La gravedad de la incredulidad
Pocos cristianos consagrados pensarían que son incrédulos. Por años he estado desconcertado por algo que Jesús dijo: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿hallara fe en la tierra?” (Lucas 18:8). La pregunta implica no solo falta de fe en la tierra sino también en el pueblo de Dios.
¿Por qué Jesús diría esto? La fe es uno de los temas más hablados en la iglesia. Predicadores devotos lo enfatizan, y hay una avalancha de libros sobre el tema. Grandes obras están siendo hechas, enormes proyectos, todo en el nombre de la fe. Entonces, ¿qué nos esta diciendo Jesús cuando pregunta, “Cuando suene la trompeta final, ¿encontrare algo de fe?”
Nosotros encontramos una clave en la advertencia sobria de Hebreos 3:12: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.” Este versículo nos dice que debemos reconocer la incredulidad en nosotros mismos cuando nos “apartamos del Dios vivo.” Sin embargo, ¿qué significa apartarse del Señor?
Esto pasa por nuestra duda acerca de la fidelidad de Dios. Si permitimos crecer aun pequeñas semillas de incredulidad en nuestro corazón, terminaríamos en una condición penosa. Este pasaje nos advierte, “Vela, y no permitas que nada de incredulidad eche raíz. A veces el Señor puede parecer distante a ti, pero no dejes que tu corazón se aparte de la realidad de su fidelidad.”
Recientemente, un pastor de otra ciudad se acercó a mí después de uno de nuestros servicios de la Iglesia. Mientras que él hablaba, su cabeza se inclinaba en abatimiento. Él dijo que había estado reuniéndose mensualmente con un grupo de pastores de diferentes denominaciones en su ciudad.
“Pero, hermano David,” dijo él, “nuestras reuniones se han convertido deprimentes. Nuestro numero esta disminuyendo porque más y más pastores están abandonando el ministerio. Nunca escuchamos una palabra de Dios. Y muchos siguen su ministerio sintiéndose desesperanzados. Ellos han perdido todo gozo. Ahora sus esposas están hartas e instan a sus esposos a dejar el ministerio. Eso me deprime porque yo amo a estos hombres. Estoy hambriento porque nosotros escuchemos del Señor otra vez.”
Yo veo que algo similar pasa en muchas escuelas bíblicas y seminarios. En realidad algunas de estas instituciones se han convertido en semilleros de incredulidad. Los estudiantes entran convencidos de la veracidad de las Escrituras, de la habilidad de Dios para obrar milagros, de un literal cielo e infierno. Pero si expresan sus creencias durante clases, un profesor los ridiculizaría. Él llama a sus creencias “antigua escuela,” y se burla de ellos como si fueran incultos e inseguros. Muchos jóvenes sinceros se gradúan sin fe, porque han sido robados de toda confianza en Dios.
Si nosotros permitimos crecer aun pequeñas semillas de incredulidad en nuestro corazón, terminaremos en una condición penosa.
Con todo la Biblia nos dice en términos nada inciertos: “Sin fe es imposible agradar a Dios: Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
Déjame mostrarte cuan seriamente Dios toma nuestro pecado de incredulidad.
En Éxodo 17, Israel llegó al desierto llamado Sin. No había señal de agua apta para beber, y el pueblo reprendió amargamente a Moisés: “Danos agua para que podamos tomar” (Éxodo 17:2). Ellos trataron al escogido de Dios como si fuera su obrador personal de milagros. Sin embargo, ninguno de ellos acudió al Señor en oración. Nadie dijo, “Miren, Dios ha obrado muchos milagros de agua para nosotros. Él partió el Mar Rojo para salvarnos de Faraón. Y él endulzó las aguas amargas de Mara. Seguramente que aquí también Él proveerá agua potable para nosotros.”
Usted conoce el resto de la historia. Dios dijo a Moisés que se pare delante de una roca y la golpee. Cuando lo hizo, fluyeron ríos de agua, mas que suficiente para calmar la sed del pueblo. Pero el Señor puso un nombre a este episodio de incredulidad. Él llamó aquel lugar Masah, que significa provocación, así como exasperado, harto, irritado. Dios estaba diciendo a Israel, “Tu me has exasperado totalmente con tu incredulidad.”
