Siete mil no se inclinaron
Deseo llevarte al Monte Horeb en Israel, a una cueva oscura. Dentro de la cueva se encuentra sentado un solitario profeta de Dios. Este hombre piadoso es anciano ahora, probablemente en sus ochenta. Y el se siente completamente solo. Se ha decepcionado completamente de la sociedad.
Aproximadamente cuarenta días antes, el profeta pidió a Dios que lo dejara morir. Él estaba convencido, “Esta nación ha ido demasiado lejos. Y el pueblo de Dios se apartó mas allá de lo restaurable. Cada líder es una marioneta del diablo. Un avivamiento es simplemente imposible ahora. Ya no hay esperanzas. Señor, ya es suficiente. Por favor, quítame la vida” (ver 1 Reyes 19:4).
¿Quién fue este profeta? Este fue el santo Elías. Y él llegó a tal estado de desesperación a tan sólo horas después que ganara la victoria más grande de su vida ministerial.
Usted recuerda la historia. En el Monte Carmelo, Elías enfrentó a 850 falsos profetas en una confrontación de vida o muerte acerca de cual Dios prevalecería. Algunos de estos 450 profetas servían al dios pagano Baal; los otros 400 fueron sacerdotes de los ídolos de las arboledas de idolatría construidas por la malvada Reina Jezabel. Ahora, en un ritual demoníaco, los profetas de Baal empezaron a danzar y a gemir, tratando de despertar a su dios. Cuando el frenesí finalmente terminó, los profetas postrados sangraban profusamente, totalmente exhaustos.
Entonces llegó el turno de Elías. El simplemente clamó al Señor, e instantáneamente un fuego sobrenatural cayó desde el cielo. La ráfaga envolvente de fuego consumió tanto el sacrificio del profeta como los doce barriles llenos de agua que él había vertido alrededor del altar. Hasta consumió las rocas sobre el altar.
Qué maravillosa manifestación del poder omnipotente de Dios. Los falsos profetas temblaron ante aquel espectáculo. Y los deslizados israelitas quienes estaban presentes cayeron todos sobre sus rodillas, gritando, “¡Jehová es el Dios; “¡Jehová es el Dios!” (18:39).
Elías entonces mató a cada uno de aquellos 850 falsos profetas. Repentinamente, el avivamiento volvió en Israel. El triunfante Elías había orado por lo que finalmente había llegado -- o así pensó: “Esta es la hora de Dios. Este es el principio de la renovación por la que he orado tanto tiempo.”
Elías estaba tan fortalecido, que le sobrepasó a pies al carro del Rey Acab por veinticinco millas, volviendo a la ciudad capital, Jezreel. Quizás en su mente corrían pensamientos excitantes como: “¿Quién podrá ponerse en contra de lo que Dios ha hecho hoy? Este gobierno impío y sensual debe caer. Y Jezabel es la siguiente. Ella debe estar corriendo de vuelta a su idólatra padre en Sidón ahora mismo. Sin duda que ella ha oído acerca del fuego que cayó del cielo, y ella quiere escapar la purga del Espíritu Santo. ¡Este tiene que ser el momento más grande en la historia de Israel!”
Elías estaba convencido que la gente debía escucharle ahora. Yo creo que él determinó ir directamente al templo abandonado, para restaurar el culto santo en Jezreel. Pero antes que él llegara cerca de la ciudad, fue abordado por un mensajero de Jezabel. La reina le amenazó: “Así me hagan los dioses, y así me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos.”(19:2). Ella le dijo a Elías, “Tú tienes un día para vivir, profeta, antes que yo te mate de la misma forma en que tú mataste a mis sacerdotes.”
Dentro de las veinticuatro horas de su increíble victoria en el Monte Carmelo, Elías volvió al desierto, temblando bajo un árbol de enebro. En su mente todo se volvió en contra suya. Y de la noche a la mañana todas sus esperanzas por una renovación se desvanecieron.
Cuarenta días después, encontramos a Elías hospedado en la cueva de una montaña, totalmente solo. La palabra hebrea usada para hospedaje significa “parar o permanecer.” También implica un significado de “quejarse o guardar rencor. Aparentemente, Elías había decidido, “Esto se acabó, terminó. Si un fuego milagroso caído del cielo no puede motivar a un pueblo apartado de Dios, nada puede.”
