NO QUIERO OÍR ESO
¿Te has preguntado alguna vez por qué los discípulos eran tan ignorantes de los caminos de Cristo y los propósitos eternos de Dios? ¿Por qué, después de tres años de sentarse bajo la bendita predicación del Salvador del mundo, ellos seguían ciegos, sin preparación para lo que vendría? ¿Por qué era tan limitada su comprensión de la cruz y de la resurrección?
¡Era porque ellos no escuchaban con fe! En diversas ocasiones Jesús tuvo que reprenderlos: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25).
“¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mateo 8:26). Ellos tenían poca fe, sus corazones eran lentos para creer en su Palabra. ¡Y se quedaron vacíos, sin preparación, confundidos, cegados por la incredulidad!
Si Jesús se maravilló de la incredulidad de los discípulos mientras estuvo en la tierra, ¿qué debe de pensar de nosotros hoy? Nínive se arrepintió después de sólo un sermón, creyendo cada palabra que predicó Jonás. Sin embargo, América ha oído miles de tales advertencias por parte de muchos profetas, pero multitudes de creyentes que se llaman “llenos del Espíritu” no los escuchan. Ellos dicen: “Ya no quiero oír eso”. ¡Y luego lo olvidan todo!
¿Cuánto de lo que has escuchado, lo recuerdas? ¿Cuán profundamente ha obrado en tu fibra espiritual? Si la Palabra de Dios no es asimilada por la fe, si no le pedimos, en fe, que nos ayude a recibirla y usarla, terminaremos tomando y eligiendo sólo lo que nos gusta. Y usualmente tomamos las bendiciones, las misericordias y las comodidades; y nos deshacemos de las exigencias, reprensiones y advertencias.
La confianza hace que la Palabra de Dios obra a su manera en nuestro espíritu. Y la fe lo estampa en nuestra personalidad y en nuestras mentes para que nunca sea olvidada.