Llamados a ser semejantes a Cristo

Recientemente una querida mujer cristiana me dijo, “estoy aprendiendo mi propósito en la vida a través de una clase que estoy tomando.” Ella estaba terminando un curso de ocho semanas para ayudar a las personas a descubrir su llamado. Ella dijo que todos en la clase estaban ansiosos por encontrar su propósito.

Escuche a un pastor en la radio anunciando algo similar. Él ofreció ayudar a su audiencia a descubrir sus dones espirituales. Si pedías su encuesta, la llenabas y la regresaba, su equipo evaluaría sus dones en particular. Entonces ellos te dirían como encontrar tu lugar en el Cuerpo de Cristo.

Una pareja ministerial me escribió: “Hemos estado buscando formas para cumplir el llamado de Dios en nuestras vidas. Pero nos hemos encontrado con toda clase de obstáculos. Estamos tan desalentados que a veces tenemos deseos de darnos por vencidos.” Quizás esta pareja se vuelva a los recursos que estos otros están usando. Estoy seguro que tales herramientas ayudan hasta cierto grado. La Biblia dice que Dios le da dones a su pueblo, y yo creo que hay llamados especiales.

Pero estoy convencido por las Escrituras que hay un solo propósito para todo creyente. Nuestros llamados específicos están reunidos en un solo propósito, y todo don mana de este. Y si perdemos este propósito, todos nuestros deseos y persecuciones serán en vano.

Jesús resume nuestro único propósito en Juan 15:16: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto.” Nuestro propósito es simplemente este: somos llamados y escogidos para llevar fruto.

Muchos cristianos sinceros piensan que llevar fruto simplemente significa traer almas a Cristo. Pero llevar fruto significa algo mucho más grande aun que ganar almas.

El fruto al cual Jesús esta refiriéndose es ser semejantes a Cristo. Sencillamente, llevar fruto significa reflejar la semejanza de Jesús. Y la frase “mucho fruto” significa “la siempre creciente semejanza de Cristo.”

El crecer cada vez más a la semejanza de Jesús es el propósito central en la vida. Tiene que ser el centro a todas nuestras actividades, nuestro estilo de vida, nuestras relaciones. Ciertamente, todos nuestros dones y llamados – nuestro trabajo, ministerio y testimonio–deben fluir de este propósito central.

Si yo no soy semejante a Cristo en mi corazón – si no me estoy convirtiendo notablemente mas como el—he perdido el propósito de Dios para mi vida totalmente. No importa lo que yo logre para su reino. Si pierdo este solo propósito, he vivido, predicado y luchado en vano.

Ves, el propósito de Dios para mi no puede cumplirse por lo que hago por Cristo. No puede ser medido por nada que yo logre, aunque sane a los enfermos y eche fuera demonios. No, el propósito de Dios se cumple en mi solo por lo que me estoy convirtiendo en él. La semejanza de Cristo no se trata de lo que yo hago por el Señor, sino acerca de cómo soy transformado a su semejanza.

En las mentes de los discípulos, el templo en Jerusalén era grandioso, una obra piadosa, un logro magnifico. Ellos llevaron a Jesús en una visita para mostrarle la grandeza de las estructuras, el gran gentío que se reunía a diario, todas las actividades religiosas que tomaban lugar allí. Pensaron que Cristo estaría tan impresionado como ellos

En lugar de eso, Jesús echó agua fría sobre su entusiasmo. Él les dijo, en esencia, “Todo esto va a caer. Ninguna piedra permanecerá. Todo este gentío se va dispersar, y aun los pastores huirán. Todo lo que esta aquí que los impresiona—todo lo que parece tan religioso—será rechazado. Y sucederá porque esto no revela a Cristo. Esta centrado en el hombre, y revela al hombre.”

El hecho es, los discípulos estaban enfocados en el templo equivocado. Ellos tenían sus ojos sobre este templo hecho por los hombres. Su enfoque estaba en la actividad religiosa. Y eran impresionados por las cosas equivocadas. Lo que pasaba allí no representaba al Padre. El templo se había convertido en una guarida de ladrones y cambistas. Los profetas y sacerdotes estaban buscando lo suyo. Ellos hasta robaban y abusaban de sus propios padres. El templo nada tenia que ver con los propósitos de Cristo.

En resumen, Jesús re-enfoco la atención de los discípulos sobre el templo espiritual. Como Pablo escribiría mas tarde a la iglesia, “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Señor?”

El hecho es, el Espíritu Santo esta en su templo en todo tiempo. Él habita en nuestros cuerpos. Y él esta preparado para en llevarnos a su propósito en cualquier momento. Eso significa que debemos tener nuestra casa espiritual en orden.

