No tienes que entender tus aflicciones - Tienes la gracia

Una amada hermana cristiana que aparece en nuestra lista de correos nos escribió una carta de lo profundo de su corazón:

"En 1972 perdimos un hijo con el síndrome de Down por pulmonía. Él tenía solamente diecisiete meses de edad. Siete años después, en 1979, perdimos nuestro hijo de quince años. Él se electrocutó en nuestro patio de atrás mientras subía un árbol.

Ahora nuestro hijo de veinticuatro años tiene diabetes. Y yo tengo cáncer y estoy bajo quimioterapia. Le pregunto sinceramente--es un pecado preguntarle a Dios: '¿Por qué?' ¿Él entiende nuestra humanidad?

Pastor David, ¿ha estado alguna vez enfadado con Dios por una temporada? Lo he estado, y sé que está mal. Me siento avergonzada por tener tales pensamientos. Pero me encuentro tan confusa tratando de entender por qué los cristianos sufren tanto. Sé que no somos más merecedores que otros. Pero estoy impactada como por todo este sufrimiento que estamos soportando.

Tengo temor y ansiedad. Pero quiero cambiar todos mis temores por una fe fuerte, a pesar de mis sufrimientos. Todavía, me sigo preguntando -- ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por cuánto tiempo seguirá?"

Tan sólo me puedo imaginar el horror de encontrar a un hijo acostado en la tierra, muerto, después de haberse electrocutado. Entiendo el lamento de esta madre: “¿Por qué tuve que enterrar a otro hijo, Dios? ¿Por qué están dos de nuestros muchachos muertos, y otro afligido por una enfermedad mortal? Yo tengo cáncer, y estoy enferma por la radiación y la quimioterapia. Todos hemos sido golpeados. ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Cuándo terminará?”

No puedo explicar por qué esta familia ha soportado tan grandes aflicciones. Pero puedo decirte --no es un pecado preguntar por qué. Incluso nuestro bendito Señor hizo esta pregunta, cuando él colgaba adolorido en la cruz. Jesús mismo fue llamado “varón de dolores, y experimentado en quebrantos." (Isaías 53:3). Creo que Cristo entiende todas nuestras preguntas, porque él está entiende por completo nuestra angustia humana.

Él nos oye cuando clamamos: "Señor, ¿por qué me estás pasando por ésto? Sé que no viene de tu mano--pero estás permitiendo al diablo hostigarme. ¿Por qué tengo que despertarme cada día con esta nube oscura que cubriéndome? ¿Por qué tengo que soportar tal dolor? ¿Cuándo terminará esta pesadilla?"

El mundo secular demanda una explicación para todo el dolor y el sufrimiento en esta vida. Muchas personas no creyentes me han preguntado: "Sr. Wilkerson, si su Dios es real--si él ama de verdad, como usted dice--¿por qué permite que continúe el hambre? ¿Por qué permite diluvios y hambres para asolar las naciones pobres, barriendo miles en un momento? ¿Cómo él puede quedarse sin hacer nada mientras el SIDA mata millones en Africa? ¿Por qué miles están aniquilándose en países en guerra que nunca han conocido la paz?"

"Simplemente no puedo creer en su Dios, Reverendo. Debo tener más amor de lo que él tiene--porque si yo tuviera poder, detendría todo este sufrimiento."

No voy a intentar contestar por qué las naciones sufren--por qué hay hambre tan horrible, pestilencia, inundaciones, hambruna, enfermedad y destrucción. Sin embargo, las Escrituras vierten luz en los sufrimientos del mundo, a través del retrato que presenta del pueblo de Dios, el antiguo Israel. Esa nación sufrió calamidades similares: holocaustos, cautividad, colapso económico, enfermedades extrañas (algunos de los cuales plagaron a Israel solamente). A veces los sufrimientos de Israel eran tan horribles, que incluso sus enemigos tenían lástima de ellos.

¿Por qué Israel sufrió tales cosas terribles? Las Escrituras lo aclaran: en cada caso, ellos se apartaron de Dios y se volvieron a la idolatría y la brujería.

