LAVADOS POR SU PALABRA
Hoy en día, ¡muchos cristianos quieren que la sangre los cubra pero que no los lave! El ritual del tabernáculo del Antiguo Testamento nos da un claro ejemplo de la manera de andar con Dios que los cristianos deben tener.
El tabernáculo tenía un atrio exterior en el que el animal era sacrificado. Éste proveía la sangre que cubría el pecado. Pero afuera, también estaba el lavacro, en el que se llevaba a cabo la limpieza. Ningún sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo y tener comunión con Dios cara a cara sin haber sido lavado.
Algunos cristianos creen que pueden sortear el lavacro, el cual representa, para nosotros, el lavamiento por la Palabra de Dios. Creen que pueden forzar su entrada al Lugar Santo, estando llenos de pecado y de hábitos pecaminosos profundamente arraigados en sus corazones. Sólo entra directamente y gloríate: “Yo soy la justicia de Dios en Cristo”.
El corazón perfecto, busca más que seguridad o cubierta para su pecado. ¡Busca estar en Su presencia para tener comunión! Tener comunión es hablar con el Señor, compartir una dulce amistad y buscar Su rostro. ¡Y eso es lo que se obtiene en el Lugar Santísimo! Sucede en este orden: cubierta, limpieza, compromiso, comunión.
Muchos creyentes, sin embargo, no quieren nada más que ser cubiertos, ¡un boleto rápido a la gloria: Sin dolor, sin cruz, sin limpieza! Van por allí declarando: “¡Estoy bajo la sangre, estoy a salvo!”
Pero sólo recitan la mitad del versículo: “Y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Leámoslo completo: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz…y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:6-7). Jesús dijo: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).
Oímos sermones que dicen: “No necesitas ser escudriñado. ¡Todos tus pecados están bajo la sangre! Todo este desenterrar y buscar el pecado sólo trae condenación y culpa”.
En Apocalipsis 2:23, Jesús dice: “Todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras”.
Amados, ¡él se estaba dirigiendo a la iglesia!