Ofendido en Cristo

En Mateo 11, encontramos a Juan el Bautista en la prisión. Su ministerio ungido y poderoso a multitudes en Israel fue cortado bruscamente por el Rey Herodes. Ahora las multitudes que siguieron a Juan fervientemente se fueron. La “voz de uno que clama en el desierto” ha sido silenciada.

El ministerio publico de Juan solo duro un año. Pero en ese tiempo, Dios demostró su poder a través de la predicación de Juan. Los saduceos educados fueron a escuchar sus mensajes convincentes. Aun los orgullosos fariseos no podían evitar salir a escucharle. Soldados, políticos, colectores de impuestos, ricos y pobres por igual se amontonaban para escuchar las ardientes palabras del profeta.

Jesús mismo honro a este hombre piadoso. Él dijo de Juan: “… entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista;…” (Lucas 7:28). Cristo también identifico a Juan como el profeta de quien Isaías había hablado. Juan seria el que haría un camino derecho ante el Mesías, en preparación para su venida (ver Isaías 40:3).

Sabemos que Juan fue un estudiante de las profecías de Isaías. La palabra que llego a el puede ser trazada a los escritos de Isaías. Y Juan hizo referencia a Isaías cuando los sacerdotes y los levitas le pidieron que se identificara. Cuando ellos indagaron, “Realmente, ¿Quién eres?” Juan siempre respondía, “Yo no soy el Cristo.” Finalmente, cuando ellos presionaban aun más, Juan se identificaba como aquel de quien Isaías profetizo. Él les dijo a estos lideres religiosos, “Yo soy quien Isaías dice que soy. Yo soy la voz que clama en el desierto, ‘Enderezad el camino del Señor’” (ver Juan 1:19-23).

Aparentemente, los captores de Juan le permitieron mantenerse en contacto con sus discípulos. Así que sus seguidores le llevaban reportes acerca de los milagros y ministerio de Jesús. Estos reportes debieron ser sorprendentes a los oídos de Juan. Día tras día, Cristo estaba haciendo obras y maravillas a través de la región.

Los discípulos de Juan estaban en Naín cuando Cristo milagrosamente levanto de los muertos al hijo de una mujer. Ellos estaban entre el gentío mientras que ese joven se sentaba en el ataúd y comenzó a hablar. En ese momento, las Escrituras dicen, “Todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros» y «Dios ha visitado a su pueblo” (Lucas 7:16).

“Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas.” (7:18). Los discípulos de Juan le relataban todas estas cosas con entusiasmo, maravilla y asombro. Y ellos fueron llenos de reverencia hacia Jesús al describir todas las obras que hacia: los cojos caminaban, los ciegos veían, y los espíritus inmundos huían de la gente que habían atormentado por años.

Sorprendentemente, Juan no compartía el entusiasmo de sus discípulos. En vez de eso, llamo a dos a un lado y les instruyo, “Vuelvan a Jesús. Quiero que le pregunten, ‘¿Eres el Mesías? ¿Eres el que había de venir?’ Pídanle que les diga quien es.” “Al oír Juan en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos a preguntarle: --¿Eres tú aquel que había de venir o esperaremos a otro?” (Mateo 11:2-3).

Dime, ¿te parece incomprensible la pregunta de Juan? Esta fue la reacción del profeta más grande que ha vivido. Piénsalo: Él estaba recibiendo reportes diarios de testigos visuales de todos los milagros increíbles obrados por Cristo. Pero aun así Juan tenia que saber de Jesús mismo si el era el Mesías profetizado en las Escrituras.

Recuerda, Juan fue un hombre de la Palabra. Él había pasado toda su vida estudiando las Escrituras en soledad. Él había meditado diariamente en la ley, los profetas y los Salmos. Y la Biblia nos dice claramente que Juan reconoció la deidad de Cristo.

El señalo a Jesús y declaro, “Mira, el Cordero de Dios.” Él vio al Espíritu Santo descender sobre Cristo como paloma. Y él había escuchado la voz del Padre declarar que Jesús era su Hijo. Finalmente, Juan mismo dijo de Cristo, “Yo debo menguar, mientras él aumenta.”