Por favor entienda, el Señor no estaba aquí solamente algo afligido; él estaba exasperado hasta el punto de enojarse. Sin embargo, El no fue provocado solamente con las quejas del pueblo. Era mucho peor que eso: Ellos lo habían acusado de abandonarlos en su prueba. Ellos habían dicho a Moisés, “¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y nuestro ganado?… ¿Esta el Señor entre nosotros, o no?” (Éxodo 17:3,7).
La deducción de ellos era, “Sí Dios esta con nosotros, ¿donde esta ahora? Nosotros no vemos ninguna señal de su presencia o poder. ¿Esta el Señor vivo o muerto? ¿Cómo podemos creer en un Dios que permite cosas tan terribles?”
No, Dios estaba exasperado por una buena razón. La razón la encontramos después en las Escrituras, mientras Moisés recordó el episodio en Masah. Él dijo, “También fuisteis rebeldes al mandato de Jehová vuestro Dios, y no le creísteis, ni obedecisteis a su voz. Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco.” (Deuteronomio 9:23-24). Moisés estaba diciendo a Israel, “Ustedes han sido rebeldes desde que los conozco. Ustedes nunca han obedecido o creído a la Palabra de Dios.”
Entonces, ¿cual era el verdadero asunto? Según Moisés, era que Israel en realidad nunca tuvo fe. Ellos nunca se habían comprometido totalmente en confiar en el Señor. De hecho, estos israelitas habían albergado ídolos todo el tiempo. Ellos conservaron pequeños dioses ocultándolos en sus tiendas de campaña, para regresar a ellos en caso que Dios falle. El Señor dijo, “… me ofrecisteis victimas y sacrificios…en el desierto… (Pero) llevasteis el tabernáculo de Moloc, y la estrella de vuestro dios Renfán, figuras que os hicisteis para adorarlas” (Hechos 7:42-43).
¿Puedes imaginar ahora la exasperación de Dios con este pueblo? Ellos estaban culpando a Dios por la falta de agua, reclamando, ¿Por qué el Señor no ha respondido nuestra oración?” Mientras que todo el tiempo, ellos se volvían a dioses extranjeros para que los ayuden. El enojo de Dios aquí no era una prueba de la fe de Israel; era un estruendoso llamado al arrepentimiento. El no había retenido su favor a ellos del todo.
Un pastor de jóvenes me escribió recientemente de una experiencia como la de Israel. Él dijo, “Cuando vine al Señor, yo no renuncie a mi música mundana. No me importaba cuan malos eran los músicos. Era mi música. Y ningún predicador podría persuadirme a dejarlo.”
Hasta la presente a los grupos de jóvenes que dirigía. Yo quería atraer a grupos de jóvenes dándoles la música que ellos querían. Usamos ‘hard rock, punk, rap, mosh pits’. Pero después el grupo de jóvenes empezó a morir espiritualmente. Dejaron de escuchar la palabra de Dios y mis enseñanzas, y todo tipo de inmoralidad exploto. Fue muerte absoluta.
“Yo ore y ore para que de alguna manera Dios los despertase, pero nunca paso nada. Un día, el Espíritu santo me respondió de manera abrupta. “Tu introdujiste tu ídolo extraño a mi casa. Es tu música impía, la cual sabes que detesto. Y ahora has corrompido a todo tu rebaño con eso. Saca ese ídolo de tu corazón, y aléjalo del grupo de jóvenes. Entones me manifestare en medio de ustedes”.
“Inmediatamente me deshice de esa música y en su lugar puse música de adoración. Hice mis sermones simples y directos, directamente de las Escrituras. Y pronto el Espíritu Santo se estaba moviendo otra vez. Ahora mi grupo de jóvenes estaba prosperando espiritualmente.”
Esto es exactamente lo que Dios quería hacer en Israel. Él estaba diciendo al pueblo, “Yo no estoy reteniendo nada bueno de ustedes. Cuando ustedes pidieron agua, al instante me moví, brindándoles agua de la roca. Ahora solamente trato de llamar tu atención. Quiero hablarte acerca de las cosas ocultas en tu vida.”
