MAS DIOS LO ENCAMINÓ A BIEN

Cerca del comienzo del ministerio de Jesús, un grupo de personas religiosas se enojó tanto con él que intentaron matarlo. Mientras predicaba en la sinagoga de Nazaret, la ciudad donde creció, Jesús dijo algo tan ofensivo a sus oyentes que formaron una multitud para lincharlo.

Unos minutos antes, las mismas personas lo habían aplaudido. Él había citado el famoso pasaje de Isaías proclamando que “los oprimidos serán puestos en libertad y que ha llegado el tiempo del favor del Señor” (Lucas 4:18-19, NTV). Al oír esto, “Todos hablaban bien de él y estaban asombrados de la gracia con la que salían las palabras de su boca” (4:22).

Fueron las siguientes palabras de Jesús las que los enfurecieron: “Sin duda había muchas viudas necesitadas en Israel en el tiempo de Elías, cuando los cielos se cerraron por tres años y medio y un hambre terrible devastó la tierra. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de ellas. En cambio, lo enviaron a una extranjera, a una viuda de Sarepta en la tierra de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en el tiempo del profeta Eliseo, pero el único sanado fue Naamán, un sirio” (4:25-27).

La reacción de la congregación fue explosiva. “Al oír eso la gente de la sinagoga se puso furiosa. Se levantaron de un salto, lo atacaron y lo llevaron a la fuerza hasta el borde del monte sobre el cual estaba construida la ciudad. Querían arrojarlo por el precipicio, pero él pasó por en medio de la multitud y siguió su camino” (4:28-30).

¿Por qué esto enfureció tanto a la gente? Fue porque ellos habían construido su identidad a partir de ser los elegidos de Dios; y Jesús señaló dos pasajes donde Dios pasó por alto el sufrimiento de su propio pueblo para sanar y liberar extranjeros. Para ellos, era una herejía sugerir que un hombre sirio y una mujer libanesa tuvieran la misma bendición de Dios en sus vidas que los israelitas. Se sintieron justificados al atacar a Jesús. En realidad, su ira era la forma en que Satanás trataba de detener el ministerio de Cristo antes de que pudiera comenzar.

¿Alguna vez te has sentido llevado por el diablo al borde de un precipicio simplemente por tratar de seguir a Jesús?

Satanás usará cualquier medio que pueda para llevar tu fe a un precipicio y empujarla desde ahí. Él quiere hacer más que lograr que tu matrimonio sea menos fructífero; quiere empujarlo hacia el borde para que ya no exista. Él quiere que estés tan preocupado por tu economía, por tus hijos y por tu fe que tu confianza en Jesús se derrumbe y arda.

Quizás sientas que ya estás en caída libre. Tus nervios están al límite y tu ansiedad se ha disparado. Tus circunstancias son tan desesperantes, sin esperanza visible, que sientes que vas a tocar fondo en cualquier momento. En lo profundo de tu ser estás llorando, preguntándote: “Señor, ¿cómo podrías librarme de esto?”

Te traigo buenas noticias: No caerás por un precipicio. Ese no es el destino de Dios para ninguno en su pueblo. Es imposible para nosotros ser condenados por Satanás. Nuestros pasos están ordenados sólo por Dios; y esta escena lo demuestra. Cuando la turba sedienta de sangre estaba lista para matar a Jesús, “él pasó por en medio de la multitud y siguió su camino” (4:28-30). Creo que el Padre intervino milagrosamente, diciendo: “Tengo planes para mi Ungido. No lo vas a tocar, Satanás”.

El mismo Espíritu que mantuvo a Jesús a salvo puede hacer lo mismo por nosotros: “El Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en ustedes” (Romanos 8:11, NTV). Se nos alienta que a medida que atravesemos fuegos, no seremos afectados, que de hecho saldremos a un lugar más alto: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2).

Todos los que seguimos a Jesús enfrentamos dificultades y presiones, cosas que nos llevan al borde de un precipicio. Dios permite estas pruebas para que seamos llevados a un terreno más elevado. Sin embargo, éstas pueden ser tan intensas que puedes llegar a pensar: “Ya no hay esperanza. La derrota me está mirando a la cara”. Dios quiere que sepas que él no dejará que te empujen al abismo. El mismo Espíritu que permitió que Jesús pasara a través de la agitada turba puede llevarte a salvo a través de ella. Él no quiere que seas manipulado por la voz del enemigo.

