No toquen a mis ungidos

"No toquen a mis ungidos ni maltraten a mis profetas" (Salmo 105:15). Este breve versículo contiene una poderosa advertencia de nuestro Señor. Y la dice muy en serio: Pobre de aquella nación o individuo que ponga una mano sobre los elegidos de Dios. Y pobre de cualquiera que haga daño a sus profetas.

Esta severa advertencia tiene una aplicación doble. Primero, los “ungidos” y los “profetas” aquí aluden de forma natural a Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. No obstante, la advertencia divina de no maltratar a sus elegidos también aplica hoy. También incluye a su Israel espiritual, es decir, a su iglesia.

Principalmente relacionamos esta advertencia con los profetas del Antiguo Testamento o con los ministros de nuestros días que se levantan en defensa de la verdad. Parece ser una declaración de la protección de Dios para sus siervos. Pero el contexto de la advertencia revela un significado más profundo. También tiene que ver con un pacto que Dios hizo con Abrahán. En aquel pacto, Dios prometió a Abrahán la posesión de la tierra de Canaán:

"Ni aunque pasen mil generaciones se olvidará de las promesas de su pacto, del pacto que hizo con Abrahán… como pacto eterno para Israel, cuando dijo: voy a darte la tierra de Canaán como la herencia que te toca. Aunque ellos eran pocos… que iban de nación en nación y de reino en reino, Dios no permitió que nadie los maltratara, y aun advirtió a los reyes: No toquen a mis escogidos ni maltraten a mis profetas.” (Salmo 105:8-15).

El Salmo 78 también se refiere a este pacto de la tierra que Dios hizo con Abrahán: “Dios trajo a su pueblo a su tierra santa, ¡a las montañas que él mismo conquistó!” (78:54). Nos dice que Dios conquistó Canaán con sus propias manos. Y que “quitó a los paganos de la vista de Israel, repartió la tierra en lotes entre sus miembros, y les hizo vivir en sus campamentos.” (78:55).

El mismo Señor marcó los límites de la tierra de su pueblo. Repartió la tierra “en lotes entre sus miembros”, estableciendo los límites “desde el Jordán hasta el mar.” En otras palabras, Dios trazó el mapa. Fue como si desde la cima de una montaña hubiera medido los límites de Canaán por medio de su Espíritu, diciendo: “tantos kilómetros al norte, tantos al sur, tantos al este y tantos al oeste.”

En resumen, el Señor concedió tierra de manera permanente a su pueblo, por medio de su pacto con Abrahán. Y los israelitas fueron conducidos a su heredad por Moisés. Por mandato de Dios, desalojaron a las naciones malvadas que ocupaban esta tierra. Y a medida que se asentaban en su tierra prometida, Dios estableció una distinción entre ellos y las demás naciones. Fueron conocidos como sus “elegidos,” un pueblo consagrado, ungido. El Señor no permitió que “nadie los maltratara, y aun advirtió a los reyes: No toquen a mis escogidos ni maltraten a mis profetas.” (105:14-15).

Moisés, el profeta de Dios, declaró: “el Altísimo… fijó las fronteras de los pueblos, pero tomó en cuenta a los israelitas" (Deuteronomio 32:8). Esto significa que los límites que Dios fijó para su pueblo iban a ser la base de su iglesia. Y a partir de esta nación del Antiguo Testamento surgiría su iglesia del Nuevo Testamento.

Cuando Dios lanzó su advertencia, puso en alerta a la humanidad: “Elijo que este pueblo sea mi porción. La ungí y la separé para mí. De aquí en adelante, nunca permitiré que ninguna persona o nación le haga daño.”

Puede que usted objete: “Pero los judíos han sufrido terriblemente a lo largo de la historia. ¿Qué hay con Hitler y el Holocausto?” Sí, Israel ha sufrido graves daños. Pero aquellos que la hirieron han sufrido espantosas consecuencias. La advertencia de Dios nos dice: “Cuando tocan a mis ungidos, corren gran peligro. Les costará todo.”

Alemania pagó un terrible precio por su maldad. No solamente se bombardeó su nación y se devastaron sus ciudades, sino que la gente sufrió penalidades durante décadas. Desde la historia de Alemania escucho con vigor la voz de Dios: “No toquen a mis ungidos.”

