LIMPIANDO EL TEMPLO

Gary Wilkerson

El sacrificio de Jesús en la cruz sería suficiente para todos los tiempos. Su poder y victoria salvador, perdonador, limpiador y Su victoria están disponibles a toda persona de toda época, desde el creyente más devoto hasta el pecador más endurecido.

Incluso de niño, yo entendía mi necesidad del regalo de salvación de Cristo. Yo sabía que cuando yo acepté a Jesús, Su obra salvadora a mi favor, había sido lograda de una vez y por todas. Pero no mucho tiempo después de haberlo recibido, mi ira explosionó contra uno de mis hermanos, como sucede a menudo entre chicos. De pronto, entendí que necesitaba la sangre limpiadora de Jesús otra vez en mi vida. Me sentí terriblemente perdido, preguntándome si mi salvación fue real.

Eventualmente, aprendí que no sólo necesitaba la salvación de Cristo, sino también Su poder limpiador en mi vida diariamente. Jesús demostró nuestra necesidad en la Última Cena, cuando tomó una toalla y un lebrillo y comenzó a lavar los pies de Sus discípulos. Pedro estaba confundido respecto a este acto simbólico, y dijo: “No sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (ver Juan 13:9). Jesús respondió, en esencia: “Pedro, tu serás salvo por Mi sangre, pero aún vives en un mundo sucio y, a medida que caminas por él, el polvo cubrirá a tus pies. Necesitarás que Yo te lave tanto tus pies como tu corazón”.

Es cierto que Jesús nos ha hecho nuevas criaturas, habiéndonos justificado una vez y para siempre. Pero, a medida que caminamos por este mundo oscuro y malvado, no podemos evitar que se nos peguen manchas de su ira, lujuria y dureza. Jesús nos dice a nosotros lo mismo que le dijo a Pedro: “Si quieres que tu vida Me agrade, deberé despojarte de estas cosas diariamente”.

Para caminar en Su santidad, debemos darnos cuenta de que Jesús quiere sacar cosas de nuestra vida. En Mateo 21:12-13, cuando Él echó a los cambistas del templo, Él estaba despojando a la iglesia de cierta callosidad que la había vencido. No se trataba tanto del intercambio de dinero lo que irritó a Jesús; dicha práctica había existido por años, como un beneficio para los creyentes fieles que viajaban grandes distancias hasta Jerusalén. Lo que irritó más a Jesús, fue el enfoque en el comercio, que había tomado el control de la pasión del pueblo por Dios. En sus corazones, una casa de oración se había vuelto una casa de comercio.