PODER PARA HOY

David Wilkerson

El apóstol Pedro era de carne y hueso, como todos nosotros, sin embargo, él ejerció autoridad espiritual sobre el diablo. Le dijo al hombre cojo en la puerta del templo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” (Hechos 3:6), y el hombre fue sanado. Los líderes religiosos de aquel día reconocieron este poder en Pedro. Ellos le preguntaron, “¿Con qué potestad, o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?” (4:7).

En ninguna parte sugiere la Biblia que este mismo poder no sea para nosotros hoy. ¿Cuando dijo el Señor alguna vez a su iglesia, “les he ayudado hasta ahora y de aquí en adelante ustedes siguen por su cuenta?” ¿Qué tipo de Dios le daría poder a su pueblo en el desierto, cuando ellos más lo necesitaban, luego le daría poder a los reyes de Israel, a profetas como Elías, y a las muchedumbres en Pentecostés; y luego lo retendría de su iglesia de estos últimos días, cuando lo necesitamos más que cualquier otra generación?

Según la escritura, el poder de Satanás ha aumentado en nuestros días: “El diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:12). ¿Por qué permitiría Dios que Satanás ataque a una iglesia débil e impotente que no tiene ninguna defensa? Su pueblo nunca ha perdido el acceso a Su poder divino.

Lamentablemente, muchos cristianos tienen una idea distorsionada de la autoridad espiritual. Esto es especialmente cierto en círculos carismáticos. Sé de una serie de convenciones “de poder,” donde los predicadores imponen manos sobre la gente para darles una unción de autoridad espiritual. Sin embargo, cuando las personas vuelven a casa, sus esfuerzos contra el diablo siguen fallando miserablemente y terminan haciendo la misma pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús: “¿Por qué no podemos echar fuera estos espíritus?”

Usted no puede obtener poder sobrenatural simplemente porque alguien imponga sus manos sobre usted. Esto no es un regalo, es un estilo de vida, un caminar con Jesús. Y no todos los que pidan tal autoridad serán cambiados de repente en una fuerza espiritual. El hecho es que Dios confía su autoridad divina sólo a lo que Pedro llama “al hombre interno, del corazón, e incorruptible” (Ver 1 Pedro 3:4).