LA NATURALEZA PERDONADORA DE DIOS
En ocasiones, David sufría grandemente bajo la vara de castigo del Señor. Temía que el Señor lo hubiera abandonado por completo a causa de su pecado, un pensamiento que él no podía soportar; y le suplicó al Señor: “No me anegue la corriente de las aguas, ni me trague el abismo, ni el pozo cierre sobre mí su boca” (Salmos 69:15). Él estaba diciendo: “Señor, por favor no me dejes bajar tanto que ya no pueda salir”.
En su desesperación, la oración de David se volvió intensa. Leemos en muchas ocasiones donde él clama a Dios, en angustia: “De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz” (Salmos 130:1-2).
Para muchos creyentes, hundirse hasta el fondo significa el final. Se sienten tan abrumados por sus fracasos, desarrollan una sensación de indignidad y con el tiempo se sienten atrapados más allá de cualquier ayuda. Isaías escribió acerca de tales personas: “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo" (Isaías 54:11).
Algunos eventualmente se enojan con Dios porque no creen que él se esté moviendo lo suficientemente rápido. “Señor, ¿dónde estabas cuando te necesitaba? Te llamé, pero no respondiste. Estoy cansado de esperar sin ver ningún cambio”. Muchos de estos creyentes simplemente dejan de intentar y se entregan a su pecado. Otros caen en una neblina de apatía espiritual, convencidos de que Dios ya no se preocupa por ellos: “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí” (Isaías 49:14).
David fue levantado desde las profundidades al recordar la naturaleza perdonadora de Dios. Después de todo su llanto al Señor, David terminó testificando: “Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmos 130: 4). El Espíritu Santo comenzó a inundar su espíritu con recuerdos de las misericordias de Dios y la naturaleza indulgente y perdonadora del Padre.
Caminar en el temor del Señor nos hace capaces de decir: “Sé que mi Padre me ama y nunca me abandonará. Él siempre está listo para perdonarme cada vez que yo clamo a él”.