MOVIENDO TU MONTAÑA
“Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.”
“Por que de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho…. Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:20-24, mis itálicas).
Este pasaje muy conocido es amado en la iglesia de Jesucristo. Mientras lo leía recientemente, Dios no dejó que lo pasara por alto sin examinarlo más a fondo. Ahora, he encontrado dentro de él, verdades espirituales que no había visto antes.
Jesús estaba en sus últimos días de ministerio. El acababa de haber limpiado el templo, echando afuera a los cambiadores de dinero. Ahora estaba compartiendo con sus discípulos, preparándolos para ser pilares de su futura iglesia. Pero hasta este punto, ellos todavía estaban sin fe, lentos para creer, “hombres de poca fe”. Jesús los había amonestado por su incredulidad varias veces diciendo, “¿No podéis ver?” El vio en sus corazones un impedimento que tenía que ser removido, o ellos nunca llegarían a las revelaciones necesarias para dirigir a la iglesia.
Y cuando habían pasado cerca de una higuera estéril, Jesús la maldijo: “(El) dijo a la higuera: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos” (Marcos 11:14). Después, cuando el grupo volvió a pasar cerca de la higuera, Pedro señalando dijo, “Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.” Jesús le contestó a Pedro de una manera asombrosa. Sin ofrecer una respuesta, él simplemente dijo, “Tened fe en Dios.”
Por la respuesta de Jesús, sabemos que el mensaje era todo acerca de la fe
La higuera seca fue otro sermón ilustrado de Cristo. ¿Qué representaba esta planta seca? Ella significaba el rechazo de Dios al viejo sistema religioso de hacer obras de Israel. Ese sistema buscaba alcanzar la salvación y el favor de Dios a través de esfuerzos humanos y fuerza de voluntad.
Algo nuevo estaba por nacer en Israel: una iglesia en la cual el pueblo de Dios viviría totalmente por fe. La salvación y la vida eterna vendrían solamente por fe. Pero hasta este punto, el pueblo de Dios no sabía nada de vivir por fe. Su religión había sido sobre cumplimiento: aparecer en los cultos de adoración, leer el Tora, cumplir una lista extensiva de reglas. Ahora Jesús estaba diciendo, “Este sistema viejo está acabado, está de ida al juicio.” Un nuevo día estaba amaneciendo: la iglesia de fe estaba naciendo.
La verdad es que, desde el comienzo Dios había buscado personas que vivieran delante de él sin temor. El quería que sus hijos estuviesen tranquilos en cuerpo, alma y espíritu, confiando completamente en sus promesas. Dios llamó a esto “entrar en mi reposo.” Por eso llevó a su pueblo a un desierto desolado, donde no había agua, ni comida o medios de subsistencia, dándoles a ellos sólo su promesa de que él los guardaría. Su mensaje para Israel fue simple, “Tened fe en mí.” El los llamó a poner sus confianzas en que él haría lo imposible para ellos.
Pero de acuerdo al autor de Hebreos, el pueblo de Dios nunca entró en ese reposo durante esa época, porque ellos no confiaron en sus promesas. A nosotros entonces se nos advierte, que tengamos cuidado, no sea que nos perdamos de entrar en el reposo de Dios debido a la incredulidad.
La “montaña” delante del pueblo de Dios, es y siempre será la incredulidad.
En el pasaje de la higuera, Jesús se refiere a una montaña sin nombre: “Cualquiera que dijere a este monte: quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” (Marcos 11:23).
No sabemos a cuál montaña Jesús estaba refiriendo aquí. Los eruditos le han dado a esta montaña toda clase de nombres: la montaña del pecado acosante, de la pobreza, de la enfermedad, del miedo, del desánimo. La realidad es que, todas estas cosas nacen de la incredulidad. Jesús les estaba diciendo a sus discípulos, y también a nosotros hoy día: “La incredulidad es como una montaña de obstáculo en vuestro corazón y no puede ser movida. Tiene que ser expulsada, o no podré trabajar con vosotros”
El hecho es que, Jesús no pudo hacer milagros en cierto pueblo debido a la incredulidad de las personas: “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos” (Mateo 13:58). Lo mismo se aplica a la iglesia de Cristo de hoy día: Donde hay incredulidad, él no puede trabajar. La incredulidad es siempre la montaña que impide la completa revelación y bendición de Dios. Jesús nos está diciendo en esencia: “No puedo hacer grandes cosas para ti – no puedo hacer lo imposible en una situación de tu vida – mientras una montaña de incredulidad esté delante de ti.”