Esto fue dicho por un hombre que había vivido en cuevas toda su vida adulta, negándose todas las comodidades. (Ciertamente, hace pocas semanas, arqueólogos declararon de haber descubierto una cueva donde Juan vivió mientras bautizaba multitudes.) Todo lo que este hombre piadoso hizo fue en preparación para cumplir el llamado de Dios. Así pues, ¿qué movió a Juan a interrogar a Jesús acerca de su identidad? ¿Por qué este estallido poco característico después de escuchar acerca de todas las obras maravillosas hechas en Israel?

Lo que es aun mas extraño es que los discípulos de Juan aparentemente presentaron sus preguntas a Jesús ante una gran multitud (ver Mateo 11:7). Que sorprendidos debió estar ese gentío al escuchar a los hombres de Juan haciendo preguntas tan audaces. Sin duda, los discípulos de Jesús estarían igualmente sorprendidos. ¿Qué podía estar pensando Juan en ese momento?

Sin embargo, cuando Jesús escucho las preguntas de Juan ese día, el no dio una respuesta directa. Ni trato el Señor de convencer a Juan de su deidad. En vez de eso, el simplemente les dijo a los discípulos de Juan que le recordaran que grandes milagros estaban tomando lugar. “Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio;” (Mateo 11:4-5).

¿Por qué el Señor contesto de esta manera? Es porque él era Dios encarnado, y él sabia que Juan era humano. No importa cuan poderosamente ungido fuera Juan, el aun estaba sujeto a todos los sentimientos y pasiones que son comunes al hombre. Y Cristo sabía que Juan estaba en peligro de ser abrumado por la duda.

Antes de todo, Jesús sabia que este profeta ardiente preferiría estar muerto que encerrado en una prisión como un animal enjaulado. Juan había vivido todos sus años en un desierto sin muros. Él dormía en cuevas y comía lo que encontraba en el campo. Él amaba la libertad, él amaba la naturaleza, el amaba caminar a través de la tierra y meditar sobre la Palabra de Dios. Estar prisionero ahora tendría que ser el infierno en la tierra para Juan. Estoy seguro que estaba deprimido más allá de cualquier cosa conocida.

Juan pensaría porque aun estaba en la prisión, por que Jesús no lo había liberado. Después de todo, Isaías había profetizado que el Mesías liberaría a los cautivos cuando llegara. Y, si las palabras de Jesús acerca de Juan eran ciertas, ¿no seria este hombre uno de los primeros en ser liberados?

No mal interprete: Yo no creo que Juan estaba buscando alguna validación personal del Señor. De ninguna manera. El hecho es, Juan el Bautista tuvo una pasión ardiente por Dios y odio por lo malo. Y el simplemente quería ver vencido al pecado.

Juan había vivido con cierta visión del reino de Dios por años. Y él había ansiado por ella día tras día. Todo lo que este hombre piadoso quería era ver la Palabra de Dios cumplida.

Para Juan, eso significaba ver el nombre de Dios vengado en la tierra y sus justos establecidos. Cuando el Mesías vino, Juan esperaba verlo poner el hacha a la raíz de toda maldad, echando abajo toda cosa exaltada que le ofendiera. Él esperaba ver a los malos consumidos como paja, cortados y quemados con fuego insaciable.

¿No eran estas las cosas pronosticadas por todos los profetas de antaño? Juan sabía que Dios era misericordioso. Pero hasta que el pecado fuera arraigado, los hombres no podían vivir sin temor (ver Lucas 1:72-74).

Pero, ahora que el día del Mesías había llegado, ningunas de esas cosas estaban pasando. Lo que Juan esperaba ver—lo que él había ansiado toda su vida—simplemente no se estaba cumpliendo.

Puedes objetar en este punto: “¿Es realmente posible que un creyente piadoso, que ora, y ungido desespere por la vida?” Según la Biblia, sí, absolutamente. Solo pregúntale a David, Job o Jeremías. Hasta el apóstol Pablo escribió acerca de ser probado, “más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida.”

Aun así, Jesús nunca se dirigió a la desesperación de Juan. En vez de eso, el mando a los discípulos de Juan de regreso con este mensaje especial: “bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.” (Mateo 11:6).