Entonces la Biblia nos dice, “La palabra del Señor vino a él, el cual le dijo, ¿Qué haces aquí, Elías?” (19:9). Esta fue la manera de Dios decirle, “¿Qué te esta molestando, Elías? ¿Por qué el enojo? ¿Cuál es tu queja?”
Repentinamente, el profeta empezó a vaciar su sobrecargado corazón: “He sentido celo por Jehová Dios de los ejércitos: porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (19:10)
Mucho de lo que Elías dijo era cierto. El pueblo de Dios estaba en un estado lamentable. La maldad abundaba en Israel. Y los verdaderos profetas eran difamados y se mofaban de sus palabras. Aún así, a pesar de esto, Elías permaneció fiel. Él estuvo totalmente entregado a la causa de Dios, orando fervientemente por un avivamiento. Pero estaba equivocado al pensar que tan solo él llevaba la carga de Dios.
No creo que Elías fue orgulloso al decir, esencialmente, “Yo soy el único que odia el pecado, el único predicador temeroso de Dios que queda en esta nación.” En mi opinión, Elías estaba simplemente abrumado por la soledad. Yo creo que él estaba diciendo, “Señor, si otros son tan celosos por ti como yo lo soy, ¿Dónde están ellos? Yo no veo a ninguno gritando en contra del pecado como lo hago yo.”
Si tú eres una persona de oración, probablemente te has sentido solitario, como Elías se sintió. Quizás también te lamentas por tu nación, especialmente por los interminables ríos de sangre que los Estados Unidos ha derramado a través del aborto. Quizás tú clames, como Amós diciendo, “Señor, no me dejes sentar en comodidad en tanto exista tal esclavitud en tu casa.” Quizás te preguntes, como Elías lo hizo, “¿Dónde están los líderes piadosos y pastores de corazones quebrantados? ¿Dónde están aquellos quienes aún creen en la santidad en lugar de los métodos carnales? Yo me siento como un fanático fuera de lugar. Por favor, Señor, colócame en compañerismo con otros que ven las cosas que yo estoy viendo.”
Ahora pienso en Elías, solo en aquella cueva. Él debió sentirse agobiado por la soledad total. Entonces, una voz quieta y apacible vino a él, nuevamente preguntando, “¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:13). Una vez más, Elías contestó, “… solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (19:14). Esta vez Dios le respondió, “Tu no estás solo, Elías. Pronto encontrarás a mi siervo Hazael. Yo quiero que le unjas como rey de Siria. Y allí está el piadoso Jehú, a quien ungirás como rey sobre Israel. Allí también está el joven profeta Eliseo, quien servirá a tu lado.”
Finalmente, el Señor dijo a Elías (como está traducido del Hebreo original por Helen Spurrell), “Yo tengo un remanente de siete mil para mí en Israel, todos aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal, y todos aquellos cuyos labios no le besaron” (19:18). Dios le estaba diciendo, “Yo tengo 7,000 escondidos, Elías, hombres y mujeres quienes no se han entregado al espíritu de esta era. Ellos están creciendo en mi Espíritu. Y todos ellos comparten la misma carga que tú.”
Entre estos 7,000 estaban 100 verdaderos profetas escondidos en cuevas por el piadoso Abdías. Abdías era un gobernador de alto rango quién servía en la casa del malvado Rey Acab. Él había escondido a los 100 profetas en dos cuevas, cincuenta en cada una, y estaba manteniéndolos vivos con pan y agua. Obviamente, Elías debía saber acerca de estos hombres santos. Y él sabía también de Micaías, un santo profeta quién estaba encarcelado por Acab por profetizarle cosas duras (ver 22:8). Aún así, sabiendo de estos hombres, Elías seguía abrumado por la soledad en su llamado.
Dios también tiene un remanente escondido en esta generación quienes no se han inclinado a los ídolos de este siglo. Para comprender este concepto totalmente, necesitamos examinar qué estaba sucediendo en Israel durante los días de Elías. El culto a Baal se originó en la Torre de Babel, bajo Nimrod. Este hombre ateo declaró, “Hagámonos un nombre” (Génesis 11:4). Así que Babel fue construido como un monumento al éxito y logro humano. En la cúspide había un observatorio, donde los astrólogos seguían los cuerpos celestes. Esta gente orgullosa literalmente “alcanzó las estrellas.”
