La Importancia De Amar A Nuestros Enemigos

Si usted dice no tener enemigos, me gustaría hacerle una oferta. Deseo contratarlo para que escriba un libro explicando como usted ha llegado tan lejos en esta vida sin tener aunque sea una sola persona que este en contra suya. Su libro seguramente ha de ser un éxito editorial.

Usted podría describir como nadie ha estado jamás celoso, envidioso u hostil hacia usted. Podría explicar como nadie ha tratado de interrumpir sus planes, dañar sus metas o desviar su futuro. Usted podría decir como jamás nadie le ha hecho daño, lo ha alejado de su deseo, o tramado una ofensa contra usted.

No deseo ser frívolo o sarcástico. Pero, el hecho es, que estas cosas son las que hacen que alguien sea su enemigo y cada uno de nosotros hemos tenido por lo menos una de estas experiencias.

Claro esta, cada cristiano enfrenta un enemigo en Satanás. Jesús nos dice que él es el enemigo que siembra la cizaña en nuestras vidas. (Ver a Mateo 13:39). Del mismo modo, el apóstol Pedro nos advierte sobre Satanás: “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).

Sin embargo, Jesús lo dice bien claro que no tenemos porque temer al diablo. Nuestro Señor nos ha dado todo poder y autoridad sobre Satanás y sus fuerzas demoníacas: “He aquí, les doy poder para hollar serpientes y escorpiones, y todo poder sobre el enemigo; y nada les hará daño” (Lucas 10:19). Cristo declara que la batalla con Satanás ya ha sido ganada. Tenemos poder dentro de nosotros mismos para resistir cualquier treta del diablo para devorarnos.

Deseo que nos enfoquemos en nuestras tribulaciones con enemigos humanos - oponentes de carne y sangre, personas que viven o trabajan a nuestro lado. Ustedes ven, cuando Pedro usa la palabra “devorar,” la palabra griega significa “tratar de tragarte de cualquier forma de un solo bocado.” Pedro esta hablando sobre un tema singular – una batalla, tribulación o tentación – que puede tragarte y llevarte a depresión, miedo o desánimo.

Usted puede testificar de haber obtenido una gran victoria en Cristo. Puede haber resistido exitosamente todas las tentaciones y deseos viles, toda la lujuria y materialismo; todos los amores de este mundo. Pero, al mismo tiempo, usted puede ser devorado por una lucha continua con un enemigo humano. Alguien que se ha levantado en contra suya – manifestando envidia y amargura, mal interpretando sus acciones y motivos, dañando su reputación, oponiéndose a usted en cada esquina, buscando destruir el propósito de Dios en su vida.

El ataque de esta persona hacia usted le ha robado su paz. Usted ha tenido que pasar tiempo precioso explicándose a usted mismo y defendiendo sus acciones. Y después de un tiempo, el conflicto comenzó a consumir sus pensamientos, costándole a usted muchas noches de insomnio. Ahora usted ve que esto esta afectando a su familia, sus relaciones, hasta su propia salud física.

Si esto le describe a usted, entonces usted ya ha sido devorado por un enemigo – ha sido tragado por una tribulación que le trajo su adversario humano.

La ley del Antiguo Testamento pide venganza – ojo por ojo, diente por diente. Este mensaje parece ser “Tú viste lo que mi enemigo me hizo, Señor. Ahora, persíguelo.”

Es fácil para nosotros entender esta actitud según aprendemos sobre los enemigos horribles de Israel. El grito de guerra de los egipcios era “Yo perseguiré, lo venceré y dividiré su tesoro; mi venganza será satisfecha sobre ellos; sacaré mi espada, mi mano los destruirá.” (Éxodo 15:9). Y Dios era fiel para vengar a Israel de sus enemigos: “Soplaste con tu viento; los cubrió el mar; se hundieron como plomo en las impetuosas aguas (15:10). “Extendiste tu diestra; la tierra los tragó.” (15:12).

Puedo escuchar a algunos cristianos decir: “Eso es lo que deseo que Dios haga a mis enemigos. Que los derribe y se los trague. Después de todo ellos me han hecho como los egipcios le hicieron a Israel. Ellos me han perseguido, me han cegado y me han vencido. Así que tengo bases bíblicas para pedirle a Dios que los sople lejos de mí.”

