirle a Jesús un bautismo de amor hacia mis consiervos. He aquí mi oración, le insto a hacerla suya también:
“Dios, perdóname. Yo soy tan fácilmente provocado por otros, y a menudo respondo en ira. Aun así, no sé dónde estaría mi vida sin tu gracia y paciencia. Estoy maravillado por tu amor. Por favor, ayúdame a entender y aceptar tu amor por mí completamente. Esta es la única manera con la cual podré cumplir tu mandamiento para amar. Entonces yo podré ser paciente con mis hermanos, en tu Espíritu de amor y gracia.” Amén.