Verdaderamente, desde la época de Abrahán todo el mundo ha estado sujeto a la advertencia de Dios: “No hagan daño a mi pueblo Israel. Y no toquen o cambien sus fronteras, pues yo mismo las medí para ellos.” No importa cuál sea nuestra posición política, o lo que pensemos de Israel. Dios juzgará a cualquier pueblo que toque a esa nación o sus fronteras. Si cualquier nación se atreve, lo hace a costa de su propio futuro.

Norteamérica ha sido el mejor amigo y protector de Israel desde que se constituyó en nación en 1948. Igual que cualquier otra nación, debemos tomar nota de las advertencias de Dios de no hacer daño a su pueblo. A pesar de eso, las declaraciones de nuestro Presidente sobre Israel me asustan.

Desde los ataques del 11 de septiembre, Norteamérica ha liderado el esfuerzo por organizar una coalición de naciones contra los terroristas. La coalición quiere incluir a las naciones árabes, pero muchas de ellas son enemigas juradas de Israel. Ahora, como concesión por el apoyo árabe, el presidente norteamericano busca el establecimiento de un estado palestino.

Por favor no piensen que estoy inclinándome a la política. Como vigilante de Dios, estoy llamado a predicar su Palabra. Por otra parte, no estoy en contra de un estado palestino. Pero creo que si hay tal estado, su territorio debería salir del Jordán más que de Israel. La Escritura lo dice con claridad: las fronteras de Israel son un asunto espiritual, no únicamente político.

En estos instantes crece en todo el mundo un sentimiento de odio hacia Israel. La causa palestina está ganando más apoyo. Los líderes de Israel se sienten abandonados. El Primer Ministro habló por la mayoría de los israelitas cuando dijo: “Nos han traicionado. Si nos toca, resistiremos solos a nuestros vecinos. Pero sabemos que Dios está con nosotros.”

Evidentemente, el gabinete presidencial incluye a simpatizantes de los árabes. Puede que no se den cuenta, pero están dando al presidente consejos peligrosos. Tales acciones solamente pueden traer maldición sobre Norteamérica. Durante años, nuestra nación ha sido grandemente bendecida en parte por la promesa de Dios a Abrahán: “Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan” (Génesis 12:3). Pero la Escritura lo dice con claridad: “Si alguien te ataca, no será por causa mía, pero tú vencerás al que te ataque" (Isaías 54:15). Dios nos dice: “Si cualquier nación se junta en una causa que haga daño a Israel, no será por mi causa.” El Señor no tendrá nada que ver con una causa así.

Supongamos que nuestro presidente solicita consejo sobre las fronteras de Israel de ciertos líderes o teólogos. Creo que le dirían: “El Señor renunció a Israel en el Antiguo Testamento. Desde entonces, los judíos ya dejaron de ser su pueblo elegido. Ellos rechazaron el pacto, así que Dios les impuso una maldición. Hoy la única Israel es la Sión espiritual, la iglesia de Jesucristo. Los cristianos son ahora sus elegidos.”

Estos eruditos basan su teología en varios pasajes bíblicos. En un punto, Dios dijo que los pecados de Israel no tenían cura: “Tu herida es incurable, tu mal no tiene remedio” (Jeremías 30:12). También declaró: “Por la maldad de sus acciones los voy a echar de mi casa; no voy a seguir amándolos…Este pueblo no ha querido hacerle caso a mi Dios; por eso mi Dios va a rechazarlo, y andarán errantes entre las naciones” (Óseas 9:15-17). “El Señor… voy a poner fin al reino de Israel… porque ustedes ya no son mi pueblo ni yo soy su Dios” (1:4, 9).

De acuerdo con estos pasajes, Dios aparentemente se despojó de su pueblo elegido. Sin embargo, más tarde, en Óseas, leemos: “Mi pueblo persiste en estar alejado de mí…¿Cómo podré dejarte, Efraín?…mi corazón está conmovido, lleno de compasión por ti. No actuaré según el ardor de mi ira: no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, no hombre. Yo soy el santo que estoy en medio de ti…Voy a curarlos de su rebeldía; voy a amarlos aunque no lo merezcan, pues ya se ha apartado de ellos mi ira…Yo soy como el pino siempre verde, y en mí encontrará mi pueblo su fruto" (11:7-9, 14:4, 8).

