Rendidos a Su Amor
“Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras… ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno [obedece], al judío primeramente y también al griego” (Romanos 2:5-6, 8-10).
La mayoría de los problemas de esta generación son el resultado de nuestra propia desobediencia. Cuando somos atrapados en la red de nuestros pecados, con demasiada frecuencia nos preocupamos más por nuestra reputación que por cuánto hemos herido al Salvador. Es egoísta lamentarse más por lo que las personas piensan de nosotros que por la forma en que nuestra desobediencia quebranta el corazón de Jesús.
Por todas partes, la gente está sufriendo. Los matrimonios se están desmoronando, causando una terrible miseria y dolor a tantos involucrados. Multitudes están viviendo bajo una nube de culpa y desesperación. Hay cristianos hoy en día cuyas vidas están inundadas de problemas y tristeza. Nunca antes ha habido tanto quebranto de corazón, vacío, soledad y rechazo. Sólo Dios sabe cuántos cristianos lloran hasta quedarse dormidos, o no pueden dormir debido a la depresión, la ansiedad, la soledad y la desesperación.
¿No deberíamos estar cansándonos de todos los problemas y heridas, lo suficiente como para que comencemos a tener hambre de las gloriosas riquezas prometidas en Cristo? Oh, amados, el temor no es la mejor motivación para la obediencia, ¡el amor lo es!
En el amor nos rendimos, y la dulce rendición a la voluntad de Dios nos abre los cielos. Es la entrega de cada pecado y acto de desobediencia lo que nos permite recibir la revelación de quién es realmente Cristo. La Escritura dice: “todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:6).
Jesús dice: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). Entrega tu corazón por completo al Señor y “echa raíces y establécete” por su amor.