Las bendiciones de estar en Cristo

Pablo dice, “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” (Efesios 1:3). Pablo nos esta diciendo, en esencia, “Todos los que siguen a Jesús están bendecidos con bendiciones espirituales en lugares celestiales, donde Cristo esta.” Que increíble promesa para el pueblo de Dios.

No obstante, esta promesa se convierte en meras palabras si no conocemos cuales son estas bendiciones espirituales. ¿Cómo podemos disfrutar las bendiciones que Dios promete si no las comprendemos?

Pablo escribió esta epístola “a los santos y fieles en Cristo Jesús” (1:1). Estos eran creyentes estaban seguros de su salvación. Los efesios fueron bien entrenados en el evangelio de Jesucristo y la esperanza de la vida eterna. Ellos sabían quienes eran en Cristo, y estaban seguros de su posición celestial en él. Ciertamente, están bien cimentados en la verdad que ellos estaban sentados “…en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (2:6).

Estos “fieles” entendieron completamente que “Dios… resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales,” (1:20). Ellos sabían que fueron escogidos por Dios desde “antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor,…” (1:4-5). Ellos comprendieron que fueron adoptados “por Jesucristo mismo” (1:5). Dios los había traído a su familia, porque cuando escucharon la palabra de verdad, ellos creyeron y confiaron en ella.

Los creyentes efesios fueron verdaderamente un pueblo bendecido. Se regocijaron en su redención a través de la sangre de Cristo, conociendo la gran bendición espiritual de ser perdonados de sus pecados. Ciertamente, ellos eran tenían tanto conocimiento acerca de las riquezas de la gracia de Dios, que muchos eran capaces de enseñarles a otros. Si se encontraban con personas que estaban hambrientas de Dios, ellos podían mostrarles la gloria de la Cruz. Ellos podían enseñar de la misericordia y el amor de Dios, de su santidad, de caminar sin culpa ante él. Ellos podían hablar de la resurrección, de la bondad de Dios, del cielo y del infierno, de las consecuencias de vivir en pecado.

Espero que todos aquellos que están leyendo este mensaje sean como esos efesios: fieles, creyentes bien enseñados. Tú conoces el poder de la redención del evangelio de Cristo. Tú conoces la doctrina del nuevo nacimiento. Estas bien enseñado en el conocimiento de la gracia, aceptando la victoria que viene por fe solamente y no por obras.

Si esto te describe a ti, tengo algo más que decir. Esto es que muchos cristianos nunca han entrado al gozo que Dios les ha prometido. Déjame explicar.

Mucha gente que ha sido perdonada, limpiada y redimida vive en la miseria. Ellos nunca tienen un sentido de estar completos en Cristo. En vez de eso, continuamente van de picos a valles, de altas espirituales a bajas depresivas. Siempre son molestados por un sentido de, “Algo me falta. No lo estoy entendiendo.”

Mientras reviso mi vida, me maravillo por todos los cristianos devotos que conocí y que nunca estuvieron seguros de su salvación. Esto era especialmente cierto de mucha gente Pentecostal, piadosos hombres y mujeres quienes habían servido al Señor por cincuenta años. Ellos conocían todas las doctrinas, verdades y enseñanzas de la fe, y ministraron fielmente. Pero ellos nunca entraron en el gozo sobrenatural que estaba a su disposición en Cristo.

La verdad es, es posible saber todas estas cosas—el sacrificio de Jesús por nosotros, el poder limpiador de su sangre, justificación por fe—y nunca entrar a la plenitud de las bendiciones de Dios. ¿Cómo puede ser esto, preguntaras? Es porque muchos cristianos nunca pasan del Salvador crucificado al Señor resucitado que vive en gloria.

En Juan 14, Jesús nos dice que es tiempo que conozcamos nuestra posición celestial en él. Él les explica a los discípulos: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.” (Juan 14:19-20). Nosotros estamos viviendo ahora en “ese día” del cual Jesús habla. En resumen, debemos entender nuestra posición celestial en Cristo.

Por supuesto, la mayoría de nosotros conocemos nuestra posición en Cristo—que estamos sentados en lugares celestiales con el—pero solamente como un hecho teológico. No lo conocemos por experiencia. ¿Qué quiero decir por esta expresión, “nuestra posición en Cristo?” Muy sencillo, posición es ‘donde uno esta colocado, donde uno esta.” Dios nos ha colocado donde estamos, lo cual es en Cristo. A su vez, Cristo esta en el Padre, sentado a su mano derecha. Por lo tanto, si nosotros estamos en Cristo, entonces realmente estamos sentados con Jesús en la habitación del trono, donde él esta. Eso significa que estamos sentados en la presencia del Todopoderoso. A esto se refiere Pablo cuando dijo que debemos “sentar [nos] en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (Efesios 2:6).

