La Vida Entregada

“Entrega” ¿Qué le dice a usted esta palabra? En términos literales, entrega se define como algo que se cede a otra persona. También significa rendir algo que le ha sido entregado. Esto puede incluir sus posesiones, poder, metas; y hasta su propia vida.

Los cristianos de hoy en día escuchan mucho acerca de la vida entregada. ¿Pero qué significa exactamente? La vida entregada es el acto de devolver a Jesús la vida que le ha dado a usted. Es ceder el control, los derechos, el poder, la dirección y todas las cosas que usted hace y dice. Es renunciar a su vida y ponerla en las manos de Jesús para que él haga con ella como él desee.

Jesús mismo vivió una vida entregada. “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” (Juan 6:38). “Yo no busco mi gloria” (Juan 8:50). Cristo nunca hizo algo por sí mismo. Él no se movió ni dijo palabra alguna sin ser instruído por el Padre. “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. …porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:28-29)

La entrega completa de Jesús al Padre es un ejemplo de cómo todos debemos vivir. Usted dirá: “Jesús era Dios encarnado. Su vida fue de entrega antes que él viniera al mundo.” Pero la vida entregada no es impuesta sobre nadie, incluyendo a Jesús.

Cristo habló estas palabras como un hombre de carne y sangre. Después de todo, él vino a la tierra a vivir no como Dios sino como un ser humano. Él experimentó la vida de la misma forma como nosotros la experimentamos. Y así como nosotros, tenía su propia voluntad. Él escogió entregar completamente esa voluntad a su Padre. “Por eso me ama mi Padre porque yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar.” (Juan 10:17-18).

Jesús nos decía: “No se equivoquen. Este acto de mi propia entrega esta totalmente en mi poder para hacerlo. Estoy escogiendo entregar mi vida. Y no lo estoy haciendo porque algún hombre me dijo que lo hiciera. Nadie esta tomando mi vida. Mi Padre me dio el derecho y privilegio de entregar mi vida. El también me dio la elección de pasar esta copa y evitar la cruz. Pero yo elijo hacerlo, por amor y entrega total a él.”

Nuestro Padre celestial nos ha dado a todos este mismo derecho: el privilegio de escoger entregar nuestra vida a él. Nadie esta obligado a entregar su vida a Dios. Nuestro Señor no nos hace sacrificar nuestra voluntad y devolver nuestra vida a él. Él libremente, nos ofrece la tierra prometida llena de leche, miel y frutos. Pero podemos elegir no entrar a ese lugar de plenitud.

La verdad es que podemos tener tanto de Cristo como deseemos. Podemos entrar tan profundo en él como escojamos, viviendo completamente por su Palabra y dirección. El apóstol Pablo sabía esto. Y él escogió seguir el ejemplo de Jesús, el de una vida entregada.

Pablo fue uno que odiaba a Jesús, un perseguidor auto justificado de los cristianos. Él decía que él literalmente respiraba odio hacia los seguidores de Jesús. Él era también un hombre de gran voluntad propia y ambición. Pablo era muy bien educado, habiendo sido adiestrado por los mejores maestros de sus tiempos. Y era un fariseo, uno de los más celosos de los líderes religiosos judíos.

Desde el principio, Pablo estaba dirigiéndose hacia su éxito. Él tenía la aceptación de los líderes religiosos de esos días. Y él tenía una misión muy clara con apoyo y honores de sus superiores. Si, verdaderamente, él tenía toda su vida planificada, conociendo exactamente hacia donde se dirigía. Pablo se sentía seguro de que él estaba en la perfecta voluntad de Dios.

Sin embargo, el Señor tomó a este hombre que se hizo a si mismo, autodeterminado y autodirigido y lo hizo un ejemplo brillante de una vida entregada. Pablo se hizo una de las personas más dependientes de Dios, llenas de Dios y dirigidas por Dios en toda la historia. Ciertamente, Pablo hizo de su vida un modelo para todo aquel que desee vivir una vida completamente entregada a Cristo: “Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.” (1 Timoteo 1:16)

El apóstol estaba diciendo: “Si deseas saber lo que conlleva vivir una vida entregada, mira mi vida. ¿Has puesto en tu corazón entrar en una relación más profunda con Cristo? Aquí está lo que puedes anticipar para poder resistir.” Pablo sabia que no había muchos que estarían dispuestos a seguir su ejemplo. Pero su vida es un patrón para todos aquellos que escogen la vida entregada total.

