Plenamente Convencido
“Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
Estas son las palabras de un hombre que va a morir. El apóstol Pablo se estaba dirigiendo a su pupilo, a Timoteo, el ministro joven al cual estaba entrenando. Después en la misma carta, Pablo le confía a Timoteo estas palabras difíciles: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (4:7).
Aunque Pablo dirigió estas palabras a Timoteo, su mensaje habla a cada siervo de Cristo que está pasando por grandes aflicciones. Considere el contexto: En lo más fuerte de sus propias pruebas insoportables – al estar a punto de morir – Pablo estaba completamente seguro del amor de Dios hacia él. Es más, él estaba convencido de la habilidad del Señor de “guardar mi depósito” aún a pesar de que la evidencia mostrase lo contrario.
Amados, El consejo de Pablo aquí es para todos los que están siendo abofeteados diariamente por las fuerzas satánicas, y que se encuentran en una lucha espiritual feroz, soportando grandes pruebas como buenos soldados. ¿Cómo podía Pablo hablar con tanta confianza de la fidelidad de Dios a través de cada prueba? ¿De qué estaba exactamente seguro acerca del Señor, para que nazca tal fe?
Pablo no nos deletrea las cosas que había “depositado (en Dios) para aquél día”. Nosotros sólo podemos especular lo que eran esas cosas. Pero, así como Pablo, nosotros también debemos de estar completamente seguros de la fidelidad de Dios para que guarde aquellas cosas que le hemos confiado a él. Verdaderamente, para encarar nuestras pruebas durante estos días difíciles, hay varias cosas de las cuales debemos de estar seguros acerca de nuestro Señor.
1. Debemos de estar completamente seguros que nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús.
Pablo escribió a la iglesia en Roma:
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
Antes de hacer esta declaración audaz, Pablo primero pregunta esto: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (8:35, 37).
La pregunta de Pablo nos muestra claramente que él reconocía la misión de Satanás para estos últimos tiempos: estorbar para que el pueblo de Dios no camine en el amor de Dios. Tristemente, multitudes en la iglesia están enceguecidos y no ven este trabajo engañoso del enemigo. Muchos viven completamente ignorando que Satanás les ha impedido exitosamente que conozcan y disfruten el amor que Dios les tiene.
No mal interprete: Nosotros nunca debemos temerle a nuestro adversario. Pero si no estamos alerta a los ataques sutiles de Satanás hacia nuestra fe, continuaremos viviendo vidas derrotadas. Pablo sabía lo importante que era exponer las artimañas del diablo. Sólo cuando nosotros identificamos estos ataques a nuestra fe, podremos decir con Pablo, “Porque estoy completamente seguro, que nada – ninguna mentira, ningún engaño, ninguna acusación – me podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús.”
Debemos saber que Satanás está decidido a derribar cada ministerio dirigido por el Espíritu Santo, y abatir en estos últimos días a cada hijo de Dios que es vencedor y está siendo guiado por el Espíritu. Él no sólo va en contra de aquellos que están en el púlpito, sino también ataca a cada creyente cuya fe es efectiva contra su reino de tinieblas.
Durante los últimos años, he tenido un sentimiento interior que ha ido aumentando, de que los sufrimientos y aflicciones de los elegidos de Dios de hoy día, son mayores que en cualquier otro tiempo en la historia de la iglesia de Cristo.
Los justos de Dios siempre han conocido las muchas aflicciones. Hebreos 11 testifica esto. Y ahora, dicen las Escrituras que Satanás está furioso contra la iglesia porque él sabe que el tiempo se acaba: “Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).
La venida del Señor Jesús está al umbral de la puerta. Así que, con gran ira, el enemigo de nuestras almas ha venido a tratar de engañar aun a los elegidos de Dios. Ahora mismo, legiones de mensajeros abofeteadores de Satanás están atentando descorazonar y destruir a los elegidos de Dios. Pablo testifica sobre este ataque feroz en su propia vida, diciendo, “Satanás nos estorbó” (1 Tesalonicenses 2:18).
En este último siglo, T. Austin Sparks escribió sobre la lucha con Satanás en los últimos días. Este ministro piadoso vio que “muchas cosas estarían siendo impedidas, sofocadas, paralizadas por Satanás. (Multitudes de Cristianos no podrán) funcionar, desempeñar sus ministerios…por causa del impedimento de Satanás.”
Al igual que Pablo antes que él, Austin Sparks advirtió al pueblo de Dios a estar precavidos de los ataques del diablo. Y él exhortó a los creyentes a que intercedieran para que Dios derribase a Satanás de su lugar alto desde donde “acusa a los hermanos.”