Vemos la misma cosa pasando en muchas naciones hoy. Por ejemplo, por cerca de unos doscientos años los misioneros han entrado a raudales en Africa. Sin embargo, países africanos enteros han rechazado a Cristo--persiguiendo y matando a miles de misioneros y a millones de convertidos. Trágicamente, siempre que una nación rechaza el evangelio--volviéndose a la idolatría y lo oculto--el resultado es pobreza, locura, enfermedad y sufrimiento indescriptible.

Esto es completamnte cierto en Haití. Ahora mismo, ese país está literalmente fuera de control. Recibimos una carta de allí de una pareja misionera a quienes nuestro ministerio ha apoyado. Ellos escribieron que le han robado y golpeado a sus vecinos a cada lado -- y ellos creen que ellos son los siguientes marcados. Nos pidieron que oráramos por su protección.

¿Por qué hay tal calamidad en Haití? El satanismo gobierna allí, y la brujería es virtualmente la religión del Estado. He sido testigo de esto de primera mano, mientras estuve en un viaje predicando en Haití. He hablado con los hechiceros y he visto los resultados de sus prácticas del vudú: pobreza, desesperación, miedo, enfermedad, hambre, corrupción.

Por todo el mundo, las personas pecadoras contaminan la tierra, el aire y el mar. Aún el mundo culpa a Dios por todos los cambios atmosféricos que han causado diluvios, hambres y enfermedades, afligiendo a humanos y animales. Las personas insisten en el derecho a la promiscuidad y tienen múltiples compañeros sexuales--sin embargo, culpan a Dios por la proliferación del SIDA. Se burlan de los trabajadores de las Naciones Unidas cuando tratan de enseñar la abstinencia sexual en los países pobres.

Aquí en América, un océano de sangre inocente ha sido derramada. En la última cuenta, se habían matado 40 millones de bebés por aborto. En el Congreso, una ley está pendiente que dice que si un bebé sobrevive un procedimiento de aborto, la madre puede decidir si permite que el niño muera. El bebé simplemente se deja a un lado--sin alimentación o sostén, y se deja que muera de hambre. Ahora las enfermeras por todo el país se están levantando, reclamando que ellas no pueden dormir por la noche porque oyen los llantos de estos niños muertos.

Esta generación perversa tiene un desprecio descarado por la vida. Sin emabrgo, parece que no podemos entender por qué nuestros niños terminan matando a sus compañeros de escuela. Reclamamos no entender por qué cinco adolescentes llamados normales matarían al dueño de un restaurante de comida rápida china por una comida que vale menos de quince dólares. La razón de esas tragedias es demasiada clara: estamos cosechando lo que hemos sembrado por nosotros mismo derramar sangre inocente.

Mientras el mundo clama: "¿Dónde está Dios en todo esto?", yo contesto: "Él está llorando por lo que la humanidad ha hecho."

Ahora mismo, muchos de los que están leyendo este mensaje están pasando por profundo sufrimiento --dolor físico, disturbios emocionales, tentaciones abrumadoras-- y ellos preguntan: "¿Por qué?" Quizás esto te describe. Estás cansado de sentirte perdido y condenado, que Dios está de algún modo molesto contigo. Estás cansado de tanto auto-examinarte. Estás cansado de todo el mal consejo que has recibido, que tan sólo te ha hecho sentir peor.

Quizá has pasado mucho tiempo preguntándote por qué. Ahora preguntas: "Señor, tú sabes que te amo. Mi fe en ti es fuerte. Pero esta prueba apenas me deja seguir adelante. No sé cuánto más podré soportar esto. ¿Cuánto más esperas que aguante?"

El apóstol Pablo nos dice que su vida es un ejemplo de cómo debemos tratar con nuestras aflicciones. Él escribe: "Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna." (1 Timoteo 1:16).

En mi opinión, ninguna otra persona, fuera de Jesús, sufrió tanto --de muchas maneras, en manos de tantas personas-- como Pablo. Desde el mismo comienzo de su conversión, se le avisó a Pablo de los sufrimientos que enfrentaría: "El Señor le dijo… yo le mostraré (a Pablo) cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” (Hechos 9: 15-16). El propio Jesús está declarando aquí: "Voy a mostrarle a Pablo cuanto sufrirá por causa de mi nombre”. De igual manera, nuestras vidas van a seguir el patrón del ejemplo de Pablo.