Dios comienza el proceso tumbándonos de nuestro caballo. Esto le sucedió literalmente a Pablo. Él iba en su camino muy seguro, cabalgando hacia Damasco, cuando una luz cegadora vino del cielo. Pablo fue tirado al suelo, temblando. Entonces una voz del cielo le habló, diciendo: “Saulo, Saulo, ¿porque me persigues?” (Hechos 9:4).

Las palabras llevaron a Pablo a un incidente que tomó lugar varios meses atrás. De repente, este honrado fariseo entendió por qué su conciencia se perturbaba dentro de él. Pablo había pasado muchas largas noches de disturbio, plagadas con confusión y desasosiego porque él había visto algo que lo había hecho temblar hasta lo más profundo.

Todo eso ponía al descubierto el vacío en la vida de Pablo. El más devoto de los fariseos se dio cuenta que Esteban poseía algo que él no tenía. Pablo estuvo cara a cara con un hombre que se había entregado por completo a Dios, y eso hacia que Pablo se sintiera miserable. Probablemente, pensó: “He sido adiestrado por años en las escrituras. Sin embargo, este hombre rústico habla la palabra de Dios con autoridad. He tenido hambre de Dios toda mi vida. Pero Esteban tiene el mismo poder del cielo aun muriéndose. Él claramente conoce a Dios, como nadie que yo jamás haya conocido. Aun así, yo he estado persiguiéndole a él y a sus semejantes.”

Pablo sabia que algo faltaba en su vida. Tenía conocimiento de Dios pero no tenía revelación, como Esteban. Ahora, de rodillas y temblando, escuchó estas palabras del cielo: “Yo soy Jesús a quien tu persigues.” (Hechos 9:5). Era una revelación sobrenatural. Y estas palabras pusieron el mundo de Pablo al revés. En ese momento, yo pienso que Pablo debió estar tirado en el suelo por horas, llorando, diciendo:

“No he comprendido nada. Pasé todos esos años de educación y estudio, haciendo buenas obras; pero todo este tiempo he estado en el camino equivocado. Jesús es el Mesías. Él vino y perdí la oportunidad de conocerlo. Ahora todos esos pasajes en Isaías tienen sentido. Eran acerca de Jesús. Ahora, me doy cuenta de lo que Esteban poseía. Él tenía un conocimiento íntimo de Cristo.”

Las escrituras dicen que “temblando y temeroso, dijo Señor ¿qué quieres que yo haga? (9:6). La conversión de Pablo fue una obra dramática del Espíritu Santo. Y qué hombre tan difícil para que se convirtiera era éste. Era el perseguidor del pueblo de Dios. Su testimonio sería un poderoso e irrefutable testimonio para el evangelio de Jesucristo. Seguramente Dios usaría a Pablo en formas increíbles. “El Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” (9:6).

Ahora trate de imaginarse a Pablo. Este fariseo bien educado ahora estaba pasmado y ciego. Tuvo que ser llevado a la ciudad por sus amigos. Todo en su vida parecía derrumbarse. Pero la realidad era que Pablo era llevado por el Espíritu Santo a una vida entregada. Cuando él preguntó: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Su corazón estaba gritando, “Jesús, ¿cómo puedo servirte? ¿Cómo puedo conocerte y agradarte? Nada más me importa. Todo lo que he hecho en la carne es estiércol. Ahora tú eres todo para mí.”

Pablo pasó los próximos tres días ayunando y orando. No obstante, no vino palabra del cielo. Él le había enseñado y predicado a otros pero nada de lo que había aprendido le podía ayudar ahora. Él estaba completamente impotente. Puede haber orado: “O, Dios, has puesto un gran deseo en mí de conocerte. Por favor, muéstrame que debo hacer. Estoy tan ciego y confundido que ya nada tiene sentido.”

