Oye la Advertencia
“Desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores… ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado” (Jeremías 6:13, 15).
El profeta Jeremías vio una condición horrible que venía sobre el pueblo de Dios. Ellos ocultaban sus pecados detrás de una fachada de paz y seguridad superficiales. La avaricia había vencido sus corazones y toda su vida se había vuelto superficial: lágrimas superficiales, arrepentimiento superficial, incluso sanidad superficial. Lo peor de todo es que habían perdido el dolor por el pecado: en la sociedad, en la iglesia, en sus propias vidas. El pecado se había convertido en “sólo una de esas cosas”.
En Jeremías 5:1-3, el profeta nos muestra un cuadro del colapso moral que ocurrió en Israel y en la casa de Judá. El pueblo de Dios se sentaba bajo un mensaje con una verdad abrasadora y, sin embargo, ellos se apartaban y se rebelaban. Su temor de Dios estaba disminuyendo y, lo que antes producía en ellos un deleite en la Palabra de Dios, ahora ellos se alejaban de las advertencias de los profetas: los atalayas.
Dios está poniendo atalayas sobre la iglesia hoy; voces ungidas colocadas por el Señor para ser responsables de tu alma. Como creyente, es tu responsabilidad oír la Palabra de Dios y ser obediente para que puedas ser llevado a la verdadera imagen de Cristo. Eso significa caminar de acuerdo con la verdad sin ceder principios.
Cuando Dios hace algo genuino en su pueblo, Satanás siempre conspira contra eso. Cuando Nehemías se dispuso a reconstruir los muros de Jerusalén, hubo una gran oposición. “Pero aconteció que oyendo [los enemigos] que los muros de Jerusalén eran reparados… se encolerizaron mucho; y conspiraron todos a una para venir a atacar a Jerusalén y hacerle daño” (Nehemías 4:7-8). Del mismo modo, cuando un individuo recurre a Dios y tiene una renovación genuina en su vida, Satanás luchará con todas sus fuerzas para obstaculizar su progreso. Decide en tu corazón, oír a los atalayas y deja que el Espíritu Santo explore tu corazón profundamente para que puedas caminar sin culpa ante el Señor en esta hora final.