Las pruebas y sufrimientos más profundos están dirigidas a los siervos más consagrados que reciben las revelaciones del mismo corazón de Dios. Pablo testifica: "Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne." (2 Corintios 12:7).

Si has puesto tu corazón totalmente en Cristo --si has determinado conocerle íntimamente, buscarle vorazmente para que te abra su Palabra-- vas a ser puesto en la senda del sufrimiento. Experimentarás tiempos duros, agonías profundas, grandes aflicciones sobre las cuales los cristianos fríos, carnales no saben nada.

Esto fue cierto en la vida de Pablo. Cuando Pablo se convirtió, no se satisfizo de aprender de Cristo incluso de los discípulos de Jesús en Jerusalén. Este hombre quiso conocer al Señor íntimamente por sí mismo. Por consiguiente, Pablo dijo: "No consulté con carne y sangre." (Gálatas 1:16). En cambio, se encerró en Arabia durante tres años (vea 1:16-17).

De hecho, la revelación de Cristo que recibió Pablo no vino de una persona. El apóstol testificó: "Ni lo recibí de hombre, ni me fue enseñado por hombre, sino por revelación de Jesucristo." (1:12).

Agradezco a Dios por los maestros bíblicos. Ellos nos abren las Escrituras, revelando muchas maravillas y misterios de fe. Pero el hecho es que, la revelación de Jesucristo no puede ser enseñada. Tiene que ser dada por el Espíritu Santo. Y viene a aquellos que, como Pablo, se callan a sí mismos en su propia Arabia, determinados a conocer a Cristo.

Esta característica separa los dos tipos básicos de cristianos. Un tipo dice: "Yo di mi corazón a Jesús" --pero eso es todo lo que ellos pueden reclamar sobre su fe. Se regocijan de que van a ir al cielo y no al infierno. Pero no van más allá en su caminar con Cristo.

El otro tipo dice: "Yo di mi corazón a Jesús --pero no estaré satisfecho hasta que conozca su corazón." Este siervo no descansará hasta que lleve la carga de Cristo, camine como Cristo caminó, agrade a Dios como Cristo agradó a Dios. Esa determinación simplemente no puede ser enseñada.

Sin embargo, te advierto--si quieres dar tu corazón a Jesús de verdad, debes estar preparado para soportar las aflicciones. De hecho, la revelación de Cristo que recibas estará acompañada por sufrimientos y aflicciones como nunca antes habías conocido.

Pablo dice que recibió las revelaciones de Dios que habían estado ocultas de los ojos del hombre por siglos. "Qué en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu." (Efesios 3:5).

Cuando Pablo habla de recibir revelaciones (vea 2 Corintios 12:7), la palabra que usa significa “quitar la cubierta, abrir las cosas ocultas". Dios destapó los grandes misterios de la fe --y le mostró a Pablo las maravillas de su obra salvadora.

Finalmente, Pablo se refiere a una visión suprema que recibió unos catorce años antes, justo después que fue salvado. Se describe siendo “arrebatado al paraíso [el cielo], donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar ." (2 Corintios 12:2-4). Para abreviar, a Pablo se le dio una revelación indecible del cielo.

¡Qué abundancia increíble de revelaciones le fue dada a Pablo! Experimentó una caminata increíble a través del cielo, viendo y escuchando cosas nunca testificadas en este mundo. Aún, tan pronto Pablo recibió estas revelaciones, entró en grandes sufrimientos.

“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne.” (2 Corintios 12:7).

Los creyentes pasan por dos tipos de sufrimiento. Primero, hay las aflicciones y tentaciones comunes a toda la humanidad. Jesús dice que la lluvia cae sobre ambos el justo y el injusto (vea Mateo 5:45). Él está refiriéndose a los problemas dados por la vida --las luchas matrimoniales, preocupaciones por los niños, las batallas con la depresión y el temor, presiones financieras, enfermedades y la muerte-- las cosas que son comunes a los santos y pecadores igualmente.