Le digo a cada seguidor devoto de Jesús: Tome nota de esta escena. Aquí está el patrón de una vida entregada. Cuando usted decida entrar más profundo con Cristo, Dios pondrá a un Esteban en su camino. Él lo confrontará con alguien cuyo semblante brilla con Jesús. Esta persona no está interesada en las cosas del mundo. A él no le importan los aplausos de los hombres. A él solo le importa agradar al Señor. Y su vida pondrá al descubierto su complacencia y conformidad, trayéndole una profunda convicción.

Como Pablo, usted sentirá su bancarrota. Usted se dará cuanta que no importa cuántas obras piadosas haya hecho, usted no alcanzó a Jesús. Y usted terminará en un callejón sin salida: pasmado, sin dirección, incapaz de hacer sentido de toda revelación pasada. Pero todo ocurrirá porque Dios lo ha permitido. Él lo llevará a usted a un lugar de total impotencia.

“Instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo te mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” (Hechos 9:15-16). A Pablo se le prometió un ministerio fructífero. Pero él tenía que pasar por grandes sufrimientos para llevarlo a cabo.

El tema del sufrimiento es amplio, el cual incluye muchos tipos diferentes de dolor: agonía física, angustia mental, angustia emocional y dolor espiritual. Según las escrituras, Pablo experimentó cada uno de estos. Él sufrió un aguijón en su carne, naufrágios, apedreamientos, golpizas y robos. Él enfrentó rechazos, burlas y murmuraciones maliciosas. Él soportó todo tipo de persecuciones. Y hubieron momentos en que se sintió perdido, confundido e incapaz de escuchar de Dios.

Este patrón de sufrimiento en la vida de Pablo no será experimentado por todos los que buscan tener una vida entregada. Pero de alguna forma, cada creyente devoto va a tener sufrimiento. Y existe un propósito detrás de todo esto. Usted ve, el sufrimiento es un área de la vida sobre el cual no tenemos control. Es la esfera donde aprendemos a entregarnos a la voluntad de Dios.

Yo llamo a tal sufrimiento la escuela de la entrega. Es un lugar de adiestramiento donde, como Pablo, caemos sobre nuestros rostros y terminamos llorando, “Señor, no puedo con esto.” Él nos responde, “Bien, yo me encargaré. Entrégate a mí por completo, tu cuerpo, alma, mente, corazón, todo. Confía en mí plenamente.”

Si entra en el camino de entrega total, usted sufrirá mucho más que el cristiano promedio y conformista. Si un creyente conformista sufre, será para su propio beneficio. El Señor estará usando el dolor para apartarlo de un pecado en particular. Y nadie más se beneficiará de sus lecciones. Pero si usted desea una vida entregada, su sufrimiento eventualmente será de gran consuelo para otros. Pablo declara:

“Bendito sea el Dios…Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.” (2 Cor. 1:3-6).

Pablo esta hablando aquí del sufrimiento que es permitido por Cristo. Nuestro Señor permite tal dolor en nuestras vidas para hacernos testigos a otros de su fidelidad. Él desea probarse a si mismo como “el Dios de toda consolación” (2 Cor. 1:3). Nuestro sufrimiento no es solo para llevarnos a una entrega total a su voluntad, sino que es también para “vuestra (de otros) consolación y salvación” (2 Cor. 1:5). Sencillamente expresado, los ministerios más grandes de consuelo vienen de nuestros grandes sufrimientos.

Pablo no tenía otra ambición, ninguna otra fuerza que lo llevara en la vida, que esta: “ganar a Cristo.” (Filipenses 3:8).

Yo conozco a un joven predicador de Dios quien es amigo de muchos otros pastores jóvenes en la nación. Yo le pregunté que pensaba él que era el problema numero uno entre sus compañeros. Él me dijo: “La presión de ser exitosos.” Su respuesta me asombró. Yo sabía que la motivación del éxito es común en nuestra sociedad secular. ¿Sería también una plaga en la iglesia? Él explicó: “Los ministros jóvenes piensan que deben producir rápidamente grandes números en su iglesia. Ellos sienten una gran presión por ver crecimiento de la noche a la mañana.”