Puedes decir, “Pero yo nunca me siento como que estoy en un lugar celestial. Siempre siento como que estoy en un desierto, sufriendo aflicción y acosos. Si eso es estar en un lugar celestial con Cristo, entonces no entiendo.” Te aseguro, tus tiempos de pruebas son comunes a todos los creyentes. No, la frase, “en Cristo, en lugares celestiales” (1:3) no es algo que puedes alcanzar. Es lo que Dios dice de ti. Si estas en Cristo, entonces a los ojos del Padre tú estas sentado cerca de él, a su mano derecha.

El hecho es, en el momento que pones tu confianza en Jesús, eres tomado a Cristo por fe. Dios te reconoce en su Hijo, sentándote con él en los cielos. Esto no es meramente algún punto teológico, sino una verdad, una posición basada en hechos. Así que ahora, mientras rindes tu voluntad al Señor, puedes reclamar todas las bendiciones espirituales que son parte de tu posición.

Sí, Jesús esta en el paraíso, el Hombre en gloria. Y si, su Espíritu se mueve sobre toda la tierra; pero el Señor también habita en ti y mí específicamente. Él nos ha hecho su templo sobre la tierra, su lugar de habitación. Considere la poderosa declaración de Jesús sobre esto:

“…y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.” (14:21). “…para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros,… Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad,” (17:21-23).

Dale otra mirada al versículo. Jesús dice, en esencia, “La gloria que me diste, Padre, les he dado a ellos.” Cristo esta haciendo una afirmación increíble aquí. Él esta diciendo que se nos ha dado la misma gloria que el Padre le dio a él. ¡Que pensamiento más sorprendente! Pero, ¿cuál es esta gloria que le fue dada a Cristo, la cual él nos ha dado? Y, ¿cómo refleja nuestra vida esa gloria?

La gloria que Cristo nos ha dado no es alguna aura o emoción. No, sencillamente, la gloria que hemos recibido es acceso sin impedimento al Padre celestial.

Jesús nos facilito el acceso al Padre, abriéndonos la puerta por la Cruz: “porque por medio de él [Cristo] los unos y los otros [nosotros y los que están lejos] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” (Efesios 2:18). La palabra ‘entrada’ o acceso significa el derecho a entrar. Significa entrada libre, como también facilidad de acercamiento: “…en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él.” (3:12).

¿Puedes ver lo que Pablo esta diciendo aquí? Por fe, hemos llegado a un lugar de acceso sin impedimento a Dios. No somos como Ester en el Antiguo Testamento. Ella tenía que esperar nerviosamente, una señal del rey antes que pudiera acercarse al trono. Solo después que él extendiera su cetro tenía Ester aprobación de pasar al frente.

Por contraste, tú y yo ya estamos en la habitación del trono. Y tenemos el derecho y privilegio de hablarle al rey en cualquier momento. Ciertamente, somos invitados a hacer cualquier pedido de él: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, par alcanzar misericordia y hallar gracia par el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16).

Cuando Cristo ministró en la tierra, él disfrutó de pleno acceso al Padre. Él dijo: “Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Solo hago lo que el Padre me dice y me muestra.” (Ver Juan 5:19, 30; 8:28).

Además, Jesús no tenía que marcharse desapercibido a orar para obtener la mente del Padre. Por supuesto que el oraba a menudo e intensamente, pero eso se trataba de la comunión con el Padre. Era un asunto diferente en sus actividades diarias, estuviera enseñando, sanando o echando fuera demonios. Jesús sabía en todo tiempo que él estaba en el Padre y que el Padre estaba en él. Él no tuvo que “subir” al Padre para saber lo que tenia que hacer. El Padre ya moraba en él, dándose a conocer; y Jesús siempre escuchaba una palabra detrás suyo, diciendo, “Este es el camino…esto debes hacer…”

Hoy, tenemos el mismo grado de acceso al Padre que tuvo Cristo. Puedes estar pensando, “Espera un minuto, no puede creerlo. ¿Yo tengo el mismo acceso al Padre que tuvo Jesús, el Creador y Señor del universo?”