Hay tiempos cuando somos llamados a hacer justo juicio. Las Escrituras llaman a cada cristiano a descubrir falsa doctrina y falsos profetas. Los ministros en especial deben denunciar en la casa de Dios aquello que no es como Cristo.

Pero Pedro dice que el juicio comienza en la casa de Dios. Y “casa” no solo significa la iglesia, sino nuestro templo humano también. Yo debo juzgarme a mi mismo—mirar la condición de mi propio templo—antes que pueda juzgar cualquier cosa que vea en la iglesia.

Jesús dice, “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará;… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego y arden.” (Juan 15:2, 6). Cualquier cosa en la iglesia que no sea un reflejo de Cristo—cualquier cosa que sea corrupta o falsa, o no lleva a su pueblo a su semejanza—será tratado. Jesús lo echara fuera. Y el hará que ese ministerio y sus perpetradores malos se sequen. Con el tiempo, él lo descubrirá, los llevara a bancarrota y lo cerrara del todo.

Estoy convencido que si cualquier cristiano viviendo hoy en día pudiera haber caminado a través del templo en el tiempo de Jesús, se hubiera entristecido por lo que vio. Sacerdotes echándose dinero en los bolsillos deshonestamente, la avaricia y corrupción, locura por el dinero—todo seria asombroso. Ese cristiano se preguntaría, “¿Por cuánto tiempo soportara el Señor tal necedad en su casa?”

Pero, lo cierto es, la condición del templo no nos preocuparía. Jesús echó fuera la maldad que había allí. Él trajo un látigo y limpió la casa de su Padre. Y echo abajo todos los ministerios corruptos que operaban en ella.

Hoy, servimos al mismo Cristo que limpia templos. Y él es fiel para echar fuera toda corrupción en su iglesia, en su tiempo y a su manera. Si él quiere, él puede echar abajo a cada falso profeta de un día para el otro. Por lo tanto, debemos confiar que el se encargara de su iglesia. Nuestra parte es asegurarnos que ninguna mundanalidad entre en nuestro propio templo humano.

“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Ro. 8:28). El mensaje de Pablo aquí, es sencillo: “Todas las cosas deben estar obrando para bien en las vidas de aquellos que aman a Dios y andan en sus caminos.”

La verdad me hace pensar: ¿Por qué hay tanto desanimo y pena entre los cristianos? ¿Por qué hay tantos pastores desgastados, cansados y dejando el ministerio en hordas alrededor del mundo? ¿Por qué hay tal atroz competencia entre ministerios?

Veo iglesias por todas partes enlodadas en el materialismo y en profundas deudas. Y todo el tiempo, la gente ruega por respuestas en sus vidas. Pregunto, ¿Cómo puede ser esta la vida abundante que Pablo dice que debemos disfrutar? No se parece en nada a la buena vida. Honestamente, parece una vida de miseria. Solo entra en cualquier librería cristiana y lee los títulos en los estantes. La mayoría son libros sobre ayuda propia sobre como vencer la soledad, como sobrevivir la depresión, como encontrar plenitud. ¿Y esto por qué?

Es porque lo tenemos todo al revés. No somos llamados a ser exitosos, a estar libres de problemas, a ser especiales, a “lograrlo.” No, estamos perdiendo el único llamado, el único enfoque, que debe ser el centro de nuestras vidas: el ser fructífero en la semejanza de Cristo.

Cuando yo tenía veintinueve años, un evangelista mayor y bien conocido me invito a almorzar. Él me aconsejó, “Si no has “llegado” de aquí a que tengas cincuenta años, nunca llegaras. Yo tengo cinco años más, y después de eso, mis oportunidades de éxito se van. Así, que voy a comenzar un programa nacional de televisión.”

Pensé dentro de mí, “¿Lograrlo, llegar? Esto no me suena como el lenguaje del llamado de Cristo. Poco después, Dios puso a este hombre en el estante. Se perdió en el olvido, todos sus sueños se quebrantaron. Tristemente, escucho historias como esa en mis viajes estos días. Varios ministros me han dicho, “voy a construir una mega-iglesia.”

Un hombre que una vez asistió a nuestra iglesia me dijo, “Me enojo tanto cada vez que veo a los demás lográndolo en grande, mientras que yo tengo tantas necesidades financieras. Ahora es mi turno. Voy hacer lo que sea.” Lo ultimo que supe es que la ley esta detrás de él.

