Misericordia para Nuestros Pecados
Una vez, un pastor amigo mío viajó a Wyoming para ir en moto de nieve con dos de sus amigos. Se fueron al campo y lo estaban pasando en grande hasta que comenzaron a darse cuenta de que todos sus puntos de referencia estaban fuera de la vista. No tenían señal de GPS ni brújula.
Ahora bien, este no era el tipo de “estamos perdidos” en el que sigues vagando hasta que encuentras una carretera una o dos horas más tarde. Este era el tipo de “estamos perdidos” en el que pasas la noche acurrucado junto a una moto de nieve sin gasolina. Esta fue una especie de “estamos perdidos”, más bien como un: “enviarán helicópteros para salvarlos”.
La definición misma de estar verdaderamente perdido es no saber el camino de regreso. En ese momento, necesitas un equipo de rescate. A veces nos olvidamos de eso cuando empezamos a hablar del pecado; y esto no es sólo hablar acerca de antes de ser salvos, cuando estábamos muertos en nuestros pecados, como dice la Biblia. Esta es la carne contra la que todos luchamos. Esta es la frialdad que se arrastra en nuestros corazones, la deriva que experimentamos en la vida.
A veces, cuando pecamos, caemos en la mentalidad del Antiguo Pacto, pensando que Dios está ahí para castigarnos por nuestra vacilación y que tenemos que pagar por nuestros pecados. Esta mentalidad se basa en cómo tenemos que cumplir la ley para ganarnos nuestro camino de regreso a las buena gracia del Señor. Esto trae miedo. “Oh, no, he tropezado, así que ahora habrán maldiciones y reprimendas para mí. Dios me va a dejar al margen por un tiempo”.
Esto contradice lo que escribió el apóstol Juan: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Necesitamos un Salvador y nunca dejamos de necesitarlo.