Amorosamente, Cristo le estaba mostrando a Juan las raíces de duda en su corazón. Jesús estaba diciendo, en esencia, “Juan, estas ofendido en mi. Estas molesto en espíritu por la forma como yo estoy estableciendo el reino de mi Padre. No estoy cumpliendo tus expectativas acerca de cómo esperabas que fueran las cosas. Y eso esta haciendo que dudes.”

Juan estaba perplejo por el ministerio de Jesús. Las obras que Cristo estaba haciendo simplemente no eran la clase que Juan había predicado que vendrían. Las profecías de Juan hacían eco de lo que muchos profetas del Antiguo Testamento habían dicho: que el Mesías revelaría su fuerza con fuego, purgando y limpiando. Según Juan, Cristo venia a vengar toda maldad.

Nosotros sabemos que todas las cosas que Juan creía estaban fundamentadas en, “Escrito esta…” Y Juan conocía las palabras de los profetas. Por lo tanto, él estaba intensamente enterado de la predicción de Malaquías: “Ciertamente viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. Aquel día que vendrá, los abrasará, dice Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama.” (Malaquías 4:1).

Esta era la visión que Juan tenia de la venida del Mesías. Y él le dijo a la multitud en Israel, “…pero el que viene… os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Mateo 3:11-12).

En ese tiempo en Israel, cierta creencia prevalecía acerca de la venida del Mesías. En resumen, el Salvador de Israel venia a aplastar el reino opresivo romano. Cuando Cristo apareciera, él pondría su propio gobierno religioso-político y comenzaría a legislar santidad sobre la tierra. Y él gobernaría sobre ese reino con una vara de hierro.

Sin embargo, esto no correspondía de ninguna manera a lo que Juan estaba escuchando acerca de Jesús. Primero, Juan escucho un reporte que Jesús estaba celebrando en una boda. Luego, escucho que Cristo estaba entrando en los hogares de los pecadores y comiendo con ellos. Y ahora supo que Jesús había enviado a sus discípulos en pares a través del país, comisionándolos a sanar y bendecir a la gente.

Todo esto dejo a Juan confundido. El no podía evitar en comparar las obras de compasión de Jesús con las profecías candentes que él había estudiado en las Escrituras toda su vida. ¿No estaba el Mesías supuesto a vengar el pecado? ¿Y que de la profecía de Isaías concerniente a los jueces malvados? “Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. …tan pronto como sopla en ellos, se secan,…” (Isaías 40:23-24).

Los jueces de Israel en ese tiempo eran desesperadamente malos. Ellos inventaban leyes que les sirvieran a sí mismos que iban directamente en contra de la Palabra de Dios. Sin embargo, estos jueces no eran juzgados. De hecho, los orgullosos Fariseos, Saduceos y escribas se estaban comportando aun más arrogantes. Ellos habían rechazado a Cristo y buscaban echarlo de sus medios. Mas sin embargo, Jesús parecía tan pasivo acerca de esto.

Juan debió pensar: “Esto no es lo que veo en las Escrituras. ¿Por qué Jesús no esta poniendo el hacha a las raíces de maldad? ¿Por qué el no esta poniendo las cosas calientes como un horno para los malhechores, como Malaquías dijo que él haría? ¿Por qué el no esta derribando a estos gobernadores malos, reduciéndolos en paja?

Así que, la pregunta de Juan a Jesús era, en esencia: “¿No eres tu quien los profetas describieron? Si es así entonces, ¿Por qué la imagen no concuerda para mí?”

Las promesas de Dios son para aumentar nuestras expectativas en él. Debemos reclamar su Palabra como la roca sólida de promesas de un Padre amoroso y poderoso a sus hijos. Pero, a menudo, cuando no vemos su Palabra cumplirse según nuestro itinerario, el enemigo inunda nuestras mentes con preguntas acerca de la fidelidad de Dios. El blanco de Santanás es sencillo: robarnos de toda nuestra confianza en el Señor.

Estoy convencido que el diablo trato de levantar toda clase de dudas en Juan. Me lo imagino susurrándole al oído a Juan: “Si, este Jesús es un hombre de Dios. Él es verdaderamente un hombre santo. Pero él es otro profeta cualquiera haciendo milagros. Píénsalo: Moisés abrió el Mar Rojo y saco agua de una roca. Elías levanto a un hombre muerto. Y Óseas predico la Palabra a los pobres. Jesús es solo otro profeta haciendo bien.