Lo cierto es, muchos de nosotros somos llamados a ser cristianos ordinarios. Pero ponemos mucha presión sobre nosotros mismos para estar al día con el espíritu competitivo del mundo hoy. Nosotros presionamos a nuestros hijos a ser doctores, abogados, gente de negocio prominente, hasta ministros “exitosos.” Pero no tenemos que producir nada para encontrar nuestro propósito en la vida. No tenemos que levantar edificios, escribir libros o atraer un gentío. Pablo dice que somos predestinados para ser conformes a la imagen de Cristo, y ese es nuestro único propósito: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Ro. 8:29).

Jesús estaba completamente entregado al Padre, y eso era todo para él. Él declaró: “Yo no hago ni digo nada excepto lo que mi Padre me dice.” Pablo nos esta diciendo que cada creyente debe seguir el mismo patrón y dirección, tener el mismo centro de interés: “Estoy aquí para mi Señor.”

Así que, ¿quieres llevar “mucho fruto” que viene de ser mas como Cristo? Yo me hice esa pregunta mientras preparaba este mensaje. Y el Espíritu me susurró, “David, debes estar dispuesto a mirar como tratas con los demás.”

Sencillamente, llevar fruto tiene que ver como tratamos a la gente. Cumplimos el propósito de nuestra vida solo mientras comenzamos a amar a los demás como Cristo nos ama. Y crecemos mas como Cristo mientras nuestro amor por los demás aumenta. Jesús dijo, “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.” (Juan 15:9). Su mandamiento es claro y sencillo: “Ve y ama a los demás. Da a los demás el amor incondicional que te he mostrado.”

El Espíritu puso tres áreas en mí donde debe comenzar el amor incondicional de Cristo:

El mandamiento de Jesús tiene que ver como yo trato a mi cónyuge e hijos. Para los solteros, tiene que ver como tratan a sus compañeros, cristianos y la gente mas allegada.

La verdad estaba al centro de la profecía de Malaquías a Israel. Dios dijo a los sacerdotes de ese día, “Pero aún hacéis más: Cubrís el altar de Jehová de lágrimas, de llanto y de clamor; así que no miraré más la ofrenda, ni la aceptaré con gusto de vuestras manos.” (Malaquías 2:13). Dios estaba diciendo: “Ya no acepto tu ofrenda o tu adoración. No recibiré cualquier cosa que traigas.”

¿Por qué Dios no acepto el ministerio de estos hombres? “Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu juventud, con la cual has sido desleal,… Guardaos, (2:14-15). Todo esto tenia que ver con sus matrimonios.

No hay manera de evitarlo. Si yo debo convertirme en el hombre y ministro que Dios me ha llamado a ser, entonces mi esposa debe decir con toda honestidad ante el cielo, el infierno y todo el mundo: “Mi esposo me ama como Cristo ama a la iglesia. Él comete errores, pero es mas paciente y me esta entendiendo. Él esta poniéndose más tierno y amoroso. Y el ora conmigo. El no es un falso; él es lo que predica.”

Ahora, yo ayudo a pastorear una iglesia que puede ser llamada una mega-iglesia. Yo dirijo conferencias de ministros alrededor del mundo, predicando a miles a un tiempo. Yo funde Reto Juvenil, un ministerio de rehabilitación cristiano para alcohólicos y droga adictos, el cual ahora tiene 500 centros mundialmente. He escrito como veinte libros, ayude a establecer una escuela Bíblica, un hogar para madres y niños abandonados. Han amontonado honores sobre mí.

Pero si este no es el testimonio de mi esposa – si ella tiene un dolor secreto en su corazón, pensando, “Mi esposo no es el hombre de Dios que aparenta ser” – entonces todo en mi vida es en vano. Todas mis obras – las predicas, los logros, las dadivas caritativas, los muchos viajes – se suman a nada. Soy una rama inútil, que esta marchitándose, que no da fruto de la semejanza de Cristo. Jesús hará que otros vean la muerte en mí, y valdré poco para su reino.

Puedes evangelizar todo lo que quieras, testificando y dando tratados. Puedes ir a la iglesia semana tras semana y cantar alabanzas a Dios. Pero, ¿qué tiene que decir tu esposo acerca de ti? ¿Qué clase de vida llevas en el hogar?

Un pastor de mediana edad y su esposa vinieron a mi quebrantados y llorando. El ministro me contó a través de lagrimas, “Hermano David, he pecado contra Dios y mi esposa. Cometí adulterio.” Él tembló con tristeza piadosa mientras me confesaba su pecado. Entonces su esposa se volvió a mí y dijo suavemente, “Yo lo he perdonado. Su arrepentimiento es verdadero para mí. Yo sé que el no es esa clase de hombre. Estoy confiada que el Señor nos restaurara.”

