La Irracionalidad de la Fe

Cuando Dios dice a la humanidad, “Cree,” él requiere algo que está completamente más allá de la razón. La fe es totalmente ilógica. Su misma definición tiene que ver con algo irrazonable. Piensa un poco: Hebreos dice que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Nos está diciendo, para abreviar, “No hay sustancia tangible. No hay en absoluto ninguna evidencia.” Y aún nos pide que creamos. ¿Puedes pensar en alguna demanda más irracional que esta? Está diciendo simplemente; “Acepta esto sin evidencia. Confía en lo invisible.” Es totalmente más allá de la lógica.

Estoy tratando este tema por una razón importante. Ahora mismo, por todo el mundo, multitudes de creyentes están cayendo en desaliento. El pueblo de Dios está pasando por pruebas, luchas, sufrimientos, confusiones de todo tipo. El hecho es que todos vamos a seguir enfrentando el desaliento en esta vida. Pero yo creo que si nosotros entendemos la naturaleza de la fe – su naturaleza ilógica e irracional – nosotros podremos encontrar la ayuda que necesitamos para llegar.

Considera la fe que se le pidió a Noé. Él vivió en una generación que estaba fuera de control. No podemos comenzar a comprender en los malos tiempos que este hombre vivió; donde la violencia y el asesinato estaban desenfrenados. Los gigantes dieron a luz a “hombres poderosos.” Perversamente se había extendido increíble maldad. La condición de los hombres se había vuelto tan horrible que Dios no podía soportarlo más. Finalmente, él dijo, “¡Basta! El hombre está enfocado en auto destruirse. Esto debe terminar.”

Él dijo a Noé, “Yo destruiré toda carne. Pero te preservaré a ti y a tu familia. Así que quiero que construyas un arca, Noé. Y quiero que tú reúnas en ella todas las especies de animales, de dos en dos. Mientras tú haces esto, yo daré a los habitantes de la tierra 120 años de misericordia. Entonces yo enviaré una lluvia que no se detendrá por 40 días y noches. Habrá un gran diluvio y eliminará toda cosa viviente.” Dios entonces comenzó a darle a Noé las dimensiones del arca – el largo, ancho y profundidad – en gran detalle.

Imagine al contrariado Noé tratando de asimilar esto. Dios enviaría un cataclismo, uno que destruiría toda la tierra. Y todo lo que se le dijo a Noé desde el cielo sobre el tema fueron estas breves palabras. Él simplemente debía aceptarlo por fe, sin recibir ninguna otra dirección por 120 años.

Piense en la fe que se requirió de Noé. Se le dio una tarea colosal de construir una gran arca. Y entre tanto, él debía vivir en un mundo violento y peligroso. Él estaba rodeado por gigantes, asesinos, escépticos, todos ellos miraban cada uno de sus pasos. Estoy seguro que ellos se burlaron de Noé mientras él trabajaba tediosamente en el arca a través de los años. Y, estando insensibles en su violencia, ellos probablemente amenazaron con matarle. Pero la fe demandaba que Noé guardara su corazón “con temor” (ver Hebreos 11:7). Él tenía que seguir creyendo, mientras el mundo entero a su alrededor danzaba, se divertía y se revolcaba en sensualidad.

En esencia, Dios le había dicho a este hombre, “Tu debes creer mi Palabra, Noé. Te estoy pidiendo que me obedezcas, sin excusas. Si alguna vez comienzas a dudar, o sentirte rendido, debes confiar en lo que te he dicho. Yo no te voy a dar ninguna otra evidencia, solo mi promesa. Debes actuar en ella solamente.”

Que cuadro totalmente ilógico. Seguramente a veces, Noé se frustró, exterior e interiormente. ¿Cuántos días habrá pasado desalentado? Cuan a menudo se preguntó “Esto es tan absurdo. ¿Cómo puedo saber que esa era la voz de Dios?” Pero Noé hizo como Dios le dijo. Él siguió confiando en la palabra que se le fue dada, por más de un siglo. Y por esta obediencia, las Escrituras dicen; Noé “fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Ver Hebreos 11:7).

