Se Levanta un Clamor
Dios quiere abrirse paso hacia su pueblo. Como las Escrituras predicen, el diablo ha descendido con gran ira, sabiendo que su tiempo es corto. En este momento, el pueblo de Dios necesita un gran derramamiento del Espíritu Santo; un toque sobrenatural aún mayor que el de Pentecostés. El clamor que se necesita hoy se escuchó en los días de Isaías: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras… nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera” (Isaías 64:1, 4)
En el día de Pentecostés, los 120 discípulos se reunieron en el aposento alto. Se habían reunido como un solo cuerpo con un propósito: la esperanza de ver cumplida la promesa de Jesús: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Su clamor fue el mismo que en los días de Isaías: “Señor, rasga los cielos y desciende. Que toda oposición, humana y demoníaca, se derrita ante tu presencia, para que los perdidos puedan salvarse”. ¡Y nosotros sabemos lo que sucedió! El Espíritu Santo cayó, con fuego visible apareciendo en las cabezas de los discípulos. Salieron de esa habitación, cambiados para siempre; y como resultado de ello, miles de vidas fueron transformadas.
Considera lo que Dios estaba haciendo en ese momento. En todo el mundo había una gran oscuridad, pero el enfoque de Dios estaba en 120 humildes santos que estaba reunidos orando en una pequeña habitación alquilada. Y ahora, en este momento, Dios está preparando a un pueblo que se ha animado a asirse de él. En pequeñas iglesias y en reuniones por todo el mundo, un clamor se está alzando y se está haciendo cada vez más intenso: “Dios, abre los cielos y desciende. Envía el fuego de tu Espíritu Santo y manifiesta tu presencia”.
Lo único a lo que esos 120 discípulos en el Aposento Alto tuvieron que aferrarse, fue una promesa de Jesús de que él vendría. Y ciertamente, él vino, con un poder, que nunca se vio en toda la historia. Del mismo modo hoy, todo lo que tenemos que tener y aferrarnos a ello, es a una promesa de nuestro Señor. Él prometió a todos los que lo seguirían: “Os asigno un reino” (Lucas 22:29).
En este momento, el Señor está oyendo el clamor de su pueblo, en todo el mundo. Mientras el Espíritu cae y agita nuestros corazones, que éste, también sea nuestro clamor: “He aquí, Jesús viene. ¡Salgamos a su encuentro!”