En los días de Elías, el dios Baal supuestamente garantizaba a sus adoradores el éxito, la fama y la prosperidad. Aquellos quienes besaran los pies del ídolo buscaban el cumplimiento en cada área del materialismo y de la sensualidad. ¿Quiénes eran estos adoradores de Baal? Era el pueblo escogido de Dios, adoradores apartados de Jehová. Así como yo, usted se preguntará cómo el pueblo de Dios pudo ser atraído a una idolatría tan ostentosa.
Ante todo, este pueblo ya había sido juzgado por Dios por codiciar prosperidad. Tuvieron que huir a Egipto, donde enfrentaron la pobreza, el hambre y el desamparo. Allí vieron a los seguidores de Baal siendo bendecidos materialmente. Y razonaron, “Nosotros teníamos suficiente comida en Jerusalén cuando nos arrodillamos a nuestros ídolos. Fuimos bendecidos y exitosos entonces, sin sufrimiento. Pero desde que dejamos de adorar a aquellos ídolos, encontramos solamente penurias. Volvamos a quemar incienso y a hacer libaciones a la reina de los cielos. Entonces quizás obtengamos las cosas que nosotros deseamos otra vez” (ver Jeremías 44:16-19).
El pueblo de Dios había caído bajo la poderosa seducción de un “evangelio del éxito.” Un espíritu de avaricia y codicia se había apoderado de ellos, de modo que sus vidas ahora estaban centradas alrededor de las riquezas y el reconocimiento. Por supuesto, no hay nada malo en el éxito, si usted hace las cosas a la manera de Dios: aferrándose a Cristo, diezmando fielmente, sometiéndose a su voluntad. Pero en Israel, había una mezcla impía: la gente se inclinaba ante Jehová porque temían su juicio, aún así codiciaban las cosas materiales.
Ahora, el mismo espíritu de Baal ruge en nuestra nación. En Wall Street, frente a la Bolsa de Valores de EEUU, vemos la misma imagen de este dios pagano. Esta es una estatua de bronce de un gran toro, representando a un “Mercado alcista”: una prosperidad cada vez más incrementada, gran riqueza y fama, logros humanos. Estos son los dioses que nuestra nación adora.
Piense en esto: un hombre es considerado exitoso si amasa millones. Él puede tener bastante dinero para vivir el resto de su vida en comodidad. Quizás el ya ha obtenido algún reconocimiento. Yo le digo esto, no parece importarle si su matrimonio fracasa, si él anda con prostitutas, o si arruina a gente inocente en su búsqueda de fama, poder y riqueza. El aún será juzgado como el epítome del éxito por las normas mundanas.
Que vista tan confundida e invertida del éxito. Aún así las multitudes se esfuerzan por ello. Nuestra nación entera está preguntando, “¿Quién quiere ser un millonario?”, deseando hacerse rico.
En las iglesias a través de América, el mismo espíritu seductor de Baal está obrando. Multitudes de creyentes son llevados por una urgente necesidad de hacerlo en grande. Y como resultado, ellos están siendo arrastrados hacia una vida de despilfarro y llevados al fondo de un hoyo de deudas.
Este espíritu también ha producido un punto de vista distorsionado del éxito similar al punto de vista mundano. Cuando un movimiento Pentecostal en Canadá recientemente realizó un seminario para “Pastores exitosos,” este estipuló que solamente los ministros con congregaciones de al menos 1,000 personas deberían asistir. Aparentemente, números grandes fueron su único criterio para el éxito.
Yo presencié algo similar cuando inicialmente empecé a trabajar con las bandas y adictos en Nueva York. Fui presentado a un evangelista muy conocido quién conducía una cruzada en una iglesia local. Lo que aquel hombre me dijo me impactó. Él dijo, “Si usted no logra esto de aquí a sus cincuenta años, usted nunca alcanzará el gran momento. Solo me quedan cinco años para lograrlo. Ahora mismo estoy trabajando en una serie de televisión que puede ser mi última oportunidad para alcanzar esta meta.”