¿Tú crees que el Señor bendice a los cristianos que tratan de servirle mientras esconden en una lujuria que les asedia? Ese es el verdadero crimen de la incredulidad: Guardar algo secreto y no llevarlo a la luz de Dios para liberación.
Una cosa es estar ligado a una lujuria habitual y despreciarla. Tal persona desprecia su pecado secreto y lucha fuertemente en contra él. Él clama a Dios por liberación y busca el consejo santo de otros. Este siervo puede estar seguro que el Señor será paciente con él durante su lucha.
Piense en esto: Los israelitas aun estaban llevando sus ídolos en Masah. Eso significa que ellos habían estado pegados a ellos durante la partición de las aguas del Mar Rojo. Ellos los tenían aun cuando el ejército de Faraón venia sobre ellos. Y ellos los habían ocultado aun después que Dios endulzó las aguas amargas de Mara. Ahora, en Masah, Dios los liberto otra vez sin juzgarlos, llenado sus vientres con agua fresca. En realidad, todo el tiempo Dios los había bendecido a pesar de la idolatría.
Con todo el pueblo continúo ocultando su pecado. Ellos adoraban al Señor, disfrutando de su protección bajo la nube de día y la columna de fuego de noche. ¿Por qué continuaron de esta manera? “Por cuanto no se ejecuta luego la sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres esta en ellos dispuesto para hacer el mal” (Eclesiastés 8:11).
La incredulidad de Israel no tenia nada que ver con el poder de Dios para librarlos. Ellos lo habían visto obrar milagros para ellos una ya otra vez. No, este pueblo sencillamente no tomo en serio los mandamientos de Dios. Ellos se sentían cómodos con sus pecados, porque el Señor no los había juzgado al momento por ellos. Ellos no temían las consecuencias; después de todo, ninguno de sus niños había muerto, y aun tenían maná y carne del cielo.
En resumen, los israelitas habían perdido el temor de Dios. Ellos pensaban secretamente, “Nosotros debíamos ser consumidos por el fuego santo ahora mismo, por no creer en la ira de Dios. Pero El nunca ha traído a juicio nuestro pecado. Entonces, seguiremos teniendo nuestras devociones. Ellos dieron por supuesto la declaración de Jeremías: ”Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” (Lamentaciones 3:22).
Estoy convencido que todo pecado no sometido es causado por la incredulidad. Y ahora mismo, multitudes de cristianos están peleando una batalla perdida con su pecado. De hecho, muchos ya se han dado por vencidos en la pelea. Ellos están convencidos que algún poderoso espíritu demoníaco ha levantado fortaleza en ellos y no puede ser expulsado. Y por esto, ellos viven infelices, atados por un pecado que les acedía. Pablo expresa el clamor de su corazón: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librara de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).
Pero Pablo responde a su propia pregunta en el próximo versículo: “Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro” (7:25). En otras palabras, “Jesucristo me hace libre del poder y el domino del pecado.” ¿Cómo es esto entonces? ¿Es esto meramente una verdad teológica que tenemos que aceptar? ¿O tendrá un resultado práctico en nuestra vida? ¿Cómo es que Cristo nos liberta verdaderamente?
La respuesta es tan sencilla, que a veces no la entendemos. Es demasiado simple para los hindúes, quienes la rechazan a favor de las obras. Ellos prefieren arrastrase por millas para tratar de calmar a Dios por sus pecados. Los judíos también rechazan esta verdad, prefiriendo guardar 630 reglas y estatutos, esperanzados en equilibrar los libros por sus pecados. Los musulmanes prefieren postrarse y hacer buenas obras, tratando de apaciguar a Ala por sus faltas. Aun muchos cristianos preferirían añadir algunas reglas de confianza en sí mismos a su liberación. Ellos hacen promesas a Dios y tratan de vencer todo los deseos de su carne con su propia fuerza.
Pero aquí esta el simple y nada complicado Evangelio: “Donde hay arrepentimiento genuino, hay perdón instantáneo. Y hay limpieza instantánea, como también continuo acceso al trono de Dios. Si creemos estas verdades, somos hechos libre.