Las Escrituras son claras. Dios no toma la incredulidad a la ligera.
El Nuevo testamento nos da un ejemplo de esto en la historia de Zacarías. En Lucas 1, Dios le prometió el milagro de un hijo al avejentado sacerdote, un hijo que sería el precursor del Mesías. Zacarías era un siervo fiel y devoto, y había orado toda su vida por la llegada del Mesías. Por eso, él estaba quemando incienso en el templo cuando él recibió estas noticias. El ángel Gabriel se le apareció diciendo, “Tu oración ha sido oída, Zacarías. Tendrás un hijo, y lo llamarás Juan.”
Zacarías sabía que él y su esposa estaban bien pasados de la edad para concebir un niño. Imagínese su dilema: a sus ojos, esta era una promesa muy grande. El tenía que haber pensado, “¿Cómo puede ser esto? Mi esposa y yo estamos ya de edad avanzada”. Para él, esto era una montaña de incredulidad.
Pero Dios no excusó la falta de fe de Zacarías. El no tuvo pena por su edad ni tomó en cuenta su servicio devoto en el pasado. El hecho es que, Dios no iba a pasar por alto la incredulidad de este siervo dedicado. Fue así que el ángel Gabriel le dijo a Zacarías, “Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lucas 1:20).
Qué castigo doloroso. El hijo de Zacarías iba a ser el heraldo de la venida del Mesías, pero el propio sacerdote no podría celebrar las noticias durante el término del embarazo de su esposa.
El rey Asa es otro ejemplo de un siervo fiel cuya incredulidad no escapó al desagrado de Dios. Reinando con justicia en Judá, Asa erradicó la idolatría, derribando los templos paganos y trayendo avivamiento a la región. Luego, mientras las personas disfrutaban de las bendiciones de Dios, fueron invadidos por un ejército de un millón de Etíopes. Hacerle frente a tal ejército era una imposibilidad total para Judá. Así que Asa buscó al Señor y llamó al pueblo a que ore.
Aún contra probabilidades imposibles, el ejército de Asa ganó una gran victoria sobre el invasor. Fue uno de los milagros de fe más grande en la historia del pueblo de Dios. Los eruditos dicen que esta victoria debió de haber sido comentada en todo el mundo de ese tiempo.
Cuando regresaba a casa después de la victoria, Asa fue interceptado por un profeta. Este hombre no venía a felicitar a Asa sino a darle una advertencia. El le dijo al rey, “Mientras tú dependas del Señor, confiando plenamente en él, serás bendecido. El caminará contigo y te dará victoria tras victoria. Pero si te apartas de él, confiando en tu carne, tendrás desorden y caos en cada área.”
Asa tomó este mensaje muy en serio y caminó fielmente con el Señor por treinta y seis años. Durante ese tiempo, Judá fue bendecida grandemente por Dios. Vivir en esa tierra, era maravilloso y glorioso. Entonces, después de todos esos años, otra crisis vino. El rey impío que gobernaba a Israel (que se había dividido de Judá), lanzó un ataque contra Asa. El capturó Ramá, un pueblo a pocos kilómetros de Jerusalén, la capital de Judá, cortando así la ruta principal de abastecimiento de la ciudad. Si algo no sucedía pronto, la economía entera de Judá colapsaría.
Esta vez, el Rey Asa actuó con miedo. En lugar de confiar en el Señor, él buscó ayuda de uno de sus notables enemigos, el rey de Asiria. Increíblemente, Asa despojó a su gobierno de todo el tesoro de Judá y se lo ofreció a los Asirios para que liberasen a Judá. Fue un acto de incredulidad absoluta.
Se dice que la parte más difícil de la fe es la última media hora. El hecho es que, Dios ya había puesto en movimiento su plan para liberar a Judá. Pero Asa hizo abortar ese plan, actuando con miedo y pánico. Ahora, un profeta vino a Asa diciendo, “Debido a que no confiaste en el Señor, de ahora en adelante tendrás guerras.” Y así sucedió en Judá. Actuar en incredulidad siempre trae desorden total y caos.