Yo creo que tal intercesión está en el corazón de cada creyente que ha experimentado el trabajo obstaculizador de Satanás. Esos santos conocen en carne propia las batallas que nuestro enemigo pelea contra todos los que llevan una vida de acuerdo al llamado santo de Dios.
Yo me he llegado a dar cuenta que los blancos preferidos de Satanás son las personas que interceden ante Dios.
¿Qué es un intercesor? Para ponerlo simplemente, es aquel que toma las necesidades y cargas de otros en oración. Tales siervos nunca dejan de interceder por la iglesia de Cristo o por ninguna persona que el Señor ponga en sus corazones.
En cada época, Dios ha colocado intercesores en los frentes de batallas contra los principados y potestades de Satanás. Hoy día estos soldados espirituales pueden ser hallados en cada nación. Y hay una razón por la que se los conoce como “guerreros de oración.” Muchos de los que nos escriben a nuestro ministerio describen la lucha espiritual intensa en sus propias vidas.
Un intercesor de 91 años de edad escribió lo siguiente: “Me siento agotado, habiendo servido [al Señor por tanto tiempo] y con todo lo que he tenido que soportar. Mi cuerpo está débil después de tantos años de sufrimiento – con todas las cargas y problemas de otros constantemente ante mí… Desde que yo tenía 4 años de edad, he amado y he orado por otros. He sido un intercesor todos estos años… Orando en el Espíritu yo recupero el terreno que Satanás trata de arrebatarme…y recibo nuevas fuerzas.”
Por toda una vida, este santo ha tomado muy en serio la exhortación de Judas: “Pero vosotros amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios (Judas 20-21). El mensaje para aquellos en la lucha espiritual es claro: “Edifíquense en fe. Manténganse en el amor de Dios”.
Note que Judas capacita sus palabras con la advertencia de orar en el Espíritu Santo.
Es absolutamente imposible edificar nuestra fe a través de habilidades o esfuerzo humano. Sin el Espíritu Santo, nosotros simplemente no somos capaces de mantenernos en el conocimiento y seguridad del amor que Dios tiene por nosotros. Nosotros solos no podemos ser adversarios para los poderes de las tinieblas. No podemos ni tomar el escudo de la fe para apagar los dardos ardientes del infierno, con tan sólo decidir en nuestras mentes el hacerlo. Necesitamos que el Espíritu de Dios nos otorgue poder en todas las cosas.
En estos días difíciles, el memorizar versos de las Escrituras en sí no es suficiente. Yo conocí a un hombre que tenía un conocimiento tan vasto de la Biblia que lo llamaban “La Biblia andante.” Este hombre podía citar libros enteros de la Biblia. Pero durante un periodo de grandes pruebas en su vida, él abandonó su fe. Como Pablo testifica, “La letra mata, mas el Espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6).
Trágicamente, muchos Cristianos que profesan ser llenos del Espíritu, simplemente no buscan al Espíritu Santo durante sus sufrimientos. Conocen muy poco de su paz y de su consuelo, cuando el propio rol del Espíritu es proveernos con esas cosas. Tales creyentes no han aprendido a depender completamente del Espíritu, tal vez porque nunca han estado completamente seguros de que lo necesitan.
Un problema es que muchos Cristianos imponen una jerarquía en la Trinidad, y se convencen a sí mismos que, “Dios el Padre está primero, Jesucristo está segundo, y el Espíritu Santo está tercero.”
Eso está completamente apartado de la verdad. El Espíritu Santo es la misma esencia de Dios, y debe ser adorado así como debe de ser obedecido.
Después de haber pastoreado una congregación por veintidós años, he llegado a una conclusión sobre el rol del Espíritu Santo en nuestras vidas. Para ponerlo de una manera corta, yo he aprendido a no tratar de aconsejar a un creyente dolorido sin haber orado primero para que el Espíritu Santo derribe toda oposición satánica. Cada seguidor de Jesús tiene que reconocer que el diablo intenta perturbar que conozcamos las promesas de Dios. Sólo después de haber orado de esta manera, yo puedo entonces orar con esa persona para que el Espíritu Santo abra su corazón para recibir el amor de Dios para él.
Yo puedo citar un número vasto de versos de las Escrituras que se puedan aplicar a la situación de esa persona. Y yo puedo amorosamente tener compasión de su dolor y hacer todo lo posible por levantar sus ánimos. Pero él tiene que conocer por sí mismo la seguridad del amor y el consuelo que sólo el Espíritu Santo puede proveer.