Sin embargo, si tratamos de tomar consuelo en la forma en que se trataba a los enemigos en el Antiguo Testamento – aun nuestros enemigos que no están salvos – nos ponemos otra vez bajo la esclavitud de la ley.

David hizo unos comentarios fuertes sobre sus enemigos. Él le rogó a Dios “Se avergonzarán y se turbarán mucho todos mis enemigos; se volverán y serán avergonzados de repente. (Salmo 6:10). Él estaba diciendo: “Persíguelos, Señor – no permitas que duerman, por lo que ellos me hicieron a mí.”

“Porque no me afrentó mi enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios.” (Salmo 55:12-14).

David decía en esencia, “Si este hubiera sido cualquier persona ordinaria, no hubiera sido tan grave. Pero era mi amigo íntimo y hermano y todo esto era muy difícil de sobrellevar.”

Creo como muchos estudiosos de la Biblia que el amigo que traicionó a David fue Ahitofel, su consejero y confidente. Estos dos hombres buscaban la opinión del otro en cada situación de su vida. Cada vez que David iba a la casa de Dios a adorar, Ahitofel estaba a su lado, actuando como un oráculo de Dios a David. Y David compartía su corazón abiertamente con Ahitofel, pensando que este era un amigo espiritual.

Sin embargo, este mismo Ahitofel – que parecía tan sabio y espiritual, sin engaño tan dedicado a David y a su causa – de repente fue en contra del rey, y se hizo su enemigo. De hecho, Ahitofel se puso tan amargamente en contra de David que trató de poner personas en contra de él. Tanto así, que reclutó a Absalón, el propio hijo de David, en un plan para matarlo.

David se quejó, “Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla; pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras mas que el aceite, mas ellas son espadas desnudas.” (Salmo 55:21). Lo que él decía era: “Yo pensé que Ahitofel era mi amigo. Hablaba tan piadosamente, me decía lo que era mejor para mí. Pero entonces enterró un puñal en mi espalda.

Esa terrible traición hizo que David siempre estuviera mirando por encima de su hombro. Él dijo: “Todos los días ellos pervierten mi causa; contra mí son todos sus pensamientos para mal. Se reúnen, se esconden, miran atentamente mis pasos como quienes acechan a mi alma.” (Salmo 56:5-6). David gemía, “Ellos velan cada movimiento mío, esperando para engañarme.”

De ese dolor terrible, depresión e ira, David clamó impetuosamente: “Deja que la muerte los acose, y deja que ellos bajen hasta el Seol: porque su maldad esta en sus aposentos, y entre ellos” (55:15). Él decía, en otras palabras, “Mata a este traidor, Señor. No dejes que viva sus días. Envíalo al infierno por lo que me ha hecho.”

Y así, mientras David decía esto, él se representaba como inocente. El testificaba, “Yo buscaré al Señor…en la tarde, en la mañana, al medio día, oraré (55:16-17). David decía, “Señor, tu sabes que he hecho todo para agradarte. No he tocado a este hombre – pero él se ha vuelto en mi contra. Él mismo se ha hecho mi enemigo.”

Estas son las palabras del mismo rey santo que lloró cuando su enemigo asesino, Saúl, fue muerto en batalla. David desgarró sus vestidos en tristeza y llamó a sus amigos para que ayunaran y oraran, llorando, “Un gigante de Israel ha caído. Saúl era un hombre precioso de Dios.” Sin embargo, ahora, David, dijo de Ahitofel, su amigo previo, “Mátalo Dios y mándalo al infierno rápido.” Entonces justifico su actitud diciendo, “Soy un hombre de oración. Estoy siempre de rodillas”

¿Cuántas veces nosotros los cristianos somos como David? En nuestro horrible dolor y depresión, clamamos santurronamente, en justicia propia, contra nuestros enemigos, “Señor, no los dejes vivir ni un solo día más.”