“Así, que puedes olvidarte acerca de ver venir el reino de Dios, Juan. Solo mira tu propia situación. Si Jesús fuera el Hijo de Dios, el te hubiera explicado quien es. Pero el no contesto su clamor. Y ahora estas escuchando reportes de otros recibiendo milagros. Sus oraciones son contestadas, sus clamores son escuchados. Pero mírate. Acabas de oír a los guardas decir que la esposa de Herodes quiere tu cabeza en una bandeja.

“Si Jesús es el Mesías, entonces ¿Por qué aun estas en tal necesidad? ¿Por qué el no ha cumplido su palabra, como Isaías y los profetas han trazado? Y ¿Por qué tu propia predicación no ha trabajado para ti?”

Satanás usa estas mismas mentiras y engaños contra nosotros hoy. Y su meta es sembrar semillas de duda en nosotros acerca de la Palabra de Dios, sus promesas, su deleite en nosotros. El enemigo susurra: “Tu dices que tu Padre celestial es un Dios de milagros, de lo imposible, que el escucha tus peticiones antes que tu pidas. ¿Entonces, por qué todo este sufrimiento? ¿Por qué todo el silencio del cielo? ¿Por qué no hay una sola chispa de evidencia que Dios ha escuchado tu clamor?

“Mira a tu alrededor. Todo el mundo esta recibiendo contesta a sus oraciones. Pero tu no. Estas atrapado en un matrimonio que no satisface. Oras para que tus hijos se salven, pero año tras año pasa, y nada cambia. Por años, has predicado la fidelidad de Dios a otros. Entonces, ¿Por qué no ha funcionado para ti? ¿Por qué el te ha dejado aquí en esta espantosa condición?”

Hay una evidencia segura que la incredulidad se ha arraigado en tu alma. Es cuando dejas de orar por lo que una vez creíste que Dios podía hacer. De repente, tú no le llevas tus cargas. No vienes a el en fe. En resumen, ya no estas dispuesto a dejarlo hacer las cosas a su manera en tu vida. Esto es cuando sabes que la incredulidad ha brotado.

Pedro nos dice que no debemos ignorar las estrategias de Satanás. Y Jesús expuso una de las estrategias mas grandes del enemigo cuando el le mando este mensaje a Juan: “bienaventurado es el que no esta ofendido en mí.” La palabra para “ofendido” en griego significa ‘atrapado, tropiezo, trampa.” Yo creo que Jesús esta advirtiendo tiernamente a Juan, “Tu me preguntas si soy quien digo ser. Juan, ¿no te das cuenta que esa pregunta es una trampa? Satanás, no esta tratando de atraparme a mí. No, él ha tendido una trampa para ti.”

Cristo había pasado esa misma prueba, durante sus cuarenta días en el desierto. Y ahora él le estaba diciendo a Juan, “El diablo te esta tendiendo una trampa, tratando de atraparte. Pero tu no puedes entretener sus mentiras. El dice que yo no soy quien digo ser. Pero si tu crees eso, Juan, entonces tienes que concluir que tu no eres quien dices. Y eso significa que tienes que enfrentar la mentira más grande de todas: que eres un fraude, un farsante. Tienes que llegar a la conclusión que estas engañado, un falso profeta. Juan, tu no puedes caer en esta trampa satánica.”

Déjame preguntarte: ¿Qué tu crees que esta en juego en la frase de Jesús, “ofendido en mi”? ¿Qué hacen estas tres palabras tan poderosas? Es que Jesús conocía las consecuencias para Juan si cedía a las mentiras de Satanás. Él sabía lo que pasaría si este hombre piadoso comenzaba a dudar quien era en Cristo.

Ves, todo lo que Satanás tenía que hacer era engañar a Juan para que dijera tres palabras. Estas tres palabras arruinarían rápidamente todas las profecías que fueron dadas siglos antes. Arruinaría todo lo bueno que Dios había logrado en y a través de Juan. Y haría naufragar la fe de indecibles multitudes, incluyendo a las generaciones por venir. ¿Cuáles eran las tres palabras que Satanás quería que Juan pronunciara? “¡Tengo pesar, remordimiento, lamentos!”

La palabra “pesar” significa, angustia sobre expectativas no cumplidas.” Tener pesar es decir: “Mis esperanzas no fueron suplidas.” En resumen, es una declaración que refuta su propia fe.

