LLEVANDO A UN ALMA A CRISTO
En Génesis leemos la historia de la esposa de Jacob, Raquel, y su desesperado deseo de tener un hijo. Ya no podía soportar la idea de vivir sin conocer la alegría del parto, sin experimentar todo lo que estaba destinado para ella como mujer. En la cultura judía, una mujer sin hijos era vista con desdén, como una persona incompleta. El dolor de Raquel era insoportable, y ella clamó a Jacob: “Dame hijos, o si no, me muero” (Génesis 30:1).
Llevar un alma a Cristo es muy parecido a dar a luz. El Espíritu Santo concibe el deseo en nuestros corazones, y luego, comenzamos a nutrir el proceso, creciendo en nuestra relación, orando por ellos regularmente. Sentimos que el tiempo se acerca y anhelamos ver el nacimiento de nuestro nuevo bebé. Queremos mantener y nutrir a nuestro nuevo hijo, para experimentar tanto el dolor como la alegría del parto. Cuando finalmente sucede, cuando nuestro nuevo bebé nace, no queremos dejarlo. Sólo pensamos en ayudar a nuestro hijo a crecer y florecer y tomar la imagen de Cristo.
¡Si tan sólo cada uno de los seguidores de Cristo sintiera este mismo sentido de pasión y urgencia de traer un nuevo hijo al reino de Dios! ¿Y si el deseo ardiera en nuestros corazones al punto de que finalmente clamemos a Dios: “Dame un hijo espiritual, o si no me muero”? Tú y yo, ambos sabemos lo que sucedería: Dios honraría esas oraciones.
Pero dondequiera que voy, me encuentro con cristianos que nunca han sentido el gozo de llevar un alma a Cristo. Vienen a mí pidiendo consejo, a veces avergonzados por la confesión. Les digo que no se sientan avergonzados por este hecho, sino que, por el contrario, se emocionen de que el Espíritu Santo esté trayendo convicción a sus corazones.
“El primer paso para compartir tu fe es desarrollar un ardiente deseo de hacerlo”, les digo. Y podemos contar con el Espíritu Santo para encender este deseo desesperado dentro de nosotros, si se lo pedimos y permitimos.
Nicky Cruz, evangelista internacionalmente conocido y prolífico autor, se volvió a Jesucristo de una vida de violencia y crimen después de encontrarse con David Wilkerson en la ciudad de Nueva York en 1958 La historia de su dramática conversión fue contada por primera vez en el libro “La Cruz y el Puñal” escrito por David Wilkerson y más tarde en su propio best seller “Corre, Nicky, Corre”.