No te equivoques: como Jesús, debemos orar a menudo y fervientemente. Debemos ser buscadores de Dios, esperando en el Señor. Pero en nuestro diario caminar–-nuestras entradas y salidas, nuestras relaciones, nuestra vida familiar, nuestro ministerio—no tenemos que alejarnos para pedir a Dios una palabra de fortaleza o dirección. Tenemos su mismo Espíritu viviendo en nosotros; y el Espíritu Santo nos revela la mente y la voluntad del Padre. Su voz siempre esta detrás de nosotros, diciendo: “Este es el camino, anda en él.”

El Espíritu Santo usó a Pablo para abrir este misterio, el cual es, “Cristo en ti, la esperanza de gloria.” Por supuesto, la iglesia había aprendido acerca de la gracia salvadora. Ellos sabían que la salvación era por fe y no por obras. Después de todo, ellos le habían servido a Jesús antes que Pablo se apareciera. Ellos sabían acerca del arrepentimiento y habían experimentado la misericordia del Padre.

Pero entonces se apareció Pablo, declarando, “El arrepentimiento y las buenas obras no son suficiente. No es suficiente que ustedes vinieron a Cristo y creyeron, o que ahora tengan gran conocimiento espiritual. Ustedes necesitan algo más que simplemente creer en Cristo. Ahora ustedes deben caminar en las bendiciones y la plenitud en él.” “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en el;” (Colosenses 2:6).

¿Qué estaba diciendo Pablo? ¿Qué quería decir “caminar en Cristo?” Es que, ¿no estaban estos creyentes haciendo eso por años? Simplemente, Pablo estaba hablando de las bendiciones de estar en Cristo. Y él le estaba diciendo a la iglesia, sin dejar lugar a dudas, que ellos no conocían la revelación plena de aquellas bendiciones. Él describió una actitud diferente, la cual dice:

“No quiero un mero conocimiento mental de mi salvación. Quiero experimentarla. Quiero saber lo que significa andar en la plenitud de la salvación de Cristo. No quiero tan solo saber acerca del cielo; quiero cada bendición celestial que Dios ha hecho disponible para mí hoy. Él ha prometido ‘toda bendición espiritual’, y él murió para acercarme a sí mismo, donde yo pueda disfrutar esas bendiciones. Quiero que mi vida refleje ese hecho. Quiero que toda verdad espiritual del cielo sea parte de mí caminar diario ahora. Estas bendiciones no pueden seguir siendo solo conceptos teológicos. Tienen que convertirse en una realidad.”

Amados, esto no es un asunto complicado. Simplemente pregúntate: ¿Has recibido a Jesús no solo como un Salvador, sino como el Señor entronado en el cielo? Y, ¿has aceptado que el Señor entronado vive en ti? Si es así, ¿Qué efectos ves en tu vida? ¿Cuál ha sido el efecto de despertarte cada mañana sabiendo que Cristo no tan solo te salvo del pecado, sino que vive en ti? ¿Cuál es el efecto de saber que él dio su vida para quebrar los muros de separación para estar cerca de ti, para amarte y tener comunión contigo?

Amados, esto no es un asunto complicado. Simplemente pregúntate: ¿Has recibido a Jesús no solo como un Salvador, sino como el Señor entronado en el cielo? Y, ¿has aceptado que el Señor entronado vive en ti? Si es así, ¿Qué efectos ves en tu vida? ¿Cuál ha sido el efecto de despertarte cada mañana sabiendo que Cristo no tan solo te salvo del pecado, sino que vive en ti? ¿Cuál es el efecto de saber que él dio su vida para quebrar los muros de separación para estar cerca de ti, para amarte y tener comunión contigo?

Eso no significa que no experimentemos dolor o tristeza. Todo cristiano seguirá enfrentando tentaciones y penurias. Pero en medio de nuestras pruebas, podemos abundar en acción de gracias, a causa de su bondad eterna hacia nosotros. Pablo nos dice que esa es la razón por la cual Dios nos hace sentar juntos con Cristo: “…para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Efesios 2:7).

Aquí esta el efecto que debemos ver en nuestra vida cotidiana: Dios ha mostrado su amorosa bondad hacia nosotros. Por lo tanto, podemos levantarnos gritando, “¡Aleluya! Dios, Cristo y el Espíritu Santo quieren estar cerca de mí.”

