NUESTRA ESPERANZA EN LA TORMENTA VENIDERA
Nadie quiere escuchar malas noticias y la iglesia de hoy no es la excepción; la iglesia en América parece estar preocupada con un mensaje de “sentirse bien”. Esta actitud prevalece en muchos de los libros y revistas que encontramos en las librerías cristianas. Es casi como si nuestros líderes dijeran: “¡Relájate! Dios es nuestro papá y todos somos sus niños y sólo debemos pasarlo bien”.
Se avecina una tormenta y Dios quiere que su pueblo esté preparado. Llegará como ladrón en la noche, produciendo pánico e incredulidad repentinos. Tú puedes estar pensando: “Si ocurre una calamidad, ¡que venga! Yo estoy en las manos de Dios, así que Jesús me ayudará a vencer”.
Justo antes de su muerte y resurrección, Jesús miró la horrible tormenta que se avecinaba. ¡Él vio que justo en el futuro, Jerusalén estaría rodeada de poderosos ejércitos, el templo sería destruido, la ciudad sería quemada hasta las cenizas y toda su sociedad colapsaría!
Ahora, Jesús era la encarnación misma del amor de Dios y él lloró sobre su sociedad porque vio lo que venía. “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo” (Mateo 24:21-22).
Si lo pensamos bien, vemos que los días de Jesús fueron muy similares a los nuestros: pacíficos, calmados y prósperos. Incluso cuando Jesús advirtió que vendría una tormenta, él continuamente buscaba lugares secretos para estar cerca de su padre. Totalmente persuadido de que Dios estaba con él, ¡Jesús sabía que él tenía el control total!
Amados, si vamos a enfrentar la tormenta venidera, debemos estar preparados para que nada perturbe nuestro espíritu. Y eso lo podemos hacer sólo pasando tiempo en la presencia del Padre, encerrándonos con él hasta que estemos completamente persuadidos de que él está en nuestra mano derecha.
En la presencia de Jesús encontramos gozo, esperanza y reposo, ¡todo lo necesario!