Estos pasajes dejan en claro que Dios mantuvo su pacto con la Israel natural. Y eso incluye su contrato sobre la tierra. El Señor también dijo que preservaría a Israel hasta su retorno, cuando ponga sus pies en el Monte de los Olivos (vea Zacarías 14:4). Cuando eso ocurra, Israel tendrá el control sobre aquella tierra.

Si todavía cree que Dios renunció a Israel, considere las palabras del apóstol Pablo: “¿Será que Dios ha rechazado a su pueblo? ¡Claro que no! Yo mismo soy israelita, descendiente de Abrahán y de la tribu de Benjamín. Desde el principio, Dios había reconocido a los israelitas como su pueblo; y ahora no los ha rechazado” (Romanos 11:1-2). Pablo está refiriéndose claramente a la Israel natural.

Si Norteamérica hace daño a Israel en alguna forma, incluso cambiando sus fronteras, Dios se volverá nuestro enemigo. Y nuestra nación terminará sumida en total confusión. Oro para que no se entregue un solo centímetro de la tierra de Israel. Zacarías predijo que Jerusalén sería dividida en dos. Pero cuando eso ocurra: “Saldrá el Señor a luchar contra esas naciones” (Zacarías 14:3).

Isaías llama a la iglesia de Dios “la Sión del Santo.” Al usar esta frase, el profeta relaciona a Sión con Cristo, el redentor. En pocas palabras, Sión representa el cuerpo de Cristo, la Jerusalén celestial, la iglesia llamada, separada, de estos últimos días.

Le pregunto, ¿cuál es la principal preocupación de Dios en el mundo actual? ¿En qué pone atención en estos tiempos? La única gran preocupación de nuestro Señor es Sión, su iglesia. No me refiero a la iglesia decaída, institucional. Hablo del cuerpo invisible de Cristo, conformada por creyentes ungidos, y consagrados.

Tal vez se pregunte: “¿Pero no está Dios preocupado con la guerra contra el terrorismo? ¿No le importa la economía y el futuro de Norteamérica?” Sí, está preocupado, pero sólo en la medida en que estas cosas afectan a su iglesia. Pone atención en ellas solamente cuando influyen en su eterno plan para su pueblo.

"Las naciones son como una gota de agua, como un grano de polvo en la balanza; los países del mar valen lo que un grano de arena…Todas las naciones no son nada en su presencia; para él no tienen absolutamente ningún valor” (Isaías 40:15, 17).

Piénselo: Inglaterra es una isla. Manhattan es una isla. De acuerdo con Isaías, ambas son cosas pequeñas a los ojos de Dios. En efecto, todas las naciones, Norteamérica incluida, son menos que nada a los ojos de Dios. Dios nos dice, en esencia: “Mi preocupación eterna es el mundo perdido. Y mi atención está en la forma en que mi iglesia alcanzará a los perdidos.”

Balaam profetizó: “(El de Dios) es un pueblo que vive apartado, distinto de los otros pueblos" (Números 23:9). Esto nos dice que los hijos de Dios conforman una nación distinta, un pueblo separado. No contamos entre las demás naciones del mundo. En efecto, los diferentes miembros del cuerpo de Cristo son una nación espiritual dentro de cada nación. Dios nos enfatiza esto: “Tu preocupación no es solamente lo que ocurre en el mundo. Debería ser conocer mis propósitos eternos, y cumplirlos en la tierra."

El hecho es que Dios también bendice a una nación o la abate de acuerdo con la forma en que ella trata a su iglesia. Piénselo: su única preocupación con Egipto en el reinado del Faraón fue la forma en que esa nación trataba a sus elegidos. Dios devastó a los egipcios y ahogó a su ejército porque ellos habían hecho daño a su pueblo. De manera similar, la única preocupación de Dios con Babilonia tuvo que ver con su amenaza de destruir a Israel durante la época de Ester. Cuando Amán conspiró contra los judíos, Dios lo puso en evidencia y lo quitó de en medio.

