Poder para Resistir al Diablo
Mientras yo iba creciendo, nunca aprecié del todo el manto que mi padre, David Wilkerson, usaba en su papel de "atalaya". Él pasaba horas luchando con Dios por los duros sermones que él daba sobre el tema del juicio. Cuando era joven, yo no entendía el propósito de los mensajes proféticos. Mi Biblia estaba llena de pasajes subrayados sobre la gracia, la paz y la unidad de los cristianos, no el juicio, la ira ni el caos social.
Como cristianos, sabemos que nuestra esperanza no descansa en este mundo. En este momento, el enemigo está avivando la violencia y los problemas han llegado a nuestras ciudades de manera más visible que nunca. Una parte de esto es racial; otra parte, es económica. Satanás se ha afianzado a través de la violencia, pero nunca se conforma con eso; siempre busca patear la puerta y tomar el control por completo. Y yo creo que él quiere una guerra total en las calles.
Tiemblo cuando digo esto. Sin embargo, este es sólo uno de los resultados de las sociedades que se entregan a la impiedad. Cuando a lo malo llaman bueno y a lo bueno llaman malo, Dios permite que caiga el juicio. Él no hace esto para destruir, sino para que podamos reconocer el mal que hemos permitido y volvamos nuestros corazones y esperanzas a él.
Entiende esto, que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3:1). Pablo no dice esto para asustarnos. Él lo atribuye todo al pecado del corazón humano: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (3:2-5).
Esa es una gran lista de pecados. Sin embargo, Pablo se está dirigiendo no sólo al mundo, sino también a los cristianos: “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”.
Satanás continuará arrojando muerte y sólo una cosa podrá resistir su infierno en la tierra: una iglesia que sea capaz de levantarse y hablar la Palabra de Dios con valentía e integridad. Sin una presencia santa en este mundo cada vez más oscuro, el mundo nunca conocerá una alternativa. Nuestra misión es predicar el evangelio de la paz y la justicia, traer esperanza donde hay miedo y restaurar la vida donde ha sido destruida.
Es hora de buscar el rostro del Señor e invocar al cielo para ver un despertar espiritual en nuestra sociedad.