Navidad: Resurrección

No podemos separar la navidad de la resurrección de Cristo. Tú podrás pensar que la resurrección es un mensaje de la Pascua, pero el nacimiento del niño en el pesebre no puede ser separado del hombre en la cruz. En mensaje de Dios para nosotros en ambos eventos es uno y el mismo.

Cuando los pastores observaron al bebé en el pesebre, vieron a un Salvador que redimiría a la humanidad. Cuando los magos (hombres sabios) vinieron, vieron a un rey que vencería a la muerte. Cuando los profetas vieron su tiempo, vieron a un emancipador que abriría las puertas de las prisiones, rompería las cadenas y liberaría a los cautivos. Todos tuvieron una visión de Jesús y por qué él vino.

Cristo nació en un mundo de tinieblas e incredulidad, cuando el pueblo de Dios vivía bajo el terrible dominio del imperio romano. Los líderes religiosos de Israel no podían ofrecer mucha esperanza. Los Fariseos creían que la salvación se conseguía por medio de obras: ellos convirtieron las leyes de Dios en un rígido sistema imposible de cumplir. Los Saduceos ni siquiera creían en la resurrección. Muy poca gente tenía una visión de una existencia eterna. Esa fue la oscuridad en la que Jesús nació.

Cuando veo el pesebre de Belén, veo la resurrección que viene. Veo al rey Jesús trayendo una inundación de vida eterna. Cristo fue totalmente humano al nacer — fue la sangre de María la que lo alimentó en el vientre y su leche la que lo alimentó durante su infancia — pero su nacimiento también fue un quiebre en la eternidad. La Biblia dice: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció” (Mateo 4:16).

Esta luz era la vida eterna — la posibilidad de resucitar de la muerte. Oseas profetizó del mesías que vendría: “De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista” (Oseas 13:14). Cuando Jesús vino, él cumplió esta profecía, diciendo: “...Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente...” (Juan 1:25-26).

Jesús mismo conecta su nacimiento con su resurrección: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:38-40, mi énfasis).

Cristo dijo, en esencia: “¿Sabes por qué estoy aquí? ¿Sabes por qué nací en la pobreza, por qué pastores me adoraron, por qué los sabios trajeron sus regalos, por qué los ángeles cantaron aquella noche? Es para que tú tuvieras vida eterna.” Lo que dice Cristo apunta directamente a la resurrección: las tumbas abiertas, los muertos vuelven a la vida y el cumplimiento final del pacto eterno de Dios.

La Resurrección es el énfasis a través de todo el Nuevo Testamento.

Los primeros lideres de la iglesia aceptaron la encarnación de Cristo como una realidad. Sin embargo su predicación se centró en su resurrección. Ya en la reunión del aposento alto en Pentecostés, Pedro dijo: “a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella(Hechos 2:23-24, mi énfasis)

Por todas partes por donde viajaron Pablo y los demás apóstoles, su mensaje fue más allá de la encarnación y los milagros, llegando a la resurrección:

“Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo” (17:1-3).

En el Monte de Marte, en Atenas, Pablo predicó: “por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (17:31).

Pablo también predicó sobre la resurrección cuando se presentó ante el gobernador Felix y ante el rey Agripa. De hecho, sin la resurrección, Pablo decía que toda nuestra predicación del evangelio de Cristo es en vano. Él explicó por qué: “y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1°Corintios 15:17). Pablo está diciéndonos: “Si todo esto no se trata de la resurrección, pueden olvidarse del mensaje de Navidad. ¿Para qué predicamos el nacimiento de Cristo? ¿Para qué ser santo? ¿Para qué ocuparse en cualquier tipo de asunto espiritual? Sin la resurrección, permanecemos muertos en nuestros pecados. Todo lo que hacemos es en vano.”

Esto no es solo una verdad teológica abstracta. Aquí está el foco de toda nuestra predica de la resurrección: JESÚS VINO A TI Y A MI. Él nació para vivir y morir y resucitar de la muerte — y para elevarnos a la vida eterna con él. ¡Él vino para darnos hogar junto a él por toda la eternidad!

Este fue el mensaje de la iglesia del Nuevo Testamento. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (15:20). En otras palabras, así como por cierto el Espíritu levantó a Cristo de entre los muertos, él también nos levantará a nosotros: “sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros” (2°Corintios 4:14).

Al mirar el pesebre, veo un puente. Cristo es el puente entre el cielo y la tierra, que atraviesa el abismo de muerte que separa la vida terrenal de la vida eterna. Un día cruzaremos ese puente, en un abrir y cerrar de ojos: “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1°Corintios 15:52).

Muchos Cristianos se preguntan: “¿A quién veré primero cuando entre en la eternidad?”

Estoy convencido de que cuando llegue este momento, todos querremos ver a Jesús primero. Él es el amor encarnado — nuestro Salvador, Sanador y Rey. Sin embargo, una vez vi algo que me hizo pensar en los demás. Entré en nuestra sala y encontré a mi esposa, Gwen, llorando en silencio. Ella estaba viendo el último video casero de nuestra nieta, Tiffany, que murió de cáncer a la edad de 13 años. Ella anhelaba volver a ver a Tiffany.

