Reclamando el poder que esta en Cristo
Mientras Jesús pasaba sus ultimas horas con sus discípulos, él les dijo: “…De cierto, de cierto os digo que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará.” (Juan 16:23). Luego les dijo: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.” (16:24).
¡Que declaración tan increíble! Mientras esta escena tomaba lugar, Cristo estaba advirtiendo a sus seguidores que el se iba y no les iba a ver por un corto tiempo. Pero en el mismo momento, les aseguro que ellos tenían acceso a toda bendición del cielo. Todo lo que ellos tenían que hacer era pedir en su nombre.
Ahora bien, muchos comentaristas Bíblicos dicen que esta promesa no era aplicable a los discípulos en ese momento. Ellos declaran que los discípulos no podían pedir nada en el nombre de Cristo hasta que él hubiera dejado la tierra y estuviera en la presencia del Padre.
Pero las Escrituras sugieren lo contrario. El ejemplo mas claro es del hombre desconocido que hizo grandes obras en el nombre de Jesús. Los discípulos trataron de detener a este hombre porque el no era parte de su circulo. Juan le reporto a Jesús, “Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue, y se lo prohibimos porque no nos seguía.” (Marcos 9:38).
¿Cómo respondió Jesús a esto? “Pero Jesús dijo: --No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el que no está contra nosotros, por nosotros está.” (9:39-40). Cristo reconoció al hombre como “estando conmigo, de nuestro lado.”
Este hombre no estaba en el circulo interior de Jesús, pero aun podía hacer milagros en el nombre del Señor. Y mientras lo hacia, el declaraba que todo el poder estaba en el nombre de Cristo. ¡Que cosa asombrosa! Este hombre no disfrutaba de intimidad personal con Jesús, como los doce. Ni tampoco tenian las grandes revelaciones que tenia los discípulos. Probablemente el solo era uno entre las multitudes que Jesús enseñó desde las laderas y costas.
Pero, obviamente, este hombre amaba a Jesús. ¿Por qué? Él echó mano de las promesas de Cristo, las puso en acción; y milagros tomaron lugar. El también debió ser un hombre de ayuno y oración. Después de todo, Jesús señaló que los demonios se echan fuera solo con oración y ayuno.
En este respecto, el hombre desconocido sobresale en contraste a los discípulos de Jesús. Los doce fueron enseñados personalmente por Jesús a tocar, buscar y pedir las cosas de Dios. Ellos fueron enseñados de primera mano que todas las bendiciones del Padre – toda gracia, poder y fortaleza – se encontraban en Cristo. Y ellos escucharon a Jesús declarándole a las multitudes: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14:12-14).
Aquí tenemos, por lo menos, a un hombre que acepto la Palabra de Jesús. El reclamo la promesa de Jesús y su fe fue honrada por Dios. Él esperaba que el Señor hiciera milagros a través de él y todo en el nombre de Jesucristo. Por eso es que ahora Jesús le decía a Juan y a los otros, “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.” (ver 16:24). Él estaba diciendo, “Pide ahora. No esperes para otro tiempo y no trates de averiguarlo todo teológicamente. Te estoy diciendo que mi nombre tiene poder sobre el diablo. Y tu tienes ese poder porque tú estas en mi. Pide, y el Padre lo hará.”
Las palabras de Cristo a los discípulos me hacen sentir convicción: “..Nada habéis pedido en mi nombre;…” (Juan 16:24). Mientras leo esto, escucho al Señor susurrándome, “David, no has reclamado el poder que he puesto a tu disposición. Sencillamente necesitas pedir en mi nombre.’
Esto es lo que yo creo que entristece el corazón de Dios más que todos los pecados de la carne combinados. Nuestro Señor se entristece por la creciente falta de fe en sus promesas – por las crecientes dudas si él contesta la oración – y por un pueblo que reclama el poder que esta en Cristo cada vez menos.
El mundo no ha conocido un tiempo tan necesitado. Sin embargo, hay menos petición que nunca en el nombre de Jesús. Mientras el día pasa, los cristianos están pidiendo cada vez menos del Señor. Temen dar el paso, a menudo por incredulidad. Así que piden poco o nada en su nombre.