Quizás conozca a alguien que una vez le dijo a todo el mundo cuanto le amaba a usted. Pero entonces, zing – ese amigo le entierra un puñal en la espalda. Él se fue en su contra y ahora busca herirle a usted.

Puede que usted este separado o divorciado de su pareja y ahora su cónyuge esta apuñalándolo. En un tiempo usted estaba convencido que su cónyuge le amaba y respetaba. Estuvo a su lado en el altar, jurando ser suyo(a) por el resto de sus vidas. En esos primeros días, sus palabras eran tiernas y amorosas, y usted pensó, “Estamos tan unidos. Él (ella) es mi mejor amigo(a).”

Pero ahora, él (ella) le ha abandonado, quizás por otra persona. Y ahora le reprocha – le habla palabras suaves mientras que a espaldas suyas, trata de destruirle. Usted se duerme llorando, pensando, “Yo pensé que le conocía. ¿Cómo pudo cambiar de esta forma?”

A lo mejor, su enemigo es un amigo íntimo y personal – quizás un asociado en el ministerio o un compañero de trabajo cristiano. En un tiempo, este amigo parecía santo y sincero; y usted confiaba en él. Pero, de repente, sin ninguna razón aparente, se volvió en contra de usted. Usted no hizo nada para que se volviera en su contra. De hecho, aunque él le sigue haciendo daño, usted se ha mantenido amistoso. Todavía, usted no puede creer el veneno que él le inflige a otros sobre usted – mentiras, palabras hirientes, manipulaciones. Y la herida duele aun más profundamente porque esa persona era su amiga.

Algunos lectores preguntaran, ¿Esas cosas realmente suceden en el cuerpo de Cristo? No se como esto puede ser cierto de un cristiano”. Me entristece decirlo, todo esto es cierto.

Yo conozco a un piadoso hombre de negocios que fue invitado a servir en la junta directiva de una organización cristiana. En su primera reunión se sorprendió de la política y las peleas que él mismo vio. Me llamo, sorprendido y confundido, preguntando: “¿Esto sucede en cada ministerio? Yo espero que esto suceda en el mundo de los negocios pero me disgusta lo que vi y escuché entre estos hombres. No pueden sentarse en el Espíritu de Cristo y resolver sus desacuerdos.”

Le digo que es imposible ser verdaderamente santo sin una obediencia total a lo que el Señor nos ordena que nos amemos unos a los otros. Jesús les dijo: “Toda la ley se cumple en esto -- Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo.” (Ver Mateo 22:37-40). Ciertamente, Dios prueba nuestro amor por él por el amor que mostramos a nuestros hermanos y hermanas cristianas. “Si alguno dice: Yo amo a Dios y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).

Usted puede cantar alabanzas a Dios en la iglesia, puede servir comida a los desamparados – pero si usted carga un solo resentimiento contra cualquiera, su amor por Dios es en vano. La escritura dice que si usted guarda mal en su corazón hacia otra persona, usted es un verdadero hipócrita en los ojos de Dios.

Amar a aquellos que nos han herido no es una opción, sino una orden. “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a los otros, como nos lo ha mandado.” (1 Juan 3:23). “Esto os mando: Que os améis unos a otros” (Juan 15:17).

Usted podrá protestar, “Señor, yo te serviré, te exaltaré, te adoraré y me sacrificaré por ti – pero no esperes que yo deje de sentirme herido. Si tú entendieras la profundidad de este dolor que he pasado, no me ordenarías que hiciera esto. Esta muy afuera de mis habilidades.”

No – esta dentro de su habilidad de poder hacerlo. Jesús dice que él nos ha dado poder a todos sobre el enemigo. Su Santo Espíritu nos da el poder para perdonar, aun cuando hemos sido profundamente heridos.

Usted ve, como miembros del cuerpo de Cristo, debemos reaccionar de acuerdo a las directrices que nos ha dado nuestra cabeza, Jesús. Piense en esto: ni un solo dedo de su mano se mueve, ni su párpado pestañea, sin que sea dirigido por su cerebro. Así, que si Cristo es nuestra cabeza, entonces todos sus miembros deben moverse de acuerdo a sus pensamientos. Y él ha expresado claramente su pensamiento sobre este asunto: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:32).