Tome nota también que cuando Dios destruyó a Babilonia, no fue solamente a causa de su idolatría, sensualidad o violencia. Fue porque los babilonios habían tocado a sus elegidos. Habían tomado los vasos consagrados a la adoración y bebieron de ellos hasta emborracharse. Como resultado, el imperio más poderoso del mundo fue arrasado. El momento en que los babilonios se entrometieron con los intereses de Dios, él los destruyó.

Nuestro Señor luchará con todas las naciones del mundo con el objeto de proteger y prosperar a su santa Sión. Él destruirá imperios enteros con solo extender su mano de juicio. Él desechó al Imperio Romano porque éste trató de aniquilar a su iglesia en diez crueles persecuciones. Tal vez la peor campaña ocurrió bajo el emperador Dioclesiano. Este malvado sujeto persiguió y asesinó con ferocidad a los cristianos. Pero a pesar de lo que hizo, éstos se multiplicaban. Eso quizás obsesionó a Dioclesiano, que terminó abandonando su liderazgo sobre Roma porque se volvió loco tratando de destruir por completo la causa de Cristo.

En Génesis 20, Dios juzgó al rey pagano Abimelec porque se abstuvo de tocar a la ungida de Dios. Abimelec había tomado a Sara, esposa de Abrahán, para su harén. Pero Dios se le presentó en un sueño, diciéndole: “Vas a morir.” El único interés de Dios era proteger a su elegida, Sara. Él ordenó al rey: “Devuélvele su esposa a este hombre porque él es profeta…si no la devuelves, ciertamente tú y los tuyos morirán” (Génesis 20:7).

Todos estos ejemplos nos proveen un panorama claro de la preocupación de Dios por todos sus elegidos. El se opondrá a cualquiera que haga daño a Israel o toque a su iglesia.

Nuestra nación ha sido traumatizada por terroristas. Las Torres Gemelas fueron borradas, el Pentágono atacado. Y nos preguntamos: “¿Qué es lo que preocupa a Dios en todo esto?” Nuestro Señor se aflige por la muerte de los inocentes. Su corazón está en consolar y ayudar a las viudas y los huérfanos. La Escritura dice que él ha destruido reinos por descuidar a los desvalidos.

Sin embargo, la última preocupación de Dios por estas calamidades es la forma en que ellas afectan a su iglesia. Él determinó un plan para sus elegidos desde la fundación del mundo, y nada puede interferir con él. Ningún terrorista, religión o nación puede poner un mínimo obstáculo a los propósitos de Dios para su pueblo. Todo continúa según su plan divino.

Jesús nació a tiempo. Él llegó a la hora exacta que Dios había dispuesto en la eternidad, y ningún rey, gobierno o líder religioso pudo detenerlo. Jesús fue también crucificado y resucitó de acuerdo con el plan divino. Nada pudo interferir en el eterno plan de Dios para salvar al mundo por medio del sacrificio de su Hijo.

Finalmente, antes de subir al Padre, Jesús dio a su iglesia órdenes de movilizarse. Nos dijo que fuéramos por todo el mundo para predicar, evangelizar, sanar, echar fuera demonios. Han pasado 2,000 años, y su verdad es todavía vigente. Los ungidos de Dios siempre avanzan. Y todos quienes los tocan o hacen daño son desechados.

Cuando las Torres Gemelas cayeron, los terroristas de Osama Bin Laden danzaron y se alegraron. Y cuando cayeron bombas sobre Afganistán, Bin Laden advirtió a Norteamérica: “El terror que ustedes han visto es sólo el comienzo. Es hora de que los musulmanes del mundo pongan a prueba su fe.” Con esa declaración comenzó, la jihad, o guerra santa, contra Norteamérica.

Mientras tanto, autoridades de todo el mundo –primeros ministros, ministros de relaciones exteriores, embajadores—se reunieron con los líderes norteamericanos en el sitio del desastre, en las Torres Gemelas. Sólo pudieron agitar sus cabezas de incredulidad por la devastación y masacre ocurridas. Pronto empezaron a llegar mensajes de todas partes del mundo, preguntando: “¿Cuál será el impacto sobre Norteamérica? ¿Cuánto durará? ¿Podrá Nueva York volver a ser lo que una vez fue?”