Todo aquél que ha amado a Jesús, ha tenido que clamar al Espíritu para que le dé seguridad, para estar completamente convencido. Lo mismo es cierto, especialmente para la iglesia de Dios que lucha en estos últimos días. Cada santo debe saber por el Espíritu, que Dios no está enojado con él, que el Señor no lo ha abandonado, y que Jesús siente todos sus dolores, heridas y sentimientos.
2. Debemos de estar plenamente convencidos de que Dios recompensa fielmente a aquellos que lo buscan diligentemente.
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
Hay tiempos cuando muchos de nosotros tenemos dificultades en comprender la fe. Todos deseamos apropiarnos de las promesas de Dios, no sólo para nuestro bienestar y bendición, sino también para agradarle a él. Queremos una fe que traiga gloria a Dios.
Debido a esto, nosotros muy a menudo nos turbamos cuando nuestras oraciones no son contestadas. Empezamos a cuestionar nuestra fe, preguntándonos, “¿Será que mi confianza en Dios es muy débil? ¿Soy muy lento para creer? ¿Porqué los cielos parecen haberse cerrado a mis oraciones? ¿Habré dudado? ¿Tal vez no soy tan ferviente? ¿Habrá alguna raíz demoniaca de incredulidad alojada en algún lugar de mi corazón?”
Estamos por siempre tratando fuertemente de creer, tratando fuertemente de agradar al Señor con la clase apropiada de fe, que a veces frustramos nuestra propia fe con nuestra opinión. Ahora, después de más de sesenta años de servir a Dios, quiero decirles lo que para mí es la fe correcta:
Significa estar agarrado de las promesas de Dios cuando no hay evidencia física de que sus promesas se estén cumpliendo.
Significa confiar que el Espíritu Santo mantendrá mi alma tranquila, convencido de que Dios está trabajando todas las cosas para mi bien.
Significa descansar en esta declaración de Pablo: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
El famoso verso de Pablo de que “todas las cosas ayudan a bien” probará nuestra fe varias veces a lo largo de nuestra vida.
Muchas veces a nuestros propios ojos, nuestras circunstancias parecerán ir empeorándose. Pero en cada momento de nuestra prueba hay una realidad eterna trabajando. Dios está moviendo todas las cosas hacia el plan que tiene para nosotros.
Sabemos que esto fue cierto con el patriarca José. Este hombre soportó décadas de pruebas interminables que parecían producir sólo tragedias, “Hasta la hora que se cumplió su palabra (de Dios)” (Salmo 105:19). Hasta que llegó esa hora, sin embargo, “El dicho de Jehová le probó” (mismo verso).
Así que, ¿puede usted decir con José y con el apóstol Pablo que “Todas las cosas están trabajando para bien”? ¿Está su alma descansando en que de alguna manera en la providencia de Dios, él ha estado trabajando el plan que tiene para usted?
¿Cree usted que en alguna parte en su sufrimiento – en ese sufrimiento que no termina, en la pérdida de sus sueños preciosos, en la pérdida de sus esperanzas y de sus metas – Dios ha estado todo este tiempo llevándolo a algún lugar más profundo en él? Que, en su incomprensible amor, él lo ha estado guiando hacia una recompensa, para que usted la reciba tanto en ésta vida, así como también en la eternidad?
El Señor nos dice en Hebreos, “Debes creer que yo soy tu galardonador.” Y el autor de ese libro nos exhorta, “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:36).
Dios nunca promete en su Palabra más de lo que va a hacer. Esto es algo que Abraham pudo agarrar desde el comienzo de su fe. Pablo dice de Abraham, “Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:20-21).
Por su fe, Abraham “dio gloria a Dios.”
Al igual que Abraham, nosotros damos gloria a Dios cuando plenamente abrazamos cada una de sus promesas.
Cuando todo en la vida está yendo bien, nos es fácil testificar, “¡Dios puede hacer cualquier cosa!” Podemos asegurar a otros fácilmente que Dios contestará sus oraciones. Podemos declarar confiadamente que el Señor siempre mantiene su Palabra.
Pero cuando todo alrededor nuestro comienza a conspirar en contra del cumplimiento de las promesas de Dios – cuando toda la evidencia física parece más la ira de Dios que su recompensa – el Espíritu Santo se levanta en nosotros con palabras verdaderas de consuelo:
“Resiste. ¡Confía en él! Tú no estás separado del amor de Dios. Él está trabajando en cada hora de tu situación. Así que no dudes ni te tambalees. En lugar de eso, levántate y pelea la buena batalla de la fe.”
Los dejo con este poderoso pasaje del apóstol Pablo. Él nos hace acuerdo de la fidelidad interminable de Dios en cada circunstancia, en cada momento de nuestra prueba:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35-39).
¡Amén!