Hay también sufrimientos que afligen sólo a los justos. David escribe: "Muchas son las aflicciones del justo: pero el Señor lo librará de todas ellas." (Salmo 34:19). Fíjate, David no dice que nuestra liberación será súbita o inmediata. En muchos casos, nuestra sanidad puede venir con el tiempo, a través de la oración, la confianza y la fe.

Éste es el tipo de sufrimiento que Pablo soportó. Las grandes revelaciones que recibió lo colocaron rápidamente en un camino de profunda aflicción que duraría su vida entera. Piensa en él: en el momento que Pablo escribió esta carta a los Corintios él había sido cristiano durante catorce años --y todavía no había sido liberado del aguijón que él describe. Sabía que probablemente viviría con su aflicción hasta el día que muriese.

No sabemos exactamente lo que era el aguijón de Pablo. Los estudiosos bíblicos especulan que podría haber sido un problema de la vista, o un defecto del habla, quizás un tartamudeo. Un comentario trata de demostrar que la espina de Pablo era una falla en el carácter --en particular, un temperamento rápido. Otras especulaciones van desde los deseos carnales, al tormento de los pensamientos demoníacos, incluso a una esposa abusiva. Sin embargo, todas estas suposiciones siguen siendo meras especulaciones.

En cualquier caso, Pablo admitió una gran batalla en su vida. Estaba diciendo: "Cuando emergí de esa gran revelación del paraíso, un aguijón apareció en mi carne. Un mensajero de Satanás que me abofeteó." La frase "me abofeteó" aquí significa "golpear mi cara.” Pablo está declarando: "Dios permitió al diablo golpear mi cara."

Así que, ¿qué era este mensajero de Satanás que abofeteó a Pablo, golpeando su cara? No creo que era una aflicción física, como fallarle la vista o un problema del habla. Ni creo, como creí una vez, que el abofetear de Pablo era una barrera demoníaca de mentiras y reproches que quiso desanimarlo.

No, creo que recibimos una pista de la frase de Pablo: "Para que no deba exaltarme sobre medida." (2 corintios 12:7). Creo que Pablo está hablando aquí de auto-exaltación --un orgullo privado. Vea, Pablo había sido un fariseo --y todos los fariseos eran orgullosos. Una actitud superior estaba inculcada en ellos: "Me alegro que no soy como las masas de pecadores comunes.” Es más, Pablo tenía razones en la carne para estar orgulloso. Era muy inteligente, así como abundantemente dotado de dones por el Espíritu Santo.

Creo que el diablo sabía que este orgullo era la debilidad primaria de Pablo --y lo atacó. Aduló a Pablo, acarició su ego, lo golpeó con un pensamiento orgulloso después de otro: "Eres el único que ha recibido esta revelación." ¿Qué aguijón mayor podría haber allí que tener a Satanás alimentando nuestro punto más vulnerable diariamente? Pablo tenía que ir a la cruz constantemente, depositando sus capacidades para mortificar su orgullo.

Satanás también conocía que la inclinación de David era la lujuria. Alimentó la debilidad de ese hombre de Dios al tomar una mujer bañándose justo delante de sus ojos. Igualmente, a cada momento, el diablo golpea nuestras caras con oportunidades y tentaciones que alimentan nuestro orgullo, lujuria, ambición, miedo –cualquiera que pueda ser nuestra debilidad primaria.

Sin embargo, el diablo no podía abofetear a Pablo sin obtener primero permiso de Dios. Sabemos, por ejemplo, que Dios permitió a Satanás probar a Job. Y ahora Dios tenía un propósito al permitir el aguijón de Pablo. Él sabía que la más grande amenaza para el testimonio de Pablo no era la sensualidad, o la codicia, o la alabanza de los hombres; no, Pablo estaba ajeno a las cosas de la carne. Más bien, su debilidad era el orgullo, que provenía del hecho de haber recibido grandes revelaciones.