Aquí esta la esencia de la incredulidad entre los cristianos: Cuando nosotros pecamos, fallándole a Dios, tendemos a huir de su presencia. Pensamos que Él esta demasiado enojado para querer comunicarse con nosotros. ¿Cómo puede ser posible que Él comparta intimidad con nosotros, cuando hemos pecado tan gravemente?
Así que dejamos de orar. En nuestra vergüenza, pensamos, “Yo no puedo ir a Dios en esta condición. ”Y comenzamos tratando de obrar nuestro regreso a su buena voluntad. Estamos convencidos que necesitamos tiempo para purificarnos. Si podemos mantenernos puros unas pocas semanas, evitando nuestro hábito pecaminoso, pensamos que nos probamos dignos de acercarnos a su trono otra vez.
Esto es una incredulidad malvada, y es un crimen a los ojos de Dios. Cuando confesamos nuestros pecados, incluyendo los hábitos que nos asedian, Dios no nos interroga. El no demanda una prueba de nuestro arrepentimiento, preguntando, “¿Estas verdaderamente arrepentido? No veo ninguna lágrima. ¿Prometes nunca mas cometer este pecado? Ve ahora y ayuna dos días a la semana, y ora una hora cada día. Si lo logras por ese tiempo sin fallar, tendremos comunión otra vez”.
Que esto nunca sea así. Cuando Jesús nos reconcilio con el Padre en la Cruz, fue por siempre. Eso significa que si peco, ya no tengo que reconciliarme con Dios una y otra vez; no soy cortado de la presencia del Señor, repentinamente no reconciliado con Él. No, el velo de separación fue rasgado permanentemente en la Cruz, y yo por siempre tengo acceso al trono de Dios, a través de la sangre de Cristo. La puerta nunca esta cerrada para mí; “En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:12).
La Biblia expresa claramente que si alguno de nosotros peca, tenemos abogado con el Padre en Cristo Jesús. Nosotros podemos pararnos fuera de la puerta del trono, sintiéndonos corrompidos e inmundos. Pero si permanecemos ahí, rehusando entrar, no estamos siendo humildes; estamos actuando en incredulidad. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
¿Cuál es nuestro “tiempo de necesidad”? Es cuando le hemos fallado a nuestro bendito Señor. El momento que pecamos, estamos en necesidad de gracia y misericordia. Y Dios nos invita a venir audazmente a su trono, entonces, con confianza, para recibir todo lo que necesitamos. Tan solo no venimos ante él cuándo nos sentimos justos o santos; tenemos que venir cada vez que estamos en necesidad.
Aun más, no tenemos que esperar a tener nuestras almas limpias. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Juan dice que no debemos intentar trabajar en limpiarnos, por horas, días o semanas. Esto pasa instantáneamente, tan pronto como venimos al Señor.
Entonces, ¿tienes la fe para creer en el perdón instantáneo de Dios? ¿Puedes aceptar la instantánea, ininterrumpida comunión con el Padre? Eso es exactamente lo que la escritura nos exhorta a hacer. Ve, la misma fe que nos salva y perdona, es también la fe que nos guarda. Pedro dice que “somos guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:5). Que verdad tan increíble.
No obstante, nuestra incredulidad nos estorba a acceder al poder protector de Dios. Y a través del tiempo, mientras enfrentamos el continuo impacto del pecado, podríamos comenzar a desesperarnos. Amados, esto simplemente no tendría que ser así. Dios nos ha dado maravillosas promesas del Nuevo Pacto. Pero ellas no sirven de nada a menos que creamos y nos apropiamos de ellas. Nuestro Señor nos ha prometido poner su ley en nuestros corazones, ser Dios a nosotros, guardarnos de la caída, implantar su temor en nosotros, darnos poder para obedecer, nos encausa a caminar en su camino. Pero tenemos que creer plenamente en estos.
Recuerda la historia del piadoso Zacarías, el padre de Juan el Bautista. Zacarías fue un fiel sacerdote que sufrió a causa de un episodio de incredulidad. Su historia ilustra precisamente cuan seriamente Dios toma este pecado.
La escritura dice que Zacarías fue “Justo delante de Dios, y andaba irreprensible en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6). Aquí esta un hombre pío que vestía túnica de su posición respetable. Él ministraba ante el altar del incienso, lo cual representaba ruego y suplica, actos de pura adoración. En resumen, Zacarías fue fiel y obediente, un siervo que ansiaba la venida del Mesías.