Tengo que hacer mi propia confesión. Como los discípulos, yo oro y ayuno y disfruto intimidad con Cristo. Me encanta devorar la Palabra de Dios y encerrarme con el en oración. Pero me pregunto: ¿Qué significan estas cosas, si no producen fe en mi maravilloso Señor? Me maravillo con la majestad, gloria y poder de Dios. Pero, ¿tomo acción sobre ella? Tengo intima comunión con el Señor. Pero, ¿mi tiempo con el me da poder con autoridad divina, con un entusiasmo para reclamar el poder en su nombre?
Es asombroso cuan fielmente la iglesia se refiere al nombre de Cristo. Lo alabamos, lo bendecimos, cantamos “hay poder, poder sin igual poder en el nombre bendito de Jesús.” Reverenciamos su nombre, nos gloriamos en el, nos encantan escuchar hablar de el. Pero no nos apropiamos del poder que hay en su nombre. No lo reclamamos ni actuamos en el.
La Biblia dice que en los últimos días, el diablo caería sobre la humanidad “…con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.”(Ap. 12:12). Mi pregunta es la siguiente: ¿Se encontrara este diablo airado con una iglesia pasiva y débil? ¿Encontrara un pueblo sin fe que exaltan el nombre de Cristo, pero no resisten a su enemigo por el poder que esta en ese nombre? ¿Encontrara a un pueblo de Dios que se rinde fácilmente, diciendo, “Hice lo mejor que pude? Solo tengo que perseverar hasta que el Señor regrese.”
No, ¡nunca! No tenemos que soportar lo que el diablo nos ha estado dando. No tenemos que rendirnos ante sus ataques, temerle, o temer al futuro. En las recientes semanas, hervía por dentro con ira santa contra Satanás y sus poderes. Mientras leía las palabras de Jesús, han encendido mi alma para levantarme y decir, “Basta, diablo. Vengo contra ti con todo el poder en el nombre de Jesús. Te aviso, puedes cancelar tus huestes infernales, porque voy a resistir cada uno de tus ataques; y la Palabra de Dios dice que tu huirás.”
Satanás puede tratar de traer una inundación de aflicción a mi vida. El puede atacar a mi familia y seres queridos; pero cada inundación satánica se encontrara con el lanzamiento del poder de Cristo. El enemigo puede mandar demonio tras demonio; pero cada uno de ellos daran contra una pared inmovible que es el nombre poderoso de Jesucristo.
Esto es ilustrado vívidamente en Hechos 3. En el versículo 1, Pedro y Juan iban camino al templo a orar; esta era su costumbre diaria. Y cada día, le pasaban por el lado a un hombre que se sentaba a la puerta del templo a mendigar. El hombre era cojo de nacimiento.
Pero este día iba a ser diferente que todos los anteriores. Esta vez, cuando los apóstoles vieron al mendigo, una ira santa se levanto en ellos. Ellos vieron que Satanás no fue retado en la vida de este hombre por demasiado tiempo. Ahora era tiempo que hombres llenos del Espíritu de Dios se apropiaran del poder en el nombre de Cristo.
“Pedro, con Juan, fijando en el los ojos, le dijo: Míranos. …No tengo plata ni ojos, pero lo que tengo te doy;…” (Hechos 3:4,6) Pedro estaba diciendo, “Nosotros poseemos algo mejor que todo el oro y la plata en el mundo. Lo que nosotros tenemos es mucho mejor que todos los médicos y la medicina en la tierra. Estoy hablando del poder que esta en el nombre de Jesucristo. Nosotros lo tenemos, y te lo damos a ti.”
Con eso, Pedro dijo: “… en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levanto;… y saltando, se puso en pie y anduvo; y entro con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.” (3:6-8).
La muchedumbre que vio esto se maravilló. Ellos les preguntaron a los apóstoles que estaba sucediendo. Pedro explico: “Y por fe en su nombre, a este, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por el ha dado a este esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.” (3:16). Pedro estaba diciendo, en esencia: “Por años ustedes conocen a este hombre como un lisiado de nacimiento. Y ahora quieren saber como el es capaz de saltar y danzar; es por el nombre de Jesucristo. Es por el poder en el nombre de Cristo que este hombre ha sido sanado y por ningún otro nombre.”