Jesús dijo que era imposible para nosotros mover la montaña que tenemos en frente.
El obstáculo montañoso de incredulidad en nuestros corazones puede verdaderamente ser expulsado, pero sólo por fe. “Por que de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” (Marcos 11:23).
Aquí Jesús nos está diciendo cual es nuestra parte, y cuán gloriosa promesa nos da: las cosas que deseemos, cuando oremos, nuestra parte es creer que las recibiremos, y las tendremos. ¿Puede usted creerlo?
En mis años de ministerio, he visto a unos cuantos Cristianos creer que lo sobrenatural podía ocurrir. Tal vez usted puede decir, “Yo lo intenté, pero no me funcionó. He orado en fe, y he creído. Pero mi oración no fue respondida.”
Me viene a la mente un pastor joven que vino a verme y confesó tener una adicción a la pornografía. Este joven ama a Dios y ama a su esposa, y disfrutan de un buen matrimonio. Pero fue cautivado por la pornografía y no podía librarse de ella. Ahora ésta había empezado a robarle toda su fortaleza espiritual. El había orado fervientemente, pero no había sido liberado.
Mientras exploraba su asunto más a fondo, él me dijo algo de sus años pasados. Cuando era muy joven, él había recibido una maravillosa promesa del Señor para su vida. Pero esa promesa nunca se había realizado. El pastor me dijo, “Dios me falló. Me dio una promesa, pero nunca se hizo realidad.” El tenía amargura contra el Señor debido a esto. Ahora él no podía estar delante de Dios con fe para ninguna clase de liberación.
El problema de este joven no era tan sólo una adicción, sino era la incredulidad. El no había aceptado que Dios responde oraciones. Y ahora su incredulidad se levantaba delante de él como una montaña imponente, infranqueable e inamovible. Estaba impidiendo la plenitud que era suya en Cristo.
Mi esposa, Gwen, y yo estuvimos charlando con otra pareja de ministros. Por mucho tiempo, esta pareja amada habían estado con problemas financieros y llevaban cargas pesadas concernientes a sus hijos. Y las cosas parecían tornarse más oscuras. Su esposa nos confesó:
“Algunas veces creo tener derecho a la incredulidad. He hecho todo de acuerdo a la Palabra de Dios, pero nuestra familia continúa sufriendo. He orado, me he agarrado de las promesas de Dios, he sido fiel en obedecerlo en todas las cosas. Pero todas mis oraciones han sido en vano. No puedo creer que Dios está trabajando por nosotros, porque no veo ninguna evidencia de ello.”
Desde que tuvimos estas dos conversaciones, Dios ha actuado de una manera maravillosa en ambos, el pastor joven y la pareja de ministros. Ellos han salido de sus tormentas y han emergido en un lugar maravilloso de fe en el Señor. Pero ellos representan a muchos creyentes que luchan fuertemente debido a la incredulidad.
Algunos Cristianos actúan con fe por muchos años, pero cuando su “mayor crisis de todas” viene, ellos ceden a la incredulidad.
Aún para estos creyentes devotos, la montaña de incredulidad no ha sido totalmente removida. Cuánto entristece a Dios ver que una crisis borra una historia entera de testimonios sobre su poder milagroso. Mientras yo medito en lo que Jesús dice sobre la montaña de incredulidad, puedo escuchar al Espíritu Santo susurrándome:
“David, no tienes idea de cuán dolorosa y penosa la incredulidad es para el corazón de Dios. No te imaginas cómo sus hijos han desconfiado de él por tantos siglos. Dios ha anhelado por personas que crean en su fidelidad hacia ellos en tiempos de crisis. El ha dicho que siente con nosotros nuestros padecimientos.”
“A través de los siglos, su pueblo ha experimentado maravillosos milagros y liberaciones. Han testificado que nada es imposible para el Señor. Pero cuando la “gran crisis” viene, su hablar súbitamente se vuelve lleno de desesperación. Sus palabras hieren a Dios peor que las palabras de un incrédulo. El no toma a la ligera la incredulidad de sus hijos.”