Un día, entre tanto que Zacarías estaba ministrando, Dios envió al ángel Gabriel a decirle que su esposa tendría un hijo. Gabriel dijo que el nacimiento de su hijo seria de motivo de regocijo para muchos en Israel, y le dio a Zacarías detalladas instrucciones sobre como criar al niño. Sin embargo, mientras el ángel hablaba, Zacarías tembló de miedo. De pronto, la mente de este hombre devoto se lleno de duda, y se rindió a una terrible incredulidad. Él le preguntó al ángel, “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (Véase 1:18).
Dios no tomó amablemente la duda de Zacarías, y él dictó sentencia al sacerdote: “Ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (1:20, itálicas mías).
¿Qué nos dice este episodio? Nos dice que la incredulidad cierra nuestros oídos a Dios, aun cuando Él nos esta hablando claramente. Esto nos corta de una revelación fresca. Y nos impide una comunión intima con el Señor. De repente, porque ya no oímos de Dios, no tenemos nada de que predicar o testificar. No importa cuan fieles o diligentes podamos ser. Como Zacarías, traemos sobre nosotros mismos una parálisis de ambos, oídos y lengua.
Finalmente, somos confrontados por este versículo en Hebreos: “Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad” (Hebreos 3:19). Solo un pecado mantuvo a Israel lejos de la tierra prometida: La incredulidad.
Canaán representa un lugar de reposo, paz, fruto, seguridad, plenitud, satisfacción, todo lo que un creyente ansia. Es también un lugar donde el Señor habla claramente a su pueblo, dirigiéndolos, “Este e el camino, caminad en él.” Pero Israel no pudo entrar en la Tierra Prometida a causa de un pecado.
Ese pecado no era adulterio (y la Escritura llama los israelitas una generación adultera). No era su desenfrenado divorcio. (Jesús dijo que Moisés concedió divorcios a esa generación porque ellos eran muy duros de corazón.) No era ira, celos, pereza o acusaciones. Ni siquiera fue su idolatría secreta. Todos esos pecados eran el resultado de la incredulidad.
No, era este pecado, incredulidad, que estorbó al pueblo de Dios a entrar a Canaán. Por lo tanto, Hebreos nos insta hoy, “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:11).
He sabido de muchos cristianos que decidieron tomar en serio su caminar con el Señor. Ellos determinaron ser más estudiosos en su Palabra, y ellos ayunaban y oraban con una convicción renovada. Ellos dispusieron sus corazones a aferrarse a Dios en todas las situaciones de su vida. Mientras yo observaba sus vidas, yo pensaba “Seguro que toda su devoción traerá un brillo de gozo. Ellos no pueden evitar sino reflejar la paz y reposo de Dios.
Pero muy a menudo, lo opuesto fue cierto. Muchos nunca entraron en el reposo prometido por Dios. Ellos todavía estaban inseguros, inquietos, cuestionando la guía de Dios, preocupados por su futuro. ¿Por qué? Ellos tuvieron una habitual levadura de incredulidad. Toda su devoción y actividad han sido inefectivas por esa razón.
El siervo creyente se apega a la promesa del Nuevo Pacto de Dios: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27). El también se aferra a esta Palabra: “Y le haré llegar cerca, y él se acercará a mí…y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán” (Jeremías 30:21, 31:9).
Finalmente, Hebreos declara, “Puesto que falta que algunos entren en él” (Hebreos 4:6). El escritor esta diciendo, esencialmente, “Alguien tiene que entrar en esta increíble promesa.” Yo te pregunto: ¿Por qué no tu, creyente? ¿Por qué no yo? Si nuestra incredulidad nos mantiene fuera, debemos orar, “Señor, ayúdame en mi incredulidad. Sana mi incredulidad. Dame abundancia de fe.”
Nuestro Dios nos ha hecho increíbles promesas. Y Él desea que le hagamos responsable de estas promesas. Entonces, echemos mano de su maravillosa Palabra. Que cada uno de nosotros entre en su prometido reposo. Entonces nuestras vidas serán un testimonio brillante a esta generación.