Milagros Progresivos
El Antiguo Testamento está lleno del poder de Dios para obrar milagros, desde la apertura del Mar Rojo, hasta Dios hablándole a Moisés desde la zarza ardiente y hasta Elías invocando fuego del cielo. Todos estos fueron milagros instantáneos. Las personas involucradas pudieron verlos sucediendo, sentirlos y se emocionaron con ellos. Y estos son el tipo de milagros que queremos ver hoy, que causan maravilla y asombro. Queremos que Dios rasgue los cielos, baje a nuestra situación y arregle las cosas con un estallido de poder celestial.
Pero gran parte del poder de Dios para obrar milagros en la vida de su pueblo proviene de los llamados “milagros progresivos”. Estos son milagros apenas perceptibles a simple vista. No van acompañados de truenos, relámpagos ni ningún movimiento o cambio visible. Más bien, los milagros progresivos comienzan silenciosamente, sin fanfarrias; y se desarrollan de forma lenta pero segura, paso a paso.
Ambos tipos de milagros, instantáneos y progresivos, fueron presenciados en los dos milagros de alimentación a las multitudes por parte de Cristo. Las sanidades que realizó fueron inmediatas, visibles, fácilmente discernibles por los presentes en esos días. Pienso en el hombre lisiado con un cuerpo inerte, que repentinamente tuvo un cambio físico exterior para poder correr y saltar. Ese fue un milagro que tuvo que haber asombrado y conmovido a todos los que lo vieron.
Sin embargo, los milagros de alimentación que Cristo hizo fueron milagros progresivos. Jesús ofreció una simple oración de bendición, sin fuego, truenos ni terremoto. Simplemente partió el pan y el pescado seco, sin dar ninguna señal o evidencia de que estaba ocurriendo un milagro. Sin embargo, para alimentar a tanta gente, tuvo que haber partido el pan y el pescado miles de veces, durante todo el día. Y cada pedazo de pan y pescado fue parte del milagro.
Así es como Jesús hace muchos milagros en la vida de su pueblo hoy. Oramos por maravillas instantáneas y visibles, pero a menudo nuestro Señor está obrando en silencio, formando un milagro para nosotros pieza por pieza, poco a poco. Es posible que no podamos oírlo o tocarlo, pero él está obrando, dando forma a nuestra liberación más allá de lo que podemos ver.