Yo enmudecí. ¿Qué quería decirme él con “lograrlo?” ¿Deseaba él algún tipo de fama? Para mí, “lograrlo” significaba tener suficiente dinero para pagar la factura de electricidad en el Centro de Desafío Juvenil. O, significaba encontrar algún otro adicto a las drogas quien buscaba a Jesús para que lo libertase.
Muy a menudo nosotros medimos el éxito en el ministerio por cuán grande es una iglesia o por cuán grueso es su presupuesto. Si le preguntas al cristiano promedio que describa cuánto le ha bendecido Dios, él probablemente dirá, “El Señor me ha dado un carro nuevo, una casa bonita, y buen ingreso.” Aún así, en algún tiempo, esa misma persona podía haber respondido, “Dios me ha bendecido con una carga para orar y una visión fresca por las almas perdidas. El ha renovado mi hambre por él.”
Jesús describe cómo tales creyentes empiezan a entibiarse: “Estos son aquellos quienes… oyen la palabra, y el cuidado de este mundo, y su apego a las riquezas, y la codicia de otras cosas entran en ellos, ahogando la palabra, y ésta viene a ser estéril” (Marcos 4:18-19). Simplemente póngalo así, cualquier cosa que interfiera con nuestro caminar con Jesús es pecado. Si permitimos que alguna cosa oprima nuestros corazones -- un impulso por el éxito, el dinero o la aclamación -- esto nos pondrá de rodillas ante Baal. Nuestros ojos espirituales serán cegados. Y nuestros corazones se enfriarán, sin más celo por Jesús.
Los israelitas se congregaban a tropel en la iglesia del éxito y la prosperidad de Baal. Y pronto esta iglesia deslizada estaba plagada con una corrupción inexpresable. Aquí es cuando el Señor habló a Elías de los 7,000 que no se habían arrodillado: “Yo me he reservado para mí 7,000 santos rectos. Ellos han resistido todas la codicia por fama y éxito. Y ellos son enteramente míos.”
Nosotros deberíamos estar agradecidos a Dios por tantos grandes héroes de la fe: profetas celosos como Elías, guerreros firmes de oración tales como Daniel, oficiales usados poderosamente como Abdías, hombres y mujeres que hacían hazañas poderosas tales como David y Débora. Yo creo que es necesario para nosotros estudiar sus ejemplos para percibir los secretos de una vida santa.
Sin embargo, ¿cuántos de nosotros buscamos imitar a aquellos 7,000 anónimos y desconocidos siervos que rehusaron arrodillarse ante Baal? Tales hombres y mujeres de fe escondidos son raros y pocos. De hecho, yo creo que el remanente que Dios ha reservado para sí mismo no es tan grande como podríamos pensar. La Biblia aclara que en cada generación perversa, solamente un pequeño remanente permaneció firme. Además, en los días de caos que vienen, la iglesia confrontará una gran caída de creyentes.
Pablo escribe, “Aún así entonces en el presente tiempo también existe un remanente según la elección de la gracia” (Romanos 11:5). Y Jesús advierte, “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino, que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella: porque estrecha es la puerta, y angosto es el camino, que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).
Como puede ver, no fueron tan solo las oraciones de Elías que bajaron fuego del cielo. Fue el clamor de 7,000 hombres y mujeres amantes de Dios. Estas personas estuvieron encerradas en reuniones subterráneas, orando en los campos, algunos sirviendo solitarios en la casa de Acab, desconocidos para todos menos para el Señor. Aún así, ellos fueron fieles en su llamamiento para interceder, y Dios los escuchó.
El éxito a los ojos de Dios es sentirse totalmente completo en la ministración a él. Tales siervos no se están esforzando para “lograrlo” o buscando la seguridad terrenal. Ellos solamente quieren conocer a su Señor y ministrarle a él.
Piense en los 100 profetas escondidos por Abdías. Ellos vivieron una existencia desolada en cuevas por lo menos tres a cuatro años, en una hambruna severa. Estos hombres no tenían un ministerio externo. Ellos estaban completamente fuera de la vista pública, olvidados por la mayoría de las personas. Ni siquiera pudieron participar en la victoria de Elías en el Monte Carmelo. Sin duda, el mundo les llamaría fracasados, hombres insignificantes que no habían logrado nada.