¿Cuál es esta bendición? Es el privilegio de aceptación: “…con la cual nos hizo aceptos en el Amado, [Cristo]” (Efesios 1:6). La palabra para “acepto” aquí significa sumamente favorecido. Eso es diferente del uso en ingles que puede ser interpretado “recibido como adecuado.” Esto significa algo que puede ser soportado, sugiriendo una actitud de, “puede vivir con esto.” Ese no es el caso del uso griego de Pablo. Su uso de “acepto” se traduce como, “Dios nos ha favorecido a lo sumo. Somos muy especiales para él, porque estamos en nuestro lugar en Cristo.”

Ves, porque Dios acepto el sacrificio de Cristo, el ahora ve solo uno, el hombre corporal: Cristo, y aquellos que están unidos a él por fe. En resumen, nuestra carne ha muerto a los ojos de Dios. ¿Cómo? Jesús deshizo nuestra antigua naturaleza en la Cruz. Así que ahora, cuando Idos nos mira, él ve solo a Cristo. A su vez, nosotros debemos aprender a vernos como Dios nos ve. Eso significa, no enfocarnos solamente en nuestros pecados y debilidades, sino en la victoria que Cristo ganó por nosotros en la Cruz.

La parábola del Hijo Prodigo provee una poderosa ilustración de la aceptación que viene cuando se nos da una posición celestial en Cristo. Tú conoces la historia: un joven tomo su herencia de su padre y la malgasto en una vida pecaminosa. Entonces, una vez que el hijo llegó a la bancarrota—moralmente, emocionalmente y físicamente—el pensó en su padre. Él esta convencido que había perdido todo favor con él. Y temió que su padre estaba lleno de ira y odio hacia él.

En un tiempo, este joven había sido un honrado miembro de su hogar, unido con su padre. Él había probado las bendiciones, orden y favor de estar en la casa de su padre. Ciertamente, el hijo prodigo representa al descarriado, aquellos que le han fallado a Dios miserablemente.

Él pródigo casi muere de hambre antes de pensar en volver a casa. Sin embargo, finalmente, cuando se canso de su vida pecaminosa, decidió regresar a su padre. Esto representa el camino al arrepentimiento.

Cuando el primeramente se fue del hogar, probablemente el padre le aseguro que tenia acceso a regresar. Cualquier padre amante lo hubiera hecho: “Mi puerta siempre esta abierta para ti; y quiero que lo recuerdes al irte. Quiero que sepas que mi corazón va contigo. Cuando llegues al final de ti mismo, por favor regresa. Siempre serás bienvenido a casa.” Aquí había acceso sin impedimento, un padre que siempre estaba disponible. Así que el prodigo se dijo a si mismo, “Me levantaré e iré a mi padre,” (Lucas 15:18). Él estaba ejercitando su bendición de acceso.

Ahora este joven quebrantado estaba lleno de tristeza por su pecado. La Escritura dice que él clamó, “No soy digno, he pecado contra el cielo.” Esto representa a aquellos quienes vienen al arrepentimiento a través de la tristeza piadosa.

¿Estas viendo la imagen? Él pródigo se había alejado de su pecado, dejo al mundo atrás, y tomo acceso de la puerta abierta que su padre le prometió. Él estaba caminando en arrepentimiento y apropiándose del acceso. Pero todavía no era acepto.

¡Que lugar trágico! Aquí tenemos a un creyente que caminaba rectamente, realmente apenado por sus pecados pasados. Él estaba cansado de llevar toda la culpa, vergüenza y condenación. Pero él no sabía si era aceptado por su padre. Él pensó, “Mi padre tiene que estar enojado. Probablemente, me odia por malgastar todo lo que me dio. Va a estar lleno de ira y juicio cuando lo enfrente.”

Él pródigo debió cansarse mientras pensaba en todas las formas que trataría de cambiar por sí mismo. Estaba cansado como un perro de pensar como mejorar, como evitar caer. Ya se había hecho una larga lista de promesas vacías, solo para caer una y otra vez.

Tristemente, yo creo que ese es el estado de una multitud de creyentes hoy. De hecho, Jesús nos dio esta parábola en parte para abrirnos los ojos a nuestra posición en él. Y él enfatiza, “Si has visto al Padre, me has visto a mí. Yo y el Padre somos uno.”

Mientras él pródigo se acercaba a casa, estoy seguro que encontró mensajeros que le dijeron, “tu padre se entristece por ti. El te llama ‘su oveja perdida.’ Él salió a buscarte una y otra vez.” Pero el joven probablemente contesto, “Yo sé que mi padre es un hombre amoroso. Pero yo he pecado tan horriblemente, si tan solo supieras lo que he hecho.”