¿Esta usted actuando de acuerdo a la sabiduría de Cristo? ¿O se ha convertido usted en su propia cabeza, independiente de él? ¿Ha perdonado usted a sus enemigos en amor, así como Jesús le ha perdonado a usted? ¿O usted todavía guarda rencor o resentimiento haciendo que sus pecados se vayan amontonando en contra suya?

A menudo, el orden de Dios de amar a nuestros enemigos parece medicina amarga y con sabor horrible. Pero, así como el aceite de castor que yo tuve que tragar cuando joven, es medicina que sana. Muchos cristianos no están dispuestos a tomar de esta medicina. La ven expresada en las escrituras pero raramente responden a ella. Ellos se sienten justificados en despreciar a sus enemigos.

Jesús establece claramente: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;” (Mateo 5:43-44).

¿Estaba Jesús contradiciendo la ley aquí? De ninguna manera. Él estaba revocando el espíritu de la carne que había entrado en la ley. En ese tiempo los judíos solo amaban a otros judíos. Un judío no podía darle la mano a un gentil o tan siquiera permitir que su manto rozara con la ropa de alguien que no era judío. Pero este no era el espíritu de la ley. La ley era santa e instructora. “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan; y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas de fuego amontonaras sobre su cabeza y Jehová te lo pagará.” (Prov. 25:21-22).

Jesús también se refirió a la ley del Antiguo Testamento en referencia a heridas y golpes. El dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente, pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.” (Mateo 5:38-39).

Bajo la ley de Moisés, cualquiera que causara un daño debía ser compensado en la misma manera – herida por herida, golpe por golpe. Sin embargo, esto no podía ser así bajo el ministerio de gracia de Cristo. Verdaderamente, la orden de Jesús que amáramos a nuestros semejantes también incluía aun a nuestros enemigos.

Usted preguntará, “¿Debemos amar a personas malas, - doctores que practican abortos, políticos sin escrúpulos, homosexuales que proclaman que Jesús era homosexual? ¿Acaso la Biblia no establece que debemos estar en contra del pecado y que debemos con toda nuestra fuerza resistir a los malos?” Si, lo dice. Pero debemos resistir las obras malas de esta gente sin odiar a su persona.

Usted deseará declarar la oración de David: “¿No odio, oh Jehová a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos.” (Salmo 139:21-22). Aun así, hasta David finalmente descubrió el espíritu grato de la ley. Él aprendió que es posible odiar a lo maligno en alguien sin odiar a la persona. Él escribió: “…Aborrezco la obra de los que se desvían;…” (Salmo 101:3). “…he aborrecido todo camino de mentira” (119:104). “La mentira aborrezco y abomino;” (119:163).

Considere el ejemplo de Jesús. él enfrentó la combinación del mal en todo poder significante de sus días – oficiales de gobierno, líderes políticos y eclesiásticos. Todos ellos se hicieron enemigos de Jesús, formando barreras malignas contra él. Aun en la cima de su dolor, al borde mismo de la muerte—Jesús oró, “Padre, perdónalos” (Lucas 23:34).

Esteban tuvo todo el derecho de resistir a los que le apedrearon. Él pudo haber apuntado el dedo a aquellos líderes corruptos y pudo haber dicho: “Los veré el día del juicio. Ustedes no se saldrán con esto. Dios va a castigarles por este pecado.” Pero, en vez de eso, Esteban siguió el ejemplo de Jesús. Él oró, “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.” (Hechos 7:60).

Cuando Miriam se levantó para quejarse en contra de su hermano, Moisés, ella cometió un pecado digno de muerte. Y Dios fue fiel para vengar a Moisés, dándole lepra a su hermana. Sin embargo, Moisés no se regocijó por el sufrimiento de Miriam. Se entristeció su corazón y le rogó a Dios que la sanara: “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora.” (Núm. 12:13).