Esto es lo que sucedió con Pedro. Su fe audaz le permitió caminar sobre las aguas para llegar hasta Jesús en el mar. Pero cuando Pedro vio las olas que se levantaban alrededor de él, empezó a hundirse. Súbitamente, este discípulo intrépido entró en pánico y gritó “¡Señor, sálvame!”
Jesús lo sujetó a Pedro, y le dijo, “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:31). No se equivoque. Cristo no estaba guiñando su ojo, ni tenía una sonrisa en sus labios cuando le dijo esas palabras a Pedro. Jesús estaba apenado por la incredulidad de su amigo tan cercano. El estaba reclamando, “¿Por qué dudaste de mí Pedro? ¿No soy yo el Señor Todopoderoso?”
Como Pedro, podemos caminar en fe por muchos años hasta que viene una crisis y nos hace poner nuestra mirada en nuestra condición. Y cuando las cosas se ponen peor, una sensación de pánico se apodera de nosotros, y pensamos que nos vamos a hundir. Pero durante todo el tiempo, Dios ha estado a nuestro alcance.
Le he pedido al Espíritu Santo que me muestre cómo mover cualquier montaña de incredulidad fuera de mi vida; he orado, “Señor, ¿cómo puedo echar fuera de mi corazón esta montaña? ¿Cómo quito de mi alma todo lo que impide tu poder que hace milagros?” El me susurró: “Si quieres autoridad sobre cada duda y miedo, hay un lugar a donde debes ir.”
La respuesta se encuentra sólo en un lugar: Getsemaní.
Getsemaní era el jardín donde Jesús fue a orar cuando su prueba se tornó aplastante y su copa lo abrumó. Fue allí donde él lloró sus penas más profundas delante del Padre. Fue también allí donde él ganó la batalla sobre cada principado y poder de maldad. Getsemaní es el lugar donde todas las montañas deben obedecer a su Palabra.
Algunos Cristianos hoy día están diciendo, “Nosotros no somos una generación de lágrimas. Hemos sido llamados a celebrar. Y se nos ha ordenado que nos apoderemos de todo por fe. Lo único que necesitamos es hablar la Palabra, y decirle a la montaña, ’¡Vete!` No hay necesidad de lágrimas, ni de llorar con un corazón acongojado. Simplemente necesitamos meditar en la bondad de Dios.”
Tal es la postura de la iglesia moderna y próspera. No quieren sacrificar nada en intercesión o en oración con llanto. Yo estoy de acuerdo en que nuestro Dios es un Dios de amor, y sí, debemos de celebrar delante de él. Pero llega el tiempo en que nuestras pruebas son tan abrumadoras, que no podemos hacer otra cosa que llorar delante del Señor.
Le sucedió a Jesús. Sin embargo Cristo nunca pecó en incredulidad cuando él oró en Getsemaní. Por el contrario, él les estaba mostrando a su pueblo cómo obtener poder y autoridad sobre todas las fuerzas satánicas. Piense en ello: Cuando los discípulos trataron de echar fuera demonios, esos espíritus del infierno se rieron de ellos. Sólo cuando Jesús entró en escena, los demonios huyeron. La única autoridad que ellos reconocen es la de un corazón contrito y un espíritu quebrantado.
Ahora considere las oraciones de Jesús en Getsemaní:
- “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38). Esta declaración dice en esencia, “Esto va más allá de mi entendimiento. Y si continúa, me matará.”
- “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (26:39). ¿Ha orado usted alguna vez en tal agonía, con lágrimas calientes bañando su rostro?
En Getsemaní, encontramos a Jesús en una serie de agonías espirituales. Es un pasaje lleno de lágrimas, súplicas, intercesiones, oraciones, postraciones. Pero cada uno es un episodio espiritual que nos lleva últimamente a un lugar de revelación increíble.
Sabemos que como seguidores de Cristo vamos a experimentar las mismas cosas que él experimentó. Y él es nuestro ejemplo en tiempos de crisis. Cuando esos tiempos vienen, debemos de orar como él lo hizo: con fe, sabiendo que Dios recoge todas nuestras lágrimas. Así como él, debemos de orar para ser liberados de nuestra copa de dolor. Y debemos de rogar y de pedir a Dios que nos dé una salida.