Esto es también un problema para los ministros que ya son mayores. Ellos han estado laborando por muchos años, esperando ver crecer a sus iglesias. Entonces, cuando un pastor nuevo y joven llega a la iglesia y ésta comienza a crecer, los pastores ya mayores comienzan a sentir la presión de hacer lo mismo. Se apresuran en asistir a conferencias sobre cómo hacer que su iglesia crezca. Buscando técnicas para así expandir sus números.

No puedo decir cuántas cartas recibo que típicamente dicen lo siguiente: “Nuestro pastor acaba de volver de una conferencia y está muy entusiasmado sobre una “nueva formula para el éxito.” Dijo que nuestros servicios tienen que ser más favorables hacia los pecadores. Así que ha cambiado totalmente la adoración como también sus sermones. Ahora la iglesia es un lugar distinto, ha cambiado. Hace pocos meses que el Espíritu Santo se movía con poder aquí. Pero ahora la gente se está yendo porque el Espíritu de Dios ya no está.

Un pastor quedó asombrado por el consejo de un experto en crecimiento. Le dijeron: “Tu iglesia no va a crecer si todo lo que ofreces es a Jesús.” ¡Este “experto” pasó a Cristo por alto! La respuesta que concierne a cada iglesia esta accesible inmediatamente, pero este hombre erró en conocerla. ¿Cómo? Él se desvió de la ambición que Pablo dice que es necesaria tener: ganar a Cristo.

Por los estándares modernos del éxito, Pablo era un fracaso total. Él no construyó ningún edificio. Él no tenía una organización. Y los métodos que él usó fueron despreciados por otros líderes. De hecho, el mensaje predicado por Pablo ofendía a grandes números de sus oyentes. Hubo momentos en que fue apedreado por lo que predicaba. ¿Su tema? La cruz.

Ministros jóvenes han dicho: “Hermano Dave, usted es un éxito. Usted tiene un ministerio mundial. Usted pastorea a una iglesia grandísima. Hasta ha escrito un libro de gran venta. Su reputación ya está establecida para toda la vida. ¿Qué cree usted de mí? ¿Por qué no puedo tomar su mismo camino?”

En ocasiones, me he visto tentado a contestar: “Pero yo he pagado un precio. Usted no sabe las adversidades que he tuve que pasar en este camino.” No, esa no es la respuesta. El hecho es que conozco hombres que son mucho más piadosos que yo, que han sufrido mucho más de lo que yo puedo imaginar. Ellos han sido fieles y devotos, soportando sufrimientos horribles, algunos a punto de morir. Sin embargo, los nombres de estos hombres no son conocidos ante mundo.

Ese no es el punto. Cuando estemos delante de Dios en el día del juicio, no seremos juzgados por nuestros ministerios, logros, o numero de convertidos. Solo habrá una medida de éxito en ese día: ¿estaban nuestros corazones completamente rendidos a Dios? ¿Hicimos a un lado nuestra voluntad y agenda y tomamos los de Dios? ¿Nos rendimos ante la presión de nuestros compañeros y seguimos la muchedumbre, o buscamos estar a solas con él buscando dirección? ¿Corríamos de seminario en seminario buscando el propósito en la vida o encontramos nuestra plenitud en él?

He sido llamado a predicar la palabra de Dios desde que tenía ocho años de edad. Y puedo decir honestamente que en toda mi vida, mi mayor gozo ha sido escuchar al Señor. Sé que cuando me paro delante de la gente a predicar, estoy expresando un mensaje que Dios me ha dado. Y ese mensaje tiene que obrar en mi propia alma antes que yo me atreva a predicárselo a otros. Yo me deleito en esperar en el Señor, en oírle decir: “Este es el camino, camina en él.”