Pablo fue halagado por hipócritas quienes luego le insultaron, abusaron, y vituperaron. Gente de todos lo espectros opusieron a Pablo – políticos perversos, sociedades enteras, y sodomitas romanos, que le odiaban por oponerse a sus practicas homosexuales. Hasta iglesias se levantaron en contra de él. Maestros airados, celosos de las revelaciones que recibía Pablo, se burlaban y le citaban equivocadamente. Otros le acusaban de manejar mal el dinero.

No se equivoque – Pablo odiaba el pecado de ellos. Sus traiciones le entristecían y él hablo en contra de su maldad. Pero nunca dejo de amarles o de orar por sus almas. Él testificaba: “… nos maldicen y bendecimos; padecemos persecución y la soportamos. Nos difaman, y rogamos;” (1 Cor. 4:12-13). Pablo seguía el ejemplo de Jesús. Así como Pedro escribió de Cristo, “quien, cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; (1 Pedro 2:23).

Podemos odiar las acciones inmorales de aquellos que están en el gobierno. Podemos odiar los pecados de los homosexuales, los abortistas y todos los que odian a Cristo. Pero el Señor nos manda a amarles como personas – personas por las cuales Jesús murió. Y él nos manda a que oremos por ellos.

Muchas veces, sin embargo, hacemos chistes a expensa de ellos. Yo he contado y me he reído de muchos chistes acerca de nuestro Presidente. Creo que su posición sobre el aborto en el último término es una abominación en los ojos de Dios y hace que mi sangre hierva. Pero eso no me excusa a mí de tomar seriamente su alma eterna. Si en cualquier momento yo aborrezco a una persona en vez de los principios detrás de esa persona, entonces yo no estoy verdaderamente representando a Cristo.

Yo creo que el nombre de Jesús ha sido deshonrado por la manera que muchos cristianos han reaccionado a los hacedores de maldad. Hemos injuriado a aquellos por los cuales debemos estar orando. Los que se llaman creyentes han bombardeado las clínicas de aborto, han asesinado a doctores abortistas, y han sacudido sus puños a marchantes homosexuales. Nada de eso es el Espíritu de Cristo. Nuestro poder esta sobre nuestras rodillas, no en sacudir nuestros puños o rebajarnos con juicios airados.

¿Cómo debemos reaccionar hacia cristianos que se han hecho enemigos nuestros? Jesús nos manda a amarlos, haciendo tres cosas: 1. Bendiciéndolos. 2. Haciéndoles bien. 3. Orando por ellos. “…Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen;” (Mat. 5:44).

Revisemos nuestras vidas a la luz de estas tres cosas para ver si estamos siendo obedientes a Cristo, nuestra cabeza:

“Bendecid a los que te maldicen.” ¿Qué, exactamente, quiere decir bendecir? La palabra griega bendecir aquí implica, “hablar solo lo que es bueno y edifica, en voz alta, con la boca.” No tan solo debemos pensar cosas buenas de nuestros enemigos, sino que también debemos decirlas abiertamente.

Ciertamente, yo he fallado en este mandato. Recuerdo en una ocasión cuando alguna gente que yo amo mucho se levanto en contra mía, persiguiéndome y reprochándome. Fue el peor dolor que yo he sufrido, consumiendo mis pensamientos día y noche. Cada vez que tenía la oportunidad, yo me desahogaba con cualquiera que me quisiera escuchar.

Un día una pareja muy querida en el ministerio nos invitó a mi esposa, Gwen y a mí a almorzar. Tan pronto nos sentamos, comencé a desahogar mi pena y carga sobre ellos. Les conté cada detalle de mi dolor – cada mentira que fue dicha, y todas las heridas que habían sido infligidas. Esa pareja nunca supo lo que les había tocado. Una hora más tarde se fueron aturdidos. Cuando mire a Gwen, vi desaliento en sus ojos. Ahí fue cuando me di cuenta – yo había hablado todo el tiempo.

Supe después que esta pareja querida estaba sufriendo – y esa era la razón por la cual estaban desesperados por reunirse con nosotros. Sin embargo, yo nunca les pregunte como estaban. Ellos no pudieron decir ni una palabra – y se fueron vacíos, secos y sin edificar. Si tan solo yo hubiera obedecido el mandamiento de Jesús de bendecir a mis perseguidores hablando bien de ellos, esta pareja pudo haber sido bendecida. Al contrario, se fueron entristecidos en su espíritu.

