La Senda A la Que el Orgullo Conduce
El orgullo está en lo más alto de la lista de cosas que Dios odia. “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).
La mayoría de los cristianos admitirían que no han llegado aún; y que hay áreas en sus vidas que necesitan mejoras, pero pocos se considerarían orgullosos. El orgullo es independencia; la humildad es dependencia. El orgullo es la falta de voluntad de esperar que Dios obre en su propio tiempo y a su manera. El orgullo se apresura a tomar el asunto en sus propias manos cuando parece que Dios no está obrando lo suficientemente rápido.
Un ejemplo de este terrible pecado es la desobediencia de Saúl en Gilgal. Cuando Samuel ungió a Saúl como rey, “él [Samuel] habló con Saúl en el terrado” (1 Samuel 9:25). Esta discusión en la azotea se refería a una gran guerra que se avecinaba y Samuel le ordenó a Saúl que no actuara hasta que todas las personas se reunieran en Gilgal para buscar al Señor por instrucciones específicas. Esto debía ser obra de Dios y sólo de él (ver 1 Samuel 10:8).
Samuel representaba la voz de Dios; una vasija a través de la cual Dios comunicaría sus planes. Pero Saúl se impacientó y tomó el asunto en sus propias manos. Dios lo estaba probando y él falló debido a la impaciencia: ¡orgullo absoluto!
La humildad es una dependencia total de Dios. Es confiar en que Dios hará lo correcto en el momento correcto de la manera correcta. Y Jesús nos ha dejado una promesa gloriosa de llevarnos de la mano a través de los días oscuros que vendrán. Él dijo: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Apocalipsis 3:10).