Una escena sorprendentemente similar ocurre en Isaías 14. Judá acababa de ser atacada por los asirios, que habían convulsionado la ciudad capital, Jerusalén: "El Señor había querido humillar a Judá a causa de Acaz, rey de Judá, pues él había promovido el desenfreno en Judá y había sido sumamente infiel al Señor" (2 Crónicas 28:19). Al mismo tiempo, Palestina había atacado el sur de Judá, y capturando por lo menos seis ciudades y asolándolas.

Cuando Judá fue humillado, los palestinos comenzaron a gritar y cantar. Pero Dios envió a Isaías a decirles: “No te alegres, nación filistea, de que haya sido quebrada la vara con que te castigaban, pues de donde salió una serpiente, saldrá una víbora, más aún, saldrá un dragón volador. Los pobres tendrán en mis campos pasto para sus rebaños, y la gente sin recursos descansará tranquila. ¡Laméntense ciudades filisteas! Porque del norte viene un ejército como una nube de humo; ni un solo hombre se sale de sus filas” (Isaías 14:29-31).

Dios profetizaba el fin de aquellos que se alegraron por la desgracia de su pueblo. Él les advirtió: “Es mejor que dejen de gritar. Muy pronto, haré que Judá more en seguridad. Y yo los destruiré totalmente. Voy a sacarlos de raíz y exterminaré a los suyos con una hambruna.”

Jerusalén era una ciudad de reyes en aquella época. Su devastación sorprendió a las naciones vecinas. Se enviaron mensajeros con preguntas acerca de la salud de Judá y el futuro: “¿Cómo cambiará su país? ¿Y por qué su Dios permite la destrucción de su propia ciudad? ¿Logrará Jerusalén levantarse de sus propias cenizas?

Pronto Isaías recibió la visita de las autoridades y líderes religiosos de Judá. Dijeron: “¿Qué se puede responder a los enviados?” (14:32). Isaías contestó: “Que el Señor ha dado firmeza a Sión, y los afligidos de su pueblo se refugiarán allí” (14:32). En otras palabras: “Digan a los mensajeros: El Dios Todopoderoso fundó esta iglesia, sus elegidos. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”

Escucho al Señor decir el mismo mensaje hoy. Dice: “Digan a todos los terroristas que la iglesia fundada sobre Cristo la Roca está vivita y coleando. Todo lo que han logrado es despertar a un gigante dormido. Este gigante no es solamente el ejército norteamericano. Es mi iglesia, mis elegidos. Mi ejército de siervos está levantándose en armas. Y van contra el enemigo con armas que él no conoce.”

¿Cuáles son esas armas? No son bombas, mísiles, sustancias químicas, fusiles. Las armas que nos han sido entregadas son más poderosas que todas ellas. Y están garantizadas para derribar cualquier fortaleza. Sabíamos que Osama Bin Laden y sus terroristas no podrían esconderse de nuestras armas especiales.

Por supuesto, hablo del poder de la oración y la fe. No me refiero a las oraciones superficiales de quienes se volvieron a Dios en las semanas posteriores a los ataques. Ya regresaron a sus vidas ausentes de oración efectiva. Tampoco me refiero a las oraciones de los ministros que niegan la divinidad de Cristo y se burlan de su resurrección. Sus oraciones ni siquiera se escuchan.

No, Dios ha apartado para sí un remanente santo. Y ese remanente reconoció los ataques del 11 de septiembre como un llamado de atención. Son vírgenes sabias, creyentes devotos que han estado limpiando y aceitando sus lámparas. Y, en este mismo instante, están bombardeando al cielo con oraciones.

Si los terroristas sólo supieran lo que han despertado. La iglesia de Jesucristo está orando como nunca antes lo ha hecho. Sión ha sacado su artillería pesada y libra la guerra en rodillas. Y en toda Norteamérica, los cristianos jóvenes se enlistan para la batalla. Dicen a sus padres y pastores: “Quiero ofrecerme como misionero en un país musulmán, para predicar a Jesús.”