Noten la frase que Pedro usa para describir la nueva condición del hombre: “completa sanidad.” No importa cuan difícil o desesperanzada nuestra prueba parezca. Dios ha provisto que obtengamos “completa sanidad” en medio de ella. Y esta completa sanidad—proporcionada a través del nombre de Jesucristo—repelara cada dardo del enemigo.
Cuando los oficiales del templo escucharon lo que había pasado, encarcelaron a Pedro y a Juan. Y al otro día, pusieron a los discípulos en el juzgado. El sumo sacerdote demando de ellos: “¿Con que potestad, o en que nombre, habéis hecho vosotros esto?” (4:7). Otra vez, Pedro declaro: “…sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucito de los muertos, por el este hombre esta en vuestra presencia sano.” (4:10).
Te pregunto: ¿Cómo pudieron hablar tan audazmente estos hombres sencillos y humildes; y con tanta confianza? Es porque Pedro y Juan habían quitado todos los límites en Dios. Ellos estaban diciendo, en esencia, “No vamos a limitar al Santo de Israel en cualquier situación.”
Ellos habían pronunciado una fe superior en la vida del hombre lisiado. Y ellos nunca hubieran hecho esto a no ser que realmente creyeran las palabras de Jesús: “…que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.” (Juan 16:23). Estos discípulos sabían que cuando Jesús dijo “todo,” el estaba haciendo la promesa ilimitada. Cristo estaba diciendo: “Todas las cosas que le pidas al Padre en mi nombre, el te las dará.”
Debemos seguir el ejemplo de Pedro y Juan. Nosotros también debemos creer que todo es posible. Y debemos quitar cada límite que hemos puesto en Dios para que obre en nuestras vidas.
En mi librero hay libros escritos solamente sobre el tema del nombre de Jesús. Los autores los escribieron para ayudar a los creyentes a comprender las profundas implicaciones escondidas en el nombre de Cristo. Pero la mayoría de estos libros son tan “profundos,” que le pasan por encima de las cabezas de los lectores.
Yo creo que la verdad que debemos conocer acerca del nombre de Jesús es tan sencilla que un niño la puede entender. Es sencillamente esto: cuando hacemos nuestras peticiones en el nombre de Jesús, debemos estar plenamente persuadidos que es igual como si Jesús mismo le estuviera pidiendo al Padre. ¿Cómo puede ser esto cierto, me preguntas? Déjame explicar.
Nosotros sabemos que Dios ama a su Hijo. El hablo con Jesús y lo enseño durante su tiempo en la tierra. Y Dios no solo escucho sino que contesto cada petición que su Hijo hizo. Jesús testifico esto, diciendo: “El siempre me escucha.” En resumen, el Padre nunca le negó cualquier petición a su Hijo.
Hoy, todos aquellos que creen en Jesús son envestidos en su posición de Hijo. Y el Padre celestial nos recibe tan íntimamente como el recibe a su propio Hijo. ¿Por qué? Es por nuestra unión espiritual con Cristo. A través de su crucifixión y resurrección, Jesús nos ha hecho uno con el Padre. “…para que sean uno; como tu, oh Padre, en mi, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…Yo en ellos, y tu en mi…” (Juan 17:21, 23).
Simplemente, ahora somos familia—uno con el Padre, y uno con el Hijo. Fuimos adoptados, con pleno derecho de herencia que posee cualquier hijo. Esto significa que todo poder y recursos del cielo están a nuestra disposición, a través de Cristo.
Y porque estamos envestidos con el derecho de Hijo de Cristo—co-herederos con el, participes en su herencia—sabemos que nuestras peticiones también son escuchadas por el Padre. Y el contesta nuestras peticiones, como le contestaba a su Hijo.