Ahora, a la edad de setenta años, tengo solo una ambición: aprender más y más para así decir solamente esas cosas que el Padre me da. Nada que yo diga o haga tiene valor. Yo deseo poder decir: “Yo sé que mi Padre esta conmigo, porque solo hago su voluntad.”

Muchos cristianos viven en continuo descontento. Nunca están satisfechos con lo que tienen. Siempre están mirando hacia el futuro, pensando, “Si sólo hiciera esto, o tuviera aquello, seré feliz.” Pero su satisfacción nunca llega.

Contentamiento fue una gran prueba para la vida de Pablo. Después de todo, Dios le dijo que lo usaría con poder: “Instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.” (Hechos 9:15). Cuando Pablo primero recibió su comisión: “Enseguida predicaba a Cristo en las sinagogas diciendo que este era el hijo de Dios.” (9:20). El apóstol se hizo más valiente con cada sermón: “Pero Saulo mucho más se esforzaba y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo.” (9:22).

¿Qué paso después? “Los judíos resolvieron en consejo matarle.” (9:23). Tanto así para el llamado de Pablo de predicar a los hijos de Israel. No solo rechazaron su mensaje, sino que también planearon matarlo. Qué comienzo tan desastroso para un ministerio que Dios dijo que seria poderoso.

Pablo entonces decidió que iría a Jerusalén a conocer a los otros discípulos de Jesús. “Pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo.” (9:26). Ahora Pablo sufrió un rechazo mayor. Sus propios hermanos en Cristo se alejaban de él.

Finalmente, Pablo razonó: “Por lo menos puedo alcanzar a los gentiles.” Sin embargo, cuando un gentil prominente, Cornelio, buscó a un predicador que compartiera el evangelio con él, no preguntó por Pablo. En su lugar, se fue y busco a Pedro. Sin duda alguna, Pablo oyó de los reportes gloriosos que salían de la casa de Cornelio. “El Espíritu Santo había descendido sobre los gentiles. ¡El Señor les había revelado a Cristo a ellos!

Después, Pablo tuvo que sentarse en la conferencia de Jerusalén mientras Pedro declaraba: “Varones hermanos, vosotros sabéis como ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.” (15:7). Aparentemente, Dios había determinado que el avivamiento entre los gentiles vendría a través de otro. Que Pablo supiera, él estaría marginado, observando lo que ocurría.

¿Qué cree usted que pasó por la mente de Pablo mientras él experimentaba estas cosas? La verdad es, que a través de todo – la desilusión, el dolor, las amenazas a su vida – Dios estaba enseñándole algo crucial a su siervo: Pablo estaba aprendiendo a estar contento un paso a la vez.

Más tarde, cuando Pablo predicó en Antioquia, su mensaje fue disputado por los líderes judíos. Así que Pablo declaró: “He aquí, nos volvemos a los gentiles.” (13:46). Pablo predicaba a los que no eran judíos allí, y se convirtieron en grandes números; “Y la palabra del Señor se difundía por toda aquella región.” (13:48-49). Sin embargo, antes que Pablo pudiera saborear la victoria, “los judíos instigaron a mujeres piadosas y distinguidas y a los principales de la ciudad, y levantaron persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron de sus límites.” (13:50).

Entonces, Pablo puso su mirada sobre Icono. Cuando predicó allí, una vez más “creyó una gran multitud de judíos y asimismo de griegos.” (14:1). Un avivamiento cayó sobre la ciudad. Y otra vez, “los judíos y los gentiles, juntamente con sus gobernantes, se lanzaron a afrentarlos y apedrearlos” (14:5).

¿Puede usted imaginar la confusión y el desánimo de Pablo? A cada vuelta, su llamado parecía frustrarse. Dios le había prometido un ministerio de evangelismo fructífero. Pero cada vez que él predicaba, era maldecido, rechazado, asaltado, y apedreado. ¿Cómo respondió? “…he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.” (Filipenses 4:11).

Pablo no cuestionaba ni se quejaba. Él no demandaba saber cuándo les predicaría a los reyes y a los gobernantes. El dijo, en esencia, “Puede que yo no este viendo ahora lo que el Señor me ha prometido pero me muevo en fe, porque estoy contento con tener a Jesús. Por él, yo vivo la vida cada día a plenitud.