Considera a Abrahán. Dios dijo a este hombre; “levántate, sal de tu tierra.” Seguramente Abrahán preguntó; Pero. ¿Dónde Señor?” Dios simplemente le habría contestado, “No te lo voy a decir. Solo vete.”

Esto no era lógico. Era una demanda totalmente irrazonable para cualquier persona pensante. Lo ilustrare preguntándole a las esposas cristianas: si tu marido llega a casa un día y dice “Empaca todo, cariño, nos mudamos.” Por supuesto, tu querrías saber por que, o donde, o de que modo. Pero la única respuesta que te ofrece es; “No lo sé. Solo sé que Dios lo dijo.” No hay ninguna rima ni razón en este tipo de demanda. Simplemente no es lógica.

Pero esta es precisamente la ilógica dirección que siguió Abrahán, “Por la fe Abrahán, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Hebreos 11:8). Abraham levantó a su familia, sin saber dónde iba a terminar. Todo lo que él sabia eran las breves palabras que Dios le había dado; “Vé, Abrahán, y yo estaré contigo. No te sobrevendrá ningún mal.” La fe demandaba que Abrahán actuara sin nada más que esta promesa.

Una noche estrellada, Dios dijo a Abrahán; “Mira al cielo. ¿Ves las estrellas innumerables? Cuéntalas si puedes. Así será el número de tus descendientes” (vea Génesis 15:15). Abrahán debió haber movido su cabeza con esto. El ahora era viejo, como su esposa, Sara. Ellos estaban muy pasados del tiempo donde es posible tener un hijo. Aún así se le da una promesa de que sería el padre de muchas naciones. Y toda la evidencia que él debía seguir era una palabra del cielo: “Yo soy Jehová” (15:7).

Pero Abrahán obedeció. Y la Biblia dice lo mismo de él que se dice de Noé: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (15:6). Una vez más vemos una escena ilógica. Sin embargo, la fe de un hombre se transforma en justicia.

Considera a los hijos de Israel. Piensa en las condiciones difíciles en que Dios los llevó. Él los libró de las garras del Faraón en Egipto, solo para ser cercados frente al Mar Rojo. Los israelitas estaban rodeados por montañas por ambos lados, y el ejército de Faraón descendía rápidamente hacia ellos por detrás. Era una situación desesperada, sin salida humana. Sus corazones debieron haber saltado cuando oyeron el retumbar de los carros de Faraón y vieron el polvo que levantaban sus caballos.

Aunque yo conozco el desenlace de esta escena, mi carne quiere discutir con Dios: “No parece justo, Señor. Que situación traumática para esas familias y sus niños. Ellos están atrapados allí, sin balsas ni botes, preguntándose que iban a hacer. Señor, en una noche tu mataste a todos los primogénitos de Egipto. ¿Por qué no mataste a todos estos soldados en el desierto? ¿Cuál es la diferencia si los ahogas o los matas en el desierto? Es irrazonable, con todos esos niños llorando, todos los hombres y mujeres temblando de miedo. Ellos te obedecieron, y tu permites que esto venga sobre ellos. ¿Porque tuvieron que atravesar esto?”

La realidad es ineludible: Dios los llevó a esta situación. Y la escena entera es totalmente ilógica, absolutamente irrazonable. Dios simplemente esperó que creyeran en la Palabra que él les había dado: “Yo te tomaré en mis brazos y te llevaré a través del desierto. Ningún enemigo prosperará contra ti, porque yo estaré contigo. Tu simplemente estáte quieto y ve la salvación del Señor.”

Te pregunto: ¿cuántos de nosotros hubiéramos estado allí temerosos y gritando, como hicieron los israelitas? Si somos honestos, sabemos que es justo así como reaccionamos ahora, en la mayoría de nuestras crisis. ¿No es la condición de nuestro corazón similar a la de ellos?

Expuesta simplemente, la fe es muy exigente. Exige que una vez que oímos la Palabra de Dios, la obedezcamos, sin otra evidencia que nos dirija. No importa cuan grandes puedan ser nuestros obstáculos, cuan imposibles nuestras circunstancias. Debemos creer en su Palabra y actuar en ella, sin mas comprobación para seguir. Dios dice; “Mi promesa es todo lo que necesitas.”