Tuve el privilegio de ser testigo del principio de una hermosa sanidad. Nunca podemos arreglar nuestros fracasos pasados. Pero cuando hay verdadero arrepentimiento, Dios promete restaurar todo lo que el gusano ha destruido.

Sin embargo, la traición que Malaquías describe no es tan solo acerca de adulterio o fornicación. Incluye todo lo que pueda ser llamado sin semejanza a Cristo, tal como mal de ánimo o alguien que hace maldad, amargura y deshonestidad. Estas clases de traiciones también vacían los logros de nuestra vida. Dios dice a todos los que lo cometen, “No aceptare tus obras, tu adoración o cualquier cosa que traigas a mí. Tengo una controversia contigo.”

Deseo profundamente que cada pareja que disfruta de un matrimonio centrado en Cristo se pusiera de pies y dijera la verdad: “No es fácil.” El matrimonio es un esfuerzo diario, de la misma manera que la vida cristiana. Como el camino de la Cruz, significa renunciar a tus derechos a diario. Por supuesto que Satanás sabe que tu corazón esta dispuesto a ser mas como Cristo en tu hogar, así que constantemente él va a traer pruebas.

En resumen, no hay otra escuela tan difícil e intensa como la escuela del matrimonio. Y nunca te gradúas. Dios esta haciéndolo claro: nuestra vida con nuestros seres queridos es el pináculo, la misma cumbre, de todas nuestras pruebas. Si erramos aquí, erraremos en toda área de nuestra vida.

Ser semejante a Cristo es reconocer a Jesús en los demás. En mis viajes, me encuentro con preciosos hombres y mujeres quienes yo sé que están enteramente entregados al Señor. En el momento que me encuentro con ellos, mi corazón salta. Aunque nunca nos hemos visto antes, tengo un testimonio del Espíritu Santo que ellos están llenos de Cristo.

Aun puedo ver algunos de sus rostros: pastores, obispos, evangelistas pobres que predican en las calles. Y en el momento que los conozco, me doy cuenta sin pronunciar palabra, “Este hombre ha estado con Jesús. Esta mujer esta satisfecha en Cristo.” Al saludarlos, siempre digo lo que me gustaría que me dijeran a mí: “Hermano, hermana, veo a Jesús en ti.” No lo digo como adulación, es el testimonio del Espíritu Santo.

Sabemos que la semejanza a Cristo significa amar a los demás como él nos ama. Sin embargo, también significa amar a nuestros enemigos—aquellos que nos odian, quienes nos usan con desprecio, quienes no son capaces de amarnos. Y debemos hacer esto sin esperar nada a cambio. Por supuesto, amar de esta manera es imposible, en términos humanos. No hay libros de enseñanza, ni conjuntos de principios, ni ninguna cantidad de inteligencia humana para enseñarnos como amar a nuestros enemigos como Cristo nos ama. Pero somos ordenados a hacerlo. Y debemos hacerlo con creciente propósito. Según Jesús, ese es el fruto que debemos llevar.

Así que, ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo puedo amar al musulmán que me escupió la cara a una cuadra de la iglesia? ¿Cómo puedo amar a la gente que dirige sitios de Internet donde me llaman un falso profeta? ¿Cómo puedo amar a homosexuales que desfilan por la Quinta Avenida llevando letreros que declaran, “Jesús es homosexual?” ¿Cómo puedo amarles verdaderamente en Cristo? Ni siquiera se como amar a otros cristianos en mi propia habilidad.

Sencillamente, tiene que ser obra del Espíritu Santo. Como Jesús oró al Padre, “… para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos.” (Juan 17:26). Cristo le pide al Padre que ponga su amor en nosotros. Y él promete que el Espíritu Santo nos mostrara como podemos demostrar ese amor:

“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber.” (Juan 16:13-15).

¿Puedes escuchar lo que Jesús esta diciendo aquí? El Espíritu Santo fielmente reunirá todas las maneras como Cristo amó a los demás y te “lo hará saber.” Ciertamente, el Espíritu se deleita en mostrarnos más de Jesús. Es la razón por la cual él mora en nuestros templos corporales para enseñarnos a Cristo. “… pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros. … él os enseñará todas las cosas…” (Juan 14:17, 26).