Pablo no estaba apresurado por ver el cumplimiento de todo en su vida. Él sabía que tenía una promesa de Dios, y él se aferraba a ella. Por el momento presente, él estaba contento con ministrar dondequiera que estuviera: dando testimonio a un carcelero, a un marinero y algunas mujeres en la orilla del río. Este hombre tenía una comisión mundial, aun así él fue fiel en testificar de uno en uno.

Pablo tampoco estaba celoso de otros hombres más jóvenes que parecían sobrepasarle. Mientras ellos viajaban por el mundo, ganando a judíos y a gentiles para Cristo, Pablo estaba en una prisión. Él tenía que escuchar las noticias de grandes multitudes que se convertían por hombres con quienes él había batallado por el evangelio de la gracia. Sin embargo, Pablo no envidiaba a esos hombres. Él sabía que un hombre que se había sometido a Cristo sabe como humillarse tanto como también ser abundante: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento;..Así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1 Timoteo 6:6,8).

El mundo de hoy puede decirle a Pablo, “Estas al final de tu vida ahora. Sin embargo, no tienes ahorros ni inversiones. Todo lo que tienes es una muda de ropa.” Yo sé cual sería la respuesta de Pablo: “O, pero he ganado a Cristo. Verdaderamente tengo vida.”

“Pero el diablo siempre te esta acosando, Pablo. Vives en dolor constante. Es más, tú sufres como nadie más que he conocido. ¿Cómo puede ser esto?”

“Yo me glorío en mis aflicciones. Cuando soy débil, es cuando en realidad soy más fuerte. No mido mi fuerza por el estándar del mundo, sino por el del Señor.”

“¿Y que me dices de tu rival Apolo? Él es escuchado por las gentes. Tu solo le ministras a grupos pequeños o solamente a una persona. Apolo es un predicador elocuente pero tu hablar es despreciable, Pablo”.

“Nada de eso me molesta. Yo no busco gloria en esta vida. Tengo una revelación de gloria que me espera.”

“¿Y lo que Dios te prometió a ti? Él dijo que les testificarías a reyes. La única vez que lo hiciste estabas encadenado. Tuviste que predicar mientras eras un prisionero. ¿Dónde esta el cumplimiento de las promesas de Dios en tu vida?”

“Mi Señor ha mantenido su palabra. No fue de la manera que yo esperaba, pero en la manera de él. Sin importar las cadenas, yo prediqué a Cristo a plenitud. Y si hubieran visto a esos gobernantes convictos. Cuando terminé de predicarles, ellos temblaban. El Señor me dio favor, en esta forma.”

“Pablo, terminaste siendo un tonto. Todos en Asia se volvieron en contra tuya. Mientras más amas a otros, ellos menos te aman. Has laborado todo este tiempo para edificar la iglesia de Dios, hasta haciendo obras penosas. Pero nadie las agradece. Aun esos pastores que has enseñado se burlan de ti. Algunos te han marginado de sus pulpitos. ¿Por qué sigues en este ministerio? No has sido exitoso en ningún sentido de la palabra.”

“Ya yo he dejado este mundo con todas sus ambiciones y lisonjas. No necesito que los hombres me alaben. Usted ve, yo fui llevado al paraíso. Escuché palabras que no se pueden hablar, palabras que no pueden ser dichas por hombres. Así que usted puede tener toda la competencia del mundo con todas sus luchas. Yo he determinado conocer nada solo a Cristo y su crucifixión.”

“Yo les digo, que soy el ganador. He encontrado la perla de gran precio. Jesús me dio el poder de rendirlo todo y volverlo a levantar. Yo rendí todo y ahora una corona me espera. Solo tengo una meta en esta vida: ver el rostro de Jesús, cara a cara. Todos los sufrimientos del tiempo presente no pueden ser comparados con el gozo que me espera.”

Que nuestros corazones sean como el de Pablo, mientras buscamos la vida entregada.

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