Sin embargo, no creo que Juan llegara a ese punto. En vez de eso, él recibió el mensaje de Jesús para él. Y aquí esta la esencia del mensaje de Cristo: “Juan, te espera una bendición de fe y seguridad, si resistes las mentiras de Satanás. No permitas que la incredulidad acerca de quien soy se arraigue en ti. Si lo haces, dudaras de quien eres y de todo lo que Dios ha hecho en tu vida.”

El diablo se dio cuenta de la impaciencia en Juan. Impaciencia es la inhabilidad de esperar o llevar nuestras aflicciones calmadamente. Y cuando aumenta la impaciencia con Dios—cuando somos impacientes para recibir las contestas de él, y mezclamos la impaciencia con fe—nuestra actitud en oración se convierte en “incienso extraño” al Señor. Llena nuestro ser, su templo con un olor repugnante. Y en vez de elevar un incienso de oración con olor dulce, despedimos un olor podrido. Satanás recoge este olor rápidamente.

Creyentes impacientes están ofendidos cuando ven a Dios obrando milagros a todo su alrededor pero no en sus vidas. Se ofenden a lo que ellos creen la lentitud de Dios en contestarles, y al pasar el tiempo se sienten abandonados y aprisionados. Hebreos nos cuenta que tal impaciencia es una forma de pereza espiritual: “a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.” (Hebreos 6:12). Somos mandados a seguir el ejemplo de Abraham: “Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa.” (6:15).

Las Escrituras también nos dice que “la Palabra de Dios probo a José.” De igual manera hoy, las promesas de Dios pueden probarnos a veces. Y si no añadimos paciencia a nuestra fe durante estas pruebas, terminaremos ofendidos con Dios. Proverbios 18:19 declara: “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas entre hermanos son como cerrojos de alcázar.” La palabra hebrea para “ofendido” aquí significa “alejarse, apostasía.” En otras palabras, cuando estamos ofendidos con Dios, hay un peligro de salirse de la fe por completo. Y mientras más tiempo nos quedamos con la ofensa, más difícil será liberarnos de las barras de nuestra prisión de incredulidad.

Pero Santiago 1:2-4 nos da la cura: “Hermanos míos, gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.”

Te pregunto querido santo: ¿Hay algún pesar en tu vida? ¿Qué expectativa sin cumplir te esta atormentando? ¿Qué te ha ofendido en Cristo? ¿Clamaste a él por ayuda, pero el no llego a tiempo? ¿Oraste por un hijo inconverso, y estas impaciente por ver los resultados? ¿Te sientes aprisionado en un matrimonio o trabajo que no satisface, y todavía nada ha cambiado a pesar de los años de oraciones? ¿Parece que tus peticiones están cayendo sobre oídos sordos?

Ahora mismo, Satanás quiere que seas impaciente. Él quiere ponerte ansioso acerca de las promesas de Dios concernientes a tu vida, tu familia, tu futuro, tu ministerio. Él esta obrando para convencerte que Dios es muy lento, que él ha ignorado tus peticiones, que te ha dejado atrás. El enemigo quiere llevarte al punto donde estas listo para abandonar toda tu confianza en el Señor.

Ahí mismo era donde Satanás tenia a Juan el Bautista. Pero, Juan hizo lo correcto en su momento de angustia: él llevo su duda directamente a Jesús. Y Cristo supo inmediatamente que Juan estaba clamando por ayuda. Jesús amaba tanto a este hombre, que le dio a Juan exactamente lo que necesitaba. Como resultado, yo creo que Juan nunca más dio voz a su impaciencia. Estoy convencido que cuando Juan estuvo ante su verdugo, sus ultimas palabras fueron, “Jesús es el Cristo, el Cordero de Dios. Y yo soy Juan, la voz que clama en el desierto. Por la gracia y poder de Dios, yo he enderezado su camino.”

De la misma manera, amado, Dios esta haciendo una obra en ti. Y él terminara esa obra perfecta en tu alma. Tu trabajo es simplemente aguantarte en fe. Entonces, cuando hayas resistido, podrás decir: “Cristo esta resucitado y entronado. Yo soy su amado. Y no tengo pesar. Él ha cumplido todas mis expectativas.”

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