Entonces, ¿cómo pasamos a través de la turba? Las Escrituras responden: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Jesús cambia nuestra historia a través de su poder, no del nuestro. Pablo lo expresa de esta manera: “El reino de Dios no consiste en las muchas palabras sino en vivir por el poder de Dios” (1 Corintios 4:20, NTV, énfasis añadido).

Jesús interviene para interferir con los ataques del enemigo contra nosotros.

Nota lo que sucedió después en el ministerio de Cristo: “Descendió Jesús a Capernaum, ciudad de Galilea; y les enseñaba en los días de reposo. Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad. Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio inmundo, el cual exclamó a gran voz, diciendo: Déjanos; ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios” (Lucas 4:31-34).

Cuando la oscuridad y la muerte gobiernan, Jesús interfiere con ellas. Podemos pensar que nuestra vida se está acercando al borde del precipicio, pero Jesús interviene fielmente y dice: “No en mi guardia, diablo”. Él interrumpe los planes que Satanás ha preparado contra nosotros y evita que se lleven a cabo sus malas intenciones.

Lo segundo que Jesús hace es que interrumpe la obra del diablo. Según el evangelio de Marcos, mientras el demonio hablaba “lo interrumpió Jesús” (Marcos 1:25, NTV). El Señor no iba a dejar que el demonio avance otro centímetro para atormentar la vida de ese hombre. Esto significa mucho para un ministro como yo que oye a la gente confesar historias de esclavitud sufridas año tras año. La gente me describe décadas de un matrimonio amargo, de un largo distanciamiento de los hijos, del control de una adicción durante toda su vida adulta.

Si has vivido bajo algún tipo de esclavitud, no importa cuánto tiempo el enemigo se haya salido con la suya. Jesús quiere intervenir, interrumpirlo y anunciar: “Ya es suficiente”. El demonio que atormentaba al hombre poseído no era rival para el poder de Jesús. “¡Cállate! Lo interrumpió Jesús y le ordenó: ¡Sal de este hombre! En ese mismo momento, el demonio arrojó al hombre al suelo mientras la multitud miraba; luego salió de él sin hacerle más daño. La gente, asombrada, exclamó: «¡Qué poder y autoridad tienen las palabras de este hombre! Hasta los espíritus malignos le obedecen y huyen a su orden»” (Lucas 4 35-36, NTV).

Una tercera acción que Jesús hace es destruir completamente la obra del diablo en tu vida. El atormentado demonio clamó a Jesús: “¿Has venido a destruirnos?” (4:34). La destrucción a la que se refiere aquí significa devastación total. Jesús no sólo rompe el libro de mentiras del diablo; él arroja todos los pedazos en su fuego santo y consumidor para que ya no quede nada más que pueda hacerte daño. “En ese mismo momento, el demonio… salió de él sin hacerle más daño(4:35, énfasis añadido).

Tal vez tú y tu cónyuge hayan asistido a seminarios de matrimonio con la esperanza de reparar su tensa relación. Se inspiraron; llevaron a cabo buenas prácticas; y lo hicieron bien amándose el uno al otro, por un tiempo. Unos meses después volvieron a caer en resentimientos, discusiones y tensiones.

Quizás tu respuesta está en no sólo orar e intentar hacerlo mejor. Quizás Jesús tiene que devastar totalmente algo que continuamente te empuja al borde del precipicio. No te dejes engañar; Satanás busca destruir cada vínculo sagrado, incluido el hermoso regalo del matrimonio. La increíble buena noticia es que Jesús viene como tu abogado defensor para destruir todo poder maligno alineado contra ti: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará” (Isaías 54:17). Satanás podrá dispararte flechas, pero éstas no darán en el blanco. Ningún plan que el diablo maquine contra ti podrá obrar en contra del destino que Dios tiene para ti.

No importa cómo se vea tu prueba, tú estás en las manos de Jesús, no en las del enemigo. Las palabras de José a sus hermanos pecaminosos nos transmiten hoy una verdad poderosa: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20, énfasis añadido).

Dios está permitiendo tus pruebas para los propósitos de su reino. Tu fiel resistencia puede incluso salvar a otros. Entonces, no pienses que estás a punto de caer por un precipicio, porque está sucediendo lo contrario. El Señor es fiel y sabe cuándo intervenir para interferir con las intenciones de Satanás, interrumpiendo las malas obras diseñadas contra ti. Él destruirá cada rastro de ellos en tu vida. Nada puede descarrilar el destino que él ha planeado para ti. ¡Él camina contigo a través de cada fuego para llevarte a un terreno más alto!