Por supuesto, esto no es nuestro diario vivir, no es una experiencia diaria en nuestro caminar con el Señor. En lugar de eso, es un encuentro con él, una confrontación donde llegamos al final de algo. En ese momento, dejamos de mirar a nuestras circunstancias y comenzamos a derramar nuestra alma delante del Señor. Y en medio de todo, creemos, así como Jesús lo hizo, que Dios nos ama y va a revelarnos algo maravilloso a través de nuestra prueba.
Jesús oró una “oración que abre una salida” en Getsemaní
Yo pienso que la oración de Jesús que abre una salida, es la “oración final”. Al decir final, quiero decir que es la última de una serie. Piense en ello: hasta este punto, todo había sido intentado. Ahora venía la máxima, u oración final, aquella que movería montañas y sacudiría al infierno. Y es simplemente esto: “Pero que no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39, mis cursivas).
Jesús se levanta después de rogar y dice en esencia, “He orado, he llorado, ayunado, he hecho todo. Ahora Padre, Yo descargo mi alma a ti, en confianza total. Tu voluntad será hecha”.
¿Ha orado esta “oración final” sobre una situación? “Señor, he orado, ayunado, y he intercedido sobre este asunto. He pedido, he llamado, he buscado y he creído. Pero lo que está sucediendo ahora no es lo que quiero. Es más, no creo que pueda manejarlo. Pero tú eres el Dios Todopoderoso, y yo te entrego todo en tus manos. Ahora, Padre, haz lo que quieras hacer, cuando tú decidas hacerlo. Yo descanso en tus promesas para mí.”
Este es el descanso que queda para el pueblo de Dios hoy día, ese descanso al que se refiere el libro de Hebreos. Se trata de entrar en la bendita promesa del Nuevo Pacto, en el cual Dios nos declara, “Yo seré un Padre para ti, y tú serás mi hijo.”
Amado, si usted no ora esta “oración final”, usted no podrá mover su montaña. Pero cuando usted lo haga, Dios le abrirá los ojos a algo sorprendente. Usted ya no perderá la respuesta a sus oraciones cuando esta llegue. Muchos creyentes en realidad no ven su respuesta cuando está en frente de ellos.
Yo conozco una madre que oró y ayunó por un hijo que estaba en drogas y robos. Con el tiempo este joven se había hecho duro. Su madre oró, “Oh Señor, haz lo que tengas que hacer para alcanzarlo.” Ella se horrorizó cuando su hijo fue encarcelado con una sentencia por muchos años. Pero fue allí donde él encontró a Cristo, y hoy día él está activo en la iglesia de la prisión. Lo que al principio pareció horrible, fue el principio de su respuesta.
Unos años atrás mi hijo Greg vino a mí con lágrimas de quebranto. Esa fue una reunión que nunca olvidaré. Greg me describió que había recibido una carga por los jóvenes. El temía que una generación entera se pierda. Me conmoví tanto por su llanto, que quedé anonadado. Yo sólo pude orar con él, “Señor, haz lo que tengas que hacer. Responde la oración de mi hijo.”
Pronto después de eso, Greg entró en la prueba más grande de su vida. El soportó cuatro años de dolor increíble. Su fortaleza física, y como resultado su fe, fueron probadas hasta el límite. El se pasó años batallando desesperación por que Dios no lo había librado de su continuo dolor.
Ahora, en los últimos meses, Dios ha estado sacando a mi hijo de su prueba de una manera gloriosa. Greg me llamó la semana pasada para decirme, “Papá, gracias por no haber perdido la confianza en mí durante esos años.” Yo le dije que nunca había dudado de que Dios estuviera trabajando en él.
¿Ha orado usted por un caminar más cercano con Jesús? ¿Ha orado por más paciencia, más fidelidad? Amado santo, Dios entró en acción el momento en que usted oró. Tal vez las aflicciones vinieron rápidamente después de orar, junto con rechazos y tiempos difíciles, cosas que usted ha llegado a despreciar. Pero en todo ese tiempo, Dios ha estado trabajando, trayendo la respuesta.
Yo le insto, ore la oración final con fe. Pronto el Señor le va a revelar que aquello por lo que usted ha estado pasando, es la respuesta misma a sus oraciones. ¡Aleluya!