Paz a Través del Arrepentimiento
“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).
David era un hombre que sabía arrepentirse. Él escudriñaba constantemente su corazón ante Dios y era pronto para clamar: "He pecado, Señor. Tengo necesidad de oración".
Estar arrepentido no significa que simplemente intentes hacer las cosas bien con la persona que has perjudicado. ¡No, se trata de arreglar las cosas con Dios! Él es Aquel contra quien se ha pecado. Sí, debemos disculparnos con nuestros hermanos y hermanas cada vez que los hemos perjudicado, pero, lo más importante es que debemos arrepentirnos de nuestro pecado ante Dios. David dijo: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmos 51:3-4).
David creía firmemente en el escrutinio del corazón, la dura disciplina de desenterrar el pecado en su corazón. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23-24). Él invitaba continuamente al Señor a examinar cada rincón de su vida.
Quizás tú ewcudriñas tu corazón de forma regular, pero te alejas del trato del Espíritu diciendo: “Gracias a Dios, estoy limpio. No tengo más pecado en mí”. Si ese es el caso, amado, estás engañado. Isaías confesó: “Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros; porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados” (Isaías 59:12). El profeta decía: "Sabemos todo acerca de nuestros propios pecados". Por supuesto, Dios sabe cuándo decimos o hacemos cosas malas, pero nosotros también lo sabemos.
Un gran beneficio del arrepentimiento es recibir paz y fortaleza. Después de que Daniel oró y ayunó con gran agonía, Jesús se acercó a él, lo tocó y le dijo: “Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate” (Daniel 10:19).
Un corazón verdaderamente arrepentido nunca tiene que esconderse del Señor porque ya no hay temor al juicio. Cuando reconoces tus pecados, evidencias la tristeza de Dios y haces una restitución, Jesús te mirará, tal como lo hizo a Daniel, y dirá: “Te amo y quiero darte mi paz. ¡Ahora, levántate y sé fuerte!”