Él no tenía paz, porque desconocía su posición. Que triste no tener el gozo del cielo, la paz que sobrepasa entendimiento, porque no sabes si eres aceptado. Como él pródigo, multitud de creyentes que han fallado están convencido, “No soy digno. Dios no puede aceptarme.”

Así, ¿Qué le paso al hijo pródigo? “…Y cuando aun estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echo sobre su cuello, y le beso” (Lucas 15:20). Que bella escena. El hijo pecador fue perdonado, abrazado y amado por su padre, sin ira o condenación alguna. Cuando él recibió el beso de su padre, él supo que era aceptado.

Aquí es donde muchos cristianos creen que termina la historia: “Él pródigo fue aceptado por el padre una vez más. ¿No es eso lo más importante?” Vemos nuestra propia relación con el Padre de la misma manera. Hemos conocido su beso amoroso, su misericordia y perdón. Pero, hasta ahí llevamos la relación. Nos detenemos en nuestro conocimiento del amor de Dios hacia nosotros.

El hecho permanece, que aun no estamos dentro de la casa del Padre. No hemos tomado asiento en su banquete. Según la parábola de Jesús, hay mas, mucho más. Nuestro Padre nunca estará satisfecho hasta que disfrutemos de todas las bendiciones que vienen de estar aceptos en él. Él nos quiere sentados en su casa, a su lado en todo tiempo, disfrutando las festividades y gozo de su casa.

Verdaderamente, es el padre quien dice, “…y comamos y hagamos fiesta” (15:23). La palabra griega para “hagamos fiesta” aquí significa, “ponerse en un estado de animo de gozo y regocijo.” Considera la gozosa escena que tomo lugar: “Pero el padre dijo a sus siervos: sacada el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo,…Y comenzaron a regocijarse… [Con] música y danzas;” (15:22-24).

Nota lo que acaba de pasar en esta escena. Al pródigo no se le pidió que se sacudiera el polvo y que se limpiara antes de entrar al banquete. No, el padre lo preparó para que entrara. Y no tan solo limpio sus ropas viejas; le dio todo un ajuar nuevo, que significa una vida nueva. El hijo pudo objetar, “Pero padre, no soy digno.” Pero ese padre pudo replicar: “no estoy mirando tu pasado. Me regocijo en que estas aceptando mi amor. Estamos reconciliados y somos uno. Ese es mi gozo.”

¿Afirmas ser aceptados en Cristo? Quizás experimentaste lo mismo que él pródigo: fuiste besado por el Padre, abrazado por su amor, aceptado a su casa. Si es así, probablemente crees, “Estoy sentado con Cristo en lugares celestiales.” Si es así, entonces, ¿Dónde está tu gozo? ¿Dónde ves el banquete del Padre en tu vida, el cantar, las danzas, la alegría de corazón?

Quizás la escena más contundente en esta parábola es la final, cuando el hermano mayor regresa a casa del trabajo. Mientras la fiesta toma lugar dentro de la casa, el se para afuera, mirando por la ventana. Para su sorpresa, él ve a su padre danzando deleitado a causa de su hermano pródigo.

Ten en mente, este hermano mayor también es aceptado. Pero la parábola aclara que él esta triste y miserable. ¿Por qué? En todos sus años con su padre, él nunca participó del placer de la casa de su padre. Él nunca disfrutó las bendiciones que su padre puso a su disposición. De hecho, al final, el padre le recuerda las bendiciones que han sido suyas todo el tiempo: “…Hijo, tu siempre estas conmigo, y todas mis cosas son tuyas.” (Lucas 15:31).

Te pregunto: ¿Has experimentado todas las bendiciones de tu aceptación? Jesús aclara como el cristal que somos el gozo y el deleite de nuestro Padre celestial. Él se regocija sobre nosotros. Pero si nunca entramos a su casa y descansamos en nuestra aceptación, le robamos ese gozo a él.

Te animo: deja tus pecados y búsquedas mundanas atrás. Haz a un lado cada peso carnal que tan fácilmente te acosa. Y entra y toma tu posición en Cristo. Él te ha llamado a entrar al gozo de su aceptación. Entonces, cuando te levantes mañana, te encontraras gritando, “¡Aleluya, soy aceptado en Dios! Mi corazón esta lleno de gratitud y gozo.”