En los tiempos apostólicos, la iglesia estaba tan llena de la autoridad de Cristo, que hacia temblara a reyes y gobernantes. Pablo y sus jóvenes pastores y evangelistas predicaban sin temor. Ellos llenaron ciudades y naciones enteras con el mensaje de Jesús. Aquí había una iglesia conocida por su semejanza a Cristo, su poder para afectar el cielo y la tierra.

Pero hoy, la mayor parte de la iglesia ha quedado como una débil institución, con poca autoridad de Cristo. Es mofada y ridiculizada por todo el mundo. Mientras viajo de nación a nación, puedo ver por que. A menudo encuentro la iglesia en una triste condición, marcada por un cerrado ‘denominacionalismo.’ Cada grupo declara que es de Cristo y que predican un evangelio bíblico. Pero en algunos casos, estos grupos ni siquiera se pueden sentar juntos a una mesa.

Felizmente, en muchas naciones, líderes cristianos cruzan las líneas denominación alees para ayudar a llevar a cabo nuestras conferencias. Pero una gran división aun existe entre culturas y razas. Ciertos grupos son mirados mal y ni siquiera son invitados a las reuniones. También, nuevos movimientos religiosos están levantándose por todas partes, donde esta tomando lugar un verdadero avivamiento. Pero algunos de estos se han hecho exclusivos, declarando que solo ellos tienen la verdad.

Finalmente, hay otra clase de división en la iglesia que es absolutamente contraria a la semejanza de Cristo. Es la cima entre lo grande y lo pequeño: aquellos que están haciendo cosas grandes en el nombre del Señor, contra aquellos que son llamados a obras más pequeñas.

Dios tiene una reprensión para esta clase de división: “Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces, se alegrarán al ver la plomada en la mano de Zorobabel.” (Zacarías 4:10). Esta fue su palabra a los israelitas quienes menospreciaron el fundamento del templo hecho por Zorobabel. Ellos menospreciaron la obra nueva porque no era tan espectacular como el templo de Salomón.

De igual manera hoy, muchas conferencias de pastores están enfatizando crecimiento de mega-iglesia. Le dicen a los pastores de iglesias pequeñas, en tantas palabras, “asiste a la conferencia de este pastor de mega-iglesia y encontraras la clave para el éxito. Con el tiempo tendrás una iglesia tan grande como la suya.” Sin embargo esto tan solo hace que los pastores se desanimen más. Ellos terminan convencidos, “No estoy haciendo nada significativo para Dios. El no me esta usando.”

Honestamente, me encantaría asistir a una conferencia de ministros donde todos los presentadores fueran de iglesias pequeñas o medianas. No tengo ningún deseo de escuchar como levantar una iglesia grande o un enorme presupuesto. Preferiría más bien, escuchar a veinte o treinta pastores de iglesias pequeñas acerca de lo que Dios esta diciéndoles a ellos, acerca de la revelación de Cristo que están recibiendo.

A lo mejor estas pensando, “Yo soy una de esa gente pequeña. Las cosas que yo hago en el reino de Dios son tan pequeñas. No estoy involucrado en nada importante para el Señor.” Ese no es el caso. Déjame decirte como yo creo que Dios ve todo este asunto.

La gente mas útil en la iglesia de Jesucristo son aquellos que tienen ojos para ver y oídos para oír. Si, alguna gente esta haciendo grandes cosas que son vistas y escuchadas por muchos. Pero algunos de esos ministros no tienen ojos para ver las necesidades de la gente herida. Son orientados a proyectos en vez de orientados a la necesidad.

El simple hecho es que el Cristo que vive en mi no es ciego ni sordo. Y su Palabra dice, “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:17). Jesús ve todas las necesidades y heridas a mí alrededor. El escucha el quejido y clamores de los desesperados y atados. Y si yo voy a ser mas como él, entonces yo necesito sus ojos para ver lo mismo.

Este es el amor de Cristo: escuchar el llanto desesperado de los huérfanos, de la criatura en el barrio pobre…el solitario, el llanto ahogado del homosexual que esta cansado de su pecado, ahogando su tormento en alcohol…el llanto agonizante del hambriento, el pobre, el encarcelado. Ser como Cristo es tener tales “ojos para ver y oídos para oír.”

O Señor, dame un oído atento. Ayúdame a dejar de decirle a la gente cuanto yo sé. En vez de eso, ayúdame a escuchar lo que me estas diciendo a aquellos que no tienen voz publica. Ayúdame a ser un estudiante a los pies de pastores y siervos desconocidos en el cuerpo que realmente están llevando mucho fruto. Permíteme escuchar lo que tú estas diciendo a través de ellos. Y permíteme amar a los demás no tan solo de palabra, sino en hecho y en verdad.

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