Las Nubes Santas de Dios
La nube, esa niebla que a menudo cae sobre el pueblo de Dios, no es una mancha en la escritura de Dios. Con Jesús, las nubes vienen como parte de su tren de gloria. Las nubes no son realmente nuestras enemigas; éstas no esconden el rostro de Dios; no son advertencias de una tormenta que se acerca. Una vez que comprendas que las nubes son instrumentos del amor divino, ya no deberían dar temor.
Nunca entenderás tus pruebas y sufrimientos hasta que entiendas el significado de las nubes santas.
“Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino” (Éxodo 13:21).
¿Puedes imaginarte al pueblo de Dios, día tras día en ese horrible desierto, observando una nube? Estoy seguro de que los enemigos de Israel decían: “Si su Dios es tan poderoso, ¿por qué no tienen sol todo el tiempo? ¿Por qué sufren a diario bajo esa nube sombría? Donde sea que van, la nube aparece”.
No se preocupen, amigos míos. Esa nube que otros creían que era tan desagradable, era su explorador diario. Cuando la nube se movía, ellos se movían; cuando se detenía, ellos se quedaban quietos.
Dios tiene buenas razones para detener nuestra nube. Dios probó a sus hijos para ver si correrían delante de él, olvidando esperar su dirección. Él espera hasta que lleguemos al final de nuestra paciencia y estemos dispuestos a clamar: “Señor, esperaré en este desierto para siempre, si esa es tu voluntad. Lo haré a tu manera; no me moveré hasta me das la palabra”.
Si supieras lo bueno que saldrá de tu nube, no le pedirías a Dios que la quite.
Estoy convencido de que todo cristiano verdadero elegiría el mismo curso que Dios ha elegido para él, si supiera todo lo que Dios sabe. La vida es como un hermoso tapiz, pero el Maestro Tejedor solo te muestra un hilo a la vez. Si pudieras ver el maravilloso plan que él está elaborando, te regocijarías en lugar de retroceder.