Aún así Dios dio a estos siervos devotos el precioso regalo del tiempo. Ellos tuvieron días, semanas, hasta años para orar, estudiar, crecer y ministrar al Señor. Como puede ver, Dios estuvo preparándoles para el día cuando él los libertaría para ministrar a su pueblo. De hecho, estos mismos hombres pastorearían a aquellos quienes se volvieron a Dios bajo el ministerio de Elías.
Años atrás, el Señor me bendijo con este regalo del tiempo. Antes que yo hubiera pastoreado una iglesia, yo entraba a los bosques y predicaba a las palomas y a los árboles. Yo no tenía planes, ni agenda, ni sueños. Solamente buscaba llegar a conocer el corazón de Dios. Así que oré diariamente, buscando al Señor y ministrándole a él. Y marqué mi Biblia de tapa a tapa.
Mas tarde, siendo un joven, flaco, e inexperto predicador, pastoreé a una pequeña congregación en un pequeño pueblo de Pensilvania. Sostuvimos servicios en un edificio indescriptible con un tejado cubierto de brea. Nuestra congregación estaba compuesta en su mayoría por agricultores y mineros del carbón. Y yo era totalmente desconocido. Gracias a los ejemplos de oración de mi padre y mi abuelo, Dios ya me había hecho un hombre de oración. Y hoy en día puedo decir honestamente que cada día de bendición que he experimentado desde entonces ha venido desde aquel precioso y temprano tiempo con el Señor.
Yo estaba escondido, sin ser visto por nadie. Pero Dios conocía mi dirección todo el tiempo. Y yo había pasado mi tiempo sabiamente. Hoy, insto a cada joven ministro a hacer lo mismo. Regularmente escucho de jóvenes predicadores en todo el país quienes estaban desesperados porque ellos no podían encontrar su posición en el ministerio. Mi consejo es, “Renuncie en la búsqueda de ministerio. En lugar de eso, pase su tiempo buscando a Dios. Él sabe dónde encontrarlo a usted. Él le convocará cuando él vea que usted está listo.”
“Olvídese de lo que otros están haciendo. Puede parecer que le están sobrepasando con grandes obras. Pero en verdad, usted no puede tener un ministerio más grande que el de la oración. Esfuércese en ser exitoso ante el trono de Dios. Si está ministrando al Señor y orando por otros, ya es un éxito ante sus ojos. Todo ministerio verdadero es nacido en la oración.”
Nosotros sabemos a través de toda la Biblia, que el número siete es igualado con el propósito eterno de Dios. Por lo tanto, yo creo que el número 7,000 que Dios citó a Elías simplemente denotaba a cada uno de los que componían su remanente. El pueblo que él aparta para sí mismo podía ser el número 70 ó 7 millones. Lo que importa es que ellos estén totalmente entregados a él.
Por lo tanto, ¿cuales son las características de este remanente? He aquí tres señales que los definen:
1. Un compromiso inmutable de aferrarse al Señor. Cada creyente de remanente ha hecho una decisión eligiendo nadar en contra de la corriente de maldad. Los 7,000 en los días de Elías permanecieron en la verdad a pesar de la gran caída de Israel. Su sociedad había enloquecido con la sensualidad. Incluso los miembros de su familia y amigos se habían movido hacia la idolatría. Pese a las seducciones poderosas del siglo, estos 7,000 fueron capaces de permanecer de pié contra la marea. Ellos soportaron vergüenzas, privaciones y persecuciones, sin Biblias, sin predicas o compañerismo con los de afuera.
Ciertamente, mientras más vil su sociedad, más rectos se hacían ellos. Elías sabía que las multitudes estaban con la mente entre dos pensamientos, deseando tanto una medida de Dios así como del mundo. Y él los confrontó, diciéndoles, “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21). ¿Ya ha hecho usted su decisión por Jesús? Quizás teme separarse de su viejo grupo. Quiere a Cristo, pero también quiere una parte de su vieja vida. Yo le digo, esto no funcionará. Solo logrará hacerle volver a sus viejos caminos. No puede testificarle a los pecadores si está bebiendo con ellos o riéndose de sus chistes sucios.