Como toda generación anterior, nosotros también nos preguntamos; “Señor, ¿por qué enfrento esta prueba? Está más allá de mi comprensión. Tú has permitido tantas cosas en mi vida que no tienen sentido. ¿Por qué no hay ninguna explicación para lo que estoy pasando? ¿Por qué está mi alma tan inquieta, tan llena de grandes pruebas?”

Escúchame nuevamente: las exigencias de la fe son totalmente irrazonables a la humanidad. Entonces, ¿cómo contesta el Señor nuestros ruegos? Él envía su Palabra y recordándonos sus promesas. Y él dice: “Simplemente obedéceme. Confía en mi Palabra para ti.” Él no acepta ninguna excusa, ni desobediencia, no importa cuan imposibles parezcan nuestras circunstancias.

Por favor, no me mal entiendas. Nuestro Dios es un Padre amoroso. Y él no permite que su pueblo sufra indiscriminadamente, sin ninguna razón. Sabemos que él tiene a su disposición todo el poder y el deseo de quitar todo problema y angustia. Él puede decir simplemente una palabra, y librarnos de toda prueba y lucha.

Aún, el hecho es, Dios no va a mostrarnos como o cuando él cumplirá sus promesas. ¿Por qué? Él no nos debe ninguna explicación, cuando él ya nos ha dado una repuesta. Él nos a dado todo lo que necesitamos para la vida y la santidad en su Hijo, Jesucristo. Él es todo lo que necesitamos para cada situación que la vida nos lanza. Y Dios permanecerá en la Palabra que él nos ha revelado: “Tu tienes mi Palabra a tu alcance. Mis promesas son sí y amén para todo el que cree. Así que, descansa en mi Palabra. Créela y obedécela.”

La Biblia nos dice que Israel “provocó” a Dios diez veces en el desierto. ¿Cuáles fueron estas provocaciones? Fueron diez situaciones cuando los israelitas enfrentaron grandes pruebas. Vez tras vez, este pueblo fue llevado a circunstancias que parecían imposibles. Quizás te has preguntado a veces, como yo lo he hecho; “Señor, ¿por qué todas estas pruebas?”

En cada caso, Dios miraba si en su pueblo se levantaba una vislumbre de fe. Él buscaba simplemente una pequeña medida sobre la cual construir. Tu ves, él quería dar al mundo un testimonio de su fidelidad hacia su pueblo, e Israel sería ese testimonio. Dios estaba diciendo, en esencia: “Cuando yo llevo a mi pueblo a lugares duros, yo espero que ellos actúen en mis promesas que les he dado. Mi Palabra es vida para todo aquel que cree. Y yo quiero que ese mensaje se predique y demuestre a un mundo perdido y agonizante.”

Esa Palabra ya estaba a disposición de Israel. Dios les había dicho; “Yo los sacaré de la aflicción, a una tierra que fluye leche y miel. Nadie podrá enfrentarte. YO SOY estará contigo, y ninguna promesa mía fallará.” Lo mismo es verdad para el pueblo de Dios hoy día. Mientras la tierra exista, sus promesas permanecen igual: “Yo los sacaré de vuestra aflicción. Confíen en el gran YO SOY.”

Por esta razón, el Dios de toda paciencia no tiene paciencia con la incredulidad de sus hijos. Hebreos dice; “¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron?” (Hebreos 3:16). ¿Qué oyeron ellos? Ellos escucharon la Palabra de Dios: promesas de protección, guía y bondad. Pero, en lugar de confiar en esa Palabra, ellos se enfocaron en sus situaciones desesperadas, y permitieron que la incredulidad tomara cuerpo en sus corazones. Dios respondió diciendo; “Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo.” (Hebreos 3:11).