“Haz bien a aquellos que te odian.” ¿Qué quiere decir que hagas bien a aquellos que se nos oponen? El significado en griego implica “honestidad mas recuperación.” Jesús esta diciendo en esencia, “Haz todo en tu poder para conseguir la sanidad de tu enemigo y su recuperación de la trampa de Satanás. Sabes que lo que esta persona te está haciendo es maligno. Pero tu enfoque no debe estar en tu propio dolor sino en el engaño del alma de tu enemigo.”

En realidad, Cristo nos esta ordenando a visualizar la condición de la condenación del alma de nuestros perseguidores. No debemos consolarnos pensando que Dios algún día va a vengarse de sus pecados en contra de nosotros. Al contrario, debemos orar por ellos. Debemos tratar de derribar cualquier pared que les pueda condenar y poner delante todo esfuerzo para construir un puente hacia ellos.

Jesús prometió, “A quienes remitieres los pecados, le son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.” (Juan 20:23). “Remitir” significa olvidar totalmente, renunciar, poner a un lado. Claro que nadie puede remitir los pecados de alguien contra Dios. Solo Cristo puede hacer esto, a través de su obra en la cruz. Pero podemos remitir aquellos pecados que han sido cometidos contra nosotros. Jesús esta diciendo, “Si tú remites ese pecado contra ti, yo lo remitiré en el cielo. Perdonare a tu enemigo por ti.”

“Ora por los que te usan y te afrentan.” Vemos esta orden ilustrada en las responsabilidades del sumo sacerdote. Primero, la ley requirió que un sacerdote hiciera el sacrificio y lo pusiera en el altar, para tratar con el pecado de la gente. Y segundo, el sacerdote debía orar por la congregación y actuar como intercesor de ellos.

Este trabajo sacerdotal fue demostrado en la cruz. Jesús hizo ambas cosas: Primero, hizo un sacrificio por el pecado con su propio cuerpo. Luego, oró por el perdón de la gente, incluyendo a sus propios perseguidores.

Y ahora mismo, Cristo esta intercediendo por sus enemigos. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1). Jesús es un abogado aun para aquellos que te han perseguido y abusado. Así, que si él esta intercediendo por sus almas, ¿cómo puedes seguir siendo su enemigo? Es simplemente imposible.

Pablo escribe, “Dejad lugar a la ira de Dios” (Ro. 12:19). En resumen, él esta diciendo, “Sufre lo malo que te hagan. Ríndelo y sigue adelante. Ten vida en el Espíritu.” Pero si rehusamos perdonar las heridas que nos han hecho, tenemos que encarar las siguientes consecuencias:

  1. Nos haremos mas culpables que la persona que nos hirió.
  2. La misericordia y gracia de Dios hacia nosotros serán cortadas. Entonces, según las cosas comienzan a marchar mal en nuestras vidas, no entenderemos porque estamos en desobediencia.
  3. Las vejaciones de nuestro perseguidor contra nosotros continuaran robando nuestra paz. El se convertirá en el triunfador, teniendo éxito en darnos una herida permanente. Y se irá riéndose mientras nosotros continuamos hirviendo en ira.
  4. Porque Satanás triunfa en llevarnos a pensamientos de venganza, podrá entonces dirigirnos a pecados de mortandad y cometeremos transgresiones mucho más terribles que estas.

El escritor de los Proverbios aconseja, “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa.” (Prov. 19:11). En otras palabras, debemos hacer nada hasta que nuestra ira haya pasado. No debemos hacer una decisión o dar seguimiento a cualquier acción mientras estamos airados.

Además, traemos gloria a nuestro padre celestial cuando ignoramos heridas y perdonamos los pecados hechos a nosotros. Cuando hacemos esto nuestro carácter se edifica. Ya hemos leído que si reaccionamos como Jesús lo hizo, “Jehová te lo pagará.” (Prov. 25:22). Cuando perdonamos como Dios perdona, él trae revelación de favor y bendición como nunca hemos conocido.

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