¡Que increíble autoridad nos ha sido dada en oración. Exactamente, ¿Cómo usamos esta autoridad? A través del nombre de Cristo. Ves, cuando pusimos nuestra fe en Jesús, el nos dio su nombre. Su sacrificio nos capacita para decir: “Soy de Cristo, estoy en el, soy uno con el.” Entonces, increíblemente, Jesús tomo nuestro nombre. Como nuestro sumo sacerdote, el lo escribió en la palma de su mano. Así que nuestro nombre esta registrado en el cielo, debajo de su glorioso nombre.
Puedes ver por que la frase “en el nombre de Cristo” no es alguna formula impersonal. Más bien, es una posición literal que tenemos con Jesús. Y esa posición es reconocida por el Padre. Jesús nos dice: “En aquel día pediereis en mi nombre; y no so digo que yo rogare al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que salí de Dios.” (16:26-27).
Esta es la razón por la cual Jesús nos manda a orar en su nombre. El esta diciendo: “Cada vez que pides en mi nombre, tu petición tiene el mismo poder y efecto con el Padre como si fuera yo pidiéndole a el.” En otras palabras, es como si nuestra oración es pronunciada por Jesús mismo ante el trono del Padre. De igual manera, cuando impones las manos sobre los enfermos y oras, Dios nos ve como si Jesús estuviera imponiendo las manos sobre el enfermo para traer sanidad.
Esto es también por que debemos entrar audazmente al trono de gracia: para recibir. Debemos orar con confianza, “Padre, estoy ante ti, escogido en Cristo para salir y dar fruto. Ahora hago mi petición grande, que mi gozo sea cumplido.”
Estos creyentes declaran: ‘Trate de reclamar el poder en el nombre de Jesús; pero no funciono para mi.” Hay muchas razones porque no recibimos contestas a nuestras oraciones. Puede que hayamos permitido algún pecado en nuestras vidas, algo que contamina nuestra unión con Cristo. Esto se convierten en barricadas que embalsan el fluir de bendición de el; y el no contestara nuestras oraciones hasta que dejemos nuestro pecado.
O, quizás la obstrucción sea a causa de tibieza o estar a medias hacia las cosas de Dios. Quizás estamos enmudecidos por la duda, la cual nos aparta del poder en Cristo. Santiago advierte: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.” (Santiago 1:6-7).
Recibí una carta recientemente de una viuda que tiene una hija adolescente sumida en el pecado. Esta madre dijo que su hija una vez fue una fiel creyente, pero que ahora esta fuertemente en las drogas y viviendo con su novio. ¿Por qué la terrible caída? El padre de la muchacha tenia cáncer; y ella había orado, “Dios, no permitas que mi papi muera.” Cuando el padre murió, la muchacha corrió lo mas lejos que pudo del Señor. Ella le dijo a su madre: “Yo le di una oportunidad a Dios. Yo ore en fe, en el nombre de Jesús; pero el permitió que papi muriera.”
Una vez me senté al lado de una mujer que lloraba en un avión. Le dije que era ministro y le pregunte si la podía ayudar. Ella contesto: “Acabo de enterrar a mi padre. El fue tan buen hombre, la persona mas amorosa que jamás haya conocido. Yo le ore a Dios para lo dejara vivir. Dígame, ¿Cómo puede un Dios amante dejar que un hombre bueno como mi padre muera? De ninguna manera quiero hablar de Dios.”
Nuestro ministerio recibe decenas de cartas con historias como estas. Una y otra vez, leemos palabras como estas: “Ore en fe, creyendo a Dios. Pero el no me escucho; espere y espere, pero el nunca contesto. Usted no puede decirme que la oración funciona. ¿Cómo puedo rendir mi vida a Dios si el no contesta mis oraciones?
A lo mejor, puedes identificarte con estos sentimientos. Puedes mirar atrás a una situación donde oraste seria y fielmente—quizás por la sanidad de un ser amado, o por un problema personal. Pero no llego respuesta. Llegaste a la conclusión, “Dios no contesta mi oración. Si alguna vez escucho mi plegaria, nunca lo supe, porque el no hizo lo que le pedí.”
Quizás no estas enojado con Dios; pero perdiste la confianza. Algo evita que comprometas tu corazón plenamente a el; y por lo tanto dejaste de orar. Ya no disfrutas de la plenitud de su bendición.
Santiago aclara: “El que dudare no recibirá nada de Dios.” La palabra que Santiago usa para “dudar” significa indeciso. La verdad es, cuando estas personas hicieron sus peticiones, pusieron a Dios en juicio. En sus corazones, ellos dijeron: “Señor, si me contestas, te serviré. Te daré todo, si tan solo contestas esta oración. Pero si no lo haceis, viviré mi vida a mi manera.”
Pero, Dios no puede ser sobornado. El conoce nuestros corazones, y el sabe cuando estamos indecisos en nuestro compromiso con su Hijo. El reserva el poder que esta en Cristo para aquellos que se han rendido a el totalmente.
Juan 14 contiene dos magnificas promesas. En la primera, Jesús declara: “De cierto, de cierto os digo: El que en mi cree, las obras que yo hago, el las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14:12-14). Jesús lo aclara y simplifica en el ultimo versículo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.”
Dos versículos mas tarde, Jesús promete, “Y yo rogare al Padre, y os dará otro Consolador, para que este con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejare huérfanos; vendré a vosotros.” (14:16-18) Aquí Cristo esta diciendo: “Te voy a dar el Espíritu de Verdad. Y su poder habitara en ti.”
Estas son dos promesas increíbles de Jesús. Pero note el versículo que esta encajonado entre ellos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” (14:15). ¿Por qué esta declaración aparece aquí? Cristo nos esta diciendo: “Existe un asunto de obediencia relacionado con estas promesas.” En resumen, ambas promesas tienen que ver con guardar y obedecer la Palabra de Dios. Fueron dadas para ser cumplidas, para que nada entorpezca de reclamar el poder que esta en Cristo.
Año tras año, muchos cristianos se conforman con menos y menos. Finalmente, se conforman solamente con la salvación de Cristo. No tienen expectativas que no sea llegar al cielo algún día.
Te pregunto: ¿Has llegado al final de tu Cristo? ¿No esperas nada más que ser salvo por su poder y gracia? ¿Tu Cristo termina justo para darte suficiente fuerza para pasar otro día? ¿Termina el para ti en el lugar de paz y gozo ocasional, en una vida vivida mayormente bajo el acoso de Satanás?
Todos estos pasajes en la Palabra de Dios me convencen que “mi” Jesús no es más grande que mis peticiones. Pero, tristemente, muchos creyentes hacen que Cristo parezca insignificante e impotente por su incredulidad. Amados, yo no quiero que mi Cristo sea limitado. Al contrario, quiero que cada diablo en el infierno sepa cuan grande mi Dios es por cuan grandes son mis peticiones. Quiero mas de mi Cristo; quiero que sea mas grande que nunca en mi vida.
Aquí esta la fe verdadera: considera todos los problemas y dolor del pueblo de Dios en todo el mundo, situaciones sin esperanza, todas las viudas, huérfanos y ancianos creyentes sufridos que luchan por sobrevivir. La fe pone todas estas cosas tristes en la balanza y mira como la balanza se hunde. Pero, la fe luego pone a Cristo en el otro lado de la balanza. Y se regocija al ver como el abruma todos los pecados y aflicciones del mundo.
Nunca fue la intención de Dios que nosotros dejáramos que el diablo rebasara nuestros corazones y hogares. Más bien, su intención para nosotros es que hagamos una declaración que es alta y clara. Debemos tomar nuestra posición en Cristo, y clamar, “¡En el nombre de Jesucristo!” Es tiempo que cada creyente se ponga de pies y declare, “He vivido con temor bastante tiempo. En el nombre de Jesucristo, no temeré más la muerte, al hombre ni al diablo. Quiero que el mundo vea la excedente grandeza de mi Cristo, por la grandeza de mis peticiones. Mi Dios dice que pida en grande, y lo haré. ¿Cómo puede algo ser muy difícil para el?”
Te insto, echa mano de la Palabra de Dios, y cree que Jesús te ha hecho estas promesas. Estas son las armas de tu guerra, armas que son poderosas a través de el. Y serán poderosas en tus manos cuando echas mano de ellas y las reclamas.