Este pueblo quería algo razonable. Ellos querían pararse en algo que pudieran ver, sentir y tocar. Ellos querían que Dios hiciera aparecer mágicamente un camino frente a ellos. Pero eso no es fe. Fe significa, decir; “Dios me ha dado una promesa, y yo voy a vivir y a morir en esa promesa. No importa lo que me cueste echar mano de ella. Yo estoy arriesgando todo, mi vida entera, en su Palabra para mí.”

Hebreos pregunta: “¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de la incredulidad.” (Hebreos 3:17-19). El hecho es, que cada prueba de Israel pasó, y Dios los libró fielmente de cada una. Esos mismos israelitas que experimentaron la bondad de Dios terminaron muertos en el desierto. ¿Por qué? En cada tiempo de prueba, ellos se quejaban y se endurecían, negándose a creer.

¿Y que de ti? ¿Estás en un lugar aterrador ahora, como lo estuvo Israel? ¿Te sientes desesperado, vacío, despojado de todo? Para todo aquel que enfrenta una lucha severa, yo le digo, tu prueba también pasará. Entonces, ¿qué espera Dios de ti ahora, en medio de esto?

Quizás estás afligido, angustiado con una lucha que no parece terminar. Estás abatido, más desanimando de lo que estuviste alguna vez. Tus amigos pueden decirte; “no llores ni te lamentes. Eso no demuestra fe.” Pero no es así. La verdad es que, si tú tienes fe, puedes llorar. Tú no puedes evitar tu dolor. De hecho, hay poder sanador en tus lagrimas. Tu lamento no tiene nada que ver si tu confías o no en la Palabra de Dios.

A veces, puedes preguntar: “Señor, ¿qué estoy haciendo mal? ¿Qué pecado cometí? ¿Es esto tu juicio sobre mí?” Puedes incluso sentirte como confrontándolo, llorando; “¿Por qué permitiste que esto pasara? ¿Qué hice yo para que permitieras esto?” Yo te digo, Dios te da tiempo para esas preguntas. Él permite que tu carne tenga esas rabietas.

Entonces, finalmente, el Señor viene a ti y dice: “Tu tienes derecho a todos esos sentimientos, pero no tienes razón para acusarme o dudar de mí. Yo te he dado una promesa. Verdaderamente, yo te he dado todo lo que necesitas, y tú debes echar mano de esa promesa ahora. Si tú lo haces, mi Palabra será vida para ti. Traerá sanidad que es mayor que cualquier medicina, más poderosa que un río de lagrimas.”

Una y otra vez, el salmista pregunta; “¿Por qué está abatida mi alma? Me siento inútil, desamparado. Hay tal inquietud dentro de mí. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué me siento tan impotente en mi aflicción? Estas preguntas hablan por multitudes que han amado y servido a Dios.

Mira al piadoso Elías, por ejemplo. Lo vemos bajo un enebro, rogándole a Dios que lo mate. Él estaba tan abatido, que esta al punto de abandonar su propia vida. También encontramos al recto Jeremías abatido en desesperación. El profeta lamenta; “Señor, tu me has engañado. Tu me dijiste que profetizara todas estas cosas, pero ninguna de ellas ha sucedido. Yo no hago nada sino buscarte toda mi vida. ¿Y así es como me compensas? Ahora no voy a mencionar más tu nombre.”

Cada uno de estos siervos tuvo un ataque temporal de incredulidad. Pero el Señor entendió su condición en tiempos de confusión y duda. Y después de un tiempo, él siempre les señaló la salida. En medio de sus aflicciones, el Espíritu Santo encendió la luz para ellos; y las Escrituras registran sus experiencias como ejemplo para nosotros.

Considera el testimonio de Jeremías, de cómo él salió del hoyo: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16). David también testificó; “Yo recordé tu Palabra.” Y Elías dijo; “Tu Palabra vino a mí.” Hasta cierto punto, cada uno de estos siervos recordó la Palabra de Dios y ésta vino a ser gozo y regocijo para sus vidas, sacándolos del hoyo.

La verdad es que, todo el tiempo que estas personas estuvieron luchando, el Señor estaba sentado, esperando. Él escuchaba sus lamentos, su dolor, su angustia. Y después que había pasado cierto tiempo, él les decía: “Tú has llorado, tuviste tu tiempo de dolor y duda. Ahora yo quiero que confíes en mí. ¿Volverás a mi Palabra? ¿Pondrás mi promesa que te hice como tu sostenimiento? Si lo haces, mi Palabra te ayudara.”