No te equivoques, Gwen y yo reconoceremos a Tiffany cuando lleguemos al cielo. La Biblia dice que no hay matrimonio en el cielo, pero hay amor porque Él es amor. Todos serán uno en el cuerpo de Cristo, y nos reconoceremos unos a otros con una intuición espiritual. Las Escrituras dicen que en ese momento conoceremos de la forma que fuimos conocidos.

Quizá no creciste con un padre o una madre amorosos. Tal vez nadie en tu casa conoció a Jesús o nunca te mostraron su precioso amor. Tú pensarás: “¿Quién estará allí esperándome? Te diré que tú tienes otra familia — la familia de Dios. Estoy convencido que no hay nadie en el cuerpo de Cristo que no haya sido presentado al Señor en oración por alguien que vino antes que él — un anciano o mujer o pastor, un pariente lejano. Serás reconocido y abrazado con el amor familiar que Dios ha preparado para ti en la eternidad.

Yo creo que Dios ha hecho mundos que aún no han sido conquistados.

No nos quedaremos quietos cuando hayamos sido resucitados. Los astrónomos han descubierto galaxias más allá de lo que podemos imaginar y planetas extremadamente más grandes que la tierra. Para el creador de este vasto universo, no representa ninguna dificultad resucitar a sus criaturas.

Paul Harvey cuenta la historia de un científico ateo que viajó a varios campus universitarios por décadas para dar conferencias de cómo era imposible que Dios existiera. Años después este hombre se convirtió en cristiano. Siempre que le preguntaban cómo es que se había convertido, él respondía con una simple palabra: “ADN.” (Nota del traductor: Seguramente se refiere al célebre ex-ateo Antony Flew, autor del libro “There is a God: How the World's Most Notorious Atheist Changed His Mind” (Hay un Dios: Cómo el ateo más influyente del mundo cambió de opinión).

Dentro de cada ser humano se encuentra este sorprendente descubrimiento llamado ADN. Es un identificador único y tan preciso que se puede probar la culpabilidad de alguien en un crimen si su ADN se encuentra en la escena. El ADN es complejo, pero puede tomarse de algo tan simple como un cabello. En él, los científicos han descubierto un “código genético” con miles de millones de bits de información que, unidos entre sí, son únicos para cada persona.

¿Quién creó este increíble fenómeno que asombra nuestra mente? ¿Quién conoce el código genético único de cada humano desde Adan y Eva? Solo Dios. Él no solo conoce el número de cabellos en nuestra cabeza sino que ha plasmado el código de nuestro ADN único en cada uno de ellos. Eso es lo que trajo humildad a aquel científico ateo: la magnificencia de un Creador y su creación siempre impresionante.

Dios conoce el ADN de cada persona que ha vivido — y sabe cómo reconstruirlo cuando nos eleve en el día final. Esto debería poner fin a todas las extrañas doctrinas que han surgido a lo largo de los años a cerca de la resurrección. Algunos dicen que no puede haber resurrección corporal para quienes han sido cremados o fallecidos en muertes sangrientas; ellos no pueden concebir cómo Dios hará esto. La verdad es que nuestra imaginación simplemente no puede comprender la gloria de Dios. Nuestros cerebros son demasiado pequeños.

Sabemos que los cuerpos que Dios sacará de la tumba serán cuerpos cambiados. Algunos piensan que seremos espíritus, pero la Biblia es clara en que resucitaremos en cuerpo. Todo lo dañado, mutilado o torcido será restaurado en un abrir y cerrar de ojos. El paralitico caminará. El ciego verá. Aquellos enfermos de nacimiento o muertos en guerras estarán completos y sanos. ¡Su ADN será reconstituido por su creador!

Yo pienso también en la resurrección cuando veo gente triste y solitaria en Navidad.

Siempre que camino por las calles de Nueva York para comprar leche o el periódico, lo que veo rompe mi corazón. Hombres alcohólicos de 60 y 70 años yacen tendidos en la acera. Han pasado décadas en un infierno que ellos mismos han fabricado, sin saber dónde están la mayoría de los días. He visto jóvenes desesperados compitiendo por acercarse a su distribuidor de droga cuando este aparece. Son como sonámbulos pasando la vida sin esperanza, sin futuro, solo buscando cómo conseguir su próxima dosis. En la esquina veo prostitutas de no más de 18 años de edad, sacándose los ojos en llanto por lo que ha venido a ser su vida.

Quiero decirles a todos: “Hay un mundo nuevo que viene — un mundo sin pecado, pobreza ni enfermedad. Para eso vino Jesús — para llevarnos a ese nuevo mundo que Él ha creado. Está más allá de todo lo que podamos comprender. ¡Tu rey viene a buscarte!

Mientras tanto, una vida resucitada está disponible para nosotros — en esta vida. Hemos recibido la promesa: “...como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).

En esta temporada de navidad, mantengamos un animo de resurrección. Como Pablo exhortó: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él... Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1°Tesalonicenses 4:13-14, 18).

Yo sé que ese día conoceré a cientos de miles de drogadictos convertidos al rededor de toda la tierra... decenas de adictos y prostitutas que pidieron a Jesús que los salvara y liberara... y a los miembros de mi propia familia que partieron antes. ¡Que alegría será aquello! Resurrección — ¡Por eso vivo!

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?... Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1°Corintios 15:54-57).

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