En este momento, muchos ministros evangélicos se preguntan: “¿Qué podemos decir a nuestra gente cuando preguntan qué va a ocurrir con nuestra nación? ¿Qué si hay más ataques?” No nos equivoquemos, nuestro país ha sido fuertemente estremecido. Y habrá más terrorismo adelante. Pero en lo más profundo, Dios nos ha dado algo inquebrantable en que sostenernos: Jesucristo ha fundado su iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Dios ungió a su Hijo, Jesús. Y aquellos que están en Cristo también son ungidos. La palabra “ungido” significa “consagrado a Cristo”. En pocas palabras, nosotros somos los apartados, peculiares, que conformamos su cuerpo. Ya hemos leído que Jesús instruyó a sus ungidos para llevar el evangelio a toda nación. Ese es el propósito concreto de Dios. Y ninguna persona o nación se atreverán a obstruir sus propósitos eternos.

Pero sabemos que el Corán enseña a los musulmanes a matar cristianos si ellos intentan ganarlos para Cristo. Por lo tanto, tengo una pregunta sincera para los mulás y ayatolas del Talibán: ¿Por qué no entrenaron misioneros en lugar de terroristas, y los enviaron a Norteamérica y otras naciones con población cristiana? Si su religión es superior, por qué no han intentado convertirnos? ¿Qué les atemoriza tanto para querer atacarnos? ¿Es que su mensaje es tan vació y débil que tienen que aterrorizar a la gente para que lo acepte?

Que el Islam aprenda del Comunismo. La poderosa Unión Soviética declaró la guerra a la iglesia de Jesucristo. Declaró a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas una nación atea y enseñó el ateísmo en sus escuelas. Quemó iglesias y prohibió las Biblias. Aterrorizó a los elegidos de Dios, encarceló a ministros y torturó a creyentes.

¿Cómo respondió Dios? Aplastó la Cortina de Hierro, no solamente en Rusia sino en toda Europa. Dios declaró: “Yo fundé esta iglesia y no dejaré que toquen a mis elegidos. Están liquidados. Los voy a humillar.” El Señor azotó con rudeza al Comunismo y quebrantó al poderoso imperio soviético. Dividió sus estados, destituyó a sus gobernantes y arruinó la economía. Rusia fue humillada porque tocó a los elegidos de Dios e hizo daño a sus profetas.

¿Cuál fue el resultado final? Dios ha puesto incontables ministros y misioneros en Rusia. Y creo que ocurrirá lo mismo en Afganistán y Pakistán. El Señor va a abrir puertas que ningún hombre pudo abrir antes. Nada puede detener sus propósitos eternos.

Pero Norteamérica también debe aprender una lección de la Unión Soviética. No podemos seguir expulsando a Dios de nuestra sociedad. Las Biblias ya han sido prohibidas en las salas de clases y se han quitado los símbolos cristianos de los lugares públicos. En efecto, puede que llegue el momento en que deje de ser legal hacer proselitismo o convertir a la gente.

Sin embargo, no nos inquietamos ni preocupamos. El Dios Todopoderoso fundó su iglesia. Y cualquier nación que lo prohiba es menos que nada ante sus ojos. El Señor puede traer caos a esa nación, pero en tiempos así una sociedad volverá a abrir sus puertas al evangelio. Las escuelas gritarán por ayuda e incluso los funcionarios de gobierno solicitarán consejería espiritual. Nuevamente, los siervos de Dios podrán predicar su verdad, en cualquier lugar y a cualquier hora.

"Regocíjate y canta, oh moradora de Sión: porque grande es en medio de ti el Santo de Israel… el Señor ha dado firmeza a Sión, y los afligidos de su pueblo se refugiarán allí" (Isaías 12:6, 14:32). La iglesia de Dios puede parecer pobre e insignificante. Parece haber tan pocos santos verdaderos esparcidos por la tierra. Y como dice Pablo, no hay muchos ricos o nobles. Pero la pequeña manada de Cristo permanecerá confiando en su palabra: "Yo fundé esta iglesia. Y mi iglesia prevalecerá.”

Ningún terrorista, religión o nación puede levantarse contra la cruz de Cristo. Él ha advertido a todo el mundo: “No toquen a mis ungidos ni maltraten a mis profetas" (Salmo 105:15).

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