La Prueba Máxima de Fe
Llega un momento en la vida de cada creyente, así como en la iglesia, en el que Dios nos pone la máxima prueba de fe. Es la misma prueba que enfrentó Israel en el lado desierto del Jordán. ¿Qué es esta prueba?
Es mirar todos los peligros que nos esperan: los problemas gigantes que enfrentamos, los altos muros de la aflicción, los principados y potestades que buscan destruirnos, y entregarnos totalmente a las promesas de Dios. La prueba es comprometernos a vivir toda una vida de confianza y seguridad en su Palabra. Es un compromiso de creer que Dios es más grande que todos nuestros problemas y enemigos.
Nuestro Padre celestial no busca una fe que se ocupe de un problema cada vez. Está buscando una fe de por vida, un compromiso de por vida para creerle lo imposible. Este tipo de fe trae calma y reposo a nuestra alma, sin importar nuestra situación. Y tenemos esta calma porque nos hemos decidido de una vez y por todas: “Mi Dios es más grande. Él puede sacarme de todas y cada una de las aflicciones”.
Nuestro Señor es amoroso y paciente, pero no permitirá que su pueblo viva en la incredulidad. Es posible que tú hayas sido examinado una y otra vez y ahora ha llegado el momento de tomar una decisión. Dios quiere una fe que resista la prueba máxima, una fe que no permitirá que nada te saque de la confianza y la seguridad en su fidelidad.
Cuando Israel se enfrentó a Jericó, se le dijo al pueblo que no dijera una palabra, sino que simplemente marchara. Ellos estaban enfocados en lo único que Dios les había pedido: Obedecer su Palabra y seguir adelante.
Eso es fe. Significa poner tu corazón en obedecer todo lo que está escrito en la Palabra de Dios, sin cuestionarlo ni tomarlo a la ligera. Y sabemos que si nuestro corazón está resuelto a obedecer, Dios se asegurará de que su Palabra para nosotros sea clara, sin confusión. Además, si él nos manda que hagamos algo, él nos proveerá el poder y la fuerza para obedecer: “Diga el débil: fuerte soy” (Joel 3:10). “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6:10).