No importa como entramos a nuestra situación desesperada. A veces, es obra del Señor, llevarnos al final de nuestro ingenio (capacidad). A veces, es ataque del enemigo, como lo hizo con Job. A veces, es nuestra carne, ya sea a través de la tentación, o a través de pruebas mentales o físicas. El hecho es que, no importa como llegamos allí. Todo lo que importa es como salimos de allí, y no hay salida excepto por la Palabra de Dios.

El Espíritu Santo es fiel en hablarnos. Él nos permite saber cuando es tiempo de poner todas nuestras dudas y preguntas a un lado. Si no lo hacemos – si nos negamos volver a confiar en la Palabra de Dios, permitiendo que sus promesas sean una vez más el gozo para nuestras vidas – se establecerá la incredulidad. Se endurecerá como el concreto. En ese punto, caeremos en un hoyo del que nunca podremos salir. Cada pensamiento nuestro hacia Dios será duro y acusador, en lugar de manifestar confianza. Y su ira está contra todos los que abandonan su confianza en su Palabra.

Por siglos, los judíos habían esperado la venida del Mesías. Ellos creían que el salvador de Israel sería un rey, que entraría en majestad y poder a gobernar en Jerusalén. Él sería un poderoso libertador, comandante de un ejercito invencible. Y rompería el yugo que Roma había puesto sobre el cuello de Israel. Entonces, él derrocaría a todos los demás poderes en la faz de la tierra.

¿Puedes imaginar la expectativa que cada judío tenía por la venida de este Salvador? Él sanaría toda enfermedad, llevaría todo dolor, libraría de la pobreza, y les daría a todos lo que sus corazones desearan. Él haría de Israel un gran pueblo y una nación prospera. Y él haría todo con una increíble muestra de poder.

Entonces, ¿fue así como llegó el Mesías? No, sabemos que no. De entre todos los lugares, él nació en un establo. Y la historia de su nacimiento es la más ilógica e irrazonable de todas. Este Mesías no tuvo padre terrenal; él fue concebido inmaculado por el Espíritu Santo, y llevado en el vientre de una virgen. Su llegada no fue anunciada por poderosas trompetas, sino por un viejo sacerdote y una profetiza anciana. Ellos declararon simplemente; “He aquí la esperanza de Israel. Crean en él, por que él es Dios.”

¿De quien hablaban, exactamente? Un humilde nazareno, un carpintero. Cuando Jesús vino a escena, la gente dijo; “Espera un minuto. Nosotros conocemos los padres de este hombre.” Alguien incluso pudo haber dicho; “José lo trajo una vez a mi casa, para ayudarle a arreglar nuestra mesa.” ¿Cómo podía esperarse que alguien creyera que semejante hombre era el Mesías? Esto era totalmente irrazonable.

Jesús no anunció su señorío con un ejercito poderoso. Él apareció con doce discípulos incultos, de la clase obrera. Ellos no fueron educados en gran teología. Ellos eran pescadores, jornaleros, vendedores. Y Jesús no era diferente. Entonces, ¿cómo podría alguien aceptar que él era una autoridad en la Palabra de Dios? Todos sabían que los verdaderos líderes de Israel se sentaban a los pies de Gamaliel, aprendiendo del principal erudito de esos días. Entre tanto, este hijo de carpintero enseñó en los desiertos y a la orilla del mar. Sus oyentes eran viudas, leprosos, prostitutas, y él les decía a todos; “Soy Dios encarnado. Crean en mi.”

Imagínate la reacción que cualquier líder religioso debe haber tenido: “Este hombre se para en las sinagogas, declarando que él es el Mesías. Él dice que fue enviado por Dios, pero no tiene cuna real o linaje. Él ni siquiera tiene donde recostar su cabeza. Se precipita en el templo a echar fuera a todos los vendedores. Y llama al templo ‘la casa de mi Padre,’ pero no explica donde consiguió tal autoridad. De hecho, él declara ser el templo de Dios. Él dice que existió antes que Abrahán.”

“Él dice que es agua viva, pan del cielo, hombre y Dios. Entonces usa un lenguaje raro, diciéndonos que comamos su cuerpo y bebamos su sangre. Él dice que si nosotros le hemos visto, hemos visto al Padre, pero si no creemos en él, entonces tampoco creemos en Dios. Aun, ¿cuál es su autoridad para proclamar todo esto? Es solo su palabra. Él viene y dice; “crean en mi.’”

Piensa lo que los líderes escuchaban de Jesús: “… El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5:24). Ellos protestaban diciéndole a Cristo; “Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero” (8:13). Jesús les respondió con otra explicación irrazonable: “En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.” (8:17-18).

Finalmente, Jesús pone el asunto entero en perspectiva. Él les dice: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra” (8:43). Él estaba diciendo; “Ustedes no pueden comprenderme porque no escuchan mi Palabra.” Lo mismo es cierto de cada creyente hoy día. Todas las luchas se reducen a un solo problema: confiar en la Palabra de Dios. Solo su Palabra es nuestra vida y esperanza.

Estamos viviendo en el tiempo de la más grande revelación del evangelio en la historia. Hay más predicadores, más libros, más medios de comunicación saturados del evangelio que nunca. Aún así, nunca ha habido más dolor, aflicción y mentes atribuladas entre el pueblo de Dios. Pastores hoy día diseñan sus sermones solo para levantar personas y ayudarlas a tratar con su desesperación. Ellos predican sobre el amor y la paciencia de Dios. Ellos nos recuerdan que él entiende nuestros tiempos de desaliento. Nos dicen; “Sosténte, toma ánimo. Hasta Jesús se sintió abandonado por su Padre.”

No hay nada malo en esto. Yo mismo predico estas verdades. Pero creo que hay una sola razón por la que vemos tan poca victoria y liberación: es la incredulidad. El hecho es que Dios ha hablado con gran claridad en estos últimos días. Y esto es lo que él ha dicho: “Yo ya les he dado una Palabra. Está finalizada y completa. Ahora, permanezcan en ella.”

No permita que nadie le diga que estamos experimentando un hambre de Palabra de Dios. La verdad es que, estamos experimentando un hambre de oír la Palabra de Dios y obedecerla. ¿Por que? La fe es tan irrazonable. Pero la fe nunca viene a nosotros por lógica o razón. Pablo declara simplemente; “La fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Esta es la única manera que la verdadera fe alguna vez suba al corazón de algún creyente. Viene oyendo – esto es, creyendo, confiando y actuando en – la Palabra de Dios.

Quiero cerrar con esta conversación imaginaria entre el Señor y un cristiano desalentado:

Cristiano: “Señor, estoy caído y desalentado. Tu prometiste que no permitirías que llevara una carga demasiado pesada, sin que hubiera una forma de escapar. Pero ahora mismo estoy agobiado. Si tan solo me dijeras de que se trata todo esto.”

El Señor: “Yo te di mi Palabra.” “Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.” (Salmo 32:6-8).

Cristiano: “Señor, me siento tan impotente. Mis fuerzas ya casi me abandonan. Temores y dudas plagan mi mente. No puedo ver ninguna salida. El futuro luce sin esperanza.”

El Señor: “Yo te di mi Palabra.” “He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, Sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre. Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él.” (Salmo 33:18-20).

Cristiano: “Señor, a veces siento que debo haberte ofendido. ¿Es esta prueba un juicio de algún tipo? ¿Terminará algún día?”

El Señor: “Yo te he dado mi Palabra.” “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias. El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él.

Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos… Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias… Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová… Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían” (Salmo 34:6-8, 15, 17, 19, 22).

En solo tres Salmos, se nos da bastante Palabra de Dios para echar fuera toda incredulidad. Yo te animo ahora: escúchala, confía en ella, y obedécela. Y finalmente, descansa en ella. Este será nuestro testimonio de nuestro Dios fiel, a través de cada prueba y aflicción.

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