Pablo escribe: "respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí." (2 Corintios 12:8). Él está diciendo en esencia: "Había buscado al Señor diligentemente, con todo mi corazón --y él se reveló a mí y en mí. Incluso me mostró su gloria en el cielo. Aún, en ese mismo momento, comencé a experimentar un recordatorio palpitante de mi debilidad humana.

"Le he rogado al Señor: 'Remueve esta cosa. Suficiente de esta debilidad, de esta fatiga demoníaca. ¿Por cuánto tiempo estos ataques me van a humillar? ¿Por cuánto tiempo tengo que soportar este sufrimiento? Por favor, Señor, libérame.'"

A Dios no se molestó siquiera en darle una explicación a Pablo. Y no le concedió su petición de terminar sus sufrimientos. Ni removió el aguijón y sacó al mensajero de Satanás. Dios le dio algo mucho mejor a Pablo. Le reveló a Pablo cómo lo haría a través de cada victoria: "Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad." (2 Corintios 12:9).

Dios estaba diciendo, en esencia: "Pablo, voy a darte gracia para las pruebas de cada día. Y eso será suficiente para ti, en todo lo que enfrentes. No necesitas entender todo por lo que estás pasando. Así que podrías también dejar de preguntar por qué. Tienes mi gracia --y eso es todo lo que necesitas."

Recibimos cartas de personas que llevan vidas de sufrimiento increíble. Jóvenes nos escriben dejándonos saber que han sido criados en casas llenas de brujería --golpeados, abusados, abandonados. Un joven de dieciséis años escribió que sus padres lo iniciaron en las drogas. Estas personas claman: "Amo a Dios --he orado y lo he buscado. He puesto toda mi confianza en él. Pero todos los días, aún enfrento a enemigos poderosos -y no veo ninguna señal de liberación."

No quiero desanimar a nadie. Pero, como Pablo, su aflicción puede ser del tipo que le pasa a los más justos de Dios. En ese caso, puedes tener que pasar cada día apoyándote totalmente en su gracia. Tu liberación no será repentina, la experiencia de una vez --sino caminar día a día.

Te digo de nuevo: no es ningún pecado preguntarle a Dios por qué -¿por qué todos tus sufrimientos, por qué todo el dolor interminable? Aún, también digo, podrías dejar de preguntar también --porque Dios no responde ese tipo de pregunta. Él no nos debe ninguna explicación de nuestros sufrimientos.

David preguntó sinceramente: "¿Por qué te abates, Oh alma mía?… ¿Por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?… ¿Por qué te turbas [mi alma] dentro de mí?" (Salmo 42:5,9,11). Sabemos que Dios amaba a David. Sin embargo, las Escrituras no nos muestran ningún registro de Dios respondiendo las preguntas de David.

Jesús preguntó: "¿Por qué no puedes pasar esta copa de mí? Padre, ¿por qué me has desamparado?" (vea Mateo 26:39, 27:46). Sin embargo, en ninguna parte de la Biblia leemos una respuesta de Dios a las preguntas de su Hijo amado.

Personalmente he hecho estas mismas preguntas a lo largo de mi vida. A la edad de veintiocho años, traje a mi familia a la Ciudad de Nueva York para que yo pudiera trabajar con las bandas y los drogadictos. Entonces un día, justo unos años después que nos habíamos mudado, mi esposa, Gwen, se doblada de dolor. La llevamos apresuradamente al hospital, y ella fue a cirugía de emergencia. Entonces oímos la terrible palabra: cáncer. Ella tenía un tumor en su intestino del tamaño de una naranja.

Recuerdo entonces mis preguntas a Dios: "¿Por qué, Señor? Hemos dejado todo para seguir tu guía hasta aquí. Hemos dado nuestras vidas para ministrar en estas calles. Así que, ¿por qué estamos pasando por esto ahora? ¿Estás enojado conmigo por algo? ¿Qué hice?"

Hice las mismas preguntas cinco veces más -en todo momento Gwen estaba herida con otro cáncer. También pregunté a través de cada una de sus veintiocho cirugías.

Le pregunté a Dios de nuevo por qué en Houston, Texas, cuando nuestra hija, Debbie, estaba acostada en posición fetal, en agonía por cáncer. Tenía un tumor en la misma área como su madre. Clamé: "Señor, con Gwen fue suficiente --ahora, esto es demasiado. ¿Por qué?"

Pregunté por qué una vez más cuando nuestra otra hija, Bonnie, estaba acostada en un hospital en El Paso, Texas, sufriendo bajo el tratamiento de la radiación por cáncer. Ella estaba rodeada de médicos usando trajes de hierro, su cuerpo bombardeado durante tres días con radiación mortal. Los doctores le dieron un 30 por ciento de oportunidad de supervivencia. Grité: "Dios, tienes que estar enojado conmigo. No hay otra explicación. ¿Cuánto esperas que aguante?"

Finalmente, conduje solo por un camino callado--y por dos horas le grité a Dios: "¿No hay fin para esto? Te doy todo de mí mismo, todos los días. Sin embargo, por más que te busco, más sufrimiento veo."

También sé lo que es ser abofeteado por un mensajero de Satanás. He sido tentado e incitado penosamente. He tenido enemigos revueltos contra mí por todos lados. He sido calumniado por rumores, acusado falsamente, rechazado por amigos. En esos tiempos oscuros, caí sobre mis rodillas, clamando: "¿Por qué, Señor? Todo lo que quiero es a ti. ¿Por qué permites a Satanás atormentarme? ¿Por cuánto tiempo tengo que enfrentar esta debilidad?" Sin embargo, así como Dios no le explicó nada a Pablo, nunca ha respondido ni una vez mis preguntas.

Creo que una vez que estemos en el cielo, el Señor nos explicará todo. Tendremos una eternidad para tener nuestras preguntas respondidas. Y, una vez que lo revele todo, veremos que todo era parte de un plan perfecto --orquestado por un Padre amoroso que sabía lo que tomaría mantnernos enfocados, mientras avanzábamos hacía él.

Con frecuencia hemos oído definir la gracia como simplemente la bendición y el favor inmerecido de Dios. Aún creo que la gracia es mucho más que esto. En mi opinión, gracia es todo lo que Cristo es para nosotros en nuestros tiempos de sufrimiento --poder, poderío, bondad, misericordia, amor-- para llevarnos a través de nuestras aflicciones.

Cuando miro hacia atrás los años --años de grandes pruebas, sufrimientos, tentaciones y aflicción-- puedo testificar que la gracia de Dios ha sido suficiente. Su gracia salvó a Gwen. Y también salvó a Debbie y a Bonnie. Hoy, mi esposa e hijas están todas saludables y fuertes --y agradezco al Señor por eso.

Su gracia también me ha ayudado a sobrevivir. Y eso es suficiente para hoy. Entonces, algún día en la gloria, mi Padre me revelará el maravilloso plan que tenía desde el principio. Me mostrará cómo obtuve paciencia a través de todas mis pruebas; cómo aprendí la compasión por otros; cómo su fuerza fue hecha perfecta en mi debilidad; cómo aprendí su fidelidad absoluta hacia mí; cómo llegué a ser más como Jesús.

Podemos todavía preguntar por qué --sin embargo, todo sigue siendo un misterio. Estoy preparado para aceptar eso hasta que Jesús venga por mí. No veo ningún final a mis pruebas y aflicciones. Las he tenido por cincuenta años ahora, y sigo contando.

Sin embargo, a través de todo esto, se me sigue dando una medida de la fuerza de Cristo que siempre sigue aumentando. De hecho, mis más grandes revelaciones de su gloria han venido durante mis tiempos más duros. Igualmente, en tus momentos más bajos, Jesús liberará en tí la medida más completa de su fortaleza.

Puede ser que nunca podamos entender nuestro dolor, depresión e incomodidad. Puede ser que nunca podamos saber por qué nuestras oraciones por sanidad nunca han sido contestadas. Pero no tenemos que saber por qué. Nuestro Dios ya nos ha contestado: "Tienes mi gracia --y, mi hijo amado, eso es todo lo que necesitas."

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