Pablo advierte, “Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo” (2 Cor. 6:17). En algún momento, tiene que hacer un compromiso, declarando, “No me interesa lo que otros dicen o hacen. Yo soy del Señor. Y no me rendiré al espíritu maligno de este siglo.”
2. Predisposición para identificarse con los pobres. En tanto que la tendencia de la sociedad es asociarse con los ricos y exitosos, usted se alinea con la clase sufrida. Como Abdías, usted puede tener una medida de éxito o estatura. Aún cuando aquel hombre santo era un gobernador en la casa de Jezabel, él determinó temer a Dios solamente. Y él demostró que su corazón estaba con los pobres al cuidar de aquellos 100 harapientos y sufridos profetas. Agradezco a Dios por cada creyente que es exitoso.
Nuestro ministerio es bendecido por donaciones generosas de algunos creyentes muy exitosos quienes aman identificarse con las necesidades de los pobres. Aún así mi pregunta a usted es: ¿Se puede identificar en el siguiente versículo? “Dios ha escogido lo necio de este mundo para confundir a los sabios; y… lo débil de este mundo para avergonzar lo fuerte; y lo vil de este mundo, y las cosas menospreciadas, ha escogido Dios… para que ninguna carne se gloríe en su presencia” (1 Corintios 1:27-29).
Simplemente no hay muchas personas adineradas en la iglesia de Jesucristo. Jesús mismo dijo, “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas!” (Lucas 18:24). ¿Por qué es esto así? Esto es porque muy pocas personas ricas desean identificarse con los menospreciados de este mundo, a quienes Dios ha llamado y elegido. Pienso en varios visitantes ricos que han disfrutado de nuestro culto en la Iglesia Times Square pero no querían que sus amigos se enteraran que ellos asisten aquí. Nuestros cultos incluyen demasiados pobres, demasiados étnicos, y demasiadas cosas inesperadas suceden.
Tarde o temprano, aquellas personas escogieron asistir a iglesias más socialmente aceptadas. Pienso también en una querida mujer en nuestra iglesia quien reparte tratados evangelísticos cerca de nuestras oficinas. Ella habla un inglés entrecortado, y no viste a la última moda. Cuando la conocí en la calle recientemente, el Señor me indujo a darle una pequeña ofrenda. Pero cuando ella vio el dinero en mi mano, ella sonrió y dijo, “¡Oh no, yo traeré mis diezmos mañana!” ¡Ella pensó que yo estaba recordándole pagar sus diezmos!
Aquí estaba ella haciendo la obra del Señor, ¡aún en lo más alto de su mente estaba ir a la iglesia para pagar su diezmo! Ella añadió rápidamente, “El Señor cuida de mí, pastor.” Ella está contada entre el remanente de Dios, y ella probablemente no lo sabe. He escuchado a varios visitantes bien vestidos en nuestra iglesia afirmar, “Aquella mujer da una mala impresión de la iglesia. Está pobremente vestida, y casi no puede hablar inglés.” Yo les digo a ellos, “Si ustedes desean ser parte del remanente santo de Dios, deberían desear la compañía de esta mujer aquí sobre la tierra. De otra manera, Jesús les dice que no les permitirá estar con ella en gloria. Ella ya es una estrella brillante allí.”
3. Seguridad en la esperanza. Los 7,000 en los tiempos de Elías soportaron debido a su esperanza en un venidero día de rescate. Igualmente hoy, la esperanza bendita de la iglesia es el pronto regreso de Jesús. Con un toque de trompeta, toda la maldad terminará. Nuestro Señor terminará con todas las matanzas de bebés, todas las escandalosas perversiones, todos los genocidios étnicos.
Por supuesto, que debemos evangelizar, ministrar y trabajar en tanto dure el día. Pero mientras tanto, debemos vivir con la esperanza que el Rey Jesús vendrá. Y él traerá un nuevo mundo consigo, donde él gobernará desde su trono eterno. ¿Estas tres señales le caracterizan a usted como parte del remanente de Dios? Si es así, Dios se gloria en usted: “¡Este ha entregado su corazón para mí! Él ha puesto sus